DOLORES ASHCROFT-NOWICKI
LOS SENDEROS BRILLANTES
Un viaje experimental por el Arbol de la Vida
LA TABLA DE ESMERALDA
Las preguntas de los cuarenta y dos asesores
Título
|
Nombre
divino
|
Arcángel
|
Orden angélica
|
Chakra
Mundano
|
|
1
|
Kehter
|
Eheieh
|
Metatron
|
Chaioth ha Qadesh
|
Rashit ha Gilgalim
|
2
|
Chocmah
|
Jah or Jehovah
|
Ratziel
|
Auphanim
|
Masloth
|
3
|
Binah
|
Jehovah Elohim
|
Tzaphkiel
|
Aralim
|
Shabathai
|
4
|
Chesed
|
El
|
Tzadkiel
|
Chasmalim
|
Tzadekh
|
5
|
Geburah
|
Elohim Gebor
|
Khamael
|
Seraphim
|
Madim
|
6
|
Tiphereth
|
Jehovah Aloah va Daath
|
Rafael
|
Malachim
|
Shemesh
|
7
|
Netzach
|
Johova Tzabaoth
|
Haniel
|
Elohim
|
Nogah
|
8
|
Hod
|
Elhim Tzabaoth
|
Miguel
|
Beni Elohim
|
Kobab
|
9
|
Yesod
|
Shaddai el chai
|
Gabriel
|
Cherubim
|
Levanah
|
10
|
Malkuth
|
Adonai malekh
|
Sandalphon
|
Ashim
|
Cholem Yesodoth
|
Título
|
Nombre
divino
|
Arcángel
|
Orden
angélica
|
Chakara
Mundano
|
|
1
|
La corona
|
Soy o vengo al ser
|
Criaturas Sagradas
|
Primero remolinos. Primum Mobile
|
|
2
|
Sabiduría
|
El Señor
|
Ruedas
|
La Esfera del Zodíaco
|
|
3
|
Entendimiento
|
El Señor Dios
|
Tronos
|
Descanso -
Saturno |
|
4
|
Piedad
|
Dios. El Todopoderoso
|
Brillantes
|
Rectitud -
Júpiter |
|
5
|
Severidad
|
Dios de las Batallas
|
Serpientes de Fuego
|
Fuerza vehemente - Marte
|
|
6
|
Belleza
|
Dios Todopoeroso
|
Reyes
|
La Luz Solar -
Sol |
|
7
|
Victoria
|
Señor de las Huestes
|
Dioses
|
Brillante Esplendor - Venus
|
|
8
|
Gloria
|
Dios de las Huestes
|
Hijos de Dios
|
Luz Estelar - Mercurio
|
|
9
|
La Fundación
|
El Dios Vivo Todopoderoso
|
El Fuerte
|
Llama Lunar - Luna
|
|
10
|
El reino
|
El Señor y Rey
|
Almas de Fuego
|
El que Rompe las Fundaciones Los Elementos -
Tierra
|
INTRODUCCIÓN
Aunque este libro está dirigido
principalmente a quienes tienen ya algún conocimiento del árbol de la vida y
del arte de los senderos de trabajo, también los estudiantes que estén
iniciando sus trabajos ocultos lo encontrarán útil e informativo. Todos los
senderos de trabajo que aparecen en estas páginas han sido plenamente comprobados
por estudiantes avanzados y por otros que comparativamente podrían considerarse
como recién llegados. Algunos están sacados de la escuela de los Siervos de la
Luz, y otros de personas que trabajan sin una disciplina formal. Por tanto, el
recién llegado puede probarlos con poca o ninguna aprensión.
Al hablar de los 32 caminos del árbol de
la vida debemos recordar que sólo hay 22 que vinculan realmente las esferas con
lo que podría llamarse un camino o sendero. Los otros 10 son las propias
esferas o las emanaciones del árbol. Podríamos describirlas como lagunas o
reservas de influencia, las cuales actúan como estación término al principio y
al final de cada sendero. Su mayor importancia dentro de los senderos de
trabajo deriva del hecho de que recogen y mantienen los rastros y los ecos de
los caminos que entran y salen de ellas. Por el modelo entretejido del árbol,
eso significa que cada esfera contiene partículas de influencia extraídas no
sólo de las otras, sino también de los caminos que las conectan. Esta
interrelación de influencias es lo que está tras la enseñanza cabalística de
que hay «un árbol en cada esfera».
Ello hace que se incremente mucho el
efecto sobre cualquiera que utilice las esferas como terreno de entrenamiento,
y por ese motivo han sido tratadas de modo distinto y les hemos dado el nombre
de «experiencia» en lugar del de sendero. La palabra sendero o camino es una de
las muchas que se utilizan para describir las conexiones entre una y otra
esfera; a veces se les da el nombre de claves, pasadizos o incluso líneas
«ley». Atraviesan el campo de la mente y pueden destapar los abundantes
recursos de ideas, capacidades y habilidades que se hallan bajo la superficie
de la conciencia normal como si se tratara de una veta de oro.
Los puristas de la tradición cabalística
pueden poner objeciones ligeras a esta utilización de los senderos, pero como
todos los mandalas, el árbol de la vida es simplemente una plantilla, una
herramienta que debe ser empleada por el hombre. Adecuadamente utilizado, puede
permitirnos una comprensión más profunda de nuestro ser, y el auto-conocimiento
es una de las grandes búsquedas de la humanidad. La tradición también es buena
y tiene su lugar en el esquema de las cosas, pero regir su pensamiento excluyendo
los crecimientos nuevos es como negar el concepto mismo del árbol. El concepto
de la libertad del ser interior o superior con respecto a la ignorancia que lo
rodea. Todas las herramientas, tradiciones, pautas, enseñanzas, ideas e
invenciones pueden extenderse más allá de su primera aplicación, y la Cábala no
es una excepción.
El sendero de trabajo es un término
bastante nuevo para lo que solía llamarse «adivinación con el espíritu»,
término que está pasado de moda y no es demasiado preciso. Se trata de una
experiencia subjetiva que pone en juego un talento único que sólo pertenece a
la humanidad: la capacidad de proyectar el ser mental en una serie de
situaciones, paisajes y acontecimientos que pueden producirse bien en una
pantalla mental, observándose como si fuera una película, o bien, cuando la
mente ha sido apropiadamente entrenada, experimentarse como participante con
plena percepción sensoria.
El primer método lo utilizan
inconscientemente ocho de cada diez personas cuando fantasean o tienen ensoñaciones.
Nosotros lo utilizamos todos los días para prepararnos para encuentros
agradables y desagradables. Si tiene una cita con el dentista vivirá la
experiencia muchas veces antes de llegar a la puerta de la consulta.
Mentalmente ensayamos una entrevista importante antes de realizarla para
sentirnos capaces de enfrentarnos a cualquier emergencia que pueda surgir. Lo
utilizamos para revivir acontecimientos que fueron interesantes o placenteros.
La primera cita o beso de una joven pasará muchas veces por su pantalla mental.
Una boda o una graduación se convierte en una cinta de vídeo mental que puede
repetirse múltiples veces. En realidad, en cada ser humano hay una máquina del
tiempo pequeña, pero eficaz.
El 20 por ciento restante de la
población utiliza esa capacidad para tener ensoñaciones con una finalidad.
Pueden haber descubierto, por accidente o por alguna enseñanza, que la mente se
puede programar para el éxito simplemente con repetir constantemente una
ensoñación promovida por su necesidad emocional. Esa es la base de todos los
libros titulados «usted también puede tener éxito». Pero pocas personas tienen
paciencia para persistir; esperan los resultados en cuestión de horas. Menos
son todavía las personas que pueden superar el vicio de la inercia y reunir el
suficiente grado de emoción, sin el cual no funciona. De esas dos personas de
cada diez, una se entrena en los métodos ocultos y puede utilizar plenamente
ese talento. Corren, sin embargo, un riesgo al soñar con una cita con su
estrella del pop favorita, o en caso de ser aspirantes a ejecutivos, al
preparar la serie adecuada de oportunidades empresariales.
Existe el peligro de que ese mundo
subjetivo pueda volverse demasiado real para aquellas personas que no pueden
enfrentarse al mundo real. Los juegos de fantasías, como los de «dragones y
mazmorras», tan abundantes hoy en día, son en realidad una versión moderna de
un sendero de trabajo a un nivel mundano. Es divertido jugar con ellos, y
pueden hacer progresar la imaginación y la capacidad visualizadora, pero son
tan adictivos como una droga para una voluntad débil. Este es el lado inverso
de los senderos de trabajo y en circunstancias extremas puede conducir a un
distanciamiento del mundo real.
Estas son las razones de que en el
pasado las escuelas ocultas hayan mantenido el conocimiento y la práctica de
los senderos de trabajo como un secreto celosamente guardado. Sólo los que
demostraban su capacidad para enfrentarse a las tentaciones de los niveles
interiores de la ilusión eran entrenados en su uso. Pero tal como he dicho,
todas las tradiciones producen métodos nuevos. Hace ya tiempo que los que
podrían llamarse magos, yo incluida, opinan que ha llegado el momento de abrir
las puertas de la percepción interior a más personas, ofreciendo nuevos modos
de autoconocimiento que para tener éxito sólo necesitan el hábito de la
autodisciplina.
¿Con cuánta frecuencia debe realizarse
un trabajo de sendero? Por lo que respecta a la reacción ante estas cosas, no
hay dos personas iguales, por lo que habrá de utilizarse algún método para
controlarlas. Los que trabajan fuera de la disciplina de una escuela o tutor
personal deben realizar un estudio de su trabajo cada 10 o 14 días. Un trabajo
a la semana es suficiente para un principiante, pero un estudiante que se esté
entrenando debería poder enfrentarse a dos. Si al cabo de varios días de haber
empezado se siente «enganchado», es mejor que haga un trabajo cada 10 días. Si
se da cuenta de que pasa todo el día con prisas, y sólo piensa en llegar a casa
para poder entrar en ese mundo recién descubierto, está recibiendo una señal de
peligro. No se debe dar a ningún tipo de trabajo oculto más importancia que al
trabajo o la vida cotidiana. Si al cabo de un mes de realizar un trabajo
semanal se da cuenta de que puede enfrentarse a él fácilmente, haga uno cada
cinco días, pero nunca con una frecuencia mayor. La única excepción sería la de
un estudiante sometido a un entrenamiento especializado.
Recuerde que un sendero de trabajo es
una forma de ritual igual de poderosa o todavía más que cualquier otra
realizada en un templo o logia. Es muy fácil subestimar su capacidad de afectar
al mundo físico. La gente puede quedar «encantada» y dar la impresión de
desaparecer en el mundo invisible de la mente, sin dejar ningún rastro de la
persona que solía ser. El mundo interior está ahí para que lo exploremos y
aprendamos de él, no para utilizarlo como un escape de la realidad. Pero nada
se gana sin esfuerzo, los beneficios son grandes y producen un incremento de la
conciencia de los niveles sutiles, además de grados superiores de autocontrol y
concentración.
El mundo de los senderos del árbol de la
vida es el astral creativo. Es un mundo fluido en el que las cosas se disuelven
en cuanto las aparta de su mente. Ese es uno de los contratiempos para los
nuevos e inexpertos. Hasta que su disciplina mental haya logrado algún grado de
fuerza, será incapaz de retener mucho tiempo las imágenes. Cuando esto suceda
se encontrará en algo parecido a una niebla gris hasta que pueda salir de ella.
Si tal cosa sucediera, y hasta una mente entrenada puede tener un día malo, no
hay nada que temer. Simplemente está viendo el nivel astral tal como es
realmente, una masa amorfa que espera recibir la huella de una forma de
pensamiento.
Debería tener en cuenta también el hecho
de que otras personas utilizan asimismo esos niveles. Está dentro de los
límites posibles que en uno u otro momento recoja la forma de pensamiento de
otra persona. Eso es algo que debe recordar si, por ejemplo, está trabajando
con el simbolismo griego y aparece en su trabajo un caballero vestido con
armadura medieval. A menos que interfiera seriamente en su trabajo, déjelo
estar y desaparecerá por sí solo. Si no es así, lance una petición mental de
que venga alguien a encargarse del asunto. Jamás debe ponerse a mover de un
lado para otro lo que usted imagina como una espada mágica, pues ése es el modo
más rápido de entrar en el lado equivocado de los que habitan los niveles
astrales. Todos los trabajos de este libro contienen un aspecto de guardián,
pues son realizados bajo los auspicios de los seres arcangélicos del árbol.
En cada sendero de trabajo apropiado, es
decir, aquellos que unen dos de las esferas, hay mojones bien definidos
pertenecientes a dos clases: por una parte, está el signo zodiacal o planetario
del sendero, o a veces la forma divina sinónima, y por la otra está la letra
hebrea del sendero. Esto se aplica sólo al funcionamiento del árbol de la vida,
pues los trabajos pertenecientes a otras tradiciones utilizarán otros indicadores
similares. Tienen múltiples usos, y no es el menos importante de ellos el que
al buscarlos y marcarlos se evita que la mente se lance a errar
imaginativamente.
Al principio le puede resultar difícil
evitar que la mente se extravíe, y le aparecerán imágenes extrañas. No tiene
por qué asustarse: hágalas a un lado con firmeza y recuerde las imágenes
correctas. Al principio, tendrá que hacer esto varias veces durante un trabajo,
pero si persevera descubrirá que se despliega una nueva fuerza y será capaz de
mantener el sendero desde el principio hasta el final. Sin embargo, conseguir
esa capacidad requiere tiempo. Un aspecto positivo adicional de esto es que esa
capacidad se transmite a la vida cotidiana y aumenta su capacidad mental en el
nivel físico.
Otra posible distracción es la de las
cadenas asociativas. Todos, en un momento u otro, hemos estado pensando en algo
y de pronto un pensamiento llegado al azar nos ha hecho olvidar el primero.
Antes de poder detenernos, estamos ya en el otro lado de nuestra galaxia
mental. Esto puede ser una forma muy útil de entrenamiento oculto, pero
dentro del sendero de trabajo puede ser una molestia. Si no se mantiene
estrictamente en su trabajo, se encontrará en un verdadero laberinto de
pensamientos e ideas sin relación alguna con el trabajo que quiere realizar.
Hay algunas formas de trabajo de
sendero, llamadas «trabajos pasivos», en las que se permite que surjan imágenes
una vez que la mente se ha centrado en el símbolo de apertura. Esos trabajos
son más útiles para un estudiante avanzado que ha sido entrenado recibiendo
alguna guía, pues los símbolos y las imágenes pueden resultar muy complicados y
le producirán confusión si no está plenamente familiarizado con ellos. No
obstante, cualquier estudio del tema de la simbología y la mitología racial
será beneficioso para este tipo de trabajo oculto. También resulta muy útil
preparar para el futuro sus propios trabajos de sendero.
Todos los viajes tienen un principio,
una zona media y un final, y los trabajos de sendero no son la excepción. Todos
comienzan en el templo de Malkuth, que es la terminal de la que parte para
todos los otros caminos y esferas del árbol, y a la que tendrá que regresar.
Describiremos plenamente todos los templos del árbol, pero debe prestar particular
atención al de Malkuth. Constrúyalo con cuidado y detalle hasta que pueda
recordarlo al instante y sin esfuerzo. Es una salvaguardia, en el caso de que
sea interrumpido en medio de un trabajo (ha de procurar que esto no ocurra,
pero puede presentarse una emergencia), el hecho de que la visualización de ese
templo le devolverá a un paso del nivel físico con seguridad y rapidez.
Si es usted un principiante, debe
realizar la sesión completa en dos o tres fases hasta que tenga la confianza
suficiente para hacer el trabajo completo. Para esto, puede utilizar los
símbolos y letras hebreas asignados a cada sendero, y que antes mencionamos.
Las letras representan el significado primordial o básico del sendero y
habitualmente se encuentran en una piedra o árbol a una tercera parte del
trabajo. Es un lugar conveniente para detenerse y regresar. El segundo símbolo,
zodiacal o planetario, le indicará el tipo de influencia espiritual bajo la que
estará mientras viaja por ese sendero, y puede ser visualizado como un símbolo
llevado por alguien con quien se encuentre, o que esté en el cielo, si se trata
de un planeta.
Merece la pena realizar un estudio
cuidadoso de estas letras y signos, pues obtendrá una comprensión más amplia de
los caminos. De este modo, acabará encontrando los senderos ocultos del árbol,
pues existen, aunque uno mismo ha de encontrarlos; nadie puede enseñarle el
camino ni darle las claves para desvelarlo.
Considere los trabajos como pequeñas
búsquedas dentro de su universo personal. Es tan interesante como el más
extraño de los relatos de fantasía o ciencia-ficción. Aunque siempre pueda
apartar el libro u olvidar la historia, un trabajo de sendero afectará a su
vida en todos los niveles y seguirá haciéndolo hasta que haya aprendido
plenamente la lección.
Nadie se ve afectado del mismo modo ni
en la misma medida. Una persona experimentada verá los resultados antes y sus
efectos serán mayores. Pero nada se gana sin esfuerzo o sin la voluntad de
explorar un territorio desconocido, y a cambio aumentará los límites de su
mundo interior. Lo que está en el exterior reflejará siempre lo que hay en el
interior.
El camino treinta y dos recibe a veces
el nombre de el «sendero del terrible Tau», pero no deje que eso le asuste. La
palabra «terrible» se utiliza en el antiguo sentido de inspirar respeto, aunque
la ignorancia y el uso han alterado su significado original. Este símbolo y su
significado interior de entendimiento ganado mediante la pena y la disciplina
juegan un papel vital en el trabajo de Malkuth a Yesod. El estudiante de lo
oculto está familiarizado con él en muchas formas distintas. La T mayúscula
, suele verse en el arte paleocristiano, y en la forma de la
triple tau , puede encontrarse en las insignias rituales y en
el simbolismo masónico.
La forma real de la 3ª letra hebrea , es muy distinta, aunque el significado interior siga siendo el mismo. Puede
verse en la carta del tarot del Ahorcado, en donde su énfasis en la adquisición
del conocimiento por medio del sacrificio se refleja en la muerte del rey
sacrificado. Los símbolos intercomunicados de tau, el árbol y el sacrificio
constituyen la base de las tradiciones místicas que van desde la tradición
cristiana, pasando por el mito de Odín, que estuvo ahorcado nueve días y noches
en el árbol del mundo para obtener su conocimiento mágico, hasta llegar a la
tradición del arte del rey Roble. Todo esto hace referencia a la elección del
camino 32, la necesidad de descender al submundo que hay en cada uno de
nosotros. Tomamos este sendero para aprender disciplina por medio de la
constricción del ser: es una catarsis del alma.
Es útil estudiar la forma de las letras
hebreas, pues de este modo puede obtener muchas indicaciones acerca del
significado de la letra y el sendero. El hebreo constituye un punto intermedio
entre los ideógrafos de China y Japón y las letras más abstractas de occidente.
Toda letra se compone de uno o más movimientos o formas, y las hebreas y la
caligrafía pictórica del Lejano Oriente tienen la faceta adicional de un
espesor de línea variable, el cual añade un matiz a la forma y al significado.
La escritura inglesa antigua tenía eso en parte, aunque sobre todo con fines
decorativos. Un solo carácter chino puede ser uno o una combinación de muchos,
cada uno con su significado, y de ese modo lo que vemos como un único carácter
transmite en realidad una frase completa. Un estudio de la forma de las letras
hebreas puede dar el mismo tipo de información.
La tau sugiere una cueva o un
ceñidor femenino. Es un símbolo de circunvalación y constricción, reteniendo un
significado. Cuando está muy apretada denota a una virgen, si está suelta a una
mujer casada, y si queda sin terminar habla del embarazo, de la nueva vida
circundada por la oscuridad. Estos significados son paralelos al propio
sendero, pues llevan al viajero a través de la constricción de la vida en un
renacimiento.
En este sendero son claros los vínculos
existentes entre Malkuth y Binah, y puede verse la imagen de la Gran Madre bajo
muchos disfraces, particularmente en su aspecto de la vida y la muerte. El
texto yetzirático se refiere a este sendero como «la inteligencia
administradora, que dirige el curso de las estrellas». Esto hace referencia a
Yesod en el punto más alejado del sendero, pues la visión de Yesod es la de «la
maquinaria del universo». Somos engranajes de esa maquinaria y este sendero
puede ayudarnos a encontrar nuestro lugar en el esquema de las cosas.
El viaje se convierte pronto en un
descenso al subconsciente con sus miedos ocultos, y al mismo tiempo en un
ascenso hacia el ser superior, con su promesa de una vida nueva. Los símbolos y
correspondencias de los senderos pueden parecer caóticos a un recién llegado
del mismo modo que un cielo lleno de estrellas parece a primera vista no tener
ninguna forma. Pero si se sigue mirando se empieza a ver enseguida que donde
antes sólo había estrellas hay ahora una pauta.
Todos los mitos del descendimiento
tienen su lugar en este sendero. Utilizaremos la historia de Perséfone, pero
podríamos haber usado igualmente el mito de Orfeo y Eurídice, de Ishtar y
Tammuz, o incluso el de Jonás y la ballena. Todos ellos son un proceso de iniciación,
física o espiritual. Perséfone equivaldría al alma y Deméter a la Gran Madre y
su aspecto de dolor. El supuesto malo de la pieza, Hades, es en realidad el
héroe. Su nombre significa «riquezas», y como señor del submundo él es quien
presiona al alma para que se hunda en sus profundidades y busque los tesoros
que hay ocultos allí.
Aunque la mayoría de las figuras son
femeninas, hay que tener en cuenta a Hades y Charon, presencias
intercambiables, pero sombríamente silenciosas. Su tarea es la de subrayar el
impulso primario que nos lanza hacia esta experiencia nueva y necesaria, la
cual tiene lugar usualmente en el extremo profundo. Hécate, Deméter y Perséfone
son aspectos de Binah con el mismo símbolo de la hoz de segar, del cual el
símbolo de Saturno es sólo una copia estilizada. Esto nos lleva a la idea de
cortar y unir, como en el ritual del rey del maíz. Saturno ha sido considerado
desde hace tiempo como un planeta maléfico, representándose como un anciano
barbudo con una guadaña; pero uno de los secretos interiores de los misterios
es que la figura es femenina, y la mujer barbuda es un símbolo antiguo que
merece la pena considerar. Ella sola es la que da la vida y la muerte, la Gran
Madre que se lleva lo que puede dar de nuevo.
Un estudio del mito de Perséfone
iluminará otro símbolo del sendero: el ritmo. Mediante su unión con su tío
Hades, la diosa virgen se convierte en la reina del submundo, en realidad la
reina de los muertos. Gobierna como tal la marea alternativa de la vida y la
muerte en el hombre y las estaciones. Esto lo refuerza la aparición de la madre
Luna, lo mismo que los ladrillos negros y blancos del templo. Un iniciado
camina con la misma alegría por los ladrillos negros del dolor como por los
blancos del placer. Una vez entendido esto, se establece un ritmo duplicado
dentro de aquellos que siguen el sendero treinta y dos.
Ese es también el sendero que toma un
iniciado en la muerte, bien de manera consciente o por un sendero de trabajo
cronológicamente preparado como el que formulan para sí mismos todos los
adeptos por si tienen una muerte repentina. Asimismo, se puede convertir en la
base de la encarnación siguiente. Un alma que ha aprendido a explorar sus
profundidades puede crear condiciones favorables para su próxima vida.
Para obtener los mejores resultados de
un trabajo de sendero hay una serie simple de normas. No debe realizar nunca un
trabajo de sendero después de una comida pesada, pues sólo conseguiría
dormirse. Es esencial llevar una ropa suelta y estar en un entorno tranquilo,
habiendo dado las indicaciones pertinentes para que nadie le moleste. Es una
buena idea tener una vestimenta con una capucha que pueda echarse hacia
adelante, pero no es esencial. La luz de una vela es mejor que la oscuridad
completa, pues ésta puede producir sueño. No debe tener miedo a «perderse en lo
astral», pues eso no puede suceder en este nivel y no debería suceder en
ninguno si no ha cometido alguna estupidez. Para volver a su sitio, lo único
que necesita es visualizar el templo de Malkuth.
Lo que es muy importante es no intentar
dos senderos al mismo tiempo, al menos hasta que lleve trabajando siquiera un
año. Recuerde que un sendero produce efectos, por lo que dos pueden significar
un efecto doble, y según los que haya elegido podría encontrarse con una
situación excesiva para usted. Introdúzcase en las imágenes que está creando y
compruebe que está mirando a través de sus ojos astrales, y no se limite a
observar cómo sucede todo. Quizás tarde algún tiempo en conseguirlo, pero lo
logrará. Cuando los senderos se impriman en su mente, podrá viajar por ellos a
voluntad. Conforme haya progresado, será capaz de utilizarlos incluso en
entornos nada convenientes. La paz y la quietud son esenciales, pero una vez que
haya dominado el arte, podrá hacerlo en el estadio mientras se celebra la final
de la copa.
Estos senderos pueden utilizarse también
en condiciones rituales, en cuyo caso el mago o la sacerdotisa construirán las
imágenes; se obtienen así muy buenos resultados. No cometa el error de
pensar que son una excusa para la ensoñación, pues estaría muy equivocado.
La conciencia de nuestro entorno normal
desaparece gradualmente y en su lugar crece a nuestro alrededor el templo de
Malkuth. Tiene una forma cuadrada, con un suelo de losetas negras y blancas que
notamos frías bajo nuestros pies calzados con sandalias. La pared norte está a
nuestra izquierda, la oeste por detrás, la sur a nuestra derecha. En esas tres
paredes hay tres ventanas circulares con hermosas vidrieras, en cada una de las
cuales hay una representación de la criatura sagrada de esa dirección. En el
norte hay un toro alado, situado en un círculo de trigo dorado y amapolas
escarlatas. Detrás, en el oeste, un águila se dirige hacia el sol en un cielo
de color azul brillante. En el sur monta guardia un león alado rodeado de
llamas.
Ante nosotros, en la pared oriental, hay
tres gruesas puertas de roble sin asideros ni cerraduras. Delante de las
puertas hay dos pilares que van desde el suelo al techo. Al ponernos ante
ellos, vemos que el pilar de la izquierda es de ébano y el de la derecha de
plata. Ambos rematan en un capitel con una granada tallada y dorada. En el
centro del templo hay un altar, compuesto por un doble cubo de madera negra y
pulida. Está cubierto por un paño de lino tejido a mano sobre el que se hallan
esparcidas algunas espigas de trigo.
Sobre el altar hay un cuenco de cristal
azul oscuro en el que arde una luz. Esa luz debe encontrarse en todos los
altares de los misterios, con independencia de la tradición que se siga. Cuando
no está encendida no se puede contactar realmente con el templo. El reflejo de
esa luz se lleva dentro del corazón en cada viaje, y es una protección para los
que viajan y un símbolo de la luz para aquellos que encontremos en los mundos
interiores. Por encima del altar cuelga una lámpara de bronce en la que arde
un aceite aromático que llena el templo de una fragancia sutil.
Tras el altar está de pie la figura de
Sandalphon, el arcángel de Malkuth. Es un hombre joven, de pelo rizado y oscuro
entretejido con racimos de uvas y hojas de vid. Tiene en sus ojos la sabiduría
ganada cuando la tierra era todavía joven, y una tristeza porque ya no sea así.
Sus vestimentas son una mezcla de rojo bermejo, dorado y verde manzana. Sobre
él el aire se estremece con una débil irradiación, un aura de poder que
contradice la suavidad de su presencia.
Nos hallamos de pie ante el altar,
preparándonos para el viaje que tenemos por delante. Sandalphon se dirige
entonces hacia la puerta central y traza en el aire, ante ella, una estrella de
cinco puntas. Queda colgada y llameante durante unos momentos y desaparece
luego formando sobre la puerta una cortina que representa la carta del Mundo de
la baraja del tarot. Se vuelve más brillante y se convierte en una puerta
tridimensional hacia el sendero treinta y dos. Caminamos entre los pilares
mientras la danzarina queda inmóvil dentro de su corona de hojas y nos
adentramos en un torbellino de color.
Nos encontramos en un prado que brilla
por las flores, a la izquierda hay un bosque y a la derecha campos de trigo
punteados por el rojizo de las amapolas. Ante nosotros, el prado desciende en
una pendiente hacia un pequeño río en el que hay piedras blancas y planas; en
el otro lado hay un risco elevado de piedra caliza; de su cima surge una
cascada de agua que cae formando en su base una laguna profunda. Detrás de
nosotros hay dos árboles, con la carta del tarot entre ellos.
Por la derecha oímos unos lamentos y
vemos un grupo de mujeres que se aproximan a través del campo de trigo. A su
cabeza va una mujer de belleza madura, alta y de buen pecho, pero con el dolor
en su rostro. Lleva el pelo largo suelto y enmarañado, y se apoya a cada lado
en otra mujer. Cuando ella pasa, la tierra se marchita y muere, y ha dejado ya
tras ella los campos agostados. Preguntamos a una de las mujeres del grupo lo
que ocurre y nos dice que la diosa Deméter está buscando a su hija, la cual ha
sido raptada por el hermano de Deméter, Hades, el señor del submundo. Mientras
ella busca, la tierra se queda sin sus cuidados y todo muere. Se alejan en la
distancia y nosotros bajamos hasta el río y lo cruzamos.
Al pie del risco, junto a la laguna,
crece un antiguo tejo que casi oculta la entrada a una cueva que hay tras la
cascada. Ese es el camino que debemos coger. La cueva es fría y húmeda y está
iluminada por una pequeña lámpara situada sobre una repisa en la parte de
atrás. De la oscuridad surge una voz que nos pregunta el motivo que tenemos para
entrar en la cueva de Mecate. Nuestra vista, que se ha acostumbrado ahora a la
escasa luz, contempla una figura vestida con ropajes oscuros y situada en la
parte posterior de la cueva. Decimos a la diosa que estamos buscando el reino
de Perséfone. Mecate se levanta, coge la lámpara de la repisa y nos pide que la
sigamos. En la parte más posterior de la cueva hay un túnel estrecho por el que
no apetece entrar. Ella lo señala y nos dice que es el camino al Hades, si es
que nos atrevemos a tomarlo. Nos da a cada uno dos monedas de plata y la
lámpara, y regresa a su asiento para esperar la caída de la noche.
El túnel está todavía más frío que la
cueva, su suelo es resbaladizo y desigual y tenemos que cogernos de las manos
para no perdernos unos a otros bajo la escasa luz de la lámpara. El agua gotea
por las paredes, que se van acercando cada vez más, como si trataran de
ahogarnos. Tenemos que movernos con lentitud, a veces el camino es tan bajo que
tenemos que doblarnos, y otras tan estrecho que nos cuesta pasar. El viento
produce un gemido parecido al de una mujer durante el parto. Esto, unido al
sendero tortuoso que nos conduce cada vez más abajo, nos hace sentirnos como si
nos halláramos atrapados en el doloroso nacimiento de alguna entidad
gigantesca. Nos detenemos para dar calor a nuestros miembros congelados y oímos
el sonido de agua corriente. Unos pasos más nos llevan a una vasta caverna que
hay bajo la tierra y está iluminada por antorchas.
Las formaciones de hielo producen
extrañas sombras en los muros de piedra, y cuelgan del techo como si fueran
lágrimas congeladas. Por en medio de este lugar helado corre un río oscuro,
profundo y rápido. Es el Estigia, junto al cual los dioses pronuncian sus
juramentos más sagrados. Sus aguas heladas forman una barrera natural entre la
vida y la muerte. En la orilla, atada a un poste, hay una barca, y de pie, a su
lado, hay un hombre, si así puede llamársele. Es alto y ancho, de gruesa barba
y unos ojos oscuros que nos contemplan sin la menor vacilación. A pesar del frío,
sólo lleva una faldilla de cuero y un ancho cinto del que cuelga una bolsa del
mismo material, además de unas sandalias. A su alrededor hay unas figuras
sombrías que mueven las manos como si estuvieran suplicándole. Tratan de tirar
de él, pero las manos fantasmales traspasan su carne. Son las sombras de los muertos, enterradas sin
el óbolo, la moneda que Charon el barquero pide a toda alma para que le pase el
Estigia.
Charon camina entre la neblinosa
multitud, apartándola, y nos hace gestos para que nos acerquemos. Al hacerlo,
las sombras se amontonan a nuestro alrededor, y sus voces suenan como débiles
murmullos en nuestros oídos. Charon hace que nos dejen paso y retroceden
gimiendo y encogiendo sus pálidas manos. Entramos en la barca y ésta penetra en
el río. Vamos en silencio: sólo el chapoteo de los remos en el agua resuena en
el aire. Charon se inclina, y el sudor cae por su rostro y su barba, así como
por su ancho pecho.
Enseguida estamos en el otro lado, y al
salir de la barca le damos una de las monedas de plata. Nos señala hacia el
frente y a la luz de las antorchas podemos ver las grandes puertas dobles que
se alzan en la oscuridad. En mitad de cada puerta está la letra hebrea tau, tiene
que mirarla y fijarla bien en su mente, pues volverá a verla de nuevo. Se abren
las puertas y pasamos a un gran salón en el que cuelgan sombríos tapices de
colores rojo oscuro, gris, morado y añil. En cada extremo se eleva un trono de
plomo. En uno se sienta Hades, señor del submundo, y en el otro una mujer cubierta
por un velo, que lleva una corona bajo éste y en las manos una hoz de plata.
Nos presentamos ante Hades, y al hacerlo
se escucha un gruñido proveniente de una forma oscura que hay a sus pies. Un
perro negro se levanta y se pone frente a nosotros, y eleva no una, sino tres
cabezas para observarnos mientras nos acercamos, tres pares de ojos fijos en
nosotros, y tres lenguas rojas que caen por entre medio de tres juegos de
dientes. El perro «Cerbero» guarda a su oscuro amo. De pie en el salón de los
muertos, contemplamos con temor a su rey. Vemos un hombre de gran altura y
porte mayestático, de ojos negros como la noche y cabellos y barba del mismo
color. Pero cuando se inclina hacia adelante, vemos en sus ojos un brillo
risueño. Su corona de azabache brilla bajo la luz de la antorcha, la túnica
griega revela los miembros de un atleta, y no el cuerpo de un anciano. De pie,
se dirige hacia nosotros invitándonos para que le sigamos. Nos presenta a su
consorte, la temida Perséfone, reina de los muertos. Al acercarse su tío, señor
y amante, levanta el velo y vemos el rostro risueño de una joven coronada de
flores. No es una anciana de carne arrugada y decadente, sino una mujer cálida
con la vida palpitando entre sus amorosos brazos. A este lugar vienen grandes y
pequeños, jóvenes y viejos, hombres y mujeres que descienden a la oscuridad en
el momento designado por el señor y la señora del renacimiento. Estos son
nuestros padres planetarios, de quienes recibimos la esencia de nuestros
cuerpos terrenos.
En una pared hay un espejo cubierto con
un tapiz. Hades nos lleva frente a él y quita la cortina haciendo que lo
miremos. El cristal parece líquido y lleno de movimiento y nuestras mentes se
ven atraídas hacia sus profundidades. Es el espejo de la verdad, y lo que vemos
es nuestro ser real y primordial tal como era antes de que tomáramos forma, y
tal como será al final de los tiempos. Cae la cortina y nos encontramos solos,
únicamente está «Cerbero» esperando para guiarnos a través de otra puerta que
da a una costa bajo un cielo nocturno lleno de estrellas. Encima de nosotros,
Saturno se halla en los cielos a baja altura, como una joya engarzada en sus
anillos. La Luna se eleva desde el mar y su luz forma un sendero a nuestros
pies; nos encaminamos por él y el mar parece casi sólido bajo nosotros.
El orbe de la Luna descansa sobre el
agua y vemos figuras sombrías moviéndose dentro de él. Saliendo de sus
translúcidas profundidades llega la propia Madre Luna, vestida de neblinosa
plata y negro, y con los cuernos de la Luna creciente en sus cabellos se acerca
a sus hijos trayendo con ella el don de la vida.
Nos envuelve en sus brazos y nos acuna
contra su pecho; el aroma de toda la tierra está en su cabello, su beso
transmite a nuestra boca su inmortalidad. Después nos aleja, pues no podemos
descansar demasiado en ella, y hemos de buscar nuestra propia fuerza. Ahora es
Binah remota y calma volviendo a la esfera de la Luna, y nosotros regresamos a
la costa. Observamos la pálida orbe elevarse en el cielo, y girar luego al oír
ladrar a «Cerbero», que salta y juguetea junto a su amo mientras ambos caminan
por la costa, dios y bestia andan juntos por la orilla de un mundo ilimitado,
como cualquier miembro de la humanidad.
Perro y amo nos escoltan de regreso a
través del salón silencioso y vacío y nos llevan hasta la caverna helada en
donde espera Charon. Se levanta cuando llegamos y nos acepta la segunda de las
monedas de plata. Ocupamos nuestro lugar en la barca y observamos la figura
silenciosa de Hades conforme nos alejamos de la orilla. Los tristes fantasmas
se amontonan en silencio cuando desembarcamos. La próxima vez pediremos a
Sandalphon que nos dé más monedas para poder comprar el pasaje a alguno de
ellos cada vez que vengamos. Entonces pasarán a través de la Madre Luna del renacimiento.
Nuestro agradecimiento a Charon es recibido en silencio, como siempre, y nos
damos la vuelta para regresar a casa. Ahora conocemos el camino y no tenemos
miedo, por lo que avanzamos con rapidez, dándonos la impresión de que en sólo
unos minutos hemos vuelto a la cueva. Volvemos a dejar la lámpara y nos vamos.
Es de noche y la Luna está alta cuando
cruzamos el torrente, a nuestro alrededor la tierra está repleta de aromas y
sonidos nocturnos, vemos a Deméter y su hija caminando juntas bajo la luz de la
Luna, y con su risa en nuestros oídos traspasamos la cortina y llegamos a
Malkuth.
Sandalphon cierra la puerta a nuestras
espaldas y nos quedamos de pie ante el altar para dar las gracias. Con una
sonrisa, el arcángel nos indica un cuenco de monedas de plata que hay al pie
del pilar negro; podemos tomar las que necesitemos para nosotros y los
fantasmas. La escena desaparece y nuestro mundo vuelve a formarse a nuestro
alrededor: el primer viaje ha terminado.
Si el sendero treinta y dos es de
descubrimiento de nosotros mismos, en cambio el treinta y uno consiste en el
descubrimiento de nuestras relaciones con los demás y lo que esto nos puede
enseñar. En cada sendero podemos observar algo nuevo sobre nosotros; quizás no
siempre nos guste, pero aprenderemos de ello. El hombre es como un diamante en
bruto cuando empieza sus viajes, pero cada sendero le servirá para cortar una
nueva faceta en la piedra. El efecto de esto en el mundo físico será como si
nos hubiéramos sometido a un pulidor, hasta que todo el diamante chispee bajo
la luz.
Hay un camino relacionado con el fuego y
los beneficios que pueden derivarse de su uso, tanto en el nivel terreno como
en el mortal. Ese sendero se llama «la inteligencia perpetua», pues regula los
movimientos del sol y la luna en su órbita y lugar apropiados. La esfera a la
que conduce el sendero es Hod, La sephira de la comunicación que está en la
base del pilar de la forma. Esta posición significa que todo lo que pertenece a
Hod está destinado a ser utilizado por el hombre en un sentido físico, tanto en
forma real como en cuanto idea o formato. El hombre es el único animal que
utiliza el fuego sin intimidarse por él. Ha aprendido, con sus aciertos y sus
equivocaciones, hasta dónde puede llegar con él, e incluso ha aprendido a
desafiarlo con la ayuda de un extraño mineral denominado asbestos.
El fuego se ha considerado siempre como
algo sagrado y perteneciente en primer lugar a los dioses. El mito de los
ladrones del fuego es muy frecuente en todos los folklores. Antes del
descubrimiento y la utilización del fuego, el hombre estuvo siempre a merced de
los animales salvajes y el clima. Con la ayuda del fuego, ganó calor, seguridad
y alimentos cocinados, por no hablar del tiempo adicional que consiguió por el
hecho de ser capaz de iluminarse después de la puesta del sol. Posteriormente
vino el arte de la forja y la maestría del trabajo con metales.
El fuego se consume y cambia,
simbolizando por ello la transmutación física. Ante los ojos del hombre
primitivo, el humo que producía el fuego se fundía en el aire de un modo
mágico. En la época en que morir en un incendio era algo común, se pensaba que
quemando algo o a alguien, cambiaba y se purificaba. Quemando a una bruja se
salvaba un alma, pues el humo era un cambio total y el cambio constituía la
base de la química, la cual tiene en el árbol su lugar en Hod.
Además de «inteligencia perpetua», el
sendero podría llamarse también camino de la investigación, pues está
pavimentado con interrogaciones. ¿Quién, qué, cómo, cuándo y por qué? son los
indicadores que hay en el sendero treinta y uno. El hombre primitivo era
perseguido por animales de mayor tamaño que él y la mayor parte de su vida
pasaba frío y hambre. Hasta que llegó el fuego no tuvo valor para plantear
cuestiones ni pudo trazar dibujos de bisontes en las paredes de las cuevas.
Pero cuando se tiene un fuego y un filete a la parrilla en el estómago (en
versión de la edad de piedra) se puede empezar a pensar cosas, y se puede pasar
el tiempo dibujando líneas en las paredes con un trozo de palo quemado. De
pronto el hombre ya podía hacer dibujos que describían sus pensamientos y
aprendió así a registrar los datos.
Es un hecho que el fuego estimula el
pensamiento y que el pensamiento es la base de la forma. Sin pensamiento, nada
puede llevarse al nivel físico. Incluso ahora tendemos a reunimos alrededor de
un fuego en el invierno para hablar y discutir. Durante el verano, cuando los
días son más largos, hay otras muchas cosas que hacer. Pero si encendemos un
fuego, a los pocos minutos tenemos a su alrededor a un grupo de personas,
hablando entre ellas o simplemente sentadas para ver las llamas.
Este sendero resume el fuego del hogar,
el fuego del campamento, la familia, la tribu y la raza. La unidad familiar se
desarrolló alrededor del fuego, del mismo modo que nuestra unidad planetaria se
ha desarrollado alrededor del sol. En este sendero tiene su lugar todo fuego,
el volcánico y el solar, así como el del alma, el del intelecto y el de otras cosas
como el calor corporal ordinario. Es el elemento de los dioses, quienes en un
principio no tenían ningún deseo de separarse
de él. Cuenta el mito que debió ser robado por un embaucador que tuvo que
pasárselo al hombre, porque estaba demasiado caliente para poder manejarlo.
La letra del sendero es shin, que
significa diente. Su forma nos sugiere tres llamas que surgen de un altar.
Junto con el calor y la luz, el alimento cocinado fue una de las primeras
aplicaciones que dio el hombre al fuego, lo que sin duda alguna facilitó la
vida de sus dientes. A menudo los dientes son la parte más duradera de nuestro
cuerpo, y de los dientes fosilizados podemos deducir muchas cosas. Aquí el
diente es un símbolo de la búsqueda y retención del conocimiento impreso en la
parte más duradera del hombre: su alma.
El texto nos dice que Hod tiene sus
raíces en Chesed, la esfera de los maestros. La enseñanza desciende desde los
niveles superiores de Chesed hasta Hod, en donde puede entenderse con más
facilidad. Por tanto, es el sendero del aprendizaje recibido de un nivel
superior. El fuego liberó al hombre de la inercia que nos atenaza cuando
tenemos hambre y frío. Inercia es también el vicio de Malkuth, nuestro punto de
partida. Alrededor del primer fuego de hogar aprendió el hombre la magia nueva
del lenguaje, y quedó también liberado de su mayor miedo, la oscuridad. Es un
miedo que sigue habitando en el hombre de hoy. Las mariposas nocturnas son
descendientes directos del lejano fuego de las cavernas.
El ladrón de fuego más conocido fue
Prometeo, cuyo nombre significa previsión. Algunos mitos dicen que fue él el
creador de la humanidad. Fue un titán y durante la batalla de los olímpicos y
los titanes se mantuvo aparte hasta que supo cuál era el lado que estaba
ganando. En ese momento recordó que la forma divina de Hod es Kermes, el
heraldo diplomático de Zeus, el cual estaba dotado, lo mismo que Prometeo, de
una gran astucia, y ambos tenían muchas cosas en común. Tras crear al hombre,
Prometeo persuadió a Atenea para que le diera vida, pero Zeus se alarmó de la
velocidad con la que se multiplicaban los hombres (algunas cosas nunca cambian)
y ordenó a Prometeo que les matara. Con su astucia habitual, el titán señaló
que el hombre daba a los dioses veneración y sacrificios. Zeus admitió que
vivieran, pero les prohibió la utilización del fuego, asegurándose así de que
no durasen demasiado.
Prometeo amaba sus creaciones y robó
para ellas el fuego de la forja de Hefasteo, por lo que fue condenado a ser
encadenado a una roca mientras un águila se comía permanentemente su hígado.
Por la noche, mientras dormía el águila, el hígado volvía a crecer. El
sacrificio convierte a Prometeo en una de las formas divinas de Tiphereth, pero
también tiene su lugar aquí, en el sendero treinta y uno.
El fuego es un buen símbolo de la
curiosidad humana, así como de su aparente indestructibilidad como forma de
vida. Y esto a pesar de la notable ingeniosidad que ha demostrado en sus
intentos de terminar con su existencia por uno u otro medio. El fuego es esa
parte del hombre que pertenece a los
dioses, y sin la cual sería simplemente otro animal, probablemente extinto.
La hospitalidad es otro aspecto de este
sendero y fue un gran paso adelante en la evolución del hombre. Cuando se
convirtió en campesino en lugar de cazador y el trigo llegó a formar una parte
importante de su dieta, el pan se transformó en un símbolo de hospitalidad, lo
cual ha perdurado hasta los tiempos modernos. Ofreciendo pan y sal a un
extranjero o huésped se le convierte en un miembro de la familia. A partir de
cosas tan pequeñas surgieron grandes pensamientos, naciones y religiones.
En nuestro lenguaje y literatura
seguimos dando importancia a la sacralidad del fuego. Hablamos de la «llama de
la vida y la llama de la pasión», hacemos referencia a «una antigua llama» e
incluso podemos decir metafóricamente que una persona «transporta una
antorcha». Tenemos «disputas flamígeras» y hacemos largos y retóricos discursos
sobre la «llama de la libertad».
Es uno de los senderos básicos del árbol,
pues junto con el veintinueve, forma uno de los contrafuertes de toda la
estructura, soportando las tensiones del alma en su camino ascendente.
Nos hallamos en el templo de Malkuth en
donde está Sandalphon en profunda contemplación de la luz del altar, hasta que
se da cuenta de nuestra presencia, se da la vuelta, nos sonríe calurosamente y
nos da la bienvenida. Se ha dado ya el principio de una vinculación entre
nosotros. A petición suya, pasamos a la puerta de la izquierda y sus flexibles
dedos dejan una estela de fuego estremeciéndose en el aire. Cuando ésta se
disuelve, se ha formado en la puerta la cortina del Juicio del tarot. Con un
estremecimiento se vuelve a la realidad y uno a uno la traspasamos.
Estamos de pie fuera de una pequeña
cueva de la que cuelga la cortina, nos hallamos a gran altura en la pendiente
de una montaña. A nuestro alrededor el terreno está lleno de rocas que cruzan
senderos mal definidos. Detrás el risco se eleva abrupto hasta la cumbre de la
montaña. Abajo vemos una tierra desértica cubierta de algunos matorrales,
árboles enanos y grandes rocas, y más allá está la masa azulada de otra
cordillera montañosa.
Como el sol se está poniendo y tenemos
por delante un largo camino, empezamos a bajar por el sendero, resbalándonos en
ocasiones. Pasamos junto a rocas de extrañas formas esculpidas por los vientos,
algunas de las cuales tienen vetas más oscuras de una sustancia extraña y
fibrosa. Es asbestos, uno de los tres dones de Melquisedec, el rey de Salem, al
planeta Tierra. Asbestos es un símbolo del alma, pues aunque pueda ser puesto a
prueba por el fuego, éste no lo puede consumir. Frente a nosotros hay otra
cueva delante de la cual arde un pequeño fuego atendido por una mujer
primitiva, que lleva junto a su pecho un niño pequeño. Otras como ella se
sientan alrededor del fuego comiendo trozos de carne chamuscados en las
cenizas. Esparcidos alrededor están los restos de comidas anteriores. Por
primitivos que sean, son nuestros antepasados. No nos ven, pues pertenecemos a
su futuro. Para ellos el fuego es aún algo nuevo a lo que hay que temer y de lo
que hay que maravillarse.
Al regresar al sendero vemos a un hombre
joven de pie ante nosotros. Es alto y tiene un rostro orgulloso, va envuelto en
un manto de color naranja vivo, cuelga a su costado una vaina de espada vacía y
es nuestro guía en el desierto. Nos pide que le sigamos y nos conduce a un
sendero más fácil que hay entre las rocas. Caminamos un rato en silencio y
después levantamos nuestra vista al oír el grito de un águila. Se lanza hacia
abajo haciéndonos pensar que viene por nosotros. Pero el guía señala hacia
arriba y vemos tumbado sobre la roca a un hombre, de estatura gigantesca, de
cabellos y barba enmarañados. Está desnudo y encadenado a la piedra que es su
prisión, y en su costado hay una herida abierta desgarrada por el pico y las
garras del águila gigante. Vemos, sin poder hacer nada, cómo el águila se lanza
de nuevo y el hombre se arquea por el dolor. Ni un sonido sale de sus labios y
sólo sus ojos arden bajo sus pobladas cejas. Prometeo sufre en silencio,
contento de soportar su castigo. Los brazos estirados, el dolor y el costado
herido nos recuerdan las múltiples formas en que aparecen los salvadores de la
humanidad, que de tantos modos han sufrido.
Todo conocimiento tiene su precio y
Prometeo lo paga voluntariamente y con amor. No debemos ayudarle, no podemos
hacerlo, él se ha sometido voluntariamente al sacrificio y no debemos
interferir. Pero hay cerca una laguna de agua clara y él agradecería beberla,
así como que le limpiáramos el sudor de su frente. Por duro que nos resulte, es
lo único que podemos hacer.
El sol está bajo en el horizonte, y las
sombras se alargan, pues hemos llegado al borde del desierto. Nuestro guía
avanza rápidamente, siguiendo un camino .que nuestros ojos no pueden percibir.
En la oscuridad, su manto pierde el color y se convierte en una sombra grisácea
que va delante de nosotros. Comienzan a aparecer a nuestro alrededor pequeñas
luces que se van acercando conforme avanzamos. Vemos ahora que son los fuegos
de campamento de unos nómadas. Nuestro guía ha desaparecido, dejándonos solos
para que exploremos la zona y aprendamos sobre esas gentes.
En el primer fuego están cocinando y hay
un gran cazo de hierro que cuelga sobre las ascuas. El olor nos hace recordar
que hemos recorrido un largo camino. Las mujeres y los niños nos rodean
ofreciéndonos tortas planas de pan y cuencos de arroz y carne muy especiada;
también hay un áspero vino de palma dulce para beber. Nuestros anfitriones no
dejan de hablar, tocando nuestras ropas, cabellos y rostros y haciendo
comentarios entre ellos. Las mujeres son altas y graciosas y llevan sus simples
ropajes con gran dignidad; sus hijos son fuertes y robustos y no cesan de reír.
Nos traen cuencos de agua para lavarnos las manos. Sonriendo, nos hacen saber
que se sienten felices de compartir lo que tienen.
Alrededor de estos fuegos las familias
crecen, los niños se educan para dar la bienvenida al forastero y aprender de
él si es posible. El fuego del hogar es el del amor, y todos deberemos
recorrerlo para realizarnos. Junto a un fuego así un hombre y una mujer
comparten sus sueños, esperanzas y necesidades. El poder de una mujer procede
de este fuego, como la sabiduría del hombre, pues junto a su luz se aclara el
corazón. El sendero del fuego del hogar es el más sagrado de todos y sin él no
existiría ningún otro.
Pasamos al fuego siguiente, agradeciendo
la comida a nuestros anfitriones. Aquí hay un grupo de jóvenes que hablan de
armas, batallas, héroes antiguos e ideales del corazón. Ríen y bromean
pretendiendo no observar otro juego cercano en donde las jóvenes se ocupan de
tejer e intercambian comentarios. Entre los dos fuegos, las tímidas miradas del
joven y la joven se entrecruzan; es el fuego de la juventud que conduce al
amor, y, por tanto, al fuego del hogar.
Dos de los jóvenes se ponen de pie de un
salto para librar con sus espaldas una falsa pelea. Se convierte casi en una
danza ritual conforme dan saltos, se agachan y se mueven, cada uno consciente
de la sangre joven que hay en su interior y de la tímida adoración de las
jóvenes. Les dejamos con su alegría y pasamos a otro fuego separado de los
demás.
Es el fuego del conocimiento especial,
atendido por una anciana muy reverenciada por su sabiduría curativa. Una madre
joven espera con un hijo enfermo mientras prepara un brebaje de hierbas. Por
pequeño que sea este fuego, sus llamas se acercan a los que lo necesitan. Pero
para atenderlo hay que separarse de la tribu, pues el servicio a los demás
exige el propio sacrificio. El niño recibe el brebaje y es entregado a la madre
ansiosa, quien a su vez coloca una torta de pan y algunos dátiles envueltos en
hojas de palmera junto al fuego, a modo de pago. La anciana se vuelve hacia
nosotros y bajo la luz de la hoguera vemos el tatuaje de su frente, un símbolo
que habíamos visto ya en las puertas del Hades. Levanta la mano como saludo
reconociendo que hemos visto y entendido. Le devolvemos el saludo y proseguimos
el camino.
El siguiente fuego reúne a los ancianos
de dos familias que disponen un matrimonio. También éste está relacionado con
el fuego del hogar. Por esa unión, las dos familias se unirán, el joven y la
joven se han elegido el uno al otro, pero las familias deben estar seguras de
que no es una atracción temporal. Las parejas jóvenes son consideradas como un
eslabón de la cadena de la vida y todos los eslabones deben ser lo más fuertes
que sea posible.
A nuestra derecha hay un fuego mucho más
grande alrededor del cual se amontonan los rostros felices de muchos niños.
Escuchan a uno de sus mayores contar historias de la antigüedad. Aprenden de
este modo las leyes y tradiciones de su tribu. Les está hablando de la creación
del hombre y del cuervo blanco que voló hacia la tierra del sol durante un año
y un día para robar un palo de fuego para los antepasados de las tribus.
Después, durante otro año y un día, voló de regreso con el palo ardiendo. El
fuego estaba tan caliente que quemó y ennegreció sus hermosas plumas blancas,
pero pudo traer su precioso regalo al hombre. Por su valentía, el cuervo ha
sido honrado hasta hoy por los hombres de las tribus. El narrador termina el
relato y se vuelve hacia nosotros para vernos pasar; vemos que también él lleva
la marca en su frente, nos sonríe y saluda, señalándonos el fuego siguiente.
Pasamos junto a muchos fuegos, en torno
alguno de los cuales sólo se concentran una o dos personas, jóvenes parejas
recién casadas, una familia de tres o cuatro miembros, una anciana con su hijo,
pero ninguno carece de amigos. La tribu es una totalidad unidad que cuida de
aquellos que la necesitan. Nadie carecerá de alimentos, amor o consuelo. El
huérfano, la viuda, el joven esposo con un hijo sin madre, los padres viejos
que han quedado solos: todos son atraídos hacia la vida de la tribu.
Este fuego es diferente, pues aquí los
ancianos se reúnen para discutir y redactar las leyes. Aquí todos se dedican a
la justicia y la restitución de los agravios. Estos hombres y mujeres son
respetados por su edad y considerados por su sabiduría. Se sientan en un
círculo alrededor del fuego, y a su cabeza está el mayor de todos. Esta persona
merece todas las deferencias, todo lo que sucede en la tribu o que le concierne
es narrado al mayor de los mayores. Es difícil decir si esa figura agachada es
un hombre o una mujer, pero alrededor de su cuello cuelga un talismán cuya
forma parece el signo astrológico de Mercurio. En su frente lleva el signo que
hemos reconocido ya como el del buscador del conocimiento.
Somos conducidos frente al jefe de la
tribu, cuyos ojos, enmarcados en un rostro arrugado, brillan de inteligencia.
Nos saluda con una mano delgada y nosotros nos inclinamos para oír sus
palabras. Cada uno de nosotros recibe privadamente un momento de su sabiduría.
Delante está el último fuego de todos,
el más fuerte, el de la forja. Conforme nos acercamos podemos escuchar el
sonido del martillo sobre el yunque, y el silbido del hierro trabajando. El
herrero es alto y poderoso, de constitución parecida a la de Prometeo. Es la
figura interior simbólica de este sendero y debemos pensar en él profundamente.
Trabaja en una espada de metal de estrellas que ha caído del cielo, y al que
podríamos dar el nombre de meteorito. La empuñadura tiene forma de llamas y
tiene incrustado un topacio dorado.
El herrero se da la vuelta para
saludarnos, sonriéndonos, deja a un lado el martillo, acaricia la cabeza de un
niño somnoliento que trabaja con el fuelle y le despide a casa. Nos lleva
entonces más allá de la forja, al oasis que hay cerca del campamento. Miramos
hacia el agua y de su profundidad se eleva la imagen mágica de Hod. Es el
Hermafrodita, el cual sostiene una vara de oro alrededor de la cual se
entrelazan dos serpientes y que termina en una piña alada. Es el caduceo, la
vara de Mermes el mensajero, el que trae las palabras a los hombres. El herrero
nos pide que miremos de nuevo hacia el agua y esta vez vemos nuestro propio
rostro, y en la frente llevamos el signo de los de nuestro grupo.
Al tomar estos senderos nos hemos
dedicado a algo muy importante. Conmovidos, volvemos con el herrero a la forja,
y allí está Miguel, el arcángel de Hod, esperándonos con su manto anaranjado
echado hacia atrás y poniendo al descubierto un pectoral de oro. Hefasteo toma
la espada que ha hecho y se la da, es un regalo de uno de los dioses más
antiguos a un señor de la llama; Miguel la toma y la eleva como saludo y a su
hacedor, quien sonríe y se inclina reconocido.
Es el momento de irnos, recorremos el
campamento que está silencioso, aunque hay algunos que no duermen y esperan
para vernos marchar con ojos de conocimiento. Están allí para despedirnos la
curandera, el maestro, el más anciano de los ancianos y el herrero. En el
límite del campamento hay un hombre joven con caballos para que regresemos con
más rapidez a las montañas. El viento es cálido y está aromatizado por las
flores nocturnas del desierto. Parece elevarse y llevarnos a través de la
arena. Las montañas están cada vez más cerca hasta que podemos ver las rocas
que sostienen al titán encadenado, y por encima de ellas la oscura entrada a la
cueva que conduce de regreso hasta Malkuth.
Desmontamos al pie de la montaña y damos
las gracias al joven. Coge los animales por las riendas y vuelve de nuevo junto
a su pueblo. Escalamos con Miguel por la empinada pendiente, fatigados ya y
deseando un descanso. Pasamos junto a la durmiente águila y damos más agua al
infatigable titán. La tribu de la cueva también está durmiendo y ven nuestro
futuro en sus sueños. En la boca de la cueva nos despedimos de Miguel, sabiendo
que volveremos a verle; él levanta la espada a modo de saludo, nos damos la
vuelta y volvemos a entrar en el templo de Malkuth. La puerta se cierra detrás
de nosotros y nos hallamos de pie ante el altar, pensando muchas cosas, pero
sobre todo en Prometeo. En silencio, se forma alrededor nuestro propio nivel y
nos hallamos otra vez en casa.
El tercero de nuestros viajes nos lleva
desde la esfera de Yesod, llamada la «casa del tesoro de las imágenes» a la de
Hod. El trabajo real comienza en el templo de Yesod, pero Malkuth es como
siempre el punto de partida. La letra hebrea del sendero es resh, la
cabeza, la envoltura sagrada del enigma que llamamos la mente, la sede de la
inteligencia humana. El signo astrológico que damos a este sendero es el del
sol. Tomando este sendero podemos iluminar más las esquinas oscuras de nuestra
mente y obtener mayor conciencia de nosotros mismos. La carta del tarot del sol
recibe también el nombre de «el señor del mundo», una frase muy conveniente
considerando que sin él nuestro mundo sería inhabitable.
El texto yetzirático declara que este
sendero es «la inteligencia colectiva por la que el hombre puede estudiar los
cielos y planetas y aprender de sus modos». Por tanto, es un sendero de la
ciencia y de la astrología en particular, utilizando la palabra en su nivel
oculto más profundo. Viajando desde la esfera lunar de los sueños y la
intuición hasta la esfera disciplinada de la mente se consigue una buena
combinación de hechos científicos y de conjeturas inspiradas; combinación que
ha sido la causa de numerosos grandes descubrimientos.
El sendero treinta nos lleva desde
Yesod, cuya visión es la de «la maquinaria del universo», por el camino real
del sol hasta la esfera de la mente en su esplendor, siendo ésa la visión de
Hod. Esto nos indica que viajamos todo el tiempo con la luz, la luz solar del
conocimiento y la luz lunar de la intuición. En términos astrológicos, tenemos
las luminarias en oposición, y en una carta astrológica esto indicaría tensión,
pero la tensión no es siempre mala, pues puede producir un equilibrio de juicio
conducente a realizaciones interiores. Aquí ofrece una vinculación entre la
mente consciente y la subconsciente, preparando el camino para que las
conjeturas inspiradas se conviertan en hechos.
En este sendero podemos descubrir las
partes ocultas de nosotros mismos que necesitan ver el sol, incluyendo las
ideas semiformadas y los deseos que sólo necesitan un poco de calor para
crecer, fortalecerse y fructificar. No hay un sendero que sea más importante
que otros, pero podemos reaccionar más ante unos que ante otros, y este puede
producir efectos en un nivel muy profundo sin que lo parezca. El hecho y la
fantasía en equilibrio pueden producir belleza, pero el exceso del uno o de la
otra provoca el desastre. Vemos aquí al hombre saliendo del estado inconsciente
de la mente, en donde las acciones son principalmente reflejas y los
pensamientos tienden a producirse al azar, para llegar a un modo más organizado
de vivir y de pensar, debido en parte a los ecos de la influencia de Chesed que
se filtra a través de Hod.
En la antigüedad el hombre tuvo muchos
grandes maestros que le enseñaron avicultura, arte, curación, música y
metalurgia. Le dieron leyes que le ayudarán a gobernar sus acciones con
respecto a los otros. Pero se inició también así un proceso que relegó al
subconsciente, produciendo un desequilibrio en el modo de pensar del hombre.
Las dos formas tenían que trabajar en armonía. El objetivo de un trabajo de
sendero es crear un equilibrio entre estos dos modos de pensar, utilizando las
esferas opuestas como los aspectos gemelos y el sendero como el agente
equilibrador. En el sendero treinta deberíamos crear un equilibrio entre la
mente razonadora y la intuitiva, para que trabajen ambas en armonía.
Al asignar el sol a este sendero,
buscamos las formas divinas solares, aunque sólo sea por atribución. Apolo no
era sólo un dios solar, era también un dios de la profecía, recordándonos el
lugar que ocupa la astrología en este sendero y siendo un medio para predecir
acontecimientos futuros. Esto no es tan extraño como pueda parecer a algunos.
Al fin y al cabo, la tabla de mareas se basa en las observaciones de la luna.
Se sabe que las conjunciones de determinados planetas predicen las explosiones
solares con tal precisión que la NASA se fió de esas predicciones para evitar
así enviar hombres al espacio en esos momentos particulares.
Un mito cuyas raíces se han fijado en
este sendero es la batalla de talento entre Ra, el dios solar egipcio, e Isis,
la diosa lunar. Isis creó una serpiente que mordió a Ra en el talón (que es
siempre un punto vulnerable en una forma divina). Como no era una de sus creaciones,
Ra estaba indefenso contra el veneno, por lo que mandó buscar a Isis para que
viniera a curarle. Ella aceptó, pero sólo si él le daba su nombre secreto,
mediante el cual ella tendría poder sobre él. Ra se negó e Isis se fue, pero el
dolor se hizo tan fuerte que al final Ra tuvo que aceptar y le dijo su nombre,
después de lo cual Isis le curó. A partir de entonces declinó el poder del Sol
y aumentó el de la Luna. Aquí el Sol y la Luna estaban en campos opuestos y
trabajan el uno contra la otra.
Lo opuesto a esto es la historia de la
ciencia-ficción. A principios de los años 30, la amplitud de la visión y la
imaginación mostrada por los escritores de estos mitos modernos tenían siempre
la señal de Yesod. Se liberaba la mente en un mundo de sueños, pero, sin
embargo, esos sueños tomaron raíces, crecieron y se convirtieron en hechos que
despegaban y desembarcaban en la Luna, Marte, y luego en el espacio. No hay que
subestimar nunca el poder de los sueños, pues sin ellos el hombre no habría
sobrevivido; son el fundamento de la realidad. ¿Y es realmente una coincidencia
que la primera nave espacial auténtica se llamara Apolo? Aunque Hod parece
estar relacionado con el fuego, observará que su temple recibe el nombre de
«temple acuático de Hod». Para entender esto, piense en la frase que dice que
«Hod tiene sus raíces en Chesed, que a su vez tiene sus raíces en Binah, el
gran mar». Hod está también en la base del pilar de la forma, y recibe así la
influencia del agua que fluye al bajar por el pilar, relacionándose al mismo
tiempo con Geburah, la esfera del fuego. Recuerde que Hod es una esfera de la
transmutación, y que el fuego y el agua hacen vapor.
Muchas escuelas de pensamiento asignan
Rafael a Hod, pero yo he utilizado a Miguel. Realmente son intercambiables en
Hod y en Tiphereth, y he utilizado el sistema con el que me formé. Los que
quieran conocer más datos al respeto, encontrarán en A Practical guide to
Qabalistic Symbolism (volumen 1, capítulo 14, párrafo 8) una explicación
detallada de la razón de esta elección.
En el templo esperamos a Sandalphon,
viene por detrás y coloca una mano suave en nuestro hombro, su bienvenida
resuena dentro de los tranquilos espacios de la mente y respondemos del mismo
modo. Con el signo ya familiar abre la puerta del centro, pero no hay cortina
hasta que llegamos al templo de Yesod. Avanzamos en una niebla violenta que
oculta el sendero en pendiente que hay bajo nuestros pies. Al cabo de un rato,
vemos por delante un brillo plateado: las puertas de Yesod. Se abren al
acercarnos y entramos en el templo de la Luna.
Es redondo y tiene paredes de plata, el
suelo está hecho con losetas de color azul oscuro. En torno al borde del suelo
hay imágenes de la Luna y sus fases. A nuestros pies hay una luna creciente
hecha con ébano y plata, a nuestra izquierda es mitad ébano y mitad plata, y a
través del suelo hay un disco plateado entero y a nuestra derecha un disco de
ébano. Delante hay una laguna en forma de luna creciente cruzada por un pequeño
puente de madreperla. El altar es de mármol blanco y sobre él hay un plato
plateado del que sale la llama. Por encima, en un techo de color azul oscuro,
cuelgan nueve lámparas de plata. Tras el altar parece haber un velo de color
violeta bordado con plata, el cual se estremece y se abre dejando al
descubierto una forma de tal gracia que cada movimiento suyo es como un acorde
musical. Está ante nosotros Gabriel el mensajero. Tiene plegadas las grandes
alas de color violeta y plata, sus ojos son brillante y verdes como un mar agitado
por la tormenta, y brillan dándonos la bienvenida. El respeto atenaza nuestra
garganta al hallarnos en presencia del anunciador de los cristos del mundo. A
nuestro alrededor podemos percibir el sonido y el aroma del mar.
Obedeciendo la petición de Gabriel, que
ni siquiera pronuncia, nos unimos a él junto a la puerta. Consciente de que es
difícil soportar la cercanía de un ser como él, nos protege y cambia su forma
por la de un joven con túnica griega, piel aceitunada y cabellos oscuros como
la noche atados con una cinta de plata. Pero los ojos verdes como el mar siguen
siendo los mismos. Se abre la puerta y la cortina de tarot del Sol se forma
lentamente, encontrándonos al traspasarla en una calle iluminada por el Sol.
Estamos encima de una colina de la que
se domina una ciudad de edificios blancos, y ante nosotros un camino conduce a
una gran plaza. Podemos ver desde aquí un puerto lleno de barcos, y más allá
una alta torre de ladrillos con un fuego ardiendo encima; es Pharos. Un
edificio de gran belleza domina la plaza, cruce de caminos del saber de todo el
mundo conocido, la Biblioteca de Alejandría.
Un hombre sube por el camino y se
encuentra con nosotros con un vigor que desmiente su barba y cabellos blancos.
Lleva alrededor del cuello un collar retorcido de oro cuyo dibujo proclama su
origen celta. Merlín, archimago de Gran Bretaña, nos saluda con su mano
tendida. Nos conduce hasta la plaza y nos detenemos delante de la gran
biblioteca. Vemos la talla del divino Pymander sosteniendo la tabla esmeralda,
y subimos después los escalones para entrar en el salón. Hace un frescor
agradable después del Sol de la calle, altas ventanas recorren los dos lados,
en el suelo hay un Zodiaco hecho con mosaicos y todos los planetas están en su
casa y lugar. En cada esquina hay una de las cuatro criaturas sagradas. Podemos
utilizar las ventanas para ver representaciones vivas que nos permitan conocer
los caminos por los que el hombre ha obtenido su conocimiento, y también la
mala utilización que ha hecho de éste. Quizás podamos aprender de sus errores.
Nos detenemos frente a la primera
ventana y vemos espacio, un espacio infinito. En el centro aparece una manchita
de luz que crece convirtiéndose en un Sol, nuestro Sol, y alrededor aparece el
sistema solar. Vamos observando cada planeta conforme viene hacia nosotros,
manteniendo su lugar en la gran danza. Viene primero Mercurio, pequeño y veloz,
cerca de su padre el Sol. Venus, nuestro planeta hermano, velado por las nubes,
pasa moviéndose con gracia seguido por la Tierra, la cual parece una hermosa
joya de color azul y verde. Marte, rojo y polvoriento, cruza el espacio como el
dios que lleva su nombre; detrás va Júpiter, llenando todo el ventanal con su
enorme masa y mostrando en su pecho un corazón de rubí. El misterioso Saturno,
con sus maravillosos anillos iridiscentes, nos deja sin aliento cuando se
desliza ante nosotros. Detrás vienen Urano, Neptuno y Plutón, todos ellos
exactamente en su tiempo y lugar.
Cada parte del modelo cósmico, como
nuestro sistema solar, se puede comparar con un jardín en donde el logos de ese
sistema siembra las semillas de la vida. Esas semillas enraizarán o no, pues la
voluntad de hacerlo les corresponde sólo a ellas. Todo está aquí para que lo
exploremos, tenemos el conocimiento que nos transportará a este nuevo
territorio, pero ese conocimiento hay que ganarlo con esfuerzo. ¿Cómo hemos utilizado
nuestro don de la inteligencia?
El segundo ventanal muestra otro sol
hecho por el hombre; es Hiroshima después de la bomba atómica, un sol que
destruyó en lugar de calentar, que quemó en lugar de estimular el crecimiento.
No deje de mirar, pues si no lo hace no podrá aprender; la verdad a veces quema
tanto como este abuso del poder; pero el hombre no puede olvidar lo que ya ha
aprendido, y en este caso ha aprendido a utilizar un poder que rivaliza con el
sol. No puede dejarlo a un lado y olvidarlo. Podría destruirle a él y al
planeta, por eso parece algo malo, pero la única maldad está en la intención
del hombre. Cuando se busca y se encuentra energía o poder, lo primero que hace
falta es controlarlo. Cuando lo haya obtenido debe buscar modos de que nos
sirva con seguridad, en lugar de culparse unos a otros por haberlo descubierto.
No podemos ocultar nuestra cabeza en la arena olvidando que existe la energía
atómica. Está aquí y ahora, y hemos de enfrentarnos a lo que hemos creado.
Las siguientes ventanas muestran lo que
hemos aprendido en medicina. Vemos en rápida sucesión a los curanderos del
antiguo Egipto utilizando hierbas y remedios naturales y realizando una cirugía
cerebral primitiva con la hipnosis como anestesia. A los doctores chinos que utilizan
agujas de plata insertadas en la piel para curar la enfermedad. Vemos también a
los doctores europeos de la época medieval, ignorantes y llenos de
supersticiones. Vemos que la peste negra barre la tierra y la enfermedad se
extiende por causa de la suciedad. Incluso en el siglo XIX, vemos a un doctor operando con ropas de
calle y utilizando instrumentos sin esterilizar y brandy como anestesia.
Parecería que el hombre ha ido hacia atrás, pero vemos ahora un hospital
moderno y de lo que vemos podremos aprender y progresar. Enfermedades que en
otro tiempo mataron a tantas personas ahora están controladas o incluso
erradicadas. Por encima de todo, el gran eslabón entre los siglos ha sido el
deseo de curar, incluso cuando las condiciones eran las peores posibles.
Vemos ahora un mercado de esclavos de
apenas hace 100 años. Esposos y esposas, padres e hijos separados unos
de otros para ser vendidos, y a veces, en el caso de los bebés, asesinados
porque son demasiado jóvenes para tener algún valor, o porque costaría
demasiado criarlos. Eso es lo que un hombre puede hacer a otro cuando una raza
cree que su conocimiento le da derecho sobre las demás. Ahora vemos un próspero
pueblo azteca con gentes felices y bien alimentadas; después lo vemos cuando el
celo religioso de otra cultura les ha conquistado. Destruidos y saqueados, sus
lugares de veneración arruinados. Esos montones ennegrecidos fueron en otro
tiempo personas vivas. ¿Un regalo del hombre al hombre?
Ahora vemos el aula de una universidad,
con muchas razas aprendiendo juntas y un grupo de jóvenes tocando música
sentados en la hierba. Un profesor de África dando clase a un grupo de
europeos. Un descendiente orgulloso de sangre azteca y española cultivando la
tierra por la que lucharon sus antepasados. Un joven abogado navajo que lleva
con éxito un caso contra un hombre blanco en un tribunal del hombre blanco. Sí,
podemos aprender.
En el otro lado del salón vemos escenas
distintas, aquí viven de nuevo los maestros del pasado. Lao Tze hablando con
sus discípulos, Buda caminando por una carretera polvorienta y enseñando al
mismo tiempo. Sócrates dando clase a un grupo de compatriotas, Platón
trabajando en su teoría de los números, Jesús hablando en el monte. Aquí
podemos ver y oír a Kepler, Da Vinci, Galileo y Bacon. Una ventana muestra a un
divertido hombre de Neanderthal mirando un círculo de madera por el que
accidentalmente ha lanzado una larga rama (las ventanas tienen su propio
sentido del humor). No muestran siempre lo mismo y ni siquiera lo que les
pedimos del modo en que lo deseamos, pero de lo que nos enseña aprenderemos.
Alejandría sólo fue destruida en el nivel físico, aquí en el astral y en los
niveles mentales superiores sigue existiendo. Merlín señala una puerta pequeña
que tiene tallada en el dintel la letra hebra resh. La abre y pasa a un
hermoso jardín lleno de color y aroma y en el que se produce una sensación de
paz. Aquí animales y aves de todos los tipos andan en libertad y sin miedo. Un
ciervo ociquea en nuestras manos cuando se las extendemos y luego acariciamos
la melena de un león durmiente que está tumbado perezosamente sobre las ramas
bajas de un árbol. Da un gruñido, pero sigue durmiendo con descuido.
Aquí hay un lago con muchas aves
acuáticas; en el centro hay una pequeña isla en la que podemos ver la imagen
mágica de Hod. El Hermafrodita nos muestra los dos lados de nuestra naturaleza,
lo físico y lo espiritual, que deberán unirse para formar una totalidad.
Nuestra naturaleza lunar, femenina e intuitiva, y la solar, lógica y masculina.
Nos sentamos al borde del agua preguntándonos si alguna vez conseguiremos
armonizar las dos partes. El sol y la luna deben estar equilibrados en todo.
Los ojos de Merlín nos entienden, pues en otro tiempo él fue también un
buscador como nosotros y se halló al principio de un largo camino. Todos los
grandes maestros han sido hombres y mujeres de la tierra, han vivido con las
mismas alegrías y miedos que nosotros sufrimos ahora. Podremos convertirnos en
lo que ellos son ahora.
La paz y la comodidad no conducen al
progreso, para crecer necesitamos conflictos, algo a lo que el hombre pueda
enfrentarse. Son pocos los que entienden esto y creen que sin guerras, sin
hambre y sin enfermedad el hombre sería feliz. La verdad es que en esas
condiciones moriría. La estructura del hombre exige que luche y sufra para
reclamar su dignidad perdida. Del sufrimiento surge un mayor conocimiento y una
sabiduría más profunda. Este es el significado de la expulsión del Edén, un
apartamiento del orden para obtener a cambio un entendimiento pleno de la
existencia.
Empezamos a ver uno de los significados
superiores del símbolo del Hermafrodita, que debe haber opuestos en el plan
cósmico, aunque produzcan sufrimiento. Nos levantamos y regresamos con Merlín
hasta el gran salón. Tras regresar a la plaza del sol, llena ahora de gente,
hablamos un rato con Merlín y luego ascendemos a la colina para volver a cruzar
la puerta de la cortina. Nos despedimos aquí, prometiendo regresar para ver lo
que las ventanas nos enseñan la próxima vez.
Cruzamos la cortina y llegamos al templo
de Yesod, donde espera Gabriel con las copas plateadas de agua, mostrando en su
rostro amor y comprensión; y al beber el agua de la luna, nos espera
pacientemente para guiarnos después de regreso hasta el sendero neblinoso que
conduce a Malkuth. Aquí Sandalphon cierra la última puerta. Tenemos mucho que
aprender, mucho que hacer, y el conocimiento puede ser peligroso, pero es
nuestra herencia y debemos utilizarla con prudencia. El templo se desvanece
lentamente.
Si hubiera que poner a alguno de los
senderos la señal de «CUIDADO», elegiría el veintinueve. No es que sea
peligroso en el sentido habitual, pero tiene inclinación a remover cosas que la
mayoría de nosotros preferiríamos dejar tranquilas. Sin embargo, es un sendero
esencial pese a todo ello. Como trata cosas pertenecientes a la tierra, los
estudiantes suelen considerarlo como algo no demasiado agradable o como algo
que hay que cruzar precipitadamente por si resulta nocivo. Ambas actitudes son erróneas.
Actúa como un contrafuerte que junto con el sendero treinta y uno soporta todo
el peso del árbol. El texto yetzirático nos dice que es la «inteligencia
corpórea...; forma todos los cuerpos... y es su reproducción». Esto, en
resumidas cuentas, es el sendero del sexo.
El sendero veintinueve se ocupa de los
cuerpos, de cómo están hechos y de lo que les hace vibrar al formarse. Como en
nuestro impulso sexual lo que hace que la mujer y el hombre se sientan atraídos
son las reacciones químicas, este sendero tiene mucha relación con el sistema
endocrino. Pero no todo termina ahí. Es también el sendero que rige la actitud
del hombre ante los demás, su compañero o compañera, hijos, tribu, incluso en
cierta medida con su dios, pues la primera idea que tuvo el hombre de dios
estuvo muy relacionada con la necesidad de la fertilidad en los cultivos, los
animales y las mujeres. Las necesidades básicas exigen dioses básicos, los
cuales tienden a hacer sacrificios muy básicos. De ahí provino la antigua
religión de la fertilidad, el culto a la prostitución sagrada y la práctica del
heiros gamos, o matrimonio sagrado, del rey o la reina con el dios o la
diosa.
La carta del tarot asignada al sendero
veintinueve, la luna, nos da muchas pistas. Hay una laguna de la que emerge una
criatura marina, lo que es un buen simbolismo de la aparición de la vida a
partir de nuestra matriz primaria, el mar. El paisaje es agradable y se nos da
a entender la construcción del conocimiento en la forma de las dos torres. Hay
un lobo y un perro sentados junto a la laguna, el uno animal salvaje y el otro
domesticado, aunque ambos forman parte de la misma especie, recordándonos que, aunque
podamos tener una civilización, lo primitivo no está muerto, sino que yace
dormido en nuestro interior.
La propia luna es un símbolo de la
influencia ejercida sobre las mareas de nuestro planeta, y las mareas
interiores más profundas del hombre y de la mujer. Estas mareas de la vida
tienen flujos y reflujos a lo largo de toda nuestra vida, y nos hallamos
controlados en gran medida por esta esfera lunar. En el pasado, jugó un papel
vital en nuestra vida religiosa, y lo sigue jugando, pues el hombre no ha
dejado nunca de venerar a la diosa luna en sus múltiples formas.
La letra es qoph, nunca, la parte
que sostiene el cerebelo; y cuenta la tradición que su aspecto sirvió de diseño
para el primer laberinto. También es la parte que se relaciona con la columna
vertebral, por la que asciende el poder de Kundalini. La médula, que es un
centro psíquico, conecta con el sistema límbico, del que podría decirse que
retiene, o al menos guarda, los llamados poderes ocultos. La forma misma de la
letra habla de la posición erguida del hombre.
El signo astrológico es Piscis, el cual
muestra la dualidad del sendero, el aspecto masculino/femenino que es la
esencia del camino. Los nativos de Piscis suelen ser soñadores y tienen
inclinación a lo emotivo, lo que son características de los amantes. El aspecto
de Venus del sendero no necesita explicación, pues su mismo simbolismo lo
aclara. Pan, el dios con cuernos del bosque, tiene también aquí su lugar. Esta
forma divina puede asignarse también a muchos de los senderos, pues es un
nombre griego que significa «todo». Malkuth, Netzach y Chocmah pueden
reivindicar también su forma simbólica, forma que es extremadamente poderosa.
El es el aspecto masculino fertilizador, lo mismo que Afrodita es el aspecto
femenino receptor, y el uno no puede operar sin la otra. A pesar de los mitos
que hablan de la preferencia de la diosa del amor por Hades, Pan y su esposo
Hefasteo comparten el aspecto de creatividad que la diosa nacida en la espuma
necesita para su trabajo; es decir, para que el mundo siga en marcha.
Es evidente que este sendero tiene que
incorporar el aspecto físico del sexo, más las variadas emociones que forman
parte de él; en otro caso, el viaje no
enraizaría en la tierra. Recibe el nombre de sendero de la naturaleza, y con
seguridad el atractivo de la madre tierra puede correr en paralelo con el
encanto igualmente atractivo de Venus. Pero hay que recordar que la madre
naturaleza puede comportarse de una manera muy poco propia de una dama, y
volviendo a pensar en las dos criaturas con aspecto de perro de la carta del
tarot, suele decirse que la perra es difícil de domesticar. Un antiguo refrán
dice que «la naturaleza tiene rojos los dientes y las garras», especialmente la
naturaleza de quien ha tenido más éxito, el hombre. La adaptabilidad forma
también parte del sendero veintinueve, pues es necesaria para sobrevivir.
Uno de los aspectos inversos de este
sendero, pues, los tiene, es la evidente ambición del hombre por ser el único
animal sobreviviente en este planeta. Cada año mata a un mayor número de
miembros de la vida animal y vegetal, con quien se suponía tenía que compartir
la tierra, y el crecimiento de la población mundial es el enloquecimiento del
sendero veintinueve.
Es un sendero de parejas, por lo que no
nos sorprende que la dama del sendero, Afrodita o Venus, tenga una naturaleza
doble. Esto nos conduce al misterio de la Isis negra y la Isis blanca. Es un
tema tan amplio que necesitaría un libro, pero aquí basta con decir que incluso
la diosa del amor y la belleza tiene su gemela oscura. Oscuridad no significa
siempre mal; en realidad, raras veces lo significa, y un estudio de las
leyendas de Isis y su hermana Neftis le será de gran ayuda. Los recién llegados
al ocultismo se inclinan invariablemente hacia la Isis blanca, sorprendiéndose
cuando se convierte en la negra, pero no hay nada que temer a este respecto.
Sin embargo, es mejor empezar con el aspecto negro y esperar, pues siempre se
convertirá en la Isis blanca. Para conseguir una explicación aún mejor, lea la
historia de Lady Ragnell, la esposa de Sir Gawaine, y pase de ahí a la canción
de Salomón.
Hay una gran similaridad entre el
sendero treinta y uno y el veintinueve. Juntos forman los elementos polarizados
del fuego y el agua, y el principio del símbolo del caduceo. El sendero de
fuego que va de Malkuth a Hod, terminando en un templo de agua, es el inicio
del rayo azul de la sabiduría, mientras que el sendero veintinueve, que es de
agua, termina en un aspecto de fuego e inicia el rayo verde del poder. Este
aspecto cruzado del árbol lo encontrará una y otra vez; estúdielo bien, pues en
él está la clave de los senderos ocultos.
Al formarse a nuestro alrededor, el
templo está lleno del aroma de las flores. Sandalphon juega con algunos de los
Ashim, extiende sus manos y de ellas salen chispas de fuego que forman
complicados diseños, semejantes a espirales del ADN coloreadas. Ascienden hasta
el techo y mantienen la forma mientras el arcángel nos mira y viene a
saludarnos. Cuando pasamos junto a las luces, nos dice que la exhibición es
para nosotros, para recordarnos el modelo básico de nuestro ser. Enviamos un
pensamiento de agradecimiento a los Ashim, quienes rompen filas y se amontonan
a nuestro alrededor. Es la primera vez que tenemos un contacto íntimo con
ellos, y es como hallarse en medio de una exhibición de fuegos artificiales.
Cubre nuestras manos y cabezas, hasta el punto de que parecemos luciérnagas, y
después, a una palabra de Sandalphon, se van y regresan al altar.
Se forma sobre la puerta la cortina del
tarot, su paisaje iluminado por la luna parece frío y prohibido. Cuando se
solidifica y toma vida, la cruzamos, sintiendo por un momento que nuestros pies
están en la laguna, y después nos adentramos en una espesa selva. A nuestro
alrededor el aire está lleno de ruidos, el olor de la vegetación podrida asalta
nuestro olfato. La tierra da la impresión de ser un terreno pantanoso, cediendo
bajo nuestros pies a cada paso. Los árboles, si es que puede dárseles ese
nombre, parecen helechos gigantescos, y los cultivos que un día se convertirán
en las hermosas flores que conocemos no son más que gruesos y feos nudos de
color verde rayados con colores rudimentarios. Es la tierra hace millones de
años, vigorosa, cambiante y violenta, y no hay nada que sugiera que alguna vez
sea diferente.
Escuchamos de pronto un grito terrible
y, puestos a salvo en un grupo de helechos gigantes, vemos un espectáculo
sorprendente. Un animal parecido a un lagarto gigante lucha con otro de su
tipo, más pequeño, que parece una hembra; en esa época no hay negociaciones y
el que es más débil y pequeño muere. Nos vamos a toda prisa dejando a los
combatientes que prosigan su lucha.
No hay ningún camino que podamos seguir
y nos abrimos paso entre las paredes de verdor que constantemente estorban
nuestro camino. Luego éste empieza a hacerse más escaso y nos hallamos en un
espacio bastante claro. Frente a nosotros hay una puerta de piedra formada por
dos piedras erguidas con una tercera cruzada sobre ellas que lleva escrita la
letra hebrea qoph. Frente a la puerta hay un ser y tardamos algún tiempo
en darnos cuenta de que es una mujer baja, rechoncha y negra. No tiene el color
negro satinado de una hermosa africana de nuestra época, sino un color barroso
y apagado. Sólo tiene un ojo, los labios partidos y carece de dientes. En su
cuerpo no hay la menor simetría formal e incluso desde lejos podemos oler su
aliento y olor corporal.
A través de la puerta pétrea del tiempo
podemos ver un paisaje más favorable, pero antes de entrar hemos de pagar el
precio. El costo de la entrada es un beso a su guardián. Si no quiere o no
puede pagar ese precio, vuelva al templo. No podrá avanzar hasta haberlo
pagado, y antes o después tendrá que hacerlo.
Cuando hemos pagado el precio, traspasamos
la puerta y llegamos a la siguiente zona temporal. La tierra sigue siendo
primitiva, pero en las formas de la vida animal y vegetal han cambiado muchas
cosas. Los árboles se parecen más a los que conocemos de nuestro tiempo. Han
aparecido ya los nombres de Neanderthal y de Cromagnon, quienes están dando
forma a la tierra y a su propio destino. Cruzamos la llanura cubierta de hierba
y vemos pequeños animales parecidos a caballos que se alejan cuando nos
acercamos; por delante hay una especie de sendero serpenteante que penetra en
un área densamente arbolada. Ha oscurecido y vemos un fuego; nos encontramos
mirando a un pequeño grupo de gentes de la Edad de Piedra. Son aproximadamente
una docena, incluyendo a varios ancianos y algunos niños, desde un bebé que va
en los brazos hasta uno de siete años. Hay dos mujeres más jóvenes y tres
hombres adultos, uno de los cuales es evidentemente el jefe.
Están asando carne en el fuego, y a
juzgar por los sonidos que producen, hacía tiempo que no comían tan bien. Un niño
de unos seis años está demasiado hambriento para esperar, y trata de coger una
pata, pero el jefe, con un grito de rabia, le da un golpe en la cabeza que lo
manda dando vueltas por encima del fuego a un montón de paja que hay al otro
lado. Se queda allí quieto, con la cabeza sangrando. La madre, mordiendo y
arañando, salta en defensa de su hijo, pero en vano, pues la fuerza mayor del
hombre la vence con falicidad, y va a reunirse con el niño inconsciente,
lamiéndole la sangre que brota del profundo corte de su cabeza.
Cuando la carne está preparada, los
cazadores eligen primero, luego las dos mujeres, los niños y por último los
ancianos. La madre coge su trozo y lo ataca con los dientes; casi lo ha
terminado cuando ve que el niño se mueve. Pasea una y otra vez su vista entre
la carne que tiene en las manos y el niño, como si estuviera reconstruyendo
alguna imagen en su mente. Poco a poco ocupa su sitio y, aunque está
hambrienta, le da la carne al niño, frotándola para que caiga el jugo en su
boca, y estimulándole a que la chupe.
El niño, confuso pero consciente,
mastica el alimento consolador y vuelve a dormirse. El cazador, ahora repleto,
busca más consuelo y aleja a la mujer del niño, llevándosela a la zona de
sombra, donde se une brevemente a ella antes de regresar al fuego. Ella se
arrastra hasta el niño y lo acuna. Nos vamos dejándoles soñar con felices cazas
y vientres llenos. Al irnos, el cielo se ilumina a través de los árboles y al
poco tiempo es de día. Llegamos a una pequeña aldea primitiva en la que las
casas están hechas de paja y de ladrillos cocidos al sol. En el centro del
pueblo se levanta una sola piedra con forma de palo. Su superficie es oscura
con algunas manchas, pero no nos preocupamos en pensar cómo se hicieron.
En el otro extremo del pueblo unos
hombres sacrifican a una cabra; el animal, aterrorizado, trata de luchar, pero
su destino está sellado. Aunque lo condenamos, para estas gentes eso es tan
necesario como la sal o el agua, pues sin la ayuda de los dioses sus cultivos
no crecerían, sus animales no se reproducirían y sus mujeres serían estériles.
No podemos interferir; hemos de mantenernos alejados tal como lo hicimos en el
sendero treinta y uno. Debe recordar que ningún sacrificio se hace nunca en
vano. No por eso será más fácil verlo o soportarlo, pero podemos quitarle al
animal el dolor y el miedo invocando la ayuda de Sandalphon. La cabra se deja
caer y deja de luchar, cierra los ojos pacíficamente y ni siquiera se estremece
cuando el cuchillo le quita la vida. La hemos ayudado mucho. Una de las cosas más difíciles de aprender es a no
interferir en las cosas que vemos en el sendero a menos que se nos diga que lo
hagamos. Hay que obedecer esta norma por muy difícil que nos resulte.
Las mujeres recogen su sangre en un
cuenco, la llevan hasta la piedra y la derraman por encima. Para nuestra forma
de ser contemporánea, esto es algo terrible, pero si queremos apreciar el
cambio en el modo en que el hombre ha venerado a sus dioses, no debemos tener
miedo de enfrentarnos a estas cosas. No estaremos de acuerdo con ellas, pero
así es como fueron. Hecho el sacrificio, las mujeres se van, y los hombres se
reúnen para llevar a cabo la siguiente parte del ritual. También nosotros
debemos proseguir nuestro viaje.
El bosque va siendo menos espeso y el
paisaje se ensancha, llegando a un río que, crecido se precipita hacia el mar.
Lo cruza un puente de piedra y nos quedamos allí, observando dos carpas doradas
que nadan perezosamente en estas aguas rápidas. En el otro lado hay una madera
que conduce a un jardín de flores, sobre todo rosas de todos los tonos, cuyo
aroma es casi sobrecogedor. Caminamos por el jardín de Afrodita con placer, los
árboles están llenos de pájaros cantores y se mueven por allí en libertad
pequeños animales de todo tipo.
En el aire tranquilo escuchamos una
flauta dulce, cuya melodía nos llama, tirando de las cuerdas del corazón y
entretejiéndose en nuestra mente y espíritu. Evoca imágenes de bosques y
orillas, de montañas y valles, y oímos en esa melodía las voces de los que aman
y son amados, por lo que nos dirigimos hacia el lugar de donde procede. Como si
nos tiraran de una cuerda, caminamos en un sueño y mientras lo hacemos se unen
a nosotros y nos siguen animales y pájaros de todo tipo, todos en parejas,
macho y hembra. Este sendero tiene estatuas a ambos lados, todas ellas de
amantes. Eros y Psique, Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa, Dante y Beatriz,
Antonio y Cleopatra: están aquí todos los amantes de la historia y la
literatura.
Delante hay un templo de piedra blanca rodeado
por palomas del mismo color y por dos enormes leopardos tumbados al sol sobre
los escalones. También se sienta en la escalera el flautista, con su bronceado
torso brillando al sol, sus ojos ambarinos reluciendo por la diversión que le
producen nuestros asombrados rostros. Los curvos cuernos y los miembros
extendidos cómodamente sobre los escalones calentados por el sol, así como la
reverencia de los animales silenciosos por su amigo y protector, nos indican
que estamos en presencia del gran Pan.
La flauta se halla ociosa en sus manos,
pues acaba de separarse de sus labios sensuales y abiertos que sonríen ahora
con placer. Se levanta, se estira y bosteza, y no nos cabe duda de su derecho a
ser considerado como el dios de la fertilidad. Sale del templo una mujer, pero
de esas que los ojos mortales sólo raras veces ven, la diosa del amor y la
belleza que ella sola da gracia a su jardín. Una melena de cabellos dorados
como la miel cae hasta sus rodillas, los ojos brillan con suavidad y los labios
invitan al beso, recibiendo uno del dios de pies de patas de cabra. Su cuerpo
desnudo es la perfección de la feminidad, su misma presencia seduce el corazón
de todos los hombres y hace de cada mujer un templo en su honor.
Los animales se amontonan alrededor de
la divina pareja, apretujándose para tocar una mano o recibir una palabra de
alabanza. Su voz tiene la misma calidad de la flauta y nos hace acercarnos a su
lado, para poder sentir también su mano cuando nos bendiga. Sin ella no habría
alegría, ni amor ni nueva vida que bendijera la tierra. Flor y árbol, animal y
pájaro, insecto y pez, todos deben tener su bendición para poder procrear. El
amor y la alegría de amar es el don que ella da a toda la vida que hay sobre la
tierra.
Pan coge a la dama por la mano y la
acerca hasta la puerta del templo, deteniéndose allí y sonriendo a la asamblea,
para después dar la vuelta y traspasar el umbral. Empezamos a deshacer nuestro
camino, pero los animales se quedan allí, quietos y silenciosos, mirando la
puerta cerrada como si esperasen alguna señal. Pasamos junto a las estatuas y
nos abrimos camino por el fragante jardín hasta llegar a la puerta de madera.
Al llegar allí oímos desde el templo distante el grito de amor de una mujer, el
cual rompe el hechizo y hace que los animales se vayan hacia los árboles,
quedando el jardín silencioso y vacío.
Cruzamos el río y regresamos al pueblo,
pero aquí las cosas han cambiado, pues el falo de piedra ha sido sustituido por
la estatua de un hombre y una mujer entrelazados, ya no está manchado y la
piedra se halla, en cambio, cubierta de frutas y flores. Una mujer ordeña una
cabra y un niño pequeño tira de su mano recibiendo una caricia. Alegrándonos de
esta forma más suave de venerar la fuerza de la vida, nos apresuramos, pues el
cielo se vuelve oscuro y bajo la luz de la luna llegamos hasta donde estaba la
tribu de la Edad de la Piedra, que ahora duerme.
El cazador monta la guardia, vigilando a
su pequeño grupo; el niño pequeño duerme al lado de su madre, y se queja en
sueños, pues la cabeza le duele todavía. El cazador se dirige hacia él y se
agacha a su lado, lucha por un momento con cierta agitación interior, y
después, con un torpe gesto de consuelo, pasa la mano por los cabellos del
niño. Este despierta y durante un momento se miran fijamente el uno al otro,
sintiendo que algo nuevo está entrando en sus vidas y su conciencia. Lenta,
dolorosamente, sin darse cuenta de que está viviendo una pequeña parte de la
historia, el cazador sonríe. Coge al niño en sus brazos, tal como ha visto que
lo hacía la mujer, y lo lleva junto al fuego. Se sientan en cálida compañía, el
niño a salvo y caliente en los brazos del padre. Una nueva forma de amor ha
llegado al mundo. Le dejamos gozar de su proximidad recién encontrada y
seguimos el camino.
Bajo la luz del amanecer vemos la puerta
de piedra, y tras ella la selva primigenia, así como a la negra Isis que nos
está esperando. Cruzamos precipitadamente la puerta del tiempo y la figura
resplandece y se desvanece, viendo en rápida sucesión a la mujer de la Edad de
Piedra, una mujer del pueblo, una joven beduina y a una joven judía con su
típico tocado. Una nubia de piel negra satinada, orgullosa de estar embarazada,
y a una novia china con su traje de boda. Pasa ante nosotros la mujer en todas
sus formas y finalmente aparece allí la hermosa Afrodita con los brazos
extendidos para darnos la bienvenida y para devolvernos el beso de amor que le
dimos cuando era fea y repulsiva. Después se va.
Recorremos con prisa la selva hasta
encontrar la cortina del tarot que nos está esperando, colgada entre dos de los
enormes helechos. Tras ella, oscuramente, podemos ver las formas destelleantes
de los Ashim, y la cruzamos para llegar al templo. Las chispas se amontonan a
nuestro alrededor como si estuvieran embebiéndose de los residuos de la
presencia de Afrodita. Sandalphon cierra la puerta y luego nos lleva hasta
situarnos delante del altar. De pronto escuchamos gaitas y una gran risa que
oímos a nuestras espaldas nos hace girar con sorpresa. Allí está Pan, con las
pezuñas firmemente asentadas, la cabeza echada hacia atrás, los cuernos
brillando bajo la luz del altar. Ahora está en silencio y pasa una mano sobre
nuestras cabezas, con el mismo gesto del padre de la Edad de Piedra, pero con
una comprensión mucho mayor de nuestras necesidades espirituales y físicas. El
templo se desvanece lentamente.
Como el sendero veintinueve se ocupaba
mucho del aspecto físico del sexo, podemos considerar el veintiocho como el
aspecto superior y perfecto. Eso ajusta con el texto yetzirático que lo
describe como la «inteligencia natural: pues se completa y perfecciona la
naturaleza de todo lo que existe bajo el sol».
El viaje nos lleva de Yesod a Netzach,
uniendo así las imágenes del fuerte hombre desnudo y la hermosa mujer desnuda.
Adán y Eva, tal como eran bajo el sol de Tiphereth, completos y perfectos en el
sentido espiritual, pero sin haber llegado todavía al reino de Malkuth, donde
tendría lugar el resto de su educación. Aquí, en el punto del equilibrio, han
de elegir si caen en Malkuth o permanecen como están. La balanza es Lucifer, el
portavoz de la luz, no la serpiente del mal como lo representa la Biblia, sino
un ser espiritual de gran poder. Su papel en el progreso del hombre hacia la
divinidad ha sido de importancia vital. Lucifer, como el hijo de la maña (la
estrella de la mañana) está muy implicado en este sendero. Se halla relacionado
con Venus, y con la hermosa mujer de Netzach, y a su corona de esmeraldas le
falta la piedra central, afirmando la tradición que con ella se talló el Grial.
Lucifer es, en realidad, uno de los mensajeros de la humanidad, y hay una gran
diferencia entre él y el llamado Lucífugo.
En el Jardín actuó de catalizador, y
podemos trazar una analogía con el Hades del sendero treinta y dos, quien
presiona al alma para que busque su propia profundidad a fin de que pueda
alzarse triunfante y divina. El hombre ha recibido libre albedrío, pero, a
menos que reciba también opciones, esa libre voluntad no pasará de ser una
abstracción, un «puede ser». En la interpretación del mito hay algo a lo que solemos referirnos como «el
error vital». Es un acontecimiento que parece un desastre, que se percibe como
tal y que ciertamente eso es lo que es. Pero por medio de ese error puede
surgir un bien mayor. El mejor ejemplo es la historia de Eros y Psique. Si
Psique hubiera obedecido a su amante y no hubiera tratado de descubrir la
identidad de éste, habría acabado envejeciendo, perdiendo su amor y muriendo.
Por desobedecer las instrucciones de Eros, lo perdió al principio, pero
después, por su amor y su determinación para volverlo a ganar frente a toda
adversidad, consiguió la belleza y la vida eterna, además de a Eros, y todo ello
gracias a un error vital.
Volviendo al Edén, allí se cometió el
mismo tipo de error, pues, aunque Lucifer obtuvo lo que quería, no pudo
sentirse muy feliz por ello y recibió muy mala publicidad. La humanidad podía
elegir entre morder o no morder, e hizo lo equivocado, pero el Creador nunca
deja pasar una buena oportunidad. Al caer en la materia, el hombre pudo añadir
la experiencia vital física a la espiritual. Puede tardar mucho tiempo en
volver a la vida eterna y la divinidad, lo mismo que tardó mucho tiempo Psique
en lograr lo que quería, pero llegará allí y a lo largo del camino tendrá que
hacer elecciones importantes. Al fin y al cabo, la carta del tarot
correspondiente al Malkuth es el mundo, la obra completada.
La carta del tarot que utilizaremos en
el sendero veintiocho es la del Emperador, a quien podemos considerar aquí como
el padre supremo o Creador. (Sé que hay una gran controversia con respecto a
cuál es la carta que debe utilizarse aquí. Yo he utilizado la que se sugiere en
el libro Practical Guide to Qabalistic Symbolism, pues pertenece al
sistema en el que fui formada.) Hay otros que prefieren utilizar la estrella, y
pueden hacerlo. Hay una tradición que afirma que, cuando Adán estaba muriendo,
su hijo Seth volvió ante las puertas del Edén y pidió el Grial para curarle. La
petición fue rechazada por buenas razones, pero la esperanza estaba allí, y la
estrella es esperanza, la esperanza del Grial y la vida eterna. Por tanto, en
relación con este sendero esa carta tiene tanto derecho a su representación
como la del Emperador, y por consiguiente, puede utilizarla si lo desea.
El sendero veintiocho es de un tremendo
poder creativo, razón por la cual se utiliza la carta del Emperador; es el
sendero que se relaciona con los poetas y los soñadores. El camino que va de
Yesod a Hod utiliza la lógica incisiva y clara de la mente pura, relacionándola
con la intuición. El veintiocho toma las esperanzas, deseos y sueños del hombre
y les insufla la fuerza vital de Netzach. El primero nos hace trabajar para que
nuestros sueños se vuelvan realidad, el otro puede hacer que nos contentemos a
veces simplemente con soñar, a menos que el deseo y la necesidad de que ese
sueño se cumpla sean tan grandes que irrumpan a través de Malkuth. De cualquier
modo, puede ser una experiencia excesiva para quien no esté preparado, y
resulta vital elegir adecuadamente.
La cualidad de reflejo del sendero, su
capacidad para hacer que la imagen parezca más hermosa que el original, queda
tipificada en su signo astrológico. Acuario, y hace referencia también a la
similaridad con el trigésimo. Ante el viajero que recorre el sendero coloca
otro espejo, pues tal como veremos a partir del sendero veintiséis, el árbol
está repleto de espejos situados en los lugares más improbables.
La falta de habilidad en este sendero
produce una incapacidad igual con la fuerza creativa en el nivel físico. El
frustrante bloqueo mental que sufren artistas, escritores y músicos puede
rastrearse casi siempre hasta una ausencia producida en el sendero veintiocho,
y el trabajo de sendero es un modo bastante seguro de conseguir el desbloqueo.
Tiene en su interior elementos de fuego y de agua, y, por tanto, no es
sorprendente que pasear junto al mar, sobre todo cuando las condiciones
climáticas son malas, o mirar las brasas de un fuego, puedan estimular las
facultades creativas del hombre. Ambos elementos necesitan ser controlados
dentro del ser para que fructifique la plena capacidad creativa.
Tzaddi, la letra hebrea del sendero, transmite
el simbolismo de dos tipos de poder vinculados, componiéndose de dos yods unidos
que fluyen hacia abajo creando una letra nueva. El yod significa mano, y
dos manos son siempre mejor que una. El significado real de tzaddi es
anzuelo de pesca, término válido si consideramos las imágenes femenina y
masculina asignadas a este sendero y el modo en que actúa entre ellas la
química corporal, «pescándolos», por así decirlo, para unir a los sexos.
Por la asociación con el equilibrio, o
por la falta de éste, que es la tentación bajo otro nombre, este sendero está
recargado de ilusiones, lo que resulta normal cuando se parte de Yesod. Los
polvos de las hadas, los mantos mágicos de la invisibilidad y las maduras
manzanas de la tentación que prometen conocimiento en todos los sentidos de la
palabra son las cosas que hay que combatir en el sendero veintiocho. Es de
esperar, por tanto, que seamos puestos a prueba con el ofrecimiento de lo que ha sido el sueño humano en todas las
épocas, la belleza y la juventud eternas.
Aquí, en el sendero veintiocho,
encontramos matices de la carta del tarot de los amantes, pues la mujer de
Netzach mira hacia el sol de Tiphereth, y el hombre de Yesod la mira a ella.
Deberíamos pensar en esto y convertirlo en tema para una meditación.
Elohim, el orden angélico de Netzach,
tiene aquí un papel que jugar en virtud de su belleza y juventud eternas. Esto
puede ser una gran tentación para un hombre que haya ansiado siempre ese
premio. Por este camino cabalga Aengus Og, señor del Sidhe y rey de Tir Nan Og,
tierra de la juventud perenne; y la suya es quizás la tentación mayor.
Lo primero que vemos cuando a nuestro
alrededor se forma el templo es a un solo Ashim suspendido por encima del
altar. No hay nadie más. De pie ante la luz vemos al alma del fuego suspendida
por encima de la llama, como si estuviera absorbiendo su energía. Tiene el
tamaño de una pelota de golf, late con el fuego, la luz y el calor, y vista de
cerca se parece a un átomo con un diminuto núcleo semejante al sol, y nódulos luminosos más pequeños que giran a su alrededor. Ese ser
permanece quieto, como si se diera cuenta de que lo estamos examinando, y por
un momento nos sentimos como si estuviéramos en una situación embarazosa, pero
el suave contacto mental del Ashim elimina esa sensación y nos da a entender
que se alegra de estar cerca de nosotros. Se dirige hacia la puerta central y
realiza una danza compuesta por una serie de complicadas espirales; la puerta
se abre y penetramos por ella, dejando a la chispa danzar bajo la luz del templo.
La niebla nos rodea cuando caminamos por
la pendiente que va hacia Yesod, con el pensamiento puesto en el sendero que
tenemos delante. Las puertas de plata de la luna se abren silenciosamente, en
la atmósfera hay un aroma de alcanfor y sándalo, y la luz del plato plateado
llamea como si nos saludara. Surge de las sombras uno de los Cherubim, con sus
graciosas alas cerradas junto a su cuerpo. Nos dirige hacia la puerta de la
derecha y aparece la cortina con la carta del emperador. La cortina cuelga
temblorosa hasta que se solidifica en una realidad astral; hacemos una señal de
asentimiento ante el Cherubim y luego nos abrimos camino cruzando la cortina
del emperador y pasando al salón del Zeus olímpico.
Tras los grandes pilares marmóreos se abre
una vista de montañas nevadas con un valle situado muy abajo, y allí podemos
ver unos ríos gemelos que cruzan una extensión verde de tierra que termina en
otra montaña situada en la cabeza del valle. A nuestro alrededor están los
dioses de la leyenda, los cuales hacen con su presencia que este salón parezca
diminuto. Sobre un elevado estrado, Zeus está con su corte, riendo y bromeando
con los que le rodean. Hades, de oscuro entrecejo, está allí de pie, mirando
hacia el valle inferior, como si tratase de penetrar en la roca que oculta su
propio reino, en donde Perséfone, la de blancos brazos, espera a su señor.
Poseidón se muestra impaciente con estas diversiones y parece que sólo desea
estar de nuevo en las profundidades verdes, cuidando de su pueblo. Se da la
vuelta para hablar a un guerrero de gran altura y barba roja, a cuyo costado
cuelga una espada magnífica. Pero Ares sólo tiene ojos para la hermosa mujer
que está tumbada sobre un diván que hay en la sala. Vestida de color verde, con
el cabello adornado de oro y perlas, y llevando el ceñidor dorado que le hizo
su esposo, la encantadora Afrodita le devuelve su intensa mirada, olvidándose
ambos del atormentado corazón de Hefasteo, quien está al lado de su esposa.
Hera, hermana y esposa de Zeus, va de un
lado para otro hablando, riendo, pero vigilando siempre a su esposo, tan
proclive a los amores. Hermes está sentado en los escalones, aburrido, y lo
único que desea es hallarse en otra parte. Tiene sus largas piernas y sus
alados pies estirados frente a él, y pasa el tiempo arrojando pan a los pavos
reales que siguen a Hera conforme ésta va de un grupo a otro. Gradualmente los
vemos a todos. Deméter, la de profundo pecho, sentada tranquilamente junto a su
hermano Ares, olvidadas todas las heridas por su amor mutuo hacia Perséfone.
De pronto, una voz de tono dulce,
auténtico y dorado, corta el ruido y la charla; es Apolo, que canta la gloria
de los dioses y las hazañas de sus héroes. Todos guardan silencio cuando él
canta, e incluso la severa Atenea ríe y asiente de vez en cuando, mientras
Artemisa deja de limpiar sus flechas para escuchar a su hermano gemelo. De toda
esa maravillada multitud, sólo uno parece que no escucha. Alto y de color
oscuro, envuelto en un manto del color de los jacintos de verano, está de pie y
nos observa. Una voz nos llama y poniéndose a nuestro lado, aparece un joven
hermoso, cuyos cabellos caen en rizos dorados sobre su frente. Zeus ha pedido a
Ganímedes, su favorito, que nos lleve hasta su trono. Cuando nos acercamos a
él, el gran padre dios parece aún más grande, tiene unos ojos de águila y un
aura de majestad que invade todo el salón como si fuera una niebla dorada. En
la mano sostiene una copa tallada en una pieza de «sardonyx» y decorada con
todo tipo de joyas, constituyendo un ejemplo soberbio de la artesanía de
Hefasteo. La extiende hacia Ganímedes pidiéndole que la llene con el vino
oscuro y melado de la antigua Hélade. Zeus dice:
«Bebed,
amigos míos, bebed con los dioses del Olimpo y sed uno con ellos. Sed uno de
nosotros y parte de todo lo que ha habido en esta hermosa tierra. Os haré a
todos dioses y diosas, con vuestros poderes y esferas. Sólo os pido que me
reconozcáis como gobernante del Olimpo y de todo lo que le pertenece» [alza la
copa y espera].
Vacilamos; a nosotros nos corresponde
elegir: sin mayor problema, podemos convertirnos en dioses. Tener poder sobre
los demás a pesar de todos nuestros fallos humanos. Algo hace que miremos hacia
una figura oscura y silenciosa que hay en la esquina. Mueve su cabeza de un lado
a otro, advirtiéndonos que no bebamos, como queriendo decir que esa copa no es
para nosotros. La tentación es grande, pero hemos de negar con la cabeza y
alejar de nosotros la oferta de una divinidad prematura.
Zeus sonríe, se lleva la copa a los
labios y la apura. Sabe que no puede presionarnos con su oferta una vez que la
hemos rechazado. El oscuro extranjero nos pide que le sigamos, se da la vuelta
y desaparece tras el gran trono. Encontramos allí una gruesa cortina que cubre
una puerta, nuestro guía la aparta dejando al descubierto unas escaleras de
piedra cortadas en el lado de la montaña, las cuales conducen hacia el valle.
Uno a uno cruzamos la puerta e iniciamos el largo descenso. Nuestro guía no
dice nada, pero se mantiene cerca detrás de nosotros. Camina con una ligera
cojera, pero su porte es orgulloso, casi regio.
Al llegar al valle, vemos una carretera
que serpentea en la distancia, con los dos ríos corriendo a cada lado. Tallada
en la roca que hay al principio del camino está la letra hebrea tzaddi. Lejos
podemos ver una montaña mucho más pequeña, con un edificio blanco situado a la
mitad del camino que conduce a su cima. Del edificio sale una luz, como si
alguien hubiera abierto una puerta de una habitación brillantemente iluminada.
Recorremos la carretera en silencio,
como peregrinos, y después la fragante brisa nos trae débilmente el sonido de
voces y música. En el neblinoso crepúsculo que nos envuelve se acerca hacia nosotros un
desfile de seres que no se ven normalmente en la tierra. Es una procesión de
gentes sorprendentemente hermosas, algunas de las cuales caminan, otras van a
caballo y otras más son transportadas en literas envueltas en sedas y
terciopelos. Ayudados por sus siervos, pertenecientes al pueblo de las hadas,
los señores de las colinas huecas, los Sidhe, cabalgan hacia nosotros.
Venían primero los tamborileros del país
de las hadas, vestidos con colores rojos y verdes; los tambores eran calabazas
huecas cubiertas con piel de murciélago blanco. Las baquetas son huesos de
patas de saltamonte, y marchan con un compás uniforme. Vienen luego los
gaiteros, con capas hechas con las escamas relucientes de la trucha arco iris.
Las gaitas son de oro y de plata y van danzando por el camino. Tras los
gaiteros vienen los trompetas, con trajes negros y brillantes hechos de piel
negra de topo; las trompetas, que son conchas de costas distantes, fueron
regaladas a los Sidhe por las sirenas.
Cabalgan luego los caballeros, con
armaduras hechas con alas de libélulas, brillantes e iridiscentes bajo la
menguante luz. Los cascos son de plata sacada de las profundidades de la
tierra, y van coronados de luciérnagas vivas, por lo que cada uno tiene una
aureola de luz. Las lanzas son diamantes sacados por los herreros del submundo,
los ejes de las flechas haces de luna con puntas de luz solar. Los caballos,
negros como la noche, llevan bridas recubiertas de gemas y sillas de montar de
cuero verde.
Formando un arco iris de colores, vienen
detrás los señores y las señoras, algunos en literas transportadas por faunos,
y otros andando mientras danzan y cantan siguiendo la música de sus propios
pensamientos. Algunos cabalgan sobre monturas rojizas como castañas otoñales,
con sillas de cuero amarillo y bridas de las que cuelgan campanas. Los hermosos
de Tir Nan Og proceden de las Colinas Huecas.
Al final viene un semental blanco como
la leche, de crines y cola negros como el azabache. Las ropas de montar están
hechas de paño de plata y lleva en la frente una diadema de estrellas. De todos
los miembros de su pueblo, él es el más hermoso, con sus cabellos rubios y piel
blanca, es Aengus Og, señor del Sidhe, y lleva su caballo ante nosotros. En la
mano transporta una copa de cristal puro, llena con el dulce vino de los elfos;
el vino del olvido y del sueño. Aengus mira brevemente a nuestro guía,
inclinándose ligeramente ante él como si fuera de grado superior, y posa
después sobre nosotros sus brillantes ojos grises, mirando en nuestro interior
y dándonos la impresión de que está juzgando nuestra fuerza. Alza la copa y
sonríe. Esa sonrisa es casi nuestra perdición, pues cuando sonríe Aengus
florecen las plantas, aunque todavía sea invierno. Su voz es suave y
acariciadora, y a nuestro alrededor suena la música de los Sidhe, la cual pulsa
las cuerdas del corazón de nuestra humanidad.
«Bebed
conmigo y uníos a mi pueblo, pues somos tan hermosos que es una gloria vernos.
Tendréis juventud y belleza en mayor medida de la que podáis imaginar; nunca
moriréis, nunca estaréis viejos ni enfermos, y viviréis para el amor y la vida.
Tengo salones de cristal y perla en los que viviréis conmigo, uniéndoos a mi
gente y aceptándome como vuestro señor, tal como hacen ellos; bebed» [extiende
la copa].
Antes de que existiera la historia
conocíamos ya a esas gentes y su belleza. Podemos ser como ellos y vivir para
siempre. ¿Pero cuánto tiempo es siempre? Para beber tenemos que abandonar esa
parte nuestra que nos vincula con el Creador, sea cual sea el nombre por el que
lo conocemos. Aengus, al igual que los reyes elementales, perdurará, pero su
pueblo, cuando le falte esa chispa del fuego divino, se fundirá en la
intemporalidad y dejará de existir. Si bebemos nos uniremos a ellos en ese
destino.
Miramos a nuestro guía y vemos que
sacude la cabeza, pues no es para nosotros la copa de los Sidhe con su vino del
olvido. Rechazamos la copa y entonces Aengus sonríe, la apura él mismo, se da
la vuelta y se aleja con su pueblo. Sus voces llegan hasta nosotros en el aire
de la noche, clara y tentadoramente dulce. Nuestro guía nos toca en el brazo y
le seguimos por la montaña. El camino se divide y podemos ver por las huellas
de los pies y los cascos que los Sidhe cogieron el sendero inferior, el que
habríamos tomado nosotros de haber bebido su vino.
Ha caído la noche y las estrellas están
claras y brillantes sobre nuestras cabezas cuando comenzamos a ascender por el
sendero montañoso. En el aire tranquilo llegan hasta nosotros unas voces,
pensamos al principio que vuelven a ser las de los Sidhe, pero luego
comprendemos que es un canto diferente. Un giro del sendero nos lleva hasta el
edificio blanco que vimos en la distancia; es una capilla pequeña que
resplandece de luz. De allí proceden los cantos. A través de la puerta abierta,
vemos que el interior es mucho más grande que el exterior, y que dentro hay
muchos que han sido citados para la celebración del Grial. Oímos pasos a
nuestras espaldas y nos apartamos para que los dioses del Olimpo vengan a
prestar homenaje a la copa de las copas. Entran en la capilla y ocupan sus
lugares seguidos de Aengus Og. Permanecemos en el exterior, pues todavía no nos
ha llegado el momento de entrar en la capilla. Con nosotros está nuestro guía,
silencioso, con la cabeza inclinada como si fuera incapaz de contemplar la luz
del interior.
Del altar viene una mujer vestida de
blanco que lleva en sus manos el Grial cubierto con un paño. Pasa entre los que
ocupan la capilla para llevar la Copa a aquellos que están fuera de la puerta.
Viene hasta nosotros y quita el paño, bajo el que hay un cáliz tallado en una
sola esmeralda, y dentro de esta joya hay una pequeña copa de madera llena de
agua y de vino. Nos da a cada uno de nosotros el cáliz, pues eso es lo que
significa para la humanidad. Se detiene ante nuestro guía y le sonríe; por un
momento, la sonrisa con la que le responde ilumina su semblante fatigado, deja
caer hacia atrás la capucha y podemos ver la corona de esmeralda en la que
falta una piedra. Entonces Lucifer dobla la rodilla ante el Grial, pues a su
modo él también le sirve, aunque el hombre todavía no entienda su obra.
Cubre el Grial y lo vuelve a llevar
hasta el altar; se cierra la puerta y nos quedamos fuera, en la oscura y fría
montaña. Nos damos la vuelta y desandamos nuestros pasos, calentados por el
Grial y con su fuerza rebosando en nuestras venas. Al pie de la montaña, en uno
de los ríos, nos espera una barca que tiene como proa la cabeza tallada de un
cisne. Nos sentamos en ella y nos deslizamos hacia el pie del monte Olimpo.
El regreso es rápido y en poco tiempo
estamos desembarcando y siguiendo a Lucifer por las escaleras que conducen al
salón de Zeus. Más allá de la cortina vemos que el salón está vacío, y que sólo
está allí Gabriel. El rostro de nuestro guía se ilumina al ver a su hermano e
igual, y se saludan brevemente. Añadimos nuestro agradecimiento al de Gabriel y
traspasamos la cortina del tarot, volviéndonos hacia atrás a tiempo de ver las
alas de Gabriel que envuelven a Lucifer como en un abrazo de amor; después el
arcángel retrocede y viene con nosotros hasta Yesod. En silencio, nos hace
atravesar el templo y llegamos hasta el sendero neblinoso que conduce hacia
abajo. Al despedirse de nosotros, su rostro se halla entristecido. Bajamos en
silencio hasta Malkuth, y una vez dentro del templo preguntamos a Sandalphon si
hay algo que podamos hacer por el hijo del lamento. Nos dice que simplemente
con recorrer el árbol podremos entender, y que eso es lo que más puede ayudar.
El templo se desvanece lentamente y nosotros tenemos que recordarlo todo.
Por vez primera recorremos un sendero
que cruza horizontalmente el árbol. Estos senderos laterales pueden ser más
difíciles de tratar en cuanto a sus efectos sobre el nivel físico, pues las
esferas laterales son parejas polarizadas de energía recíproca, y si no tiene
cuidado, puede empezar a rebotar entre ellas.
Sin embargo, quien no se aventura nada
puede ganar. Aquí hay algunos débiles ecos del sendero anterior, pues también
es un sendero de fuego más agua, que es igual a vapor. Esto es ya suficiente
para que se detenga a pensarlo. Añadamos a esto que Marte está atribuido a un
sendero que conduce a la esfera de Venus, y esta dinámica habla por sí sola.
La letra hebrea asignada es peh, la
boca, y si mira atentamente su forma comprobará que parece ciertamente una boca
en cuyo interior hay un yod pequeño parecido a una lengua. Se dice a
menudo que una lengua afilada es mejor que una espada; y una de las reacciones
que hay que vigilar cuando trabajamos con este sendero es la tendencia a
criticar bruscamente a los demás. Aquí todavía estamos trabajando con la forma
y la creatividad (Hod y Netzach), y peh puede considerarse como lo que
introduce la palabra creativa en este nivel. En la Guía práctica del
simbolismo cabalístico, volumen 2, páginas 60-61, encontrará algunas
enseñanzas útiles a este respecto.
El texto yetzirático nos dice que ese
sendero se llama «la inteligencia activa o excitante..., a través de la cual
todo ser recibe su espíritu y movimiento», lo que es otra indicación de su
aspecto volátil. Es un lugar apropiado para poner de manifiesto algo que suelen
subestimar los que utilizan el árbol como un mándala de trabajo. Un mago opera
con formas mentales y físicas, y para obtener los mejores resultados tiene que
trabajar con el triángulo básico de la forma. El sendero veintisiete
completa un triángulo muy importante del árbol. Si mira el diagrama verá que
los senderos treinta y uno, veintinueve y veintisiete forman un triángulo muy
claro que circunda los sephiroth inferiores. Además, todos estos senderos se entrelazan
por su simbolismo, efecto y correspondencias. El treinta y uno, con su énfasis
en la comunicación, va desde Malkuth a Hod, gira hacia la derecha y continúa
por un sendero cuya letra significa boca, completada con una lengua. El
veintinueve trata de la formación de los cuerpos físicos y conduce a la esfera
del amor y la energía vital, gira hacia la izquierda y sigue por el sendero de
la palabra creativa hasta los niveles astromentales, animando así la forma
hecha en el sendero veintinueve. De este modo aprendemos a entender y utilizar
plenamente el árbol. No es sólo un dibujo hermoso; está ahí para ser
utilizado.
Dicho sea de paso, encontrará otros
triángulos dentro de éste. Procure hallar el mayor número posible de piezas de
este rompecabezas. Puede hacerlo con el triángulo formado por Yesod, Geburah y
Chesed, y seguir después con el formado por Tiphereth, Binan y Chocmah. Si lo
desea, puede encontrar otros muchos triángulos dentro del árbol.
No hemos terminado todavía con el
aspecto electrificante de este sendero. La carta del tarot es La Torre, con
todo lo que implica su simbolismo. Todo esto hace que el sendero veintisiete
parezca mucho peor de lo que es. Como la mayoría de las cosas, cuando se aborda
en el momento adecuado, no es tan malo como parece. Si ha trabajado estos
senderos con sinceridad y disciplina, sabrá ya que no siempre es sencillo. Si
lo prefiere, puede considerar el sendero veintisiete como un «examen» de la
primera parte de los trabajos con el árbol de la vida.
¿Cuál es la lección que puede aprenderse
de este trabajo? No es una pregunta sencilla, ni es tampoco simple la
respuesta, pues dependerá en gran parte de sus motivos y del nivel que haya
alcanzado ya al llegar a este punto. De los diversos modos de considerarlo, uno
de ellos consistiría en decir que la Torre es su personalidad, construida con
la habitual falta de previsión de la humanidad, y con un desprecio absoluto por
el esquema divino que tiene desde el día de su nacimiento. El sendero
veintisiete le ofrece una oportunidad de realizar un trabajo de vigilancia
completo para ver qué es lo que puede salvarse, lo que tiene que derribarse y
lo que se halla en buenas condiciones. En suma, tendrá la posibilidad de
recrearse a sí mismo. ¡Ojalá que la segunda torre no tenga que ser derribada!
El rayo no está ahí para matar, sino
para descubrir las partes de nosotros mismos que no funcionan; es un proceso de
limpieza que puede resultar doloroso si le oponemos resistencia. Por eso
el sendero es difícil, aunque de importancia vital. La resistencia produce
dolor, pero, si aceptamos la lección del rayo, terminaremos magullados, pero en
mejores condiciones que antes. Hay dos indicaciones que pueden ayudarle en la
continuación de su estudio: todo edificio necesita buenos cimientos, y el
título de hija de los reconciliadores de la carta del tarot tiene mucha
relación con una personalidad equilibrada.
Cuando se forma el templo a nuestro
alrededor, lo primero que vemos en el altar es una hermosa ave de plumas
doradas. Las plumas de la cola se arrastran por el suelo y, cuando canta, las
notas caen de su pico abierto como chispas de oro. Los Ashim le rodean como si
estuvieran escuchando, y Sandalphon nos pide que guardemos silencio hasta que
termine el canto. Coge entonces del altar un huevo dorado para cada uno de
nosotros y nos pide que cuidemos de ellos. Los colocamos en las bolsas de cuero
que también nos da y nos dirigimos hacia la puerta que hay a la izquierda.
Al abrirse deja al descubierto una bola
de cristal de tono azulado y ascendemos por un haz de luz que nos lleva hacia
el templo de Hod. Al descender de nuevo vemos ante nosotros unas puertas dobles
de hielo translúcido rematadas con el color azul de un mar ártico. Se abren y
nos permiten entrar en el templo acuático de Hod.
El suelo es de ladrillos perlados y
azulados, cada uno con un símbolo, formando así una alfombra del conocimiento.
A nuestro alrededor están los palos de los arcanos mayores; las figuras parecen
vivas y dan la impresión de moverse cuando pasamos a través de ellas para
llegar a los senderos. Al lado de la puerta por la que entramos hay otra
delante de nosotros, en la pared oriental, que conduce al sendero veintitrés, y
tres en la pared meridional que hay a nuestra derecha y que conducen a los
senderos veintiséis, veintisiete y treinta.
El altar está hecho de hielo tallado,
como las puertas, y sobre él hay un crucero del que se eleva la llama sagrada.
Lo que más llama nuestra atención son los pilares, pues nunca habíamos visto
nada tan espectacular. El de nuestra izquierda está hecho de agua que cae del
techo al suelo como una cascada, y el otro es un pilar de fuego que se eleva
desde su base en una serie continua de llamaradas.
Mientras estamos allí de pie y
maravillándonos de lo que vemos, viene Miguel desde la puerta central,
sonriéndonos a modo de bienvenida. Deja a un lado su casco de plumas, se quita
el manto y nos guía hasta la puerta central de la pared meridional. Golpea con
la espada la madera pulida y ésta se disuelve formando la cortina del tarot de
la Torre Derribada. Miguel nos dice que en el otro lado de la cortina podremos
ver el interior de la boca de la cueva y debemos llevarnos lo que encontremos
allí, acordándonos de volver a dejarlo cuando regresemos. Después, con
suavidad, nos empuja para que entremos.
La densa selva que nos rodea no resulta
muy agradable, pues está oscura y húmeda, y escuchamos ruidos que podrían
proceder de bestias salvajes, humanas o animales. Vacilamos un momento, pero
comienza a llover y eso hace que nos dirijamos, aunque a desgana, por el
sendero que hay ante nosotros. Este serpentea sin objetivo entre grupos de
árboles y claros empapados de agua, y en la distancia podemos escuchar el
murmullo de una lejana tormenta. Crece la lluvia y empezamos a buscar la cueva
que mencionó Miguel, la vemos ante nosotros y nos precipitamos hacia la entrada
esperando que se detenga la lluvia. Dentro de la cueva hay un tronco de árbol
en el que se hallan clavadas algunas espadas, una para cada uno de nosotros.
Las cogemos, aunque no es una tarea fácil, y esperamos no tener que
utilizarlas, aunque nuestro instinto nos dice que eso es altamente improbable.
Deja de llover y nos aventuramos a salir
de nuevo. Aún no hemos recorrido una gran distancia cuando nos detiene un
hombre vestido de gris. Es alto y se mueve y habla con autoridad; sus ojos son
grises y nos traspasan como si fueran los de un águila. Alrededor del cuello
lleva un símbolo de plata con la forma de la letra peh. Nos advierte de
los peligros que nos aguardan delante y nos dice que es importante que no
utilicemos las espadas. También nos informa de que sólo puede ayudarnos una vez
más, pues éste no es su nivel. Después, desaparece en los árboles.
Avanzamos, todavía más inquietos por la
crítica advertencia. Poco después, salimos del bosque a una zona pantanosa y
salvaje. Delante de nosotros, a cierta distancia, hay un pueblo. Al contemplar
su silueta recortada sobre el cielo oscurecido por las nubes de lluvia, parece
poco atractivo, pero ahí es donde debemos ir. Con los ropajes arremolinándose a
nuestro alrededor por el viento, corremos hacia las casas, pero al llegar
comprendemos que son sólo ruinas, algunas peor que otras, pero todas
necesitadas de grandes reparaciones. Aún nos aguarda otra sorpresa al descubrir
que hay una casa sobre la que está nuestro nombre. Una voz interior nos indica
que estas casas son nuestros símbolos y que debemos repararlas como mejor
sepamos.
Todas están construidas del mismo modo,
con tres habitaciones en el piso inferior, dos en el superior y un ático desde
el que se domina el desolado paisaje. Alrededor de cada casa hay un jardín
lleno de malas hierbas. Podemos trabajar todos en una casa hasta arreglarla y
pasar a otra. Nos parece una buena idea, hasta que nos damos cuenta de que no
somos capaces de entendernos unos a otros. Hemos perdido la capacidad de
comunicarnos y tenemos que trabajar cada uno por nuestra cuenta. Por los
alrededores hay herramientas y abundante madera y piedra. No cabe esperar que
hagamos todo el trabajo necesario en una sola visita, pero tenemos que empezar.
Tendremos que venir aquí muchas veces para poner las casas en disposición de
vivir en ellas, aunque nos queden defectos ocultos que necesiten reparación o
cambio. Se tratará de defectos que sólo con el tiempo quedarán al descubierto.
El golpe más duro es la pérdida de la capacidad de comunicación. Nos sentimos
apartados y aislados; por un momento pensamos en llamar a nuestro amigo del
ropaje gris; pero quizás necesitemos su ayuda de modo más apremiante en
momentos posteriores, por lo que ahora debemos arreglárnoslas por nosotros
mismos.
Contando con el jardín, nos aguardan
siete áreas de trabajo, y tenemos que ver cómo nos enfrentamos al problema. Nos
sentamos y tratamos de pensar el modo de hacerlo. Es un sendero importante, una
prueba de lo que hemos aprendido en los senderos anteriores. Eso significa que
en alguna parte hemos adquirido un conocimiento suficiente para enfrentarnos a
estos problemas. Es evidente que la casa es nuestra personalidad, con los
fallos y malas costumbres expuestos a la vista de todos. Pero la forma básica y
el diseño son fuertes y a prueba de condiciones climáticas. Hemos de aprender a
considerar el problema como una casa y no como un ser, para así no
sentirnos demasiado desanimados. ¿Empezamos por arriba y vamos bajando, o por
abajo y vamos subiendo?
Como no sirve de nada estar sentados,
nos levantamos, nos miramos unos a otros, nos dirigimos a nuestra «casa» y
empezamos a trabajar. Primero debemos inspeccionar todo el edificio de arriba
hacia abajo, comprobar cuáles serán las tareas más importantes y elaborar un
plan de trabajo. Si no podemos hablar, podremos utilizar signos y símbolos;
podemos volver a idear una manera de conseguir comunicarnos nuestras
necesidades. De esa forma, con el tiempo conseguiremos un lenguaje nuevo. Para
triunfar en nuestros esfuerzos deberemos realizar un duro trabajo físico y
mental. Sabemos también que todo lo que consigamos en este sendero se mostrará
en el nivel físico, por lo que podemos ganar mucho.
Empezamos a examinar cada uno nuestra
«casa del ser», tomando nota mental de lo que es, lo que necesita hacerse, lo
mejor y lo peor de ella. Asegúrese de que puede recordar esto y tomar nota de
ello cuando regrese. Eso es todo lo que podemos hacer en la primera visita. Ha
llegado el momento de regresar, pero antes sacamos los huevos de oro que
recibimos y los colocamos en el suelo del jardín. Casi de inmediato, se
encienden y se queman. Cuando desaparecen las llamas, sólo quedan las cascaras
ennegrecidas. Se abren y salen de ellas miniaturas del pájaro dorado del
templo, las cuales se convierten rápidamente en aves adultas y vuelan hasta los
árboles. Comienzan a cantar allí la canción del fénix, símbolo que debemos recordar,
pues del desorden y la desesperanza puede surgir un nuevo modo de vida. Se
quedan en esas casas hasta renovarse razonablemente, y vuelan luego hacia la
tierra del sol.
Regresamos al bosque, miramos hacia
atrás al llegar a los primeros árboles y pensamos en el duro trabajo que
habremos de realizar en este sendero. Entramos luego nuevamente en el denso
verdor. Nada más estar en el bosque descubrimos que podemos volver a
comunicarnos, lo que nos hace apreciar mucho más las palabras. Caminamos por el
sendero cuando de los árboles sale un grupo de caballeros vestidos con
armaduras rojas como la sangre. Llevan en los escudos el signo de Marte. Su
jefe nos insulta, llamándonos cobardes, idiotas y cosas peores. Cabalgan a
nuestro alrededor tocándonos los brazos y las piernas con sus afiladas espadas,
pero las palabras duelen todavía más. Comenzamos a responder y eso les da una
excusa para atacar, por lo que acudimos a nuestras espadas, pero recordamos las
palabras del hombre vestido de gris y nos detenemos. De pronto está con
nosotros, surgiendo de los árboles y acompañado de un grupo de caballeros
vestidos con armaduras blancas. El nuevo grupo rodea a los caballeros rojos y los deja
indefensos. El hombre de la vestidura gris levanta las manos y, tras tomar una
profunda inspiración, entona una palabra extraña, cuyas vibraciones son tan
grandes que dañan nuestros oídos astrales. Los caballeros rojos comienzan a
cambiar de forma y se convierten en simples hombres vestidos de rojo. Vienen
hacia nosotros y se arrodillan pidiendo nuestro perdón y que les permitamos
ayudarnos en este lugar. Miramos al hombre buscando su guía, y su voz suena en
nuestro oído interior:
«Os pueden
ser de utilidad, pues son fuertes, voluntariosos y muy capaces; con su ayuda,
podréis rehacer las casas con más rapidez. Además, como estos caballeros rojos
representan la lengua, os ayudarán a hablaros unos a otros en la Tierra
Perdida. Aquí simbolizan las palabras coléricas que pueden hacer tanto daño,
pero cercados por los caballeros blancos, que simbolizan la boca y los dientes,
se convierten en seres indefensos que pueden ser vuestros criados. Sin embargo,
pueden ser traicioneros y tendréis que estar en guardia todo el tiempo, pues
podrían deshacer los buenos trabajos.»
Es un desafío que aceptamos instruyendo
a los caballeros blancos para que los lleven a la Tierra Perdida y los pongan a
quitar hierbas de los jardines para cuando regresemos. Tras despedirnos de
nuestros amigos, regresamos a la cueva y dejamos allí las espadas, atravesamos
precipitadamente la espada del tarot y llegamos a Hod. Miguel espera para
sellar la puerta y nos transporta con seguridad a la esfera de cristal que nos
devolverá a Malkuth. Allí no está Sandalphon, pero los Ashim nos guían hasta el
altar y se quedan con nosotros hasta que vuelve a formarse nuestro mundo
alrededor. Este sendero debe recorrerse y conquistarse muchas veces. Es un paso
importante en nuestro viaje por el árbol y no podemos fallar.
En términos de enseñanza, llegamos ahora
a un período intermedio. Los caminos que unen los cuatro sephirot inferiores
constituyen un nivel completo de formación, y en una escuela de los misterios
se necesitarían dos o tres años para que el estudiante consiguiera ese nivel.
Eso no significa que tal estudiante no vaya a estudiar o trabajar los senderos
superiores. Nos estamos refiriendo aquí a la formación esotérica real, la cual
implica más cosas que el trabajo en los senderos. Si hemos de hablar de grados,
y tienen muy poca importancia, tal persona se convertiría en un filósofo.
Pero dentro del contexto de este libro,
hemos llegado a un punto en el que el lector debería abandonar por un momento
el programa de trabajo de sendero para revisar lo que ha hecho hasta ahora. Hay
que categorizar y activar la información y el conocimiento recibidos hasta el
momento. Es un puente de autodisciplina, y evidentemente algunos lo harán y
otros seguirán adelante: ésa es la diferencia entre un auténtico estudiante y
un aficionado de salón. Los resultados finales serán evidentes para aquel que
sepa ver las cosas.
Suponiendo que haya seguido el consejo y
haya «descansado» al menos dos semanas, o mejor un mes lunar, estará dispuesto
para empezar la fase siguiente. Cuando haya recorrido el camino a través de los
ocho senderos que forman la fase siguiente, entenderá la necesidad de ese mes
de descanso. Tenemos por delante algunos de los recorridos más duros del árbol
de la vida.
Los senderos veintiséis, veinticinco y
veinticuatro son los que separan al que busca con autenticidad de aquel que
sólo tiene polvo de hadas en sus ojos. Hay quienes consideran que lo oculto es
una afición interesante para las largas noches de invierno; sería mejor que
esas personas se dedicaran a aprender otras cosas con las que tendrían menos
probabilidades de encontrarse cara a cara con su ser más interior. Incluso
después de varios años de trabajar con el árbol, escribir este libro me ha
llevado a algunos momentos peligrosos.
Los tres senderos siguientes son
versiones de la experiencia espiritual que recibe el nombre de «la noche oscura
del alma». Ponen a prueba al estudiante en los tres aspectos de su naturaleza
humana pertenecientes a su crecimiento espiritual: amor, sabiduría y poder,
volvemos a contactar aquí con el aspecto del espejo mágico, pues estos senderos
son reflectantes, devolviéndonos a nosotros mismos para encontrar las
respuestas no en los libros, ni pronunciadas por hombres sabios, sino en el
pozo de la verdad que está en nuestro interior.
El sendero veintiséis nos conduce desde
la esfera de la mente a la del logos solar. Por tanto, cabe esperar que queden
expuestas y a la luz todas nuestras ideas y formas de pensamiento erróneas. Se
pondrán en cuestión algunas de nuestras ilusiones más queridas, y puede estar
seguro de que la personalidad luchará para mantenerla. En cierto modo, esta
noche oscura será un campo de batalla en miniatura, y se formarán las fuerzas
del sendero frente a las falsedades, ideas erróneas e imágenes invertidas con
las que hemos vivido durante tanto tiempo. En comparación, los senderos treinta
y dos y treinta y uno parecerán casi fáciles, pues puede ser muy difícil
abandonar las ilusiones del ser. Seremos como Alicia en el país de las
maravillas y sólo veremos las cosas desde el otro lado del espejo.
La carta del tarot es la principal pista
de este viaje, pues el Diablo es una de las ilusiones más antiguas del hombre.
El mal obsceno que se produce en este mundo imperfecto es una creación de lo
creado, una forma de pensamiento construida en la parte más baja del propio
hombre y proyectada hacia el exterior, usualmente en formas divinas
desgastadas. Se dice con sabiduría que los dioses de una época se convierten en
los demonios de la siguiente. Es una ley natural del cosmos que todas las cosas
tengan su opuesto. En los antiguos textos cabalísticos puede verse una
representación de Dios con su imagen invertida, la una blanca y la otra negra.
Pero lo inverso no significa siempre el mal, eso es una ilusión. «Todo está
hecho con espejos», es algo que se dice a menudo de los magos de escenario, y
algo muy parecido puede decirse de los otros tipos de magos, pero en su caso lo
que les importa es el acabar con esos espejos de la ilusión. Las numerosas
supersticiones relacionadas con los espejos deberían advertirnos acerca de su
capacidad para distorsionar las imágenes y los hechos. Hasta que aprendamos a
ver a través de ellos y no en ellos, seguiremos cogidos en la
trampa.
La letra hebrea ayin, el ojo, va
muy bien al tema de la ilusión, pues el ojo se confunde fácilmente, y la
ilusión óptica es otro de los trucos del mago de la escena. Sin embargo, otra
cosa muy distinta es el ojo general, pues éste lo ve todo; lea de nuevo
la historia de Perséfone en cualquier buena enciclopedia mitológica.
El texto yetzirático da a este sendero
el nombre de «inteligencia renovadora». Hemos de contar, por lo tanto, con que
tendremos que enfrentarnos a lo que sea necesario para después dejarlo pasar.
Ese es el significado de las dos personas de la carta del tarot, quienes están
allí porque están presas de la ilusión; si pudieran apartarse un solo segundo,
verían la situación tal como es.
El signo astrológico del sendero es
Capricornio; se dice que tiende a la búsqueda de dinero, sin el cual el nativo
de esa casa astrológica se siente inseguro. Igualar el dinero con la seguridad
es una ilusión clásica, pues la única seguridad real procede del interior de su
persona, y sin esa sensación interior todo el dinero del mundo no conseguiría
que se sintiera seguro. Para los que como yo fuimos educados a principios de
los años treinta, puede ser muy difícil romper esa ilusión; el entorno y la
educación pueden forjar cadenas invisibles que creemos somos incapaces de
romper.
Por tanto, este sendero es un camino de
oscuridad, pero no en el sentido que suele darse a la palabra en el trabajo
oculto. Aquí significa que tendrá que partir por un sendero desconocido, y sólo
tendrá la fe como estrella que le ilumine. En este sendero tendrá que levantar
su mente por sí misma a un nivel diferente de creencias, un nivel que puede ir
en contra de todo lo que ha creído anteriormente. Lo desafía, lo exige, le
llama y finalmente le hace pasar al otro lado, en este sendero las cosas no son
lo que parecen.
Hace años, un amigo me dio un libro de
C. S. Lewis, llamado The Great Divorce, en el que a un ser luminoso le
preguntan por el motivo del nacimiento del hombre, y éste responde:
«Pra la infinita felicidad... puede
entrar en ella en cualquier momento...» ¡También pueden hacerlo las dos
personas de las cartas del tarot!
Llevaremos un regalo a Sandalphon; no
puede ser físico, pero sí podemos formar un pensamiento con la mente para
llevarlo con nosotros a los niveles astrales. Podría consistir en un recuerdo
muy feliz, un paisaje visto en el momento adecuado, la sensación de que
llegamos a casa después de mucho tiempo. La emoción de amar a alguien
profundamente, o simplemente la alegría de hacer algo bien. Este tipo de cosas
puede compartirse con los seres de los niveles superiores, se transmutan en
hermosas formas y colores y constituyen el regalo perfecto para un arcángel.
Se forma el templo a nuestro alrededor y
está allí Sandalphon, de pie ante la ventana de la pared meridional. Se da la
vuelta y nos dirigimos a él con nuestros regalos, dándonos cuenta de que es
posible sorprender a un arcángel, hacer que se sonroje de placer y que se
sienta tan feliz como un niño ante un regalo inesperado. Dándonos las gracias
tímidamente, coloca los regalos sobre el altar y nos conduce hasta la puerta de
la izquierda. Con el sello llameante la abre y atravesamos la esfera de
cristal. Al irnos, Sandalphon nos hace un signo en la frente a cada uno.
La esfera se eleva como una burbuja
hasta el templo del agua, y vemos en seguida que se van acercando las puertas
de hielo. Al detenernos, las puertas del templo y las de la esfera de cristal
se abren simultáneamente, por lo que podemos entrar en el templo de Hod. Miguel
sale del pilar de fuego, pone a un lado su casco y manto y nos saluda
cálidamente, nos trae también un saludo de los ancianos del campamento nómada,
quienes esperan que volvamos pronto a verlos.
Nos quedamos unos momentos de pie ante
el altar pidiendo fuerza y sabiduría en el camino que tenemos por delante;
después, acompañados por Miguel, nos dirigimos hacia una de las tres puertas
que hay en la pared septentrional. El arcángel traza el sello con su espada y
la carta del tarot resplandece convirtiéndose en realidad. Vacilamos, pues la
figura parece muy amenazadora, pero recordamos después que su otro nombre es
ilusión. Antes de entrar, Miguel nos dice que la carta tiene otro nombre que
nos puede ser de utilidad: el Reidor. Entramos.
Nos encontramos en un corredor de
espejos, a nuestras espaldas vemos la parte posterior de la carta del
tarot, el aspecto inverso del palo. Los espejos reflejan nuestras imágenes con
gran precisión, con nuestras limpias ropas grises y las sandalias de los pies,
los rostros pálidos y extrañamente hermosos, llenos de serena calma. Aunque
sólo hemos recorrido unos senderos, tenemos ya el aspecto de los auténticos
iniciados.
Ese corredor nos lleva a otro, lleno
también de espejos, y caminamos por él mirando nuestro reflejo que mantiene
nuestro paso. Aquí los espejos no son tan buenos, la palidez del rostro parece
indicar mala salud y las ropas no nos quedan tan bien. Captamos nuestra imagen
con expresiones vacías que desaparecen en cuanto las miramos. Quizás sea la
luz, pero nuestro reflejo más que andar parece que va arrastrando los pies.
Sintiéndonos inquietos, damos la vuelta en otra esquina, pero los espejos no
tienen fin. Aquí las imágenes son mucho peores, totalmente erróneas y
distorsionadas. Ni siquiera mantienen los mismos movimientos, y parecen estar
sostenidas casi por una vida propia.
Corremos, pero con cada vuelta sólo
encontramos más espejos y más imágenes. Llegamos por fin a una sala circular
situada en el centro del laberinto; en medio hay una piedra sobre la que está
grabada la letra ayin, y encima está el símbolo del ojo de Horus. La
puerta por la que entramos ha desaparecido y nos vemos rodeados de espejos,
atrapados por innumerables reflejos de nosotros mismos. Es como si nos
halláramos atrapados en la mirada de un ojo que nos contempla sin ninguna
piedad por nuestro miedo.
Estamos atrapados dentro de la carta del
tarot y vemos ahora que también nosotros tenemos cuernos y rabos, y que sobre
la piedra se sienta una figura satánica que nos observa con una fea sonrisa.
Lleva en el pecho el sello de Capricornio. Hay algo que deberíamos recordar,
pero no conseguimos hacerlo, pues permanece en los límites de nuestra memoria.
Atrapados y fatigados nos hundimos junto a la piedra tratando de recordar la
importante información que necesitamos. El signo de Capricornio en el pecho del
diablo empieza a brillar como si tratara de grabar algo en nuestra mente.
Tratamos de pensar, una cabra, una cabra marina, el mar es un símbolo de Binah
y nos da entendimiento acerca de qué es lo que podemos hacer en este momento.
Con frecuencia la cabra y el diablo han sido sinónimos, los hebreos utilizaban
una cabra como medio de librarse de sus pecados, colocaban la carga de la culpa
en el pobre animal y después lo llevaban al desierto para que muriera.
Capricornio, la víctima propiciatoria. La idea da vueltas y vueltas en nuestra
cabeza, pero no acabamos de ver claro su significado.
¡El ojo de Horus y la visión clara, eso
era! Si somos capaces de ver con claridad podremos ver a través de las
ilusiones que han puesto ante nosotros. Lo que estamos contemplando aquí es una
perversión sutil de la verdad, una ilusión de la verdad. Nos acordamos del
espejo que había en el salón de Hades, los reflejos del oasis y la laguna. En
nuestra mente parpadean las imágenes conforme vienen en forma de pensamiento los
rostros de los que nos han ayudado en los otros senderos. Hades, Prometeo,
Hefasteo, los ancianos; cada uno de ellos va despertando nuestros recuerdos.
Volvemos a mirar nuestro reflejo, el cual parece ahora ridículo, y comenzamos a
reír. El sonido se convierte en eco por el salón y los espejos empiezan a
agrietarse; por un momento recordamos el espejo ilusorio del poema de La
dama de Shallot. Empezamos entonces a ver con claridad, recorremos estos
senderos del desierto astral como buscadores no sólo por nosotros, sino también
por aquellos que no son aún lo bastante fuertes para hacerlo por sí mismos.
Somos la versión moderna de la víctima propiciatoria y deseamos serlo.
Nos levantamos y nos quitamos los
cuernos y rabos, todos falsos, y los arrojamos lejos. Miramos detenidamente al
diablo y éste sonríe despertando en nosotros otro recuerdo. Nos acordamos de la
bella forma de Pan en el jardín de Afrodita, no había nada malo en él, estaba
vitalmente vivo, y lleno de la alegría de la vida, como la risa que nos rodea
ahora. Los cuernos de Pan son los de la creatividad y el poder, como los que
llevaba Moisés. El mal no procede del exterior, sino del interior; ése es su
único reino y podemos negar ese lugar.
La figura cambia y crece; el que se
sienta en la piedra es el Pan que conocemos, pero el cambio continúa y la
piedra se convierte en un trono sobre el que se sienta un rey. Su corona es un
círculo de ojo del que salen antenas delicadas y curvas. ¿Ha hecho la ilusión
que el lobo solar se convierta en una víctima propiciatoria por algo que
nosotros no quisimos ver, o que otros no quisieron que conociéramos? Ahora es
el momento de esforzarnos para ver con claridad a través del laberinto de
medias verdades que nos han alimentado desde hace siglos. Tenemos la posibilidad
de buscar y encontrar la verdad que hay tras el espejo.
La sala de los espejos ha desaparecido y
nos hallamos en un túnel subterráneo, con las paredes que nos rodean cubiertas
de pinturas de bisontes, osos y antílopes; de vez en cuando hay figuras vestidas
con pieles que llevan cuernos. Recorremos el túnel siguiendo las pinturas,
viendo cómo toman formas distintas las ideas que se ha hecho el hombre sobre su
creador. Vemos ahora que, conforme aparecía cada idea nueva, sus creyentes se
negaron a reconocer los fundamentos de la idea anterior. Los hombres de poder
olvidaron que una cosa debe construirse sobre algo. Enseñaron que las antiguas
costumbres no eran necesarias. Pero bajo cada dios nuevo, el antiguo
seguía siendo viable. No es que uno surgiera del otro, fueron y siempre serán
el mismo, utilizando una forma nueva para que el hombre pueda experimentar la
antigua verdad.
Dios evoluciona, cambia, y al cambiar
sigue siendo el mismo. Debemos aprender a ver con ojos claros y saltar con la
cabra a cada nueva altura del entendimiento. El camino ya no es oscuro, pues
hemos aprendido a ver a través de la oscuridad la luz que es el fundamento
primero de todas las cosas. Delante está la cortina, y Miguel de pie ante ella,
esperando para guiarnos a través del umbral. Lo traspasamos, repentinamente
fatigados y agotados. Cuando hemos descansado, el arcángel nos lleva hasta la
esfera de cristal y entramos con seguridad en ella, despidiéndonos cuando
comenzamos a descender. Encontramos allí a Sandalphon, compartiendo los regalos
con los Ashim. Viene a saludarnos y nos da un abrazo, que nos hace sentirnos
como si estuviéramos rodeados por el campo de una estrella. Sentimos cómo su
amor se derrama sobre nosotros como un río. Saciados así regresamos a nuestro
nivel.
DE YESOD A TIPHERETH
Este es el segundo de los senderos de la
«noche oscura», y no resulta más sencillo. Podemos pensar en el hecho de que
con cada giro ascendente por los senderos, la descripción previa y el trabajo
mismos tienden a ser más cortos, y en algunos casos más abstractos. La razón de
esto es que cuanto más elevado es el sendero más cercano está de la simplicidad
de Kether. Cuanto más cerca de la fuente, menos hay que decir de ella, pero la
simplicidad es algo que le resulta difícil al hombre moderno, por lo que los
senderos superiores tienen sobre nosotros un efecto mucho más profundo.
La letra hebrea es samech, el
puntal u horcajadura, y si contemplamos su posición en el árbol veremos que, al
cruzar el sendero veintisiete, forma una T con él y con el sendero treinta y
dos, dando forma así a una cruz Tau y a una horcajadura. Es al mismo tiempo un
apoyo a la vida y un medio de muerte. Esta paradoja que tan a menudo se
encuentra en los senderos tiene una gran importancia, tanto en el entrenamiento
oculto como de cara a la comprensión del propio árbol. Dentro de estas
situaciones aparentemente incompatibles suele encontrarse el verdadero
significado del sendero o de la esfera.
El signo astrológico es Sagitario, el
arquero, representado como un centauro. Sólo dos signos zodiacales son una
combinación de tipos: Sagitario, mitad caballo y mitad hombre, y Capricornio el
signo del sendero que acabamos de recorrer y que es mitad cabra y mitad pez.
Esta forma dual se contempla a menudo en el simbolismo oculto, y podemos citar
como ejemplo el toro alado de la mitología asiría y el minotauro.
Cuando la forma tiene un torso o cabeza
humanos, representa la dominancia de la mente humana, elevándose por encima de
los instintos puramente animales. Cuando la forma es alada, el ser superior
está llegando ya a su fuente divina. El minotauro muestra la situación inversa,
en la que el animal domina a los poderes mentales superiores del hombre, por lo
que es un paso regresivo. Sagitario llega a ese punto en el que, tras haber
superado su parte animal, el hombre mira hacia las estrellas, y sus
pensamientos son como una flecha lanzada hacia ellas; el paso siguiente sería
el hombre alado de las criaturas sagradas. Sagitario y Cheiron, el centauro
maestro de Jason, Esculapio, Teseo y otros, son símbolos que muestran el deseo
de la humanidad de extenderse y superar la atracción del cuerpo animal.
Capricornio, la forma dual animal-pez, tiene varios significados, pero
podríamos pensar en ello como el punto de cambio desde la veneración de la vida
animal, cuando la cabra es el sacrificio supremo, a la veneración de la edad de
Piscis, cuando el hombre mismo, y un hombre en particular, está destinado a ser
la víctima propiciatoria.
El texto nos dice con toda claridad que
es un sendero de tentación, y podemos tomar como ejemplo los cuarenta días y
noches que pasó en el desierto Jesús de Nazaret, y la tentación que sufrió su
ser inferior. Si leemos esto con cuidado, podemos ver elementos de los senderos
veintiséis y veinticinco. Tanto la tentación como el salto a través de los
espejos de la ilusión para llegar a una comprensión nueva son típicos de lo que
podemos esperar en estos senderos. Todo el mundo tiene un punto de tentación en
el que la elección puede ser terrible; nadie es perfecto, y siendo como es la
naturaleza humana, el subconsciente puede aportar argumentaciones muy creíbles
en esas situaciones. Recuerde la lección del sendero veintiséis, y utilícela.
No podemos esperar cruzar un sendero
semejante sin ayuda. Esa ayuda llegará, tal como ha sido prometido por la letra
hebrea, por el arco iris, un símbolo importante de este sendero, y por el
bastón curativo de Esculapio, que actualmente es el símbolo de la profesión
médica. En este sendero la curación tiene un gran significado, pues la
posibilidad de vencer a la tentación se basa en las patologías interiores y
ocultas del espíritu. Si conseguimos curar esas patologías, la tentación ya nunca
tendrá poder sobre nosotros. Un punto en el que deberíamos pensar es que los
dioses salvadores más sacrificiales son cojos, y no pueden «pisar el suelo con
el talón izquierdo», como, por ejemplo, Hefasteo, Esculapio y Jacob, sin
olvidar que el hombre cuya forma podemos ver en el sudario de Turín parece
tener una pierna más corta que otra. En este sendero hay que recordar el refrán
que dice «médico, cúrate a ti mismo». Los que son cojos necesitan una muleta, y
en el sentido espiritual, el hombre puede considerarse cojo.
La carta del tarot, la Temperancia, nos
permite muchas percepciones visuales del sendero veinticinco, pues Rafael, el
ángel más relacionado con la curación y con el sol, es visto en un escenario
desértico. El simbolismo del sol y de la luna está en los jarrones de oro y de
plata con los que el ángel vierte el agua. Uno de sus títulos, «el que trae la
vida», es muy útil, pues por diversas razones éste es el sendero de un nuevo
nacimiento. En realidad, los tres senderos de la noche oscura son renacimientos
y deberían ser considerados así. El veinticinco es una continuación del treinta
y dos y lleva al alma que está aprendiendo desde el salón de Hades hasta el
punto de unión con el ser superior. Lo mismo que Psique, cuyo nombre en griego
YYXH significa mariposa, el alma aletea a través de la oscuridad hasta llegar a
la luz.
El arco iris es uno de los símbolos más
reconocibles y universales, y tiene muchos significados, como el del
mantenimiento de la promesa, el puente entre el dios y el hombre, y el camino
entre los mundos. Aquí incluye todo eso y aún más, pues su lugar en el árbol
detrás de Yesod y del sendero treinta y dos y un poco antes de Tiphereth, es
una promesa de que podremos triunfar y triunfaremos sobre la noche oscura.
Mientras el templo se forma a nuestro
alrededor, los Ashim entonan un canto dulce y melódico en clave menor que nos
hace pensar en las costas e islas tranquilas iluminadas por la luna, o en los
somnolientos campos de trigo que sueñan bajo el sol de verano. Esperamos a que
hayan terminado la canción y después nos adelantamos para saludarles a ellos y
a Sandalphon. Agradecemos su música a las almas del fuego y después ellas
revolotean a nuestro alrededor como pequeñas luciérnagas, contentas de habernos
complacido. Durante mucho tiempo, el hombre ha estado apartado de los seres de
los otros niveles, pero sabemos que su compañía es tan cercana y amorosa como
la de otros seres del nivel físico.
Se abre la puerta del centro y
Sandalphon nos sonríe cuando avanzamos hacia la niebla violenta. Ascendemos por
la pendiente y por primera vez empezamos a ver formas oscuras de colinas y
árboles en medio de la niebla. Hasta ahora no nos habíamos dado cuenta de que
había otras cosas además de la niebla. Las puertas de plata de Yesod brillan
delante de nosotros, y cuando llegamos a ellas se abren dejándonos ver a
Gabriel con su silueta recortada contra la luz del interior. Parece un hombre
joven con un débil brillo, de aura plata y violeta sobre su cabeza.
Entramos en el templo y nos dirigimos al
altar, quedándonos unos momentos en silencio. De las sombras salen dos de los
querubines entregándonos bastones con forma de T para que llevemos en nuestro
viaje. Gabriel hace el sello y la cortina del tarot se convierte en una escena
real. Cogemos con fuerza nuestros bastones y avanzamos.
Nos rodea una noche oscura y muy fría.
El viento arroja arena sobre nuestros rostros y boca, y no vemos ninguna luz.
Como es inútil que nos quedemos allí de pie, avanzamos, dándonos la vuelta
automáticamente para mirar la cortina del tarot, pero ya no está allí. Sólo nos
rodean kilómetros de dunas de arena, pues ha desaparecido nuestro único vínculo
con el camino de regreso. Al cabo de unos momentos pensamos la situación, pues
mientras no nos dejemos dominar por el pánico estaremos seguros. Sabemos que en
la seguridad que rodea a todos los neófitos que recorren el camino del
aprendizaje, no podemos perdernos; sólo nos pondrán a prueba. Avanzamos en fila
de a uno caminando en silencio un rato, y nos volvemos después para ver a
nuestros compañeros..., ¡pero no hay nadie, cada uno está solo!
Ninguna luz, ninguna cortina del tarot,
ningún compañero; de pronto ha desaparecido una gran parte de tu fe. Puedes
quedarte aquí hasta que las medidas de seguridad te devuelvan a Malkuth, pero
entonces habrías fracasado en ese sendero. También puedes avanzar y tratar de
hacerlo lo mejor posible. Como el fracaso no es el camino del que aspira a la
iniciación, avanzas. Escuchas un momento el sonido de unos pasos en la arena, y
después oyes un murmullo interior:
«No es este
el trato que debes recibir, pues el hombre está destinado a ser un dios y
tienes ya suficiente conocimiento para hacer la luz. Haz que una luna llena se
levante sobre las lunas de arena. No tienes por qué caminar en la oscuridad todo
el tiempo. Te bastará con una nueva luna, o mejor con una lámpara. Después
de haber recorrido tres de los senderos hasta Netzach, la esfera de la lámpara,
tienes derecho a utilizarla. O también podrías pensar en un caballo que te
permitiría cabalgar, sería sencillo.»
Los susurros prosiguen; parecen estar
dentro de tu cabeza y todo a tu alrededor es como si el propio desierto fuera
una gran voz en la noche. Piensa en ello un rato, pues quizás la tentación sea
la de no utilizar los poderes con los que puedes contar en este nivel.
Eso tiene sentido, pues estás aquí para aprender a utilizar el árbol. Es un
portador de la luz y sería lógico crear luz, no sólo para uno, sino también
para aquellos que puedan encontrarse aquí en esta noche del desierto. Sigues
pensando mientras caminas y las voces empiezan a oírse de nuevo.
«Los
portadores de la luz no deben estar nunca en la oscuridad, pues no podrían
recibir ese nombre si caminaran en la oscuridad; sólo los que se hallan en el
camino de la izquierda pueden caminar en la oscuridad.»
Oyes detrás el sonido de unos cascos de
caballo, un tamborileo que se va haciendo más alto, por lo que le das la vuelta
cogiendo con fuerza el bastón y disponiéndote a luchar, pero a través de la
oscuridad ves una luz: una lámpara que va creciendo hasta que puedes ver un
rostro amable y barbudo. La figura tiene el torso desnudo y la parte inferior
del cuerpo es la de un caballo. Cheiron, el centauro, te está mirando y te
pregunta si puede viajar contigo un tiempo. Tú respondes con agradecimiento que
sí. Mientras camináis juntos, el amable Cheiron te habla:
«Has pasado
la primera prueba, pues no utilizaste tus poderes en este nivel para
crear lo que pensabas necesitar. La única luz que necesitas en este sendero es
la que todos los hombres llevan en su corazón. Si hubieras utilizado lo que has
aprendido hasta ahora para aliviar la inconveniencia de hallarte en la
oscuridad, habría significado una pérdida de fe, pero hasta ahora lo has hecho
bien, aunque tendrás más dificultades en el futuro.» [Desaparece en la
oscuridad.]
Por un momento la oscuridad parece más
intensa, por lo que coges con firmeza el bastón y partes de nuevo. Sólo has
dado unos pasos cuando la tierra se abre bajo tus pies y caes en un pozo.
Confuso, pero sin haberte herido, te sientas y buscas el bastón; cuando lo
encuentras, te das cuenta también de que hay algo que se mueve en la oscuridad.
Oyes el movimiento de hojas secas y te das cuenta de que estás en un foso de
serpientes.
La horcajadura del bastón comienza a
brillar y poco después hay luz suficiente para que puedas ver. Te encuentras en
un foso con un túnel que parte de él y estás rodeado de unas veinte serpientes.
Te esfuerzas en pensar y te das cuenta de que no son las serpientes reales del
nivel físico, puesto que aquí significan algo muy distinto. Aquí una serpiente
representa la sabiduría, una sabiduría que hay que obtener. Te sientas con
tranquilidad y observas. Una de las serpientes es de color dorado, mide algo
más de un metro y tiene unos ojos brillantes. Se detiene delante y se mantiene
alejada de las demás. Finalmente, las demás forman un grupo en una esquina y se
duermen. La serpiente dorada se da la vuelta y te contempla; después, con una
deliberación casi humana, dirige la cabeza hacia tu talón izquierdo y lo muerde
con fuerza. El dolor te recorre como una flecha, pero con él viene un conocimiento
que estalla en tu interior como un fuego.
El conocimiento puede ser doloroso, pues
evidencia el mal que está dentro de todos los hombres, el cual sólo puede ser
iluminado por el dolor exterior, para localizarlo y de ese modo curarlo. La
serpiente se entrelaza en el bastón y se vuelve rígida, como si se hubiera
convertido en piedra. Te levantas dolorosamente, utilizando el bastón como
muleta y encaminándote hacia el túnel. No parece muy atractivo, pero es el
único camino, por lo que te diriges hacia la oscuridad. Al final del túnel hay
una luz, y la silueta de un hombre se perfila sobre la luz solar.
Recorres lentamente la distancia que te
separa hasta el final del túnel y vuelves a salir al desierto, pero ahora es
mediodía. El hombre que está de pie es alto y lleva ropajes griegos, con los
cabellos y la barba largos y veteados de color gris. Tiene también un bastón
embellecido con una serpiente, más largo y con la letra samech tallada.
Coge tu pie herido entre sus fuertes manos, sonriendo, y comprueba las pequeñas
heridas dejadas por la mordedura. Después se levanta, toma su bastón y lo pone
por encima de tu cabeza, pidiéndote que le mires. Al hacerlo así, desaparece el
dolor del pie, pero queda algo en tu interior, algo que se ha añadido a tu
sangre y que nunca desaparecerá. En aquel mordisco del amor, pues eso es lo que
era, ha sido marcado como uno más de los que han puesto su pie en el sendero
del arco iris.
Esculapio te devuelve el bastón, te
señala un área distante de verdor que hay en el horizonte, se da la vuelta y
desaparece en el túnel. La pérdida te produce una sensación abrumadora, pues no
hay nadie en ese lugar salvo tú, y tendrás que recorrer el camino completamente
solo. Coges el bastón y comienzas a caminar. Aunque ya no te duele el pie, la
sensación de vacilar y la falta de compañía te pesan. No hay ningún sonido de
animales o aves, toda la vida parece haber abandonado este lugar, en el que
estás solo. Te late el talón, pero no de dolor, más bien parece una pulsación
que acompaña un pensamiento que aparece en tu mente. No puedes estar solo,
porque llevas en tu interior ese ser superior que busca siempre unirse a su ser
gemelo interior. Piensas de nuevo en el sendero veintiséis y en la sutileza de
la ilusión: ¿forma parte este desierto de esa ilusión, está realmente vacío? Te
detienes y miras a tu alrededor, tratando de ver el paisaje de un modo
diferente; éste brilla, pero permanece desértico. El talón vuelve a palpitar y
crece una necesidad en tu interior, una necesidad tan grande que nada podrá
ponerse en tu camino: necesitas ayuda, amor, compañía; y pides esa ayuda con la
certeza absoluta de que vendrá. En tu mano, el bastón en forma de T se
convierte en un arco, la barra que formaba la cruz en una flecha, pones la
flecha en la cuerda del arco y apuntas con ella hacia el cielo. Al dispararla
se enciende en el aire dejando detrás una estela de arco iris. Aparecen otras
al lado y tus compañeros vuelven a estar junto a ti, el desierto es un paisaje
verde, y en la distancia un arco de luz proclama el templo de Tiphereth. Entre
el grupo y el arco hay tres figuras, y Cheiron y Esculapio tienen entre ellos
la cortina del tarot que les devolverá a Yesod. Delante de la cortina hay otra
figura, un muchacho joven vestido con ropas blancas que lleva en sus brazos un
cachorrito negro. Sonríe y nos dice que volveremos a encontrarlo, pero después
se aparta y cruzamos la cortina para entrar en el templo de Yesod. Allí está
Gabriel con copas de agua fría para apagar la sed del desierto y para compartir
con nosotros su gran fuerza y tranquilidad. Nos sentimos muy fatigados, como si
fuéramos niños, y sólo deseamos sueño y paz. El arcángel eleva la gloria de sus
alas áuricas y nos recoge bajo ellas. Por una vez no tenemos necesidad de
regresar hasta Malkuth por el largo sendero neblinoso, sino que somos
transportados por los propios arcángeles para que recorramos esa distancia. Nos
ponen con suavidad ante el altar de Malkuth, y Gabriel se marcha antes de que
podamos darle las gracias. Sandalphon nos hace dormir, nuestros ojos se cierran
y soñamos que nuestro propio nivel se cierra sobre nosotros como con brazos
amorosos.
Es el tercero de los senderos de la
noche oscura, y posiblemente el más temido, aunque sólo sea porque su carta es
la de la Muerte. El mayor miedo lo produce probablemente la pérdida de contacto
con la personalidad, pues la humanidad hace equivaler la conciencia con su
sentido del yo, ya que no entiende que la conciencia se expande con la muerte
física, en lugar de contraerse.
Un actor que recordara toda una vida
pasada interpretando muchos papeles distintos rememoraría con placer y gran
precisión cómo se sentía exactamente con cada papel. Los recuerdos serían
compartidos, provocando muchas risas y pocas lágrimas por los incidentes
rememorados. Esto es una analogía razonable de la experiencia de vivir en el
otro lado de la muerte. Como su personalidad actual forma parte de un proceso
de aprendizaje, tendrá recuerdos claros de ella y de aquellos a quienes amó y
que le amaron. Tendrá recuerdos igualmente claros de otras vidas y otros
amores, lo cual no irá en detrimento de esta vida, sino que la mejorará. Ser
amado por alguien es lo que más se aproxima al cielo para la mayoría de los que
habitamos la tierra, pero tener el conocimiento y el recuerdo de haber sido
amado por todos aquellos que compartieron su vida es el paraíso.
La vida es el sueño, la muerte el
soñador. Se pertenecen la una a la otra como amantes, y como amantes se separan
por un tiempo y volverán a unirse al final. El nombre de la carta es «hijo de
los grandes transformadores». ¡Aquí los transformadores son la vida y la
muerte, y el hijo es el hombre!
El signo zodiacal del sendero
veinticuatro es Escorpio, lo que lo convierte en un sendero de agua, aunque
recorra una esfera conectada con el fuego. Tenemos aquí otra vez la vieja
historia de la transmutación, el fuego más el agua que iguala a la fuerza y la
energía del vapor. La transmutación es una de las funciones primordiales del sendero
veinticuatro, y por estar en la línea del rayo recibirá más de lo habitual.
Estos tres senderos conducen a la esfera de Tiphereth y se ocupan del cambio de
un modo u otro, ir de Hod a Tiphereth cambia nuestras ideas, pues pertenecen a
los niveles espirituales. Cuando viajamos de Yesod a Tiphereth debemos cambiar
en grado suficiente nuestras ideas sobre el ser, después tenemos necesidad de
la fe en su sentido más profundo, con independencia de la tradición en que
vivamos hemos de comprender nuestra necesidad de una fuente primordial. Cuando
llegamos al sendero veinticuatro, es nuestro miedo al cambio en todos sus
aspectos lo que hemos de enfrentar, transmutando ese miedo en una aceptación de
lo que es y de lo que será.
Escorpio es un signo que va de lo más
bajo a lo más alto, desde el insecto que pica hasta el águila, y los nativos de
este signo tienen una curiosa afinidad con la muerte y sienten ante ella escaso
miedo. Hay una práctica que recibe el nombre de los siete niveles, la cual
consiste en una serie de apartamientos de mundo exterior, y parte de ese
conocimiento me lo transmitió mi propio maestro, lo mismo que se lo habían
transmitido a él. El primer nivel es el de la atención, el segundo el de la
concentración, viene después la meditación, que a su vez es seguida por la
contemplación. El quinto paso es el sueño natural, el sexto el trance profundo,
y el séptimo y último la muerte. Esta serie de apartamientos guarda mucha
relación con el sendero veinticuatro, y mi maestro mantenía que ése era el modo
correcto en que un iniciado debía retirarse del cuerpo.
The Pilgrim 's Progress, de John Bunyam, que ahora se
considera pasado de moda, es, sin embargo, una historia muy conveniente para
este sendero, especialmente para los que tienen una profunda fe cristiana. En
realidad, hay muchos libros y poemas que parecen haber sido escritos por un
autor experimentado en el nivel físico en uno u otro de esos senderos de la
noche oscura. Al menos para mí, The Rime of the Ancient Mariner, de
Coleridge, es un relato preciso del sendero veinticinco, lo mismo que el
encantador poema de Francis Thompson, The Hound of Heaven. Si tiene un
ejemplar del Oxford Book of English Mystical Verse, le recomiendo la
lectura del poema de James Stephen The Fullness of Time, como modo de
abordar el sendero veintiséis, pues fue sin duda escrito para él. Si quiere
encontrar pistas las descubrirá, como el vadeo del río del cristiano,
totalmente adecuado para las cualidades de escorpión del sendero que va de
Netzach a Tiphereth. La flecha que golpea al albatros es la flecha de Sagitario
en el sendero veinticinco, mientras que el alineamiento de Satán con
Capricornio en el sendero veintiséis se encuentra de modo perfecto en el poema
de Stephen. Los poemas escritos desde el corazón son trabajos de sendero por
propio derecho.
La letra hebrea es nun, el pez,
el cual se encuentra en su elemento en este sendero de agua. Es interesante
observar que la letra del sendero veintiocho, de Yesod a Netzach, es tzaddi,
el anzuelo, lo que hace de este sendero que va de Netzach a Tiphereth una
progresión natural; aunque uno se pregunta si el anzuelo captura al pez o el
pez se traga el anzuelo, del mismo modo que la ballena se tragó a Jonás.
Otro vínculo con el agua es el símbolo
de la barca de la muerte en el culto celta, pues muchos de los héroes y algunos
de los dioses de esta tradición, Arturo incluido, abandonaron las orillas de la
vida en la barca cristalina de la muerte. La costumbre vikinga de enviar el
cadáver al mar en una barca ardiendo incluye el fuego y el agua de este
sendero, y algunas sectas de la India envían a sus muertos hasta el mar
flotando por el Ganges. Los antiguos egipcios ponían a sus muertos importantes
en barcas que simbolizaban la barca de los millones de años, y los llevaban
remando hasta la necrópolis, que estaba alejada de la ciudad. El fuego y el
agua han sido siempre métodos de devolver la carcasa humana a sus componentes
terrenos, liberando así el alma. Se ha dicho que la cremación es el modo más
rápido de liberar el espíritu, y lo mejor para un iniciado, asegurándose de que
hayas pasado tres días completos desde el principio de la muerte, para que la
retirada se haya completado.
La historia de Osiris tiene también aquí
su lugar, aunque en muchos aspectos forma también parte del sendero treinta y
dos. Las muertes de los héroes de la humanidad pueden darnos muchas pistas
sobre este sendero, por lo que merece la pena examinarlas. Esto no es nada
morboso, pues la muerte es algo tan natural como la vida, y los iniciados la
consideran como a un nacimiento superior, considerando la vida en la tierra
como la auténtica muerte. Si el sendero treinta y dos se recorre en la muerte
física, quizás podamos considerar entonces al veinticuatro como una clase práctica.
El templo está tranquilo y bastante
sombrío cuando se forma a nuestro alrededor. No están los Ashim, y los echamos
de menos porque nos habíamos acostumbrado a su bienvenida y a sus
felices formas de pensamiento. Sandalphon sale de las sombras trayéndonos
vestimentas negras. Nos vestimos con ellas y ponemos cordones negros en
nuestras cinturas, vamos con los pies descalzos y la cabeza descubierta, y
seguimos al silencioso arcángel hacia la puerta de la derecha. Al abrirse, entramos
en un haz de luz, tan verdosa como la de una esmeralda sin fallas, y cuando
estamos dentro de ella nos elevamos rápidamente desde la esfera de la tierra
hasta el nivel de Venus.
Nos detenemos frente a unas grandes
puertas de cobre brillante sobre las que están talladas las escenas de las
diosas del amor de todas las tradiciones. Los tiradores de las puertas son de
perla y de coral, y al empujarlas se abren suavemente, permitiéndonos entrar
con facilidad al templo de Netzach. Las paredes son de un cristal de color
verde oscuro, y la luz se filtra por ellas dando la sensación de que el templo
está bajo el mar. En las paredes hay rosas de cristal y coral que actúan como
prismas y producen pequeños arco iris que forman un arco hasta el centro del
templo. El suelo es de jade y de cobre, y los dos pilares, como los de Hod, son
de agua y fuego. El altar es de jade oscuro y en él hay una concha de ostra que
se abre poniendo al descubierto una rosa de llamas ardientes.
Haniel sale del pilar de agua y se
detiene ante nosotros; es alta y esbelta, y su cabello, que le llega hasta las
rodillas, tiene el color del vino nuevo, en parte dorado y en parte rojizo,
fluyendo a su alrededor como si estuviera vivo. Su ropa es de seda ambarina, y
a través de ella brilla el cuerpo como una perla. Llena el templo con su
aliento con el aroma de las rosas, y tiene una voz grave y suave. Se encuentra
en su rostro toda la belleza del mundo. Nos conduce hasta la puerta que lleva a
nuestro siguiente sendero, y hace allí el sello con un gesto gracioso, con lo
que la carta del tarot se transforma rápidamente en una escena real. Parece
grotesca en este escenario vibrante de amor y vida. La muerte inclinada sobre
su guadaña no parece hallarse aquí en su lugar apropiado. Damos un paso y atravesamos
la puerta.
El sol se está poniendo con brillos
rojizos y ambarinos sobre un cielo egipcio; un camino conduce a través de una
gran multitud de gente hasta un ancho río en donde aguarda una barca
ceremonial. Su proa ha sido tallada y representa la cabeza de un águila. Hay
varias literas cubiertas de telas negras y sacerdotes de cabezas rapadas que
esperan para llevarnos en ellas. Ponen en nuestros rostros pesadas máscaras de
plata y luego nos levantan y nos llevan hasta el río, dejándonos en la barca.
No podemos ver, pero sentimos el movimiento cuando el barco comienza a navegar
y los remeros nos llevan hasta mitad de la corriente. Pensamos en aquella vez
que estuvimos con Charon en su barca, en el río Estigia, pues tenemos una
sensación parecida.
Podemos oír los gritos de la gente que
se lamenta y gime por nosotros, como si estuviéramos realmente muertos. Nos
están llevando a la necrópolis que hay fuera de la ciudad y nos dejan allí en
la pirámide para esperar lo que suceda. El viaje es largo, y pensamos mientras
nos hallamos tumbados en la oscuridad. No sabemos lo que hay delante, sólo
sabemos, por lo que hemos aprendido hasta ahora, que no se nos pondrá a prueba
más allá de nuestras fuerzas. Nos acordamos también de la cabra sacrificada del
sendero veintinueve, tenemos tan poco control sobre lo que suceda como lo
teníamos entonces, y no podemos hacer otra cosa que esperar tumbados
tranquilamente. Ya hemos aprendido lo que es la ilusión y los trucos que ésta
utiliza, por lo que no volveremos a caer nuevamente en ellos. La sensación de
deserción y soledad que conocimos en el sendero de la flecha no volverá a
causarnos pena. Hemos aprendido que el verdadero conocimiento del ser significa
que ya no hay soledad, somos conscientes de la vida oculta que nos rodea y
sabemos que formamos parte de ella.
La barca se detiene y sentimos que nos
dejan sobre el suelo. Unos minutos después se levantan las literas y nos
transportan desde el río, por lo que parece una pendiente corta, pero
inclinada. La frialdad de la piedra nos envuelve, dejan en el suelo las
literas, y oímos después el sonido de unos pies que se alejan y de unas piedras
que se cierran, quedando así en la oscuridad de una tumba.
El frío penetra en nosotros, pero pronto
deja de ser doloroso, convirtiéndose en un entumecimiento agradable que nos
lleva a una especie de sueño, tras el cual comienzan a aparecer las imágenes.
Nos vemos recorriendo los senderos que habíamos andado hasta el momento. Nos
vemos a nosotros mismos y observamos lo bueno y lo malo, las ocasiones en que
no nos portamos lo bien que hubiéramos debido, y lo vemos todo con una especie
de distanciamiento triste. Se produce luego la sensación de estar separados del
ser que hemos conocido durante tanto tiempo, y al que nos habíamos habituado, y
que rostros oscuros flotan ante nosotros, produciéndonos la sensación de que
son los rostros que tuvimos antes del actual. Captamos imágenes breves de
tiempos pasados y otras más rápidas aún de los tiempos del futuro, para después
quedar de nuevo en el silencio. Flotamos en una cálida espiral de luz que nos
habla con palabras que la tierra nunca había oído; voces que nos rodean tocando
nuestras mentes con las suyas. Sentimos formas pertenecientes a los otros
órdenes de la vida, a sistemas muy alejados del nuestro, pero que son, sin
embargo, vida. Abruptamente nos encontramos suspendidos sobre una enorme
pirámide de piedra que está muy abajo, y con los ojos de la mente vemos
pequeñas formas tumbadas en la oscuridad en las plataformas de piedra. Las
máscaras llevan en la frente la letra nun.
Descendemos en espiral y penetramos en
las formas quietas, sintiendo el frío y el calambre de unos músculos
atrofiados. Se abren las puertas de piedra y escuchamos unos pies que caminan
por el suelo; después nos quitan las pesadas máscaras del rostro y parpadeamos
bajo la luz. Los sacerdotes sonrientes nos ayudan a salir de las literas y
vemos que las flores con las que fuimos cubiertos están marchitas, pues hemos
estado allí durante muchos días. Nos llevan a un pequeño edificio en donde nos
lavamos y frotamos con aceites calientes, vistiéndonos después con ropas de
color plateado y escarlata, con el emblema del escorpión en nuestro pecho.
Calzamos sandalias de plata convenientes para los que andan por los dos mundos,
y ponen después sobre nuestra cabeza el tocado «nemyss». En cabeza de una larga
procesión, regresamos a la barca.
Esta está decorada con flores frescas y
el timonel lleva la máscara de Horus. Ocupamos nuestra posición y los remeros
comienzan a llevarnos corriente arriba hasta la ciudad, llena ahora de gentes
felices, que cantan alegres de que hayamos regresado de la casa de los muertos.
Detrás de nosotros está la pirámide, que parece advertirnos que un día nos
rodeará en realidad. Pero eso no nos da miedo. Cuando bajamos a la costa nos
enfrentamos a alegres multitudes y al sonido de las trompetas. De nuevo en
procesión, nos dirigimos hacia una enorme puerta en la que está la carta del
tarot. Nos damos la vuelta para bendecir a las gentes en el nombre del alzado Osiris,
y después penetramos en el templo de Netzach.
Haniel viene hacia nosotros con los
brazos extendidos para ayudarnos a quitar las pesadas ropas y los tocados.
Descansamos un rato y luego ese amoroso ser nos lleva hasta la puerta del
templo, hacia el haz de luz que nos hace descender suavemente hasta Malkuth. Se
abre la puerta, brilla por ella la luz y una nube de Ashim nos espera al otro
lado para saludarnos, girando a nuestro alrededor, y apenas sentimos su
contacto semejante a agujas de luz.
Sandalphon ríe y comenta que debemos
esperar a que hayan terminado su bienvenida antes de añadir él la propia.
Estamos de pie y juntos, el arcángel, los Ashim y nosotros, y una sensación de
amorosa afinidad llena el templo. Nunca la olvidaremos, pase lo que pase en el
futuro, pues es algo real y perdurará. El templo desaparece de nuestra vista,
pero no de nuestros corazones.
Nos hemos abierto camino por los
senderos de la noche oscura y, aunque los trabajos que acabamos de realizar
puedan parecer inocuos, podemos estar seguros de que funcionarán en la
medida en que seamos capaces de despertar sus fuerzas; ni más ni menos.
Llegamos ahora a los senderos superiores, en donde todo se vuelve mucho más
abstracto.
Este sendero va desde la esfera de la
comunicación y la forma mental a la de la descomposición de las formas, aunque
éstas estén ya gastadas y no puedan utilizarse. Esto puede parecer paradójico
en un principio, porque siempre hay sentidos que se nos escapan. La letra
hebrea mem significa agua, lo que es adecuado para Hod, que tiene
evidentes vínculos con este elemento. Como hemos visto, cuando el aspecto fuego
se vincula con el agua produce una energía tremenda muy semejante a la de una
bomba hidráulica. Mem es también una de las letras «madre», un símbolo
de Binah en un sendero que combina las esferas inferiores y centrales del pilar
de la forma. Todo ello hace que el sendero veintitrés sea exactamente lo que
dice el texto yetzirático: «la inteligencia estable..., pues tiene...
consistencia entre todas las numeraciones».
La carta del tarot es el Ahorcado, con
sus connotaciones de sacrificio, algunas de las cuales pueden ser equívocas.
Tiene mucha más relación con el pensamiento espiritual lateral, con la
capacidad de ver las cosas boca abajo o invertidas. Esto cobra sentido cuando
nos damos cuenta de que en este mundo físico vemos y entendemos las cosas al
revés, pues todas las cosas están formadas a partir de la imagen especular del
ser puesta por el Creador. El árbol presenta un aspecto interesante cuando lo
consideramos teniendo esto en cuenta. Kether se refleja en Chocmah, creando así
una imagen invertida, Chocmah se refleja en Binah, reinvirtiendo la imagen de
nuevo a lo que era, y convirtiendo a Binah en una verdadera imagen de
Kether. Cuando uno sale de las esferas centrales, esto hace del pilar de la
forma la imagen real de la fuente primordial. En el caso del Ahorcado, está
buscando intercambiar su punto de vista mundano y físico por otro diferente, y
esperemos más exacto. Quizás la insistencia japonesa en ver a su montaña
sagrada, el Fuji, inclinándose y mirándola entre sus piernas, tenga una
connotación similar. Podemos hacer también aquí referencia a la práctica de los
devotos del Hatha Yoga consistente en ponerse sobre sus cabezas, algo que para
el publico no informado ha resultado divertido durante años, sin siquiera haber
tratado de entender las razones bien fundamentadas que hay tras esa posición.
Como estamos subiendo el árbol en
lugar de bajarlo, este sendero tiene como tema la construcción de la
forma y luego su comprobación en el corazón ígneo de Geburah, pues si pueden
resistir esa prueba tienen posibilidad de ser útiles. Pero en cuanto muestren
alguna señal de estar desfasadas, Geburah se encargará de su desaparición. Dice
en la introducción que las viejas tradiciones quedan superadas cuando aparecen
las ideas nuevas, y el sendero veintitrés es el que fuerza el cumplimiento de
esa ley.
En el mundo físico el elemento del agua
es aquel que permite al hombre moverse en condiciones de casi ausencia de
gravedad. En cierta medida podríamos decir que ese elemento libera al hombre de
la atracción de la tierra, y en cuanto a las condiciones espirituales su efecto
es similar. Por tanto, un sendero de agua es aquel en el que tenemos una cierta
libertad en tanto en cuanto observemos las reglas, las cuales consisten aquí en
que debemos considerar los efectos del fuego y del agua, es decir, de la acción
y la reacción.
Si tuviera que elegir un símbolo para
este sendero, elegiría un cacharro de arcilla. Un recipiente puede retener el
agua, pero primero debe estar moldeado con arcilla (con la ayuda de agua) y
luego cocido para estar bien hecho, saliendo así del horno duro y fuerte hasta
que el tiempo y el uso lo rompan. Si se ha hecho descuidadamente, se
resquebrajará mientras esté aún en el fuego. El relato de Shadrach, Meshach y
Abednego puede tomarse como una ejemplificación del sendero veintitrés. Puede
decirse que para aquel con tendencias sádicas que prefiera un sendero con
alusiones al fuego infernal y el azufre, éste es el que debe elegir, ¡pero es
una de las tradiciones más pasadas de moda!
El título de la carta, «el espíritu de
las aguas poderosas», es en cierta medida un reflejo del Gran Mar de Binah, que
nos espera en el sendero dieciocho. Deberíamos considerar el veintitrés como un
lugar en el que podemos aprender a nadar con una relativa seguridad.
Cuando se forma el templo a nuestro
alrededor, pensamos en la primera vez que llegamos aquí y en lo mucho que hemos
aprendido desde entonces, en que todavía nos quedan muchas cosas por descubrir,
pero que llegarán lentamente. Sandalphon está sentado en el centro del suelo
del templo, jugando con unos pequeños ratones que parecen haber llegado con una
espiga de trigo. Se levanta para saludarnos cálidamente. Un enjambre de Ashim
emerge también de la espiga, y se arremolinan a nuestro alrededor. El arcángel
pide a una de las almas de fuego que entre en el centro del corazón de cada uno,
sentimos un calor ligero cuando lo hace y luego un arremolinamiento del calor
que nos recuerda a un cachorrito moviéndose hasta sentarse a dormir en nuestro
regazo. Sandalphon se dirige entonces hacia la puerta de la derecha de la pared
oriental y la abre dejando al descubierto a Haniel, quien entra con su gracia
habitual rodeada por algo que parecen burbujas de agua con los colores del arco
iris. Una de ellas se aparta y ocupa su lugar en las áreas genitales de cada
uno de nosotros. Así, tenemos estos dos elementos en el interior y
equilibrándose el uno al otro.
Vamos ahora hacia la puerta de la
izquierda y entramos en la esfera de cristal que nos llevará hasta Hod, que
comienza a elevarse, mientras Sandalphon y Haniel se despiden, coge velocidad y
nos lanza hacia arriba, hasta el templo del agua. Las puertas de hielo se abren
cuando se detiene la esfera, y entramos andando en el dominio de Miguel. Está
esperando junto a los pilares, y nos parece no tanto un ángel guerrero como un
joven atleta griego relajándose después del entrenamiento. Sostiene en las
manos unas tiras de asbestos, el mineral traído a la tierra por Melquiseded,
colocando una tira en el centro de la garganta de cada uno de nosotros. Miguel
habla con tranquilidad y dominio, poniendo de relieve sus palabras.
Recordar el
significado del asbestos, símbolo del alma del hombre, que no puede ser
destruida, pero puede arder como un farol para guiar a los otros.
Se levanta y nos lleva a la puerta de la
pared oriental. El sello hace aparecer la carta del tarot, que se forma
rápidamente y se vuelve después real, los ojos del hombre nos consideran con
divertimento, y nosotros entramos.
Nos encontramos en un taller gigantesco,
una alfarería, y junto a una enorme rueda de alfarero se sienta el dios Khnum.
Es la forma divina del antiguo Egipto, quien hizo los cuerpos de los hombres en
su rueda para que el dios Ptah los llenara con el aliento de la vida. Como
todos los «herreros o dioses creativos», viste una faldilla simple de lino.
Gira la cabeza y nos sonríe, y luego, cuidadosamente, nos va cogiendo de uno en
uno y poniéndonos junto a la gran rueda. Al mirarla pensamos en la gran rueda
de Mazloth, el Zodiaco, y nos preguntamos si habrá alguna relación, recordando
esto cuando regresemos. Khnum tiene un rostro amable y nos sentimos a salvo en
sus manos. Coge un poco de arcilla y pone a uno de nosotros sobre la rueda, y
haciéndola girar comienza a moldear a nuestro alrededor un cuerpo de arcilla,
siguiendo el rostro de la forma con exactitud hasta que sólo quedan sin arcilla
nuestros ojos. Señala luego a cada uno con la letra mem. Al terminar nos
coloca boca abajo en una repisa colgando de los pies. Da la impresión de que nos
va a quemar en su gran horno. Aquí arderá parte de la escoria y se comprobará
la fuerza y utilidad de nuestra mente y cuerpo espiritual. Es el primero de los
numerosos senderos que servirán para eliminar escorias. Pero ya hemos recorrido
otros temibles senderos y tenemos fe en aquellos a quienes hemos ofrecido
nuestros servicios, por lo que esperamos tranquilamente. Sentimos en el
interior el calor de los Ashim, consoladores, y el ligero movimiento de la
burbuja de agua nos hace ver que también ella está dispuesta a jugar un papel
en nuestra prueba. Dentro del centro de la garganta sentimos la presencia de
una tira de asbestos y sentimos la atención del gran ser que regaló el mineral
al hombre. Después, todavía colgados boca a bajo, nos pone en una gran pala sin
mango y nos desliza suavemente en el horno.
La reacción humana hace que nos
encojamos los primeros segundos ante esa intenta luz. Después, al recuperar
nuestro valor, comenzamos a observar los alrededores. No parece haber paredes,
es como si estuviéramos dentro de una llama cósmica primordial que arde dentro
de los límites de la manifestación. Las llamas no son tales, sino luz pura, la
cual busca hasta los mínimos defectos. Quedamos con el alma desnuda y bajo la
vigilancia de algo tan inmenso que ni siquiera podemos sospechar sus orígenes.
Sentimos que pequeñas grietas van
abriéndose camino en la cáscara de arcilla conforme la luz encuentra
debilidades ocultas, y somos igualmente conscientes de cuáles son los fallos y
en donde están, lo que no resulta agradable. Pero las cáscaras se mantienen
unidas y tenemos tiempo para pensar en el modo de reparar esas grietas, pues
sabemos que se verán claramente cuando nos saquen del horno. Los cacharros de
cerámica agrietados suelen tirarse, y, aunque sabemos que no es eso lo que nos
sucederá a nosotros, sentimos una ardiente necesidad de que nos encuentren en
las mejores condiciones posibles.
Desde nuestra posición invertida vemos
las cosas con un ángulo diferente, con mayor claridad y sin distorsiones.
Tenemos en nuestro interior el fuego y el agua, y quizás con ello podamos
reparar las peores grietas, pero se nos ocurre una cosa. ¿Dañaremos a los
elementos si los utilizamos de ese modo? Nos importa mucho no sacrificar a esos
seres para nuestros propios fines. Los Ashim del interior se expanden y por un
momento vemos un alma del fuego en su auténtica forma, dándonos cuenta de que
lo que habíamos considerado como una chispa es en realidad un ser de una
belleza y una gracia que nos sobrecoge. También la burbuja escapa
transmutándose en un átomo de poder que quema las escorias que podemos rechazar
en esta fase de nuestro desarrollo. Después se abre la puerta del horno y nos
sacan.
Khnum nos pone en la mesa, todavía
sonriendo, y nos rocía con agua, produciendo un agradable silbido. Después, con
un martillo pequeño, nos va golpeando a cada uno y las cáscaras de arcilla
caen. Habíamos olvidado que la parte auténtica de nosotros estaba en el
interior. Tal como hacemos a menudo en la tierra, habíamos tomado
equivocadamente la cáscara de arcilla por la real. En alguna parte de nuestra
mente sabemos que nos hemos apropiado de un conocimiento más profundo del que
podemos percibir en este momento. Pero ya saldrá a la luz en su momento.
Miramos hacia arriba a Khnum y le damos las gracias, ante lo que él sonríe
complacido, y después, con una herramienta afilada, nos marca en el pecho el
sello del elemento agua. Ahora que hemos recibido la señal de la aprobación,
reímos con él. Nos deja en el suelo uno a uno, pidiéndonos que recordemos que
hay más escoria que deberemos quemar cuando llegue el momento, que deberemos
regresar a su horno una y otra vez hasta que no necesitemos más su fuego. Lo
entendemos y nos dirigimos hacia la carta del tarot; sonriendo al Ahorcado,
conscientes de que él está mirando el mundo del modo adecuado, y de que lo
mismo que Alicia hemos encontrado el camino del espejo.
Nos lanzamos en los brazos de Miguel,
quien nos está esperando en la puerta. Nos mira inquisitivamente a cada uno, y
después, obviamente satisfecho con lo que ve, nos lleva hasta la entrada y nos
introduce con seguridad en la esfera de cristal. Descendemos entre el azul y
nos detenemos con un ligero rebote ante la puerta de Malkuth.
Sandalphon y Haniel nos esperan, los
Ashim nos cubren con pequeños contactos ígneos de amor mientras les contamos
nuestras experiencias en el horno. Esperamos a que nos quiten la chispa
interior y el átomo de agua, pero nos dicen que ahora son ya parte de nosotros,
que esas partículas de fuego y de agua compartirán nuestra vida y espíritu por
toda la eternidad, que nosotros y ellas somos uno, que hemos sido sus
iniciadores en la vida. La enormidad de su sacrificio al dejar que algunos de
su propia especie nos sirvan, y el servicio igualmente grande que hemos podido
ofrecerles, es algo que sólo entenderemos con el tiempo. Por el momento basta
con estar rodeados por el amor mientras el templo se desvanece.
El sendero veintidós no es la idea
habitual que se tiene de un paseo al aire libre. Es el sendero de la justicia y
del ajuste kármico, el camino hacia el «habitante del umbral» al que hemos de
enfrentarnos, obtener su perdón y ser absorbidos por él. Posiblemente más que
cualquier otro, revela la dualidad de nuestra naturaleza, el bien y el mal. Para
un iniciado, el sendero puede ser lo más próximo a la agonía espiritual. Para
un estudiante que realiza los grados inferiores de entrenamiento, puede ser el
punto en el que se alcanza un cruce de caminos en el que tiene que decidir si
sigue avanzando o se queda donde está. Para quien llega a los senderos por
primera vez, por razones obvias sus efectos pueden atenuarse por su falta de
experiencia.
Debo poner de relieve de nuevo que estos
senderos afectarán a aquellos que los sigan en el nivel en que sean capaces de
responder, por lo que, aunque el sendero siguiente haya sido escrito teniendo
en cuenta a los recién llegados a estos estudios, afectará a una mente
entrenada con mucho mayor poder. Todos los senderos tienen niveles dentro de
niveles, y se ajustan automáticamente a la persona que los recorre.
Todos hemos de enfrentarnos antes o
después a las consecuencias de nuestras acciones, y este sendero acelera el
proceso. A pocos les gusta esta idea, pero, como indica la letra hebrea del
sendero, lamed, el buey aguijoneado, no nos queda más elección que
acabar obedeciendo. La forma de la letra sugiere el azote asociado con la
esfera de Geburah, y da a entender que se nos pide que descendamos por este
sendero con una insistencia suave, pero firme.
El el o al con que terminan
muchos de los nombres angélicos es una referencia a Dios, y cuando se utiliza
por sí solo significa precisamente eso. Como nombre se pronuncia Aleph/Lamed,
significando el buey y el aguijón, lo que representa al Creador guiando con
firmeza a sus hijos recalcitrante por el camino de la evolución, aunque muchas
veces parezca que éstos tienen la inclinación a dirigirse en la dirección
contraria.
El signo astrológico es el de Libra, la
balanza, con todo lo que este símbolo implica. Este sendero se alinea bien con
el de la esfera de Geburah en la parte segunda; en realidad pueden considerarse
uno continuación del otro. Como cabía esperar, la carta del tarot es la de la
Justicia, y el texto yetzirático nos dice que este sendero es «la inteligencia
fiel... con ella se incrementan las virtudes espirituales, y todos los
habitantes de la tierra están bajo su sombra», todo lo cual va muy bien con su
significado. La Practical Guide to Qabalistic Symbolism proporciona
muchas informaciones sobre el lugar de los cuerpos mágicos de este sendero, por
lo que debería leerlo. Se ha hablado mucho de este aspecto de lo oculto, y se
ha investido con un atractivo que le hace parecer más importante de lo que es.
A menudo se ha confundido con la personalidad mágica, que es algo muy distinto.
Una de las razones por las que
personalmente no me gusta demasiado el trabajo de regresión es que a veces
puede «despertar» un cuerpo mágico del propio pasado, y cuando esto sucede
puede ser muy difícil librarse de él. Conozco la argumentación de que así es
posible analizarlo, pero, a menos que se tengan buenas razones para ello, y lo
que es igual de importante, que se haga bajo una guía competente, preferiría no
tocar el tema. Si hay que hacer un ajuste kármico, se hará sin tener que
buscarlo, en el momento y el lugar prefijados. Hay excepciones, pero considero
que son raras.
Cuando un espíritu humano haya llegado a
los niveles de Chesed, y haya sido absorbida la última de las personalidades
terrenales, el espíritu tendrá la posibilidad de elegir entre avanzar hacia la
luz, y «no regresar» como Enoch, o retrasar su recompensa y decidir servir a la
humanidad en la capacidad de maestro. En este nivel en el que no hay
posibilidad de que un cuerpo mágico produzca ningún hecho nocivo, un maestro
puede decidir llamar a alguna de las numerosas personalidades utilizadas en el
pasado, con el fin de comunicar con un discípulo. En este nivel ya no hay
riesgo.
«Habitante del umbral» es otro término
del que se ha abusado. Nos recuerda las historias misteriosas y los relatos de
Lovecraft, todo lo cual me gustó en su época, aunque ofrece muy pocos
conocimientos de la realidad oculta. La mayoría de estos arquetipos tiene
diversas formas que pueden encontrarse en los diferentes senderos, siendo ésta una
de las razones de las continuas referencias cruzadas. Su lugar en el sendero
veintidós es una anticipación de lo que va a suceder en el diecinueve, pero si
este sendero se recorre del modo adecuado, el sendero superior resultará muchos
más sencillo.
Para el propósito de este libro, el
viaje siguiente es sobre todo un reconocimiento. El sendero real, en el sentido
formativo, es mejor emprenderlo bajo la guía de un maestro y dentro de una
escuela.
Nos sentimos excitados con este viaje,
pues vamos a entrar por primera vez en el templo de Tiphereth. Sandalphon es
una influencia tranquilizadora y nos gusta saber que vendrá con nosotros. Abre
la puerta y pasamos a la niebla violeta, mientras el arcángel nos sigue cuando
ascendemos por el sendero neblinoso hasta Yesod. Las puertas de plata se abren
y nos esperan, y allí está Gabriel dándonos la bienvenida en el umbral. Su
sonrisa es siempre agradable de ver, pero el saludo que da a su igual y hermano
es algo que queda fuera de nuestra capacidad de comprensión. Miramos alrededor
el templo de la luna, tan querido y conocido ya de nosotros, y cruzamos luego
el puente para esperar junto a la puerta central. Gabriel y Sandalphon hablan
unos segundos y luego el brillante mensaje va a abrir la puerta que nos
conducirá hasta el templo del sol. Cuando se abren las puertas, vemos un camino
serpenteante del color del arco iris y de increíble belleza, el cual se
extiende por delante hasta una arcada hecha de luz pura que surge del cielo.
Con los arcángeles a cada lado, recorremos el camino y como niños pequeños
llegamos hasta el final del arco iris y hasta el arco real de Tiphereth.
Podemos ver a Rafael dentro del arco,
con sus ropajes de color ámbar y dorado fluyendo en graciosos pliegues hasta
los pies. En su rostro está el brillo del sol y su presencia misma es una
fuerza curativa para la mente humana. Se da la vuelta y nos conduce al templo
del sol. En el interior tenemos la sensación de hallarnos en una enorme
catedral octogonal, aunque las dimensiones son pequeñas y suficientes para que
nos acomodemos. Las paredes parecen hechas de luz de todos los tonos y colores,
como si el puente del arco iris se hubiera convertido en piedra para la
construcción de este lugar. Alrededor del templo hay ocho puertas que conducen
a las otras esferas, cuatro grandes tronos ocupan las esquinas con escalinatas
que conducen a ellos. El suelo está cubierto de juncos y hierbas aromáticas que
libran su perfume cuando las aplastamos con los pies. El altar es de mármol
puro y sin adornos, salvo el gran cáliz de plata cubierto con un paño de lino.
El Grial brilla bajo su cobertura, iluminando todo el templo, y de vez en
cuando produce un claro sonido de campanas.
Los pilares son como el altar de mármol
puro sin embellecimientos. La gloria de Tiphereth son sus paredes del arco iris
y el Grial. Nos dirigimos hacia el altar y nos detenemos ante Rafael, con
Gabriel y Sandalphon a los lados, por lo que nos hallamos dentro de un
triángulo arcangélico de amor, sabiduría y poder. Somos conducidos luego hasta
una de las puertas que lleva en el dintel el nombre de Geburah. Rafael traza el
sello y el Grial produce una melodía de campana, formándose instantáneamente en
la puerta la carta del tarot. Aparece allí la figura de la Justicia, mirando
hacia adelante como si no le preocuparan seres humanos tan pequeños. Nos
volvemos para mirar a nuestros amigos, quienes nos envuelven con su amor y
fuerza, y entonces nos atrevemos a traspasar la cortina e iniciar el sendero
veintidós.
Nos hallamos en un patio en el que
crecen flores profusamente. En el centro hay una pequeña laguna ornamental con
peces y flores de loto. Unas escaleras conducen a una gran sala abierta
bordeada de pilares pintados con escenas del Panteón de Egipto. El sol da mucho
calor, ya nos alegra la frescura que ofrece el salón. En su interior hay muchas
estatuas, todas de tamaño superior al natural, y alrededor de una pequeña mesa
hay sillas talladas, cada una de las cuales tiene pintada en el respaldo la
letra lamed. Alguien nos ha estado esperando, pues han puesto vino y
frutas en la mesa. Surge de las sombras una joven, casi una adolescente, que
lleva un vestido de lino trenzado desde debajo de sus pechos hasta sus esbeltos
tobillos. Lleva sobre el cuello un pectoral de lapislázuli y oro y pequeñas
abejas doradas sobre flores de loto cuelgan de sus orejas. Su cabello, negro,
cuelga recto hasta los hombros. Lleva un tocado que representa una sola pluma
rizada. Se detiene ante nosotros y nos invita a sentarnos con ella.
Aunque su rostro es joven, muestra una
sabiduría intemporal, pero son sus ojos los que nos conmueven, pues nadie puede
mirar a los ojos de Maat, la diosa de la verdad, y decir una mentira. Nos hace
preguntas sobre nosotros y nuestras vidas, y respondemos a todas ellas. Nos
parece natural hablar de nuestros miedos y preocupaciones más profundas, de los
fracasos y sueños perdidos, de los secretos que guardamos en el interior. Sin
embargo, sabemos que al hablar sólo ella escucha nuestras palabras, que los que
van con nosotros no escuchan lo que sucede entre Maat y aquellos a quienes ella
habla.
Finalmente se levanta y nos invita a
penetrar en el edificio. Caminamos a lo largo de corredores pintados y de
salones grandes y pequeños hasta llegar a uno mucho más amplio, a gran
profundidad en la esfera de Geburah, un lugar en el que en una fase posterior
de nuestros viajes seremos juzgados. Pero ahora sólo hemos venido para
prepararnos para ese día.
En el centro, en un estrado, hay unas
enormes balanzas de oro. Aquí se sientan los señores del Karma, quienes dirán
la última palabra en nuestro juicio. Alrededor del salón están los tronos de
los cuarenta y dos asesores que nos harán las preguntas. Un haz de luz
desciende del techo y llena el salón con una claridad absoluta; no hay sombra,
no hay modo de cubrirse, ningún lugar que nos oculte. Maat nos tranquiliza
afirmando que en el día designado alguien actuará como defensor nuestro. Señala
las balanzas y vemos la pluma de la verdad en una de ellas, nos dice que antes
de venir aquí, tendremos algún tiempo para revisar nuestra vida y pensar en
algunas preguntas que nos harán. Es una deferencia que no se les hace a todos
los hombres.
Regresamos al patio en donde espera un
cerro conducido por un joven guerrero egipcio que nos mira con severidad. Hay
algo de Miguel en él, y entonces sonríe y sabemos que es Khamael, el arcángel
de Geburah. Maat nos despide, sube al carro y se marcha. Nosotros vamos hacia
la cortina, la traspasamos y volvemos a Tiphereth. Los arcángeles nos están
esperando y nos conducen hasta el altar. Rafael nos dice que no presumamos de
haber tenido un agradable viaje, pues funcionará en niveles muy profundos.
Luego, acompañado de sus iguales, nos lleva de regreso por el arco iris,
dejándonos en la puerta de Yesod. Dentro, los Cherubim esperan para sellar la
puerta, mientras nos despedimos de Gabriel y luego con Sandalphon tomamos el
camino de niebla y caminamos hasta Malkuth. Sabemos que sólo hemos tocado la
superficie de este sendero y que lo que hemos hablado con Maat surgirá una y
otra vez en nuestros corazones y mentes.
Cuando experimentemos la auténtica
esfera de Geburah, su efecto se aliviará por todo lo que hayamos aclarado en
los senderos anteriores. Los viajes que parecen más fáciles, son a menudo los que
más efecto producen en el nivel físico. Sandalphon pone una mano suave sobre
nuestro hombro, aunque no se sabe que nunca haya tenido un cuerpo de carne,
pues nuestras emociones, miedos y alegrías afectan a su áurea. Incluso cuando
no estamos en el templo, todo lo que nos afecta le pone en alerta y hace que su
fuerza fluya hasta nosotros donde quiera que nos hallemos. Estos senderos
pueden ser formativos para nuestra mente, cuerpo y espíritu, pero también
constituyen un vínculo entre nosotros y aquellos que habitan las regiones
superiores. Ellos forman parte de nuestra familia. El templo se desvanece en
silencio.
Este, como nos dice la carta del tarot,
es un sendero de subidas y bajadas. Es el sendero en el que puede oírse con
fuerza y claridad el toque de clarín de la búsqueda. Podemos oír y responder, o
cerrar nuestros oídos y cruzarlo deprisa. Siempre he pensado en él como en un
sendero laberíntico, aunque sólo sea porque su carta del tarot parece
devolvernos una y otra vez a nosotros mismos hasta que hemos completado el
esquema. La Rueda de la Fortuna, como todos los símbolos de «rueda», nos
presenta una bolsa de correspondencias combinadas, y la propia fortuna, como
muchos habrán descubierto, puede ser una dama muy voluble. O así parece serlo,
¿pero es eso cierto?
Casi todos los cuentos de hadas empiezan
cuando un hijo o una hija pequeños abandonan su hogar para buscar fortuna. Los
cuentos de hadas suelen ocultar muchos conocimientos esotéricos y en particular
los relatos de héroes nos dan una representación muy clara del viaje del Loco
del tarot hacia la iniciación. La mayoría de las historias tienen una figura
masculina o femenina de edad avanzada que ofrece su consejo al héroe de la
historia cuando se encuentra con él. La medida en que se cumpla el consejo
decidirá el futuro del joven buscador. El sendero veintiuno es muy similar,
pues ofrece un camino hacia el Grial, pero de una forma tal que no pueda
encontrarse fácilmente.
El sendero comienza en Netzach, la
esfera del amor, el idealismo, los dioses y todas las gentes del pueblo de las
hadas; también es la esfera de la vida en abundancia. Está garantizado que
todos los ingredientes atraerán al joven que se sienta ya preso de las
circunstancias. Para un joven así, la llamada de la búsqueda es una llamada a
la aventura y la excitación. No siempre toman la búsqueda como lo que es
realmente, un tiempo de crecimiento hacia la madurez. El hecho de que el
sendero veintiuno conduzca a través de Chesed hasta Chocmah, la esfera del
último símbolo de la rueda, añade sabor a la tarea. Nos indica que esa búsqueda
no es sólo para una vida, sino para una vida tras otra; en realidad, para toda
una ronda de vidas. Quizás, tal como dice el texto, sea un sendero de
«conciliación y recompensa... recibe la influencia divina». Pero también es un
sendero de compromiso con la búsqueda eterna.
Uno de los numerosos objetivos de la
búsqueda es el de entrar al servicio del poderoso rey, cuyo país se extiende
«sobre el agua», y a veces «sobre la montaña». Entre los otros objetivos puede
estar el Grial, el vellocino de oro y el elixir de la vida. En este caso la
imagen del rey tiene un significado, pues la imagen mágica de Chesed es la de
un rey coronado y entronado, mientras que el símbolo del sendero veintiuno es
Júpiter, el rey de los dioses griegos. Incluso los colores asignados al sendero
son los de la realeza: morado y azul oscuro.
Este es el viaje al que partieron los
caballeros de la Tabla Redonda después de que vieran aparecer el Grial en el
gran salón de Camelot, hecho que fue en gran parte la causa de la
descomposición de ese grupo glorioso en la misma medida que lo fue la traición
de Mordred. Chesed es la polarización de Geburah, que es la esfera que
descompone las formas antiguas que ya no son viables. Chesed construye las
nuevas. El propio Arturo lo entendió así cuando dijo en palabras de Tennyson:
El orden
más antiguo cambió dando lugar al nuevo, y Dios se realiza de muchos modos, para
que una buena costumbre no corrompa el mundo.
La letra hebrea es kaph, la palma
de la mano, que es la parte de nuestro cuerpo utilizada también para predecir
el futuro o delinear el carácter de modo muy semejante a una carta astrológica.
La mano es lo que extendemos para saludar, para ofrecer ayuda, para dar o
recibir, y también puede sostener un cetro o una espada. Hay personas que
pueden utilizar la palma de la mano como la bola de cristal, para la
adivinación. En sí misma, la mano es un símbolo místico reverenciado en todas
las épocas. Los faraones de Egipto utilizaban los símbolos de Geburah y de
Chesed, el látigo y el cayado, como símbolos de realeza, pero también cruzaban
los brazos, atemperando así la justicia con la piedad, y asegurándose de que
esta última no se convirtiera en debilidad.
Por tanto, ¿qué efecto podemos esperar
de este sendero? Los que estén preparados para ello oirán con seguridad la
llamada. Ellos decidirán el modo en que respondan. Esta puede ponerles en contacto
con un grupo o una persona que les guíe, y no sólo en materias ocultas, sino
también en otros aspectos de la vida diaria. Puede producir el repentino
abandono de un trabajo o un entorno en el que haya sido feliz desde hace años.
Puede producirse una oferta caída del cielo para hacer algo con lo que ha
soñado toda la vida. Suya es la elección, puede hacer girar la ruega de la
fortuna para que ésta decida si se va o permanece donde está. Sólo es una de
las múltiples nuevas fuerzas que el sendero veintiuno puede abrir.
La mano de kaph es la de la oportunidad.
En los antiguos cuentos de hadas, el héroe que ganaba el premio era siempre
aquel que prestaba una mano de ayuda a quienes se encontraba por el camino. Las
manos son importantes.
Cuando aparece el templo a nuestro
alrededor, los Ashim han formado el modelo del árbol de la vida y se hallan
suspendidos encima del altar. Es su modo de saludarnos y disfrutamos de su
regalo, admirando sus colores y gracia. Al poco tiempo deshacen el modelo y
suavemente nos piden que vayamos hacia la puerta de la derecha, la cual está
abierta y dispuesta. Dándoles las gracias, entramos en el haz de luz que nos
elevará hasta Netzach. Como sucede siempre, la luz nos tranquiliza y vigoriza,
su color suave parece traernos memorias antiguas de nuestra relación con el
mar. En la parte superior del haz de luz aparecen las puertas de cobre y
entramos por ellas hasta el templo verde y fresco de Netzach, buscando a la
hermosa Haniel.
Esta se encuentra junto a los pilares,
radiante, extendiendo las manos hacia nosotros. Los Elohim nos traen el vino
con miel de Netzach para prepararnos para el viaje, y caminamos luego hacia la
puerta que nos conduce al sendero veintiuno. A una llamada de Haniel se forma
la cortina en la puerta de la pared oriental, la rueda gira lentamente trayendo
por turnos a todas las figuras. Atravesamos la cortina dispuestos a lo que este
viaje pueda depararnos.
Ante nosotros se extiende un camino
largo y serpenteante, a uno de cuyos lados hay árboles y bosques que conducen a
la costa, mientras que al otro las colinas terminan en una cordillera. Formamos
parte de una larga línea de personas que recorren el camino; no es una línea
continua, sino que está formada por grupos, unos grandes y otros pequeños, a
veces personas solas o en grupos de dos y tres. Todas las edades, tipos y
caracteres de la humanidad realizan este viaje de la vida.
De trecho en trecho se ha levantado un
quiosco y un hombre ensalza las virtudes de un sendero particular de las montañas.
Unos ofrecen viajes misteriosos por el mar y aventuras que le enriquecerán y le
darán la juventud eterna. Algunos se detienen a escuchar, mientras otros
deambulan de un quiosco a otro. Unos deciden enseguida y entregan bolsas de oro
a los charlatanes. Algunos de los que hablan tratan realmente de ayudar y
entregan mapas, raciones y guías para orientarse en la espesura. Pero podemos
ver que muchos regresan de las montañas, cansados y desilusionados. La mayoría
de la gente se limita a recorrer penosa y fatigosamente el camino.
En la cumbre de la montaña podemos ver
unas figuras diminutas que saludan. Son los que se han esforzado a través del
frío, el hambre y la duda de sí mismos para conseguir el objetivo. Vemos entre
las masas unas figuras vestidas de gris, son altas, sus ojos son claros y miran
con suavidad, pero directamente. Todos llevan bastones de madera con símbolos
tallados de su tradición particular; y todos llevan también un «lamen», con la
forma de la letra kath. Cuando se encuentran unos a otros se saludan
levantando hacia el exterior la palma abierta de las manos.
Los peregrinos grises son los custodios
del cristal de la verdad. Este se rompió hace miles de años, pues desde
entonces muchos han buscado las piezas para que la verdad vuelva a ser una.
Pero también hay muchos trozos de cristal falso que se venden como el
verdadero. Los custodios son aquellos que han buscado no para sí mismos, sino
para gentes como las que nos rodean. Han pasado por las mismas fútiles
búsquedas y decepciones, pero han encontrado lo que buscaban. Cada uno ha dado
con un trozo de cristal y lo mantiene a salvo. Hay tantos trozos como gentes, y
cuando cada uno haya encontrado su pieza, la verdad volverá a ser una.
Uno de los peregrinos pasa junto a
nosotros, mira hacia arriba y se detiene, y traza en el aire el sello para
abrir las puertas de los caminos. Le respondemos amablemente y viene hacia
nosotros con la palma extendida hacia fuera. Nos sentamos a charlar y nos
cuenta su larga búsqueda, y el modo en que encontró su trozo de cristal. Nos
pregunta después que cómo encontramos el nuestro y le decimos que no lo
tenemos. El sonríe y nos dice que sí, que puede verlo en el centro del corazón.
Insistimos en que no tenemos nada semejante, pero él sonríe y contesta:
En esta
dimensión tenéis que olvidar el tiempo, éste no tiene su lugar aquí, no hay un
antes o un después, sólo el aquí y el ahora. En vuestro mundo no habéis
encontrado el cristal, pero aquí en los niveles interiores está ya dentro de
vosotros, proclamándoos así como aquellos que habéis buscado y encontrado.
Llegará un tiempo en que recordaréis este momento y sabréis que ya ha sucedido
y seguirá sucediendo. Los senderos que recorréis existen unos en otros, lo
mismo que cada esfera se ajusta en la anterior y en la posterior. El universo
existe en un solo segundo y en un solo átomo, ése es mi trozo de la verdad y os
lo transmito. Cuando lleguéis a esa parte del universo en que vuestro segundo y
vuestro átomo tengan su lugar lo recordaréis.
Por un momento, vemos en nuestra mente
un amplio salón de pilares y extrañas figuras sentadas en tronos, una mujer
hermosa sostiene en sus manos un corazón de cristal y entonces la visión se
desvanece. El peregrino se pone de pie, extiende hacia afuera la palma de la
mano y nos despide, siguiendo su camino.
Nosotros miramos la línea de gentes, los
quioscos y los falsos adivinos. Vemos a los que en silencio se van hacia las
montañas o el mar, unos en grupos y otros solos. Los peregrinos se mueven entre
ellos, cuando son capaces de persuadir a uno o dos, hacen que les sigan por los
senderos que ellos mismos han recorrido. Entendemos que su tarea es la de
llevarlos a la cumbre de la montaña. Después vuelven al camino y eligen otro
grupo. Cuando están demasiado fatigados para seguir, una persona más joven toma
su vestimenta gris, el bastón y el lamen, y a su vez extienden la mano a los
demás. Los viejos descansan hasta el momento de la renovación en un cuerpo
nuevo, y así la búsqueda vuelve a comenzar. Nosotros formamos parte de esto.
Arriba de la montaña vemos dos puertas
de cristal asentadas en el risco; brillan con una luz azulada y frente a ellas
hay dos figuras que brillan tanto que apenas podemos soportar mirarlas. En un
trono que hay entre ellas se sienta Júpiter, mirando desde allí el camino y a
las gentes. Es la entrada al templo de Chesed, que pocos ojos han visto. Nos
damos la vuelta y volvemos al templo de Netzach, donde vienen los Elohim para
ofrecernos copas de vino con las que refrescarnos y quitarnos de la garganta el
polvo del camino. Entramos luego en la luz verde que nos lleva de regreso a
Malkuth. Los Elohim permanecen allí hasta que desaparecen de nuestra vista.
Encontramos a Sandalphon y le
preguntamos sobre la búsqueda y el cristal, y sobre la insistencia de los peregrinos
de que tenemos dentro de nosotros un trozo de cristal. El nos dice que es
cierto, que todas las cosas que experimentamos en los senderos ya han sucedido,
pero que el libre albedrío del hombre puede cambiar de vez en cuando el
esquema. Sólo el amor es constante en el universo. Pensamos en eso cuando se
desvanece el templo, pasando de la esfera del amor a otra cuya visión es la del
amor. Recordamos con una sonrisa que Júpiter era quizás demasiado indulgente en
los asuntos del corazón, y en que quizás esas leyendas ocultaran algún
conocimiento interior.
El sendero veinte es el del eremita, el
que enseña el camino, el adepto. Conduce desde la esfera del sol a la de los
maestros. En este sendero tienen su lugar todos los que han llevado a la
humanidad conocimiento y enseñanzas. Incluye tanto a los nombrados en la Biblia
como hijos de Dios, como a Buda, Jesús de Nazaret, Lao Tze y seres de la
estatura de Melquisedec, Enoch y Moisés.
Tiphereth recibe el nombre de
«inteligencia mediadora» y Chesed el de «inteligencia receptiva», por lo que en
este sendero tenemos un equilibrio casi perfecto de la donación y la recepción.
Confirma esto el hecho de que la letra hebrea sea yod, la mano, el
símbolo primario de la donación y la aceptación. Esta letra hebrea se utiliza
también para simbolizar el inicio de algo o de alguien en su capacidad de
semilla masculina. En este sendero veintiuno tenemos la oportunidad de convertirnos
en una persona nueva. Viajamos desde la esfera de los que nacen a un nuevo
modo de vida. Pero además el camino que tomamos está bajo el signo de la
Virgen, la primera receptora de la vida que proporciona yod.
El eremita es también un peregrino, un
viajero que está cerca del final de su viaje. En un nivel es el acercamiento al
grado de Adeptus Exemptus que no necesitará ya un cuerpo físico con el que
trabajar. En otro nivel es la noche de la vigilia, el enfoque de la caballería,
un tiempo de silencio, oración y preparación para el día de la renovación.
En el sendero veintiuno vimos a los
peregrinos grises en su trabajo, y fuimos conscientes de que teníamos una
oportunidad de unirnos a sus filas. En este sendero se adopta la opción y
estamos preparados para el trabajo que nos espera. Debemos tener en cuenta
también el sendero que conduce desde Hod y Tiphereth, y a través de él hasta el
veinte. Luego necesitamos viajar a través de la noche oscura de la mente,
esclavizada por la ilusión, para aprender un nuevo modo de pensar. Ahora nos
sentamos tranquilamente en la oscuridad para acceder de nuevo a lo que hemos
aprendido y asegurarnos de que nos hallamos en las mejores condiciones para
proseguir.
Estos dos senderos comprenden una noche,
un día y otra noche de comprobación y preparación. Ayin y yod, el
ojo y la mano, trabajan ahora armónicamente produciendo la coordinación de la
mente y el cuerpo. Es esta coordinación lo que constituye la nueva persona
nacida en el sendero.
También puede alinear de este modo los
senderos veinticuatro y veintidós, siendo el sendero de la muerte y después un
viaje en la barca solar hasta el salón del juicio. Este es el modo de utilizar
en su plena extensión el árbol de la vida, buscando por sí mismo el modo en que
un sendero puede subrayar los efectos de otro, con lo que nos encontramos así
toda una vida de trabajo por delante.
Podemos examinar los senderos existentes
desde Tiphereth a Geburah, Daath/Kether y Chesed como continuación y extensión
de los que conducen hasta allí desde Hod, Yesod y Netzach. Puedo asegurar que
no es una coincidencia el que las líneas trazadas en el árbol siguiendo estos
senderos formen el signo conocido como Chi Rho o Labarum.
En el sendero del eremita hay que
entender que en un nivel superior está aceptando un compromiso espiritual, y
que en un nivel inferior está diciendo: «Estoy dispuesto a aceptar un cambio en
mi vida» Pues ahí conduce el sendero veinte, a la aceptación. La mano extendida
para recibir la forma de la comunión, la espada y el casco de la caballería, la
vara de poder o la lámpara del eremita que encontrará más adelante, y que ahora
está dispuesta a entregar el símbolo de su autoridad a aquel que haya sido
entrenado para recibirlo.
En el contexto del estudiante o del
viajero, el signo del sendero podría considerarse como la «novedad» del alma en
esta condición superior del ser. Una personalidad virgen y que todavía no ha
sido puesta a prueba, pero que desea aceptar su destino y soportar lo que venga
como consecuencia de esa decisión. En el aspecto cristiano, eso significa
convertirse en un «niño pequeño», que es el símbolo de Tiphereth. En otras
tradiciones puede significar la ofrenda de uno mismo a la gran madre, la virgen
del principio del mundo.
El eremita está también en este sendero
para iluminar la condición del alma y su intención, y cuando está dispuesta
para iluminar el camino que tiene delante. Todas las esferas son Griales, y
cada una de ellas es una versión más sutil e intangible que la anterior, aunque
todas son y siguen siendo santos Griales. Kether es el último Grial, pues
contiene a todos los demás, así como a aquellos que los buscan.
El templo está vacío y silencioso cuando
se forma a nuestro alrededor y cuando cruzamos el suelo enlosetado, la puerta
del templo se abre lentamente. Cruzamos los pilares y penetramos en el sendero
neblinoso que conduce a Yesod. Seguimos caminando hasta que vemos delante el
brillo de las puertas plateadas de la luna. Se abren y vemos a Gabriel
esperándonos. Nos da la bienvenida y entramos en el templo. El arcángel nos
parece un hombre joven con túnica griega, un amigo a quien conocemos y amamos.
Sonríe y, habiendo abierto la puerta, nos da un suave empujón hacia el camino
serpenteante del arco iris. El templo de Tiphereth nos llama y nos precipitamos
hacia el gran arco de luz.
Unas figuras altas y sombrías, coronadas
de luz, esperan nuestra llegada. No podemos verlas claramente, pero sabemos que
son los Malachim. Un día las veremos tal como son. Nos uniremos a Rafael en el
altar y con los reyes nos vestirá con las ropas que necesitemos para ese viaje.
Para los hombres, una cota de cadenas ligeras como la pluma, con una
sobrepelliz que lleve como blasón la letra yod. Las mujeres tendrán
ropas de color azul oscuro ceñidas con piedras de ámbar y un velo blanco, así
como un manto de oro con la yod bordada en el hombro. Somos conducidos a
una de las puertas de la pared del sudeste y Rafael hace aparecer la carta del
tarot.
El Eremita mira hacia un lado, sostiene
la lámpara a gran altura ante él, entramos y el camino nos aguarda. Está
cercana la puesta de sol y delante hay un castillo, cruzamos el puente levadizo
y entramos en el patio, donde nos esperan muchas personas, y heraldos vestidos
con tabardos de colores hacen sonar una fanfarria cuando entramos en la parte
interior del castillo. Allí está la capilla y nos piden que entremos. Sobre la
puerta está el signo de Virgo. Entramos en procesión y caminamos por la nave.
Es mucho más grande de lo que parece
desde el exterior, y en la parte inferior, a cada lado, hay pequeños nichos
tapados por una cortina. Pasaremos aquí nuestra vigilia desde la puesta de sol
hasta el amanecer. Cada uno es conducido a su lugar y no podrá comer, beber ni
dormir hasta que regresen los heraldos. Los nichos están preparados de acuerdo
con la tradición que sigue cada uno, pues aquí todas las fes son una. Aquí está
todo lo que podemos considerar sagrado.
Ocupamos nuestro puesto y a partir de
ahora guardamos silencio. Durante este tiempo recordamos los senderos que hemos
seguido y valoramos lo que hemos aprendido, y pasarán por nuestra memoria las
experiencias que hayamos sufrido. Cierran las cortinas y quedamos a solas con
nuestros pensamientos. Dejan de oírse los pasos de los heraldos y el silencio
nos envuelve. Comienza la vigilia; al amanecer tendremos la oportunidad de
realizar el juramento de servicio al rey. Haciéndolo así, nos ponemos al
servicio de la humanidad.
Recordamos la cueva de Mecate, el
Estigia y a Charon el barquero. Debemos retroceder y mantener nuestra promesa
de ayudar a los fantasmas que quedaron allí sin poder pasar hasta la madre;
seguiremos volviendo para que los que se hallan perdidos en la oscuridad en el
momento de su muerte puedan recibir ayuda. Volveremos a ver la cara risueña de
Perséfone y sentiremos el aliento cálido de la madre luna. Estamos al lado de
los ancianos, y vemos a Hefasteo que golpea las cadenas de las piernas de
Prometeo y le ayuda a levantarse; el águila se lanza por última vez y se posa
en su brazo. El titán y el ave se miran uno a otro con amor, pues cada uno ha seguido
sin vacilar su destino. Recordamos el jardín del Edén, la ciudad y la
Biblioteca de Alejandría, y entendemos la realidad de su conocimiento, el cual
se mantiene todavía en los niveles inferiores, y al que tendremos que acceder
en cuanto podamos utilizar el conocimiento con seguridad.
Vemos una vez más el salto del nuevo
pensamiento que ha preparado el camino al amor entre el hombre del Neandertal y
su hijo, y vemos a los animales que esperan en el jardín de Afrodita el
cumplimiento de su apaleamiento con Pan. Vemos el poder del amor en todos sus
aspectos, y entendemos que el placer del amor no es pecado, sino un don
inapreciable. El único pecado real es la envidia en todas sus formas. Estamos
fuera de la capilla del Grial y vemos a los dioses y los Sidhe tomar parte en
la misa que se celebra en el interior; vemos llorar a Lucifer y conocemos la
enormidad de lo que ha perdido.
Recordamos la tarea sin terminar del
sendero veintisiete y nos prometemos regresar lo antes posible. Se nos aparece
la lección de ese sendero y nos maravillamos de haber mantenido el secreto.
Rompemos de nuevo los espejos de la ilusión y vemos al diablo convertirse en el
rey sol, y sabemos que la ilusión nunca volverá a sujetarnos. Un sordo dolor en
el talón nos recuerda que el poder de la curación está en el interior,
preparado para ser utilizado.
Regresamos un momento a la tranquilidad
de la capilla escuchando el grito de un búho en la distancia y volvemos a
sumergirnos en los recuerdos. Vuelve la sensación de frialdad que tuvimos al
estar tumbados en la pirámide y regresamos a aquellos senderos. Nos damos
cuenta de que constantemente tenemos que volver a valorar nuestro progreso,
esforzándonos para entender mejor las antiguas experiencias, pues algunos
caminos exigen volver a revivir los acontecimientos. Lo que parecía ser un
sendero aburrido puede convertirse en uno de los más profundos.
Volvemos a ver el horno de Khumn y
sentimos el signo con el que nos quemó y marcó por un segundo. Delante hay
todavía mayores incendios. Pero estamos bien preparados y sabemos que cada vez
disminuye el fuego que habremos de soportar hasta el final. En la oscuridad,
toma forma el rostro de Maat y nos habla:
Este
sendero es el de la entrega y la recepción del ser por aquellos que llamáis los
maestros. Bajo su guía seréis llamados al servicio del hombre, con
independencia de vuestra tradición, pues el único requerimiento es el amor.
Podéis prestar o no el juramento, quizás no os sintáis dispuestos a dar
demasiado, pero si lo hacéis seréis llamados para cumplirlo o responder por
haber roto la promesa; pensarlo bien.
La visión se desvanece y el sonido de
los heraldos que regresan nos despiertan plenamente. Corren las cortinas y el
amanecer llena la capilla. Nos levantamos sintiendo los pies adormecidos y caminando
torpemente salimos al patio. El lugar está lleno de gente entre la que
reconocemos pronto a algunos conocidos de los senderos. Sobre un trono elevado
se sienta el rey, que lleva el cetro y el orbe. De la capilla sale una
procesión de caballeros y damas, y al final una figura de gran presencia que
lleva una vestimenta azul y transporta el Grial del templo de Tiphereth. Cada
uno es llamado por su nombre y se aproxima para prestar o no el juramento de
servicio. Los que lo hacen tienen que colocar su mano sobre el Grial, y luego
son considerados como caballeros y demás del Grial, investidos con su insignia.
Después se pronuncia la bendición sobre todos los presentes.
A través de la puerta de la capilla
vemos la cortina del tarot y el eremita se da la vuelta y nos pide que la
crucemos. Llegamos al templo de Tiphereth y Rafael y los Malachim nos ayudan a
quitarnos las ropas, nos dicen que quedarán allí para nosotros para cuando
volvamos a necesitarlas. Este sendero debe ser plenamente asumido antes de que
pasemos al siguiente, y Rafael nos dice que funcionará en un nivel muy sutil.
Le damos las gracias y nos despedimos, pasando bajo el arco y cruzando el
camino serpenteante del arco iris.
Gabriel nos da una cálida bienvenida,
como siempre, y tras escuchar lo que ha sucedido nos acompaña hasta el camino
que desciende hacia Malkuth despidiéndose de nosotros. Los Ashim aguardan en la
puerta del templo de la tierra, como niños que esperaran a un amigo en la
ventana. Nos quedamos un tiempo con ellos y les observamos danzar; después, el
mundo físico nos envuelve.
El sendero diecinueve es el del fuego,
conveniente para quemar la última escoria. A este respecto tiene mucha relación
con los senderos veintitrés y veintidós, y también algunos restos del
veintiséis, pues en este camino es en donde nos despojamos del último resto de
ilusión. Es también casi una mascarada en la que los «rostros» exteriores que
presentamos al mundo desaparecen lentamente, dejándonos con una sensación de
gran vulnerabilidad. Al menos hasta que podamos entender que el ser nosotros
mismos nos da una enorme fuerza. Ello explica la utilización de la carta del
tarot de este nombre como paso al sendero diecinueve.
La letra hebrea teth, la
serpiente, nos recuerda mucho a los ígneos Seraphim y a su papel de maestros,
los Nagas de la leyenda india y el divino Pymander, maestro de Hermes
Trimegistos. En este sendero el conocimiento de la serpiente es un conocimiento
del ser, desde sus alturas a sus profundidades, por lo que tenemos que abrir
bien los ojos a lo que somos y a quienes somos. Es una posibilidad de
enfrentarnos a los gemelos oscuros que llevamos en el interior, y de vencerlos.
De ahí que el ser superior sea representado en la carta del tarot como el
control de lo inferior que retiene en sus mandíbulas. Sin sus poderosos
dientes, el león está indefenso. Ella, tal como dice el título de la carta, es
la «líder del león».
El signo zodiacal es Leo, lo cual
significa que lo que más probabilidad tiene de hacernos fracasar en este viaje
es nuestro propio orgullo. Si podemos controlarlo, brillará la dignidad natural
y el liderazgo del símbolo del león. En este sendero se puede explotar el mito
personal. Es también el segundo de los senderos laterales del árbol, y está en
la línea del rayo, por lo que cabe esperar el mismo tipo de impacto.
No hay aquí, como en el último sendero,
posibilidad de elección, vamos a la contra y tendremos que reunir todo el
valor, visión, discriminación y voluntad que hayamos reunido en nuestros viajes
por el árbol. Puede que sea suficiente, pero también puede que no sea así. En
el último sendero aprendimos a aceptar el destino, pero una cosa es aprenderlo
y otra ponerlo en práctica, y en el sendero diecinueve se nos dice, pero no se
nos pide.
Un estudiante que recorra este sendero
en un nivel superior al que damos aquí puede esperar una subida muy fuerte
cuyos efectos pueden durar un tiempo considerable. En los niveles superiores,
es el sendero del adepto exento, y probablemente significará el final de la necesidad
de operar en un cuerpo físico. Es el sendero de Getsemaní, y de la copa de las
penas que hay que beber. En un momento de mi vida me enfrenté a la situación de
rechazar o aceptar la copa con su amargo contenido. La profundidad de la
desesperanza que me entró es algo que espero no tener que pasar de nuevo; fue
mi propio Getsemaní. Acudí al templo y supliqué literalmente de rodillas que
sucediera algo que pudiera ayudarme. Me pareció hallarme completamente sola. En
una profundidad que no creía poseer comprendí que lo que había que hacer y
encontrar era peor que lo que ya había sucedido. Nunca había conocido tal
miedo, pero también en esa profundidad tomé el cáliz del altar y ofrecí aceptar
lo que viniera. En las horas siguientes me sobrevino una gradual aceptación, y
al cabo de veinticuatro horas comenzaron a suceder cosas que me habían parecido
imposibles el día anterior. Al cabo de un mes todo se había resuelto, y, aunque
quedaba «la cicatriz mental», el episodio se convirtió poco a poco en la piedra
base de la fuerza que he podido obtener desde entonces.
Con esto no quiero decir que todo el
mundo vaya a ajustar su karma de un modo tan traumático, pero es indudable que
le afectará. Los trabajos de sendero de este libro no han pretendido nunca ser
bellas historias de hadas, sino pruebas de fuerza que permitan al estudiante
serio atemperar la espada del espíritu. El árbol del conocimiento da muchos
frutos diferentes, y tenemos que comer de todos ellos con el tiempo.
Cuando se forma el templo a nuestro
alrededor, Sandalphon viene hacia nosotros con mantos de lana negra, cruza
rápidamente la puerta y nos dice que nos precipitemos por el camino hacia
Yesod. Sintiéndonos un poco alarmados, ascendemos en seguida hasta el templo de
la luna y recibimos de Gabriel la misma petición de urgencia. Al pasar por el
sendero del arco iris nos toca ligeramente, como dándonos a entender que
corramos más. Vamos a toda prisa por el serpenteante camino de colores
cambiantes hasta llegar al arco de Tiphereth, y allí el sombrío Malachim nos da
la bienvenida al templo del sol. El Grial nos saluda con una profunda nota
musical que vibra en el centro del corazón, llenándolo de amor.
Los Malachim abren la puerta que conduce
a Geburah y entramos en un túnel de luz dorada que pone de relieve el
sentimiento de amor que ya despertó en nosotros el Grial. Proseguimos nuestro
camino y salimos al templo de Geburah, con sus enormes pilares. Khamael nos
saluda con el rostro un poco severo; traza el sello y se forma en la puerta la
carta del tarot de la Fuerza. Avanzamos y nos encontramos solos, pues cada uno
debe enfrentarse por sí mismo a los gemelos oscuros.
Se encuentra ante su primera escuela,
observando al niño que fue. Pasan por su memoria los primeros años y observa
una vida que casi había olvidado. La crueldad y el daño deliberado hecho a
otros, las oportunidades perdidas. Le vienen a la mente las causas y los
efectos. Le ponen delante incidentes olvidados, y el papel que jugó en ellos le
resulta cegadoramente claro.
Ahora se ve un poco mayor dentro del
entorno familiar, y de nuevo aparecen las cosas olvidadas. Hirió y fue herido,
amó y fue amado, atacó y recibió, pero desde este nuevo punto de vista puede
ver la causa raíz y el resultado. Es capaz de ver, oír y entender las
reacciones de los demás ante su comportamiento. Colocan delante lo bueno y lo
malo.
Se ve a sí mismo como un hombre o una
mujer joven, y soporta de nuevo la agonía del crecimiento, viendo cómo comete
errores estúpidos y culpa a los demás, pero recuerda también las cosas por las
que los otros le amaron a pesar de todo esto. Su vida se despliega, todo lo
olvidado lo recuerda y revive. Comienza a ver el modelo de su vida tal como ha
sido hasta ahora, como si fuera un tapiz, y a su lado el modelo de lo que debió
ser. Lo compara.
El modelo crece y se convierte en un
pasadizo por el que puede entrar en el paisaje de la carta del tarot. En el
suelo, ante usted, hay una anciana agachada, y de pie sobre ella una figura con
un manto negro; la mujer tiene muchos cortes y magulladuras. Mientras la ve
cambia de forma y se convierte en Sandalphon que está allí tumbado, cuando la
figura se vuelve hacia usted, sus gemelos oscuros imponen su voluntad en la
tierra. La figura del arcángel se desvanece y aparece un niño que corre hacia
su otro ser, sosteniendo un regalo alegremente envuelto. Lo toma y lo tira, y
las piezas se rompen bajo unos pies descuidados; el niño se convierte en
Gabriel el mensajero, cuyo regalo del conocimiento yace en el polvo.
Los gemelos oscuros giran, con una
espada en la mano, el rostro es el suyo, pero con la marca de todos los actos y
pensamientos negativos de su vida hasta el momento. Aparece un león en los
árboles y le recuerda el león al que tuvo en el jardín del Edén en el sendero
treinta; se acerca hasta usted amistosamente. La lanza se hunde en su piel, y
el león se convierte en Miguel, con una herida profunda en el costado.
Es demasiado y se da la vuelta corriendo
hasta los árboles, a cualquier lugar en el que pueda alejarse de la oscuridad
de sí mismo. Esos seres brillantes que le han amado y guiado hasta ahora están
siendo heridos por toda su negatividad en esta vida. Incluso cuando ya había
comenzado a recorrer los senderos, les ha estado haciendo ese tipo de cosas,
las cuales aparecen ahora delante de un modo simbólico. Una voz pronuncia su
nombre, y al mirar hacia arriba ve ante usted a Uriel sosteniendo una espada.
Se la da y después le conduce desde los árboles hasta un anfiteatro, y allí, en
el centro, está su gemelo oscuro dispuesto a presentar batalla. Tienen que
luchar contra su propio ser y ganar. Bajo el sol ardiente se enfrentan el uno
al otro, en el escudo del gemelo está el signo de teth, en el suyo el
signo de Leo. Avanzan uno sobre otro y esperan a la señal del comienzo. Mire
bien a lo que tiene delante, siempre hay una causa por la que esas criaturas
existen. Son parte suya en la misma medida que su mano, pie o corazón. Procure
imaginar cómo llegó a ser así. ¿Cómo un animal se convirtió en vicioso? ¿Cómo
un ser humano se hizo criminal? ¿Cómo puede destruir tal cosa; tiene que
destruirla? ¿Será capaz de matar una parte de sí mismo? ¿Lo que ha aprendido
hasta ahora le ayudará a solucionar esta pesadilla en la que se encuentra?
Sólo hay un camino: amarla lo suficiente
para absorberla en sí mismo y transmutarla. ¿Puede perdonarse lo suficiente
para conseguirlo? Debe intentarlo, pensar en el niño entendiendo mal las
palabras y las acciones, asustado por ellas y recurriendo a herir antes de ser
herido. Perdónelo y ámelo, ese niño forma parte de sí mismo. Piense en el
adolescente confuso, incapaz de enfrentarse a lo que está sucediendo en el
interior y el exterior. No hay excusa para lo que ha hecho, pero déjelo pasar y
perdónelo; ámelo. Si no lo hace usted, ¿quién lo hará?
Mire alrededor, Sandalphon llega riendo
como de costumbre, extendiendo sus brazos a ese ser poco atractivo que forma
parte de sí mismo, Gabriel llega a ponerle una mano en el hombro y mira con
ojos amorosos ese rostro lleno de odio y de miedo. Miguel, alto y dorado, se
pone detrás, coloca una mano en las suyas y le quita la mano y el escudo,
sonriendo y derramando sobre usted su gran fuerza.
La forma del gemelo cambia,
convirtiéndose en la de un león. Camina hacia él y le coloca una mano en la
cabeza; en un último arranque temperamental se vuelve, trata de morderle, pero
le sujeta firmemente las mandíbulas con las manos y deja de luchar. La forma se
disuelve convirtiéndose en una pequeña copa dorada llena de líquido. Gabriel lo
coge y se lo entrega. La copa tiene la esencia de lo que acaba de superar con
amor. Es una copa amarga, pero hay que beberla. El primer sorbo hace que le
entren ganas de vomitar, pero el segundo es más dulce y el último tiene el
sabor del vino con miel. Rafael y Khamael se aproximan, el primero para
derramar sobre usted el poder curativo y el último para coronarle de laurel. Se
dan la vuelta y señalan más allá del anfiteatro, y allí están las puertas
cristalinas de Chesed reluciendo bajo la luz del sol, y la figura del rey de
pie ante ella.
Vuelve a darse la vuelta y allí está la
cortina sostenida entre Rafael y Khamael, pasa por ella hasta el templo de
Geburah seguido por los arcángeles. Vuelve a unirse a los compañeros y juntos
entran en el túnel de luz dorada que lleva de regreso a Tiphereth. Rafael
cierra la puerta y nos envuelve en su áurea, completando la curación de
nuestros espíritus sacudidos. Después, en silencio, cruzan el arco y caminan
silenciosamente con Miguel, Gabriel y Sandalphon a lo largo del sendero del
arco iris hasta el templo de la luna. Miguel y Gabriel nos despiden aquí,
tratamos de decirles lo que hay en nuestro corazón, pero nos damos cuenta de
que no es necesario, pues en lugar de palabras hay amor, y es bastante.
Con el arcángel de Malkuth descendemos
por el camino de niebla hasta el templo de la tierra. Sólo queremos dormir y
descansar, y dentro de la consoladora áurea de la presencia de Sandalphon
cerramos los ojos y dormimos, despertando en nuestro nivel de existencia.
El sendero dieciocho es el que nos
permite recuperar el equilibrio y una sensación de estabilidad tras las
tormentas y luchas que hemos soportado hasta ahora en los senderos. El sendero
que va de Geburah a Binah muestra muchos símbolos de formas y recintos, todos
ellos destinados a dar al espíritu la sensación de protección y estabilidad.
Era necesario tras haber recorrido el último sendero.
La letra hebrea es Cheth, la
valla, símbolo claramente envolvente, de forma similar a heh, la
ventana, y con algo de su significado, pues es posible mirar a través de una
ventana y por encima de una valla. Ambos ofrecen una visión al tiempo que
mantienen una ligera separación con lo que se está viendo. El signo de Cáncer,
el cangrejo, nos da otra versión, con su caparazón externo duro como una buena
defensa contra el ataque exterior, protegiendo así su ser interior blando.
Esta es una buena descripción del ser
interior y superior que con la concha del mundo físico protege a los cuerpos
más sutiles, como el astral y el etérico. Esta tendencia a mantener un rostro
exterior duro, que defienda la vulnerabilidad interior, es típica del nativo de
Cáncer. Su tenacidad es también un buen símbolo de este sendero, pues un
espíritu tiende a colgarse de su vehículo mientras haya un trabajo que hacer.
Esto lo vemos en algunas personas desesperadamente enfermas que se empeñan en
vivir hasta haber realizado una determinada tarea. La voluntad de seguir forma
una parte vital de la humanidad y no debe ser subestimada. En un nivel inferior
está el poder de concentración, la capacidad de abordar una tarea y
completarla, así sobrevenga el infierno o haya inundaciones; así es el nativo
de Cáncer.
El sendero une la esfera de la forma a
la esfera cuyo trabajo primordial es la destrucción de las formas gastadas, y hay
muchas formas que existen y desaparecen en un tiempo muy breve, otras que pasan
por la actividad organizativa de Chesed y que se mantienen por períodos más
largos de tiempo. La carta del tarot es el Carro, llamada el «hijo de los
poderes de las aguas», con referencia a Binah, que está por encima, y «señor
del triunfo de la luz». La carta representa una casa semejante a una estructura
sobre ruedas, arrastrada por esfinges o caballos. El carro no describe el
vehículo real, sino que pone de relieve el sentimiento envolvente que induce
este sendero. Hay una gran riqueza de simbolismo en el carro, así como en el
joven rey que lo dirige, el señor del triunfo. El título es bueno para
cualquiera que haya llegado hasta aquí, aun suponiendo que se haya utilizado el
nivel más bajo de experiencia. El orden angélico de Binah recibe el nombre de
los Aralim, que significa trono. Esto concuerda muy bien con el simbolismo de
Isis en Binah, pues el tocado de la diosa es, en realidad, un trono, y en
muchas tierras antiguas la realeza se sucedía por medio de la hija mayor del
rey. Un hombre se convertía en rey sólo por su matrimonio con la hija de éste.
Las estatuas que representan al rey como un niño sentado en las rodillas de
Isis simbolizaban ese aspecto femenino de la herencia. De ahí el antiguo refrán
que habla de estar «en la luna».
En esta carta el joven rey llega a
reivindicar su reino ante la propia reina del cielo; él «ocupará» el trono. En
este sentido, cualquiera que haya llegado a este sendero tras un serio entrenamiento,
está llegando al reino interior que todos tenemos, pero que en su mayor parte
es una tierra de desecho desconocida y no observada.
Geburah
El texto yetzirático dice que este sendero
recibe el nombre «la casa de la influencia..., y de su centro surgen los
arcanos y los sentidos ocultos...» Esto aclara que el sendero dieciocho sea el
del conocimiento oculto que se abre, por así decirlo, a aquellos que pueden
subirse por encima de la valla. Pero el texto no termina ahí; también dice que
«por la grandeza de la cual la abundancia (la casa de la influencia) incrementa
el influjo de todas las cosas buenas sobre los seres creados». Por tanto, es
también un sendero en el que la disciplina, la determinación y el trabajo duro
de un estudiante que llegue al sendero quedan recompensados. Eso no significa
que uno pueda reducir el esfuerzo, o que el trabajo duro haya terminado;
significa que a partir de ahora podrá utilizar su conocimiento y autodisciplina
de una manera productiva.
Gobernar el reino interior del espíritu
es el destino de los que recorren el sendero oculto. Esto es cierto para los
místicos y para los magos, y para todas las combinaciones de ambos. Muchos
gobernantes obtienen sus tierras por conquistas, y el último sendero fue una
conquista del ser inferior, mientras que éste significa la reivindicación de lo
que se ha conquistado.
Sandalphon está cantando cuando se forma
el templo a nuestro alrededor; quedamos en trance por la voz y la
melodía, los Ashim también escuchan y cambian de color en la cadencia de la
canción. Cuando ha terminado, nos adelantamos para agradecerle la música, él se
siente complacido de que nos haya gustado, y promete cantar de nuevo cuando
todos los viajes hayan terminado y tengamos tiempo para quedarnos un rato más
largo en cada esfera.
Nos dirigimos hacia la puerta de la
izquierda y entramos en la esfera de cristal, que se eleva sin cesar hasta
llegar a las puertas heladas de Hod. Allí está Miguel, que nos saluda con dos
de los Beni Elohim, quienes nos recuerdan a algunos de los seres griegos,
muchos de los cuales fueron realmente hijos de los dioses. Desde Hod somos
transportados hacia la esfera superior de Geburah en los brazos de vientos
cantores que nos depositan suavemente ante los pilares y la esfigie guardiana.
Como de costumbre, Khamael utiliza la forma de un carretero joven y nos
presentamos con él en la puerta que conduce a Binah. Traza el signo y empieza a
formarse la carta del tarot.
La carta se estremece convirtiéndose en
realidad, y la cruzamos para descubrir que nos hallamos realmente en el carro y
que Khamael viene con nosotros, haciendo de conductor. Los caballos se lanzan
hacia delante y comenzamos a recorrer el sendero dieciocho. Ante nosotros hay
una vasta llanura, y de vez en cuando podemos ver ciudades amuralladas en las
que, al acercarnos a la primera, vemos a muchas personas que ocupan las almenas
y nos saludan. Khamael detiene el carro y dice a uno de los nuestros que baje y
tome posesión de la ciudad. La gente sale a toda prisa por las puertas y con
gran regocijo el nuevo gobernante llega para reivindicar la ciudad olvidada
desde hacía tanto tiempo. Khamael se da la vuelta y sonríe, como si él supiera
algo que nosotros todavía desconocemos.
En el interior la ciudad está llena de
barrios bajos y edificaciones ruinosas, la gente no va bien vestida ni está
bien alimentada, y el palacio real se halla en tan malas condiciones como el
resto de la ciudad. El gobernante ha estado fuera demasiado tiempo y no ha
dejado a nadie con los poderes suficientes para dirigir las cosas en su
ausencia. El pueblo desea que los gobernantes que han retornado vengan a
convertir sus ciudades en un lugar feliz y próspero. Para los que llegan al
reino por primera vez es algo desagradable, porque significa más trabajo duro y
enfrentarse de nuevo a peligros y obstáculos desconocidos. Tenemos que pensar
otra vez en el sendero veintisiete (al que deberemos regresar pronto, pues es
una situación similar). Necesitamos toda nuestra experiencia para reconstruir
las ciudades. Antes que nada necesitamos ayuda y podemos llamar a los nómadas
del desierto y a los caballeros rojos del sendero veintisiete. Pedimos a los
bibliotecarios de Alejandría que nos envíen planos, arquitectos y
constructores. Las casas son derribadas y reconstruidas, trazamos los parques y
los plantamos con la ayuda del pueblo de las hadas de Tir Nan Og, que tiene un
gran poder sobre las cosas que crecen. El gran Pan viene con su flauta, y al
tocar hace que todo crezca más rápido. Observamos que lentamente las ciudades
adoptan su forma real. Los muros están reconstruidos y circundan la ciudad
fortaleciéndola. Viene Afrodita y puebla parques y bosques con criaturas
silvestres que nunca han tenido miedo del hombre. Pero ahora tenemos más
trabajo, tiene que haber escuelas y tribunales de justicia, hay que entrenar un
ejército y poner en marcha sistemas de gobierno. ¿Creía que un reino se
gobierna por sí solo?
En el centro de la ciudad está el lugar
de veneración, de acuerdo con sus propias necesidades. Sobre la puerta está
tallada la letra hebrea cheth y debajo el símbolo de una valla circular.
Lo más importante ahora es dejar alguna autoridad para cuando no pueda estar
aquí, y la mejor persona para gobernar en su ausencia es Binah, la madre. Desde
aquí, en el lugar de veneración, ella gobernará en su nombre, lo mismo que
nosotros lo hacemos en el de ella. Dentro está frío y oscuro, y delante, entre
los pilares de ébano, se sienta una hermosa mujer cubierta por un velo. La
reina ha ocupado ya su sitio. En cada uno de los pilares está grabado el signo
de Cáncer, el cangrejo, y el sello de la luna. Puede estar contento, la ciudad
se hallará en buenas manos cuando esté fuera.
El carro ha regresado y lo espera,
Khamael y los otros sonríen cuando se sube al carro y entonces nos lanzamos
todos hacia la distancia, en donde dos grandes pilares sobresalen contra el
cielo. Al llegar allí los colores giran por un momento, y después nos hallamos
de pie en el salón de Geburah con Khamael, y es que esperan que nos encontremos
seguros en las manos de los vientos de Geburah.
Estos nos llevan hasta el templo de Hod,
y tras un breve descanso regresamos a Malkuth. Cuando la esfera de cristal se
posa suavemente fuera de la puerta del templo, nos llega la voz de Sandalphon y
sabemos que ya casi estamos en casa, pero por un momento nos quedamos allí y
escuchamos la canción.
Nos da la impresión de que combinar la
carta de los Amantes con la letra hebrea zain, que significa espada,
parece contraproducente. Pero éste es, probablemente, uno de los senderos más
difíciles de entender. Es necesario señalar la estrecha conexión de algunos de
los símbolos, pues tienden a confundirse en la mente. Binah, Yesod y Malkuth
tienen mucho en común, con Netzach suspendido por detrás, por lo que su
simbolismo y correspondencia inevitablemente se entremezclan.
En este sendero, Binah, como la gran
madre, se vincula con el hijo de Tiphereth. Si profundizamos en la línea,
llegamos a la anciana relacionada con el hombre fuerte desnudo de Yesod, y, por
tanto, descendemos hasta el aspecto de novia de Malkuth. Esto basta por sí
mismo para un año entero de meditación. Hay muchas interpretaciones de los
senderos y sus símbolos, y al final sólo quedan opiniones personales.
Podemos entender aquí a los Amantes como
la realidad que se encuentra en todos nosotros, el aspecto ánima/ánimus
producido por el símbolo divisor de zain, la espada. En este sentido,
somos todos Géminis, gemelos que tratan de encontrarse y absorberse el uno al
otro para convertirse en una totalidad. Hay otras interpretaciones, pero aquí
no tenemos espacio suficiente para analizarlas, por lo que basta con decir que
pensando un poco en el tema lograremos encontrar la mayoría de ellas. La espada
ha sido siempre un símbolo mágico y místico. Separa, mata y hiere; pero también
defiende. Puede ser al mismo tiempo el medio de mantener a raya el mal y el
arma utilizada por el propio mal, pues la realidad refleja muy bien el signo de
Géminis. Una espada se hace con materia tomada de la tierra y purificada
(fundida) mediante un gran fuego, después es formada y templada mediante golpes
repetidos y recalentamientos en el fuego, alternados con enfriamientos en el
agua. Es una descripción bastante precisa de un alma humana sometida al
refinamiento necesario para la divinidad que llegará a ser en última instancia.
La espada de Arturo, Excalibur, o más bien Exicaliburn, es el misterio extraído
de la tierra y utilizado en defensa del débil. Pero si conoce el culto artúrico
sabrá también que Arturo perdió la vaina de Ex-Caliburn, y por tanto, separó el
símbolo masculino de la espada del símbolo femenino de la vaina. Dice la
tradición que de no haber perdido la vaina nunca habría sido herido, es decir,
no habría derramado sangre. Sólo este episodio contiene suficiente simbolismo
para mantener feliz durante meses a cualquier investigador.
La sexualidad del sendero diecisiete es
muy evidente, y en cierto modo es paralela a la del veintinueve; sin embargo,
obtendrá más si sigue el sendero desde Malkuth hacia Yesod, gira a la derecha y
sigue ascendiendo hasta Netzach, luego va a la izquierda y después a la derecha
a través de la esfera de Venus y por el sendero de la muerte, para llegar a Binan.
Pero con esto no estoy pidiéndole que practique un largo trabajo de sendero,
sino simplemente que haga un ejercicio intelectual de alineamiento de
correspondencias. Cualquiera que se atreva a realizar todos estos viajes en uno
solo comprenderá pronto su error.
Una vez superada la separación de este
sendero, las recompensas son grandes y los amantes son recibidos por la gran
madre en sí misma; en cierto modo, es un regreso al paraíso. El texto le da el
nombre de «la fundación de la excelencia»; recuerde que «la fundación» es
también uno de los títulos de Yesod. Esta unión de los amantes con su regreso
al paraíso es la «fundación» de todas las historias de amor que se han escrito.
Como puede ver, no hay nada nuevo bajo el sol. El amor, en todos sus múltiples
aspectos, ha mantenido el mundo en funcionamiento durante milenios, y ojalá
pueda seguir haciéndolo. Pero el sendero del auténtico amor raras veces es
fácil (y si lo fuera, alguna que otra editorial se arruinaría). Pero es un
hecho que las grandes historias de amor del mundo emulan la carta de los
Amantes y la historia de la separación del ánima/ánimus, mostrando que este
símbolo es en sí mismo un arquetipo importante. Ha llegado el momento de que
unamos los aspectos gemelos que hay en nosotros mismos; y esto es más fácil
decirlo que hacerlo. La batalla de los sexos continuará en nuestro interior lo
mismo que en el mundo cotidiano.
Entramos al templo y encontramos a
Sandalphon y los Ashim alrededor de la ventana del muro septentrional; parecen
estar en comunicación con la criatura sagrada allí representada. Cuando
llegamos se dan la vuelta para darnos la bienvenida, como hacen siempre.
Sandalphon nos promete una sorpresa cuando regresemos. Al abrir la puerta la
traspasamos y ascendemos por el sendero neblinoso de color violeta. Nos
acordamos de que la primera vez nos pareció muy largo y ahora, en cambio,
alcanzamos la puerta de Yesod en pocos minutos. Al abrirse éstas y entrar, el
Cherubim que guarda el templo viene hacia nosotros. La sensación de fuerza
inmensa que surge de este ser es enorme, y las alas plegadas sobre el cuerpo
desnudo mejoran la belleza de su forma. Tiene esa forma en nuestro beneficio,
pues no podríamos imaginar o comprender su forma auténtica. El Cherubim abre la
puerta que conduce a Tiphereth y partimos por el sendero del arco iris hasta el
arco brillante. Esta vez quien nos saluda es Malachim.
Rafael sale de las sombras y nos da
algunos consejos para este sendero. Nos dice que puede resultarnos difícil
experimentar plenamente lo que suceda, pero que no tenemos de qué preocuparnos,
pues será entendido y asimilado por el ser superior y por el subconsciente.
Luego traza el sello y la cortina de los Amantes se convierte en realidad,
podemos sentir el amor que sienten el uno por el otro como un grito de triunfo.
Pasamos por ella y llegamos a una costa marina refrescada por la brisa
veraniega, llena de vida por el canto de los pájaros y del aroma de las flores
de los árboles y matorrales que tenemos detrás. Unos delfines juegan en el mar
y las olas danzan y brillan atractivamente. Paseamos por la costa y vamos hacia
el bosque que hay detrás. Parece otra parte del jardín del Edén del sendero
treinta; da una gran sensación de paz. Uno de nuestro grupo pasea por el borde del
agua. Hay una cierta niebla que parece inusual, y al observar más de cerca
vemos emerger otra forma de la primavera. Es del sexo opuesto, es el ánimus de
la joven que andaba por el agua. Sentimos una extraña sensación de atracción en
la región del plexo solar y de pronto nos sucede lo mismo a todos nosotros. La
forma nueva es siempre del sexo opuesto al nuestro.
Frente a esa figura del otro sexo, hay
algo para lo que no estamos preparados, y retrocedemos tratando de apartarnos
del otro ser, pero estamos unidos a él por un fino hilo de oro. Luego, a través
de los árboles, viene Rafael y nos pide que nos reunamos a su alrededor en la
arena. Nos sentamos en círculo alrededor de él cada uno con nuestro compañero.
La sensación de extrañeza empieza a desaparecer y sentimos curiosidad por ese
ser oculto, Rafael nos habla:
Dentro de
cada hombre hay una mujer, y dentro de cada mujer un hombre, eres completo en
tu interior. La leyenda de Narciso ha sufrido muchos malos entendidos. Si no
puedes amarte a ti mismo no podrás amar a nadie más. Esta es la primera
lección. Un niño se ama a sí mismo hasta que le enseñan que esa es una conducta
antisocial. Supone que debe amar a los demás y no a sí mismo. Todo hombre o
mujer busca su imagen interior en una forma externa. Cuando encuentra lo que
más se aproxima a ella, se enamora. A veces, por el poder de la ilusión que ya
conocéis del sendero veintiséis, hace una elección equivocada. La causa de esto
es que tiene una imagen errónea de sí mismo. Cuando ocurre tal cosa no es equivocado
buscar el remedio a la infelicidad, a menos que haciéndolo se provoque más
infelicidad especialmente a otros. A veces se tiene ante esa persona una deuda
que sólo puede pagarse abandonando al compañero ideal. Al aprender a amar
vuestro ser interior tenéis muchas cosas adecuadas en la vida exterior,
afectando incluso a algunas enfermedades que tienen una causa interna. Habéis
aprendido mucho en estos senderos, habéis aprendido que vuestro destino es
servir, y que no podréis hacer eso a menos que seáis una totalidad, del
interior al exterior. Conocéis lo que es la ilusión y que el amor no es pecado,
ni el físico ni el que no lo es. La capacidad de amar como ama la humanidad,
con plena comprensión de su poder y su gloria, es un don que se ha hecho que parezca
poco limpio y degradante. Sin embargo, considerad las antiguas leyendas de los
amores de los dioses y los hombres y encontraréis muchos conocimientos ocultos.
Uno que caminó con vosotros en la tierra dijo: «Amaos los unos a los otros.»
Esto lo debéis aplicar primero a vosotros mismos. El sendero que tenéis que
recorrer es demasiado estrecho para estropearlo con un amor egoísta, y por eso
sólo a los que han recorrido los senderos hasta ahora se les puede hablar de la
importancia de esta ley, pues es una ley. Basaos en todo lo que habéis aprendido
hasta ahora para entender el significado más profundo de esto. Pero aprended
también a tener fe, virtud que se encuentra en Binah, de donde ha surgido
vuestra propia forma, y sabed que la costilla y la espada de la separación son
una.
El gran ser se levanta y traza en la
arena el símbolo de Géminis, las dos líneas rectas unidas por líneas de fuerza
en la parte superior e inferior. Después pone a su lado la letra zain. Entonces
se va, desapareciendo entre los árboles.
Miramos a nuestro ser interior y sabemos
que tiene razón, que hemos desestimado esa parte de nosotros. Es como ser joven
y estar enamorado por primera vez, pero, sin embargo, sabemos también que al
sentir esto no les quitamos nada a los que amamos en los niveles exteriores,
pues les elegimos porque nos recordaron el «nosotros» interior. Paseamos y
hablamos con nuestros amores recién encontrados, aprendiendo sobre ellos, lo
que les gusta y lo que no, lo que desearían que no hiciéramos porque les hace daño.
Tratamos de captar todos los rasgos para no olvidarlos, pero se nos dice que no
es necesario, pues nunca podremos separarnos. Los abrazamos y sentimos que se
funden con nosotros, pero ahora somos conscientes de ello y sabemos que siempre
será así. No hay soledad, sólo una nueva capacidad de conocernos.
Miramos hacia el mar y allí, elevándose
de las profundidades, hay una enorme ballena en cuyo lomo descansa un pequeño
templo, muy antiguo y primitivo; de pie ante él hay una mujer de aspecto maduro
con un rostro en el que se combinan la fuerza y la belleza. Está coronada de
estrellas y sus ropajes fluyen hacia abajo introduciéndose en el agua, y
haciéndose uno con ella.
Nos habla por encima de las olas:
Yo soy la
que era, es y será, soy vuestra fe, vuestra agua fresca en el desierto, soy
vuestro principio y vuestro final, soy la espada que os separa y el cinto que
os une. Soy Binah.
La ballena se sumerge, llevándoselo todo
con ella, y al volvernos encontramos la cortina entre dos árboles, y pasamos a
través de ella llegando a Tiphereth. El templo está vacío, por lo que lo
cruzamos y tomamos el sendero del arco iris para regresar a Yesod. Todo el
tiempo estamos pensando en el misterio del que se nos ha hecho formar parte. El
Cherubim espera para sellar la puerta a nuestras espaldas, y después,
mirándonos con profunda comprensión, levanta sus grandes alas y las cierra
sobre nosotros. Ya en otra ocasión fuimos llevados hasta Malkuth de este modo,
y es agradable descansar un rato en esa fuerza y suavidad de las plumas. Nos
deja con delicadeza en Malkuth y desaparece, pero pedimos en silencio una
bendición para ese hermoso ser, conscientes de que es el mayor regalo que
podemos ofrecerle.
Sandalphon viene hacia nosotros llevando
en sus brazos un regalo, ropajes de suave seda blanca para cada uno. De ahora
en adelante deberemos llevarlo. Está bordado con racimos de pequeñas uvas y
hojas de parra por el dobladillo, todo perfilado en hilo de plata, por el
cuello hay un borde de flores, y una atadura de cordón de plata. Completa la
vestimenta un ceñidor de seda cosido también en ese material. Le damos las
gracias a Sandalphon y tratamos de decirle cómo nos sentimos, pero nos
encontramos cogidos en su aura y nos estrecha del mismo modo que hicimos
nosotros con nuestro ser interior. Se nos ocurre que en algún sentido todas las
cosas y seres que hay en este universo forman parte unos de otros, que nadie
está solo. Formamos parte en la misma medida del mundo angélico que de la
tierra. En el aura de los arcángeles, y con el ser interior, somos los Amantes
delante del ángel del amor. El templo se desvanece, pero seguimos comprendiendo
cosas.
Todo el viaje ascendente por el árbol de
la vida es de autodescubrimiento. En el último sendero descubrimos al hombre y
la mujer interiores, a esa parte de nosotros mismos, dándonos cuenta de que en
realidad somos el andrógino terreno, destinado a convertirse en el andrógino
celestial. El sendero diecisiete nos muestra la fuente o útero de donde
salimos, Binah. Ahora viajamos por el dieciséis y empezamos a resolver el
misterio de cómo empezó nuestra existencia en el útero cósmico. En este sendero
que va de Geburah a Binah la letra es cheth, la valla, algo que actúa
como barrera o envoltura. En las imágenes medievales se ve a menudo rodeando a
un unicornio, el cual es un símbolo de la virginidad en el proceso de la
pérdida. En ese sentido, cheth es el himen espiritual, el cual protege
la psique que acaba de despertar. En el sendero diecisiete, zain, la
espada, separa lo virginal de lo que es plenamente consciente. Ahora, en el
dieciséis, vau, el clavo, nos trae la lección de que lo que debe estar
por delante de todo es la voluntad divina. Esa voluntad está implantada dentro
de la valla, como la semilla dentro del útero. Observe este nuevo cruce de los
simbolismos. El sendero dieciocho es un símbolo femenino envolvente, y el
diecisiete un símbolo masculino penetrante. En este lado del árbol tenemos en
el sendero dieciséis un símbolo masculino, y en el quince tenemos heh, la
ventana, una envoltura de la luz. Es otra parte del entrelazamiento de las
serpientes en el caduceo, y debería meditar sobre ello.
El signo astrológico de Tauro, el toro,
va muy bien con todo esto, pero sin más explicaciones, baste con decir que en
astrología el planeta dominante de Tauro es Venus, con todo lo que ese nombre
invoca.
La carta del tarot del Hierofante
representa el sacerdote que oficia en la boda de las dos mitades del ser, o el
ser superior y el inferior, la personalidad y la individualidad, o como
prefiera pensar en ello. En este sentido, es el emisario de la fuente
primordial, y la raíz de la palabra emisario proporciona otra vinculación. El
texto llama a este sendero «la inteligencia triunfal..., es el placer de la
gloria..., el paraíso preparado para los fieles». Si vuelve a leer desde el
sendero diecisiete hasta éste, captará algunas indicaciones. Y en cuanto a la
palabra fiel, no interprete «de mentalidad estrecha».
Este sendero y el quince terminan en
Chocmah, el padre de todo, poniendo así de relieve la naturaleza sexual de
estos senderos finales. No hay que evitar este tipo de imágenes cuando
trabajamos con el árbol de la vida, el cual es en sí mismo un eufemismo y un
símbolo del falo masculino. Para quien esto resulte perturbador o repugnante,
no le es conveniente el estudio de la cábala, pues el árbol es un himno a la
creación en toda su belleza y en todas sus formas.
La paloma, símbolo de Venus y de la
paloma que está debajo de Chesed, está relacionada también con este sendero
(ver Practical Guide to Qabalistic Symbolism, volumen 2, página 181,
parágrafo 8). Esta ave representa también al Espíritu Santo, por el que la
Virgen María quedó embarazada del Niño Jesús. Todo esto nos abre las puertas a
una gran cantidad de conocimiento esotérico que estamos dispuestos a buscar
entre las abundantes pistas falsas.
Quizás sea útil pensar el hecho de que
Tauro rige sobre la garganta y, por tanto, sobre la laringe. Esta forma parte
del aparato lingüístico humano en el nivel físico, y parte de la secuencia de
la palabra creativa en los niveles superiores.
La carta del tarot representa a un sumo
sacerdote sentado entre dos pilares, y con dos figuras arrodilladas delante de
él. En algunas barajas resulta discutible si son dos hombres o un hombre y una
mujer. El Hierofante les está transmitiendo enseñanzas de modo muy semejante a
como un sacerdote en una boda lleva al novio y la novia al altar para hablarles
en privado acerca de algún punto de la ceremonia. También es el conocimiento
transmitido secretamente desde un nivel superior al inferior, y como tal hace
falta pensar y meditar mucho sobre ello.
Hay poca luz y el templo vacío está
lleno de sombras. Se abre despacio la puerta que conduce a Netzach y se ve
débilmente la luz verde desde el altar en que nos hallamos. Cruzamos los
pilares, llegamos al haz esmeralda y ascendemos por él suavemente hasta las
esferas de Venus. Allí, junto a las puertas de cobre, nos espera Haniel. Como
siempre, su belleza nos encanta y nos quedamos en su presencia como los
silenciosos leopardos que caminan siempre a su lado. Nos lleva a la puerta y la
abre, revelando la escalera espiral que conduce a Chesed, y para nuestro placer
ella viene también con nosotros. Subimos hasta que aparecen las puertas de
cristal azul de Chesed. Haniel se adelanta y al tocar las puertas éstas suenan
como una campana de cristal, se abren y nos conducen al templo de Chesed.
Es un lugar de luz, teñido de color
morado y azul oscuro, con ventanas de formas geométricas, con tonos de azul y
amarillo. El suelo es azul oscuro y en él hay algunos dibujos de estrellas
hechos con cristales; reconocemos a la Osa Mayor y a la constelación de Tauro
que incluye las Pléyades y otras. El altar es un cubo de amatista pura en el
que hay un cuenco que contiene la luz. Tras el altar hay dos pilares, uno de
cristal blanco y el otro de zafiro. Quedamos sobrecogidos por esa belleza hasta
que el sonido de una voz nos hace girar. Allí está Tzadkiel con dos de los
Chasmalim a su lado. Sus ropajes de color púrpura y azul claro arremolinados a
su alrededor, el rostro sereno y coronado de estrellas. Los Chasmalim parecen
como tubos luz, demasiado brillantes para poder mirarlos.
Tzadkiel nos lleva hasta la puerta que
hay delante y hace el signo de apertura, la carta del tarot se estremece
volviéndose realidad, pero con una ligera diferencia. Gana perspectiva y observamos
un gran templo. Ante nosotros hay una multitud vestida con prendas de ricos
colores. De pie en la puerta, para conducirnos, hay dos figuras: un sacerdote
que lleva una vela de oro, y una sacerdotisa que lleva un cáliz lleno de vino.
Hasta ese momento no nos habíamos dado cuenta de que llevábamos las ropas
blancas que nos dio Sandalphon, de que las llevaremos a partir de ahora. Haniel
viene hacia nosotros y coloca en nuestros hombros capas de seda de color azul
oscuro.
A una palabra de Tzadkiel, avanzamos
hacia el templo, contemplando en la distancia la figura del sumo sacerdote con
sus ropas moradas y doradas, y tras él, como si lo viéramos a través de un
delgado velo, una mesa redonda en la que se sientan muchas figuras coronadas.
Seguimos a los heraldos sacerdotales y vemos delante del sumo sacerdote a un
hombre y una mujer coronados y vestidos de morado. Estamos aquí como huéspedes
y presenciamos el heiros gamos, la boda del rey y la reina.
Haniel, que estaba detrás de nosotros,
nos adelanta, pues ella bendecirá el matrimonio en cuanto que es presencia de
la esfera de Venus. Comienza la boda y el sumo sacerdote nos pide que juremos
que hemos visto todo lo que sucede. Haniel avanza, toma las manos del novio y
la novia y las une, sopla sobre ellas y las ata con sus propios cabellos.
Entonces, el rey coge la vela y la reina el cáliz, la vela se invierte y se
introduce en la copa, y el vino así quemado es bebido entre los dos. Un grito
de alegría surge de la congregación, y el sumo sacerdote se da la vuelta y los
conduce hasta el altar, en el que está representado un toro alado y en la parte
posterior de su manto ceremonial está bordada la letra vau. Lleva a un
lado a la pareja real y les habla en voz baja unos momentos. Después vuelve con
ellos para presentarlos ante la multitud que espera. Son saludados y después se
vuelven el uno hacia el otro y se abrazan. La multitud guarda silencio como si
estuviera esperando que sucediera algo. Las dos formas avanzan la una hacia la
otra, mezclándose entre sí y convirtiéndose en una sola figura que contiene la
esencia de ambas. Nos arrodillamos con todos los que están en el templo,
dándonos apenas cuenta del misterio en el que hemos participado. En algún lugar
de nuestra mente sabemos que es otra parte del sendero diecisiete, que así
sucederá con nosotros y nuestra ánima/ánimus al final. También nosotros nos
hallamos aquí, coronados y vestidos con la púrpura real. Esta es la parte de
los misterios superiores que todavía tenemos que mirar a través de un velo.
Experimentamos los senderos del nivel inferior, pero hasta hoy sólo se nos ha
permitido vislumbrar un poco los niveles superiores. Más allá está la tabla
redonda en la que nos sentaremos algún día si recorremos los senderos del modo
correcto.
Tzadkiel nos toca en el hombro y le
seguimos de regreso hasta el templo de Chesed, Haniel viene con nosotros y
sella la puerta a nuestras espaldas. El arcángel nos dice que todavía no
tenemos que tratar de entenderlo todo, pero que debemos dejar que se filtre en
nuestra mente física cuando sea el momento adecuado. Descendemos por la
escalera de caracol hasta Netzach, donde nos despedimos de Haniel. Nos da a
cada uno un beso en la frente cuando entramos en la luz que nos llevará hasta
Malkuth.
Al penetrar en el tranquilo templo, sentimos
una gran paz, pues por mucho que ascendamos por el árbol y por muy hermosos que
sean los templos de las esferas superiores, llegar a Malkuth es como regresar a
casa. Sentimos el contacto de la mente de Sandalphon, como una llama de amor
ardiente, y es su sentimiento de alegría el que hace que nos sintamos de ese
modo en su templo. Con precaución, probando las facultades que acabamos de
descubrir, nos levantamos con nuestras mentes y nos atrevemos a tocar la suya;
durante un momento se produce un placentero dolor demasiado difícil de
soportar, pero después él reduce la intensidad de sus poderes y descubrimos por
unos breves segundos que somos uno con Sandalphon. Después, el templo se
desvanece.
La letra del sendero quince es he o
heh. Es una letra importante del alfabeto hebreo, como atestigua el que
sea incluida dos veces en el nombre sagrado de Dios, el Tetragrammaton, yod
he vau he. Es un símbolo de la vida que entra, y en algunas enseñanzas las
cuatro letras que forman el nombre se consideran alternativamente femeninas y
masculinas. Su significado es «ventana», pero cuando estuve en Israel una
autoridad me dijo que eso no era estrictamente cierto, que el significado real
estaría mejor traducido como «luz entrante» o «iluminación». Quizás parezca que
se trata de lo mismo, pero no es así. Tendríamos que pensar aquí en el hecho de
que cuando fue con su familia desde Ur de Caldea, el antepasado de los judíos
se llamaba Abram, y su esposa Sarai, y no tuvieron hijos hasta
que el he creativo se añadió a sus nombres respectivos (Génesis 17,
versículo 15).
En este sendero vamos desde el sol hasta
el Zodiaco, desde la esfera de la comprensión mental del Creador hasta la
visión de Dios cara a cara. En este caso tenemos que examinar con gran cuidado
las palabras, pues tener una visión de algo no es siempre lo mismo que verlo
por primera vez, y no sabemos si significa que el hombre se enfrenta a Dios o
si Dios se enfrenta a Dios mientras el hombre mira. Podemos suponer que este
tipo de experiencia se volverá más intensa conforme el nivel en el que
trabajemos sea superior. Esta es una de las razones de trabajar en los cuatro
mundos del árbol, pues nos permite habituarnos a los efectos que nos produce de
nivel en nivel. Los que tengan un conocimiento de la Cábala y del modo en que
funciona podrán recorrer los senderos en su propio nivel.
El signo astrológico es el de Aries, el
ambicioso del Zodiaco, cuyos nativos están siempre dispuestos a algo nuevo,
desde el sexo hasta un desafío en los negocios. Son los exploradores, los que
se muestran en el camino llenos de energía y confianza. Cuando hacen una
expedición siempre olvidan meter en la maleta cosas como las cerillas y el
cepillo de dientes, pero consiguen llegar. Un modo de describir al nativo de
Aries es decir que está lleno de vida. No carece de significado que los
senderos dieciséis y quince tengan como símbolos astrológicos animales
conocidos por su capacidad sexual, pues ambos senderos terminan en Chocmah, el
que da la vida, «aquel al que la madre llamó su deseo», tal como curiosamente
la describe una fuente.
La carta del tarot es la Estrella, otra
de las asignaciones controvertidas, pues otros prefieren la del Emperador, y si
ésa es la que prefiere puede elegirla, ya que hay buenas razones para que cada
una de ambas cartas sea la escogida. La Estrella es Sirio/Sothis, uno de los
símbolos de Isis y fuente del conocimiento del nivel interior para la
humanidad; en la mayoría de las cartas se representa también a otras estrellas.
Ha sido tradicional desde hace miles de años la idea de que las constelaciones
son la fuente del conocimiento transmitido a la humanidad. El alineamiento de
esta carta con el sendero que va desde la esfera del sol a la del Zodiaco
vincula nuestro sistema solar con los exteriores a él, dando a entender que
somos los receptores de su mayor conocimiento.
El texto nos dice que este sendero se
llama «la inteligencia constituyente, así denominada porque constituye la
sustancia de la creación en la oscuridad pura...» Esto nos lleva inmediatamente
a las imágenes sexuales que son tan importantes para este sendero y para el
anterior.
El Zodiaco es el símbolo de la esfera de
Chocmac, el objetivo del sendero quince. Aquí todo nuestro universo inmediato
se une en un símbolo glorioso que vuelve a salir a la superficie una y otra vez
en nuestras religiones, literatura y arte. Para los occidentales representa una
piedra angular de nuestra mente grupal racial, la Mesa Redonda. Pensar que
merecemos sentarnos en ella por haber recorrido una vez el árbol sería una
tontería, pero si se recorren estos senderos repetidamente, con atención a los
detalles y con la intención de progresar, un día el sendero impondrá su
voluntad sobre la nuestra y descubriremos que en él hay un asiento que nos está
esperando.
Los Ashim nos saludan con mucha alegría
cuando se forma el templo a nuestro alrededor, liberan su energía y nos llenan
con el sentimiento chispeante de la vida, como si tuviéramos burbujas de
champán en la sangre. Sandalphon se siente divertido por nuestra reacción, y
nos dice que podemos pedir a las almas del fuego este tipo de energía para
utilizarla en nuestro mundo, pues ellas sólo están esperando que lo hagamos. No
se nos había ocurrido antes, y es una revelación que utilizaremos sin duda en
el futuro.
Cruzamos la puerta abierta, volviéndonos
para despedir a los Ashim que se amontonan en ella. Este viaje por los niveles
interiores se nos está volviendo algo tan natural como coger un autobús en
nuestro propio mundo. Y así debería ser, pues es tan natural como
nuestro mundo. ¡Todos los mundos nos pertenecen!
Encontramos el templo de Yesod repleto
de hermosos Cherubim, los cuales se hallan de pie a intervalos alrededor del
templo, con Gabriel en el altar, pues en el momento en que entramos estaban
celebrando un ritual. Esperamos tranquilamente en la puerta conteniendo la
respiración ante el sentimiento presente en el lugar. Gabriel eleva el gran
cuenco plateado y los Cherubim lo siguen con ojos, manos y voces, mientras
cantan sus alabanzas a la luz. Lo baja y entonces Gabriel se vuelve para darnos
la bienvenida. No hace ninguna mención, y nosotros no le preguntamos, pues
sabemos que se nos ha permitido ver algo especial. Caminamos hacia la puerta
central, hacia el sendero del arco iris, siguiendo su camino serpenteante hasta
el arco brillante de Tiphereth.
Rafael no está allí, pero nos esperan
los sombríos Malachim. Parecen un poco menos sombríos a nuestros ojos, quizás
se acerque el día en que los veamos con claridad. Nos llevan hasta la puerta y
uno de ellos traza el sello para que aparezca la carta. Se forma ésta
gradualmente, volviéndose realidad para que podamos cruzarla. Nos hallamos en
el camino que cruza los bosques iluminados por la luna, hay una sola estrella,
a baja altura, en el horizonte, y parece lanzar su luz como si fuera un faro,
dirigiéndonos hacia el gran castillo que domina el camino. Vamos hacia él.
Al poco tiempo estamos al alcance de su
sombra y el centinela nos saluda desde las almenas. Respondemos que llegamos del
lugar del sol y en seguida bajan el puente levadizo que cruzamos para llegar al
patio. Un hombre vestido con tabardo de heraldo nos espera para llevarnos hasta
el gran salón. Hay allí una mesa de gran tamaño y de forma absolutamente
redonda. Alrededor se sientan hombres y mujeres de todas las edades, razas y
épocas: es la Tabla Redonda. En el frente se sientan sólo doce figuras,
vestidas con ropas grises con capucha. Son los Señores de la Tabla, los
Mantenedores de la Sabiduría Estelar, cuyos nombres son los de las casas de
Mazloth. Tras ellos se sienta el Pendragón de las Islas Benditas con sus
caballeros y sus damas. Detrás se sientan muchos que como nosotros son
peregrinos en el sendero del autoconocimiento. En la pared que había delante de
nosotros al entrar hay una ventana abierta a los cielos. La luz de la estrella
que hemos seguido brilla por ella y cae sobre el cáliz que hay en medio de la
Tabla Redonda. Es el cáliz del templo de Tiphereth. La ventana va agrandándose
hasta que ocupa todo un lado del salón. Por ella tenemos la visión de otra
Tabla Redonda, pero mucho más grande, colocada en los cielos para guía de la
humanidad.
Entre las dos el cáliz y la estrella
actúan como eslabones, el cáliz envía un haz de luz a la Tabla Superior, luego
pasa a la estrella y desde allí vuelve a bajar hasta el cáliz. Llena así con la
luz, la gran copa va pasándose para que todos los presentes beban de ella. A
nosotros no nos ha llegado el tiempo en que podamos sentarnos en la mesa y
beber del cáliz, pero llegará. Basta con que estemos aquí y podamos vislumbrar
lo que nos espera. La ventana recupera el tamaño normal, y al cerrarse vemos
que está escrita con vidrios de colores la letra heh.
El heraldo viene para escoltarnos desde
el castillo, lleva en el tabardo el símbolo de Aries, y en su bastón hay una
cabeza de cordero. Nos vamos como vinimos, por el puente levadizo, y oímos que
vuelve a levantarse cuando tomamos el camino de regreso a Tiphereth. La
estrella brilla sobre nosotros todo el tiempo y podemos ver muy arriba una
pequeña mancha que sabemos es la gran Tabla de Mazloth. La cortina está ante
nosotros y nos detenemos para mirar a la hermosa mujer con sus dos vasijas, un
esbelto pie en el agua, pasando el líquido de una a la otra. Como la luz del
castillo de Camelot, que era derramada de una vasija en un nivel a la vasija
del otro. Nos damos cuenta de que también nosotros somos vasijas y que el
entrenamiento que estamos realizando es como si cayera en nosotros de un
recipiente superior. Entramos en el templo. Está vacío, pero eso no nos
importa; sabemos que los seres de esos niveles no pueden estar con nosotros
todo el tiempo. Tomamos el sendero del arco iris y regresamos a Yesod.
Gabriel nos espera y nos pregunta sobre
el viaje, escuchando atentamente lo que tenemos que decirle; luego nos explica
que cuando comencemos a experimentar las esferas superiores visitaremos la
Tabla Superior y veremos a sus guardianes, y quizás conozcamos por ellos
nuestro lugar en el Zodiaco. Con esa excitante perspectiva en mente, nos
despedimos y bajamos por el sendero que conduce a Malkuth. Los Ashim nos están
esperando y los saludamos con afecto enviándoles nuestro amor en un nivel
mental, para que ellos lo entiendan. Destellan con placer en todo el espectro y
reímos por la alegría que nos produce nuestra proximidad con ellos. Uno de los
dones que hemos recibido en los senderos es el conocimiento de que nosotros y
los seres del árbol podemos compartir esas cosas. Desaparece el templo, pero
nos quedan la risa y la alegría.
Es el último sendero lateral del árbol,
el que relaciona la esfera de la gran madre con la del padre de todo. Sólo por
este hecho es de gran poder, así como difícil de interpretar. Estamos trabajando
aquí en el nivel de los sobrenaturales, los padres arquetípicos de la
humanidad. La puerta misma por la que aparecieron los hombres en el principio
como células primitivas de vida, y a través de la cual aspiramos a caminar como
los hijos e hijas divinos del Creador al final del largo viaje hasta la
divinidad.
Partiremos de Binah, la esfera de la
pena y el silencio, y para llegar a ese nivel tenemos que entender el principio
de esas terribles emociones en la medida en que seamos capaces de ello.
Conocerlas en su plenitud es algo que nosotros, seres humanos, no podemos
soportar, por lo que debe reducirse la intensidad de toda secuencia, lo que es
una descripción apropiada de Binah.
El simbolismo inherente a este sendero
es tan amplio que, aunque sólo intentáramos dar una parte de él, confundiríamos
a los recién llegados al árbol, pero los que tengan algún conocimiento de él
conocerán ya casi todo y podrán buscar el resto. La letra hebrea es daleth, la
puerta, un símbolo complementario del de el sendero quince, y del doce que nos
espera. Una puerta es algo por lo que uno entra o se va de una casa, que es la
letra del doce. Como ambas partes comienzan en Binah, la gran madre, aquí
hablamos de ella como la que da la vida, y podíamos decir con el autor del Rubaiyat:
«Pero eternamente saldré por la misma puerta por la que entré»
El otro símbolo del sendero es el de
Venus, que nos vincula con Binah y Netzach y con todas las diosas de todos los
panteones. Uno de los refranes ocultos más cierto de todos es: «Todos los
dioses son un dios y todas las diosas una diosa.» Venus nos hace pensar también
en el hecho de que el amor en todas sus formas es lo más importante del
universo. El símbolo de la diosa del amor es el de la luna llena sobre la cruz
de brazos iguales; si es usted varón, puede decir que es el sol sobre la cruz
de brazos iguales. Ambas descripciones son tema para largas meditaciones, y
tendrá que habituarse a la idea, si no lo ha hecho ya, de que tendrá que pensar
muchas cosas antes y después de recorrer estos senderos. Si está habituado ya a
la meditación, hágalo, pero si no es así siéntese con tranquilidad y piense en
ello. No obstante, recuerde que debe anotar lo que haya descubierto.
La carta del tarot es la Emperatriz, la
reina de la vida embarazada, que es también la virgen eterna. Otra paradoja,
pero sólo mediante las paradojas se entenderá el árbol. Estimule su capacidad
de creer en lo imposible y descubrirá que esto le abre «puertas», puertas que
ni siquiera había visto antes. Con esta carta como entrada, abrirá unos ojos
nuevos sobre el mundo, tanto los de un niño recién nacido como los del niño que
la Emperatriz lleva en su interior.
El texto dice de este sendero que es la
«inteligencia iluminadora…, el Chasmal (es decir el brillante)..., el fundador de
lo oculto..., las ideas de la santidad y de sus fases de preparación...» Todos
nuestros talentos al principio están ocultos, y el recorrer estos senderos es
el medio de prepararse para que se revelen en el nivel físico.
El templo se forma con sosiego y
claridad, y Sandalphon viene hacia nosotros en seguida, pidiéndonos que
guardemos silencio; está inusualmente sombrío. Esperamos ante el altar y la
sensación de que algo se aproxima nos sobrecoge. La puerta central comienza a
brillar, se abre y por ella sale Tzaphkiel, el arcángel de Binah. Es muy alto y
de color oscuro, lleva un vestido de color carmesí y un sobrepelliz negro con
una capa negra por encima. Lleva el cabello oscuro atado con un hilo de plata.
En su pecho está grabado el blasón de un cáliz plateado. Nos mira. Su presencia
llena el templo, y a diferencia de Sandalphon y de Gabriel no hace ningún
intento por reducir el efecto que nos produce. Se vuelve hacia sus iguales,
dice algo que no oímos, y el arcángel de Malkuth inclina la cabeza.
Sandalphon viene a explicarnos que no
podemos ir al templo de Binah por el camino habitual, pero que iremos con
Tzaphkiel lo mismo que otras veces lo hemos hecho con Gabriel. Algo intimidados
por este ser tan severo, nos reunimos junto a él, y él extiende el manto sobre
nosotros, apartándonos totalmente de cualquier luz. Esperamos algún movimiento,
pero no lo hay; algún sonido, pero tampoco lo hay. Con algo de impaciencia
tratamos de movernos y nos damos cuenta de que el manto no nos sujeta, de que
él y Tzaphkiel parecen haber desaparecido. Estamos en la oscuridad, pero poco a
poco se filtra algo de luz como si en algún lugar el sol se estuviera
levantando.
Lentamente, aumenta la luz y empezamos a
ver a nuestro alrededor. El templo de Binah es viejo, más viejo que el hombre,
más viejo que la misma tierra. Fue construido cuando apareció por primera vez
la luz. Incluso entonces, el pensamiento del que procedía era anterior a la
luz, eones de tiempo anterior. El polvo de épocas anteriores a las épocas se
asienta a nuestro alrededor en el silencio profundo, no hay ningún sonido, pues
el sonido aún no ha sido creado. Hay muros de piedra, toscamente cortada, y un suelo
de tierra apisonada; una piedra con la parte superior desigual es el altar, y a
cada lado dos dedos más altos de roca. Encima del tosco altar hay una pequeña
lámpara de arcilla cocida llena de aceite, y un trozo pequeño de fibra
retorcida sirve de mecha. Tras el altar y entre los pilares hay una estatua de
basalto negro. Es una representación primitiva de una mujer embarazada. No es
hermosa y nos recuerda las figuras de Venus de la Edad de Piedra excavadas por
los arqueólogos.
Tzaphkiel viene por detrás y con un dedo
nos indica la puerta que se está abriendo hacia el sendero catorce. El sello
hace aparecer la carta, la emperatriz vuelve la cabeza y nos sonríe, entramos
hacia la oscuridad, y sentimos la necesidad de esforzarnos y luchar por llegar
a un lugar en donde el instinto nos dice que habrá luz. Tenemos la impresión de
estar luchando mucho tiempo hasta que de pronto vemos la luz de nuevo.
Extendemos una mano para salvarnos y cogemos un puñado de hierba. Nos sentamos
y nos damos cuenta de que estamos en un prado. Es muy semejante a la primera
escena que vimos en los niveles interiores. Estamos desnudos y tenemos la
sensación de ser como niños, queremos correr y saltar, rodar por la suave
hierba de dulce aroma. Viene hacia nosotros por el campo florido una mujer de
gran belleza. No tiene edad, y para nosotros es la madre, con todo lo que eso
implica.
Nos pide que nos sentemos ante ella y
empieza a contarnos una historia, la más hermosa de todas, la de la creación.
Nos habla de la necesidad del padre/madre (de la que ella es una extensión
formada de un modo que podemos aceptar) para traspasar su conocimiento y poder
a la vida hecha a su propia imagen. Nos habla de seres que están más lejos aún
que ellos, que no podemos comprender y de cómo él/ella apareció del mismo modo.
Gran parte de lo que nos dice la madre no podemos entenderlo completamente,
pero se filtrará en nuestras mentes y subirá a la superficie más tarde. Ahora
nos basta con estar aquí con ella, que es nuestra madre y emperatriz.
A cada uno de nosotros, la madre le dice
unas palabras en privado, nos abraza y nos da un beso de despedida. Por un
momento somos uno con ella y conocemos el peso de la pena que soporta cuando
nosotros vamos en contra de nuestro destino, cuando sabiéndolo nos herimos a nosotros
mismos, o a otros, a las formas más jóvenes de la vida, y a lo que es su contrapartida,
la propia tierra. Tocamos el misterio del silencio y la pena, y después estamos
solos entre las flores. Como niños perdidos, rehacemos nuestros pasos y vamos hasta
el templo de Binah. Nos encontramos llorando ante el altar de la madre, es sólo
una pequeña parte de su pena, pero viene de ella. Tzaphkiel sale de las
sombras, el rostro suave y amoroso, y nos reúne bajo su manto; allí, en la
oscuridad, lloramos en los brazos de un arcángel y somos conducidos de regreso
a Malkuth. La oscuridad desaparece y estamos ante Sandalphon y los Ashim,
quienes alivian con su amor nuestra sensación de pérdida. Gradualmente el
templo desaparece.
Por primera vez llegamos a Kether, y en
este sendero cruzamos sobre la misteriosa esfera de Daath y pasamos sobre el
abismo. Pero esto lo haremos en el nivel más inferior posible, con el fin de
mitigar los efectos de tal viaje. En un sendero semejante, que nos lleva sobre
este terreno, es apropiado que la letra hebrea sea gimel, el camello, el
llamado «barco del desierto». Este símil es muy apropiado, pues el otro símbolo
es el de la luna, quien gobierna las mareas de las que dependen todos los
barcos. En muchos aspectos, el sendero trece nos recuerda el que comienza en
Malkuth y recorre el sendero de la luna y Saturno por encima del arco iris
hasta llegar a la esfera del sol. Desde allí prosigue sobre la esfera de
Sirio/Sothis hasta el de la corona del árbol. Tierra, luna, sol, estrella y
finalmente la gloria primordial.
En los niveles inferiores está el
sendero de los pies, un símbolo muy esotérico, a lo largo del sendero de la
columna, incluyendo todos los chakras del pilar central, hasta el símbolo del
loto de mil pétalos que hay encima de la cabeza. Es comprensible, por tanto,
que el sendero sea muy abstracto y resulte difícil de absorber en el primer
intento. Puede suceder que hasta su menor efecto se deje sentir durante meses,
y podemos necesitar ese tiempo para que se eleve desde las profundidades de la
mente. Pero llegará antes o después. Nadie puede recorrer este sendero y
permanecer inalterable. Recomiendo que se tome algún tiempo para leer el
sendero varias veces, y quizás para contemplar sus símbolos, antes de
recorrerlo realmente.
La carta del tarot es la de la Suma
Sacerdotisa, llamada a veces la Sacerdotisa de la Estrella de Plata. Es una
referencia a la estrella Sirio, igual como un símbolo de Isis que como la luna.
Un símbolo que no suele darse, pero que merece la pena pensar en él, es el de
Anubis, el de cabeza de chacal. La leyenda de su nacimiento y su relación con
la gran diosa puede clarificar muchas cosas. En este sendero su lugar está en
el desierto sobre el que camina el camello. Se dice que el chacal es el animal
con mejor sentido del olfato, el cual puede encontrar su camino en un desierto
sin senderos hasta llegar al agua. Este es el simbolismo que puede encontrarse
en ese sendero trece.
La atribución del desierto convierte a
este sendero en el último de la noche oscura, y todo lo que se ha dicho de los
senderos anteriores de esta naturaleza se aplica aquí, pero con mayor énfasis.
El texto dice de este sendero que es «la inteligencia unificadora..., pues es
en si misma la esencia de la gloria..., la consumación de la verdad de las
cosas espirituales individuales». Podríamos decir muchas más cosas, pero pocas
de ellas tendrían una auténtica utilidad, lo que vuelve a ser una paradoja. Lo
único que puede ayudarle es lo que ha aprendido en los senderos. Sin embargo,
se verá privado de este conocimiento. Tendrá que basarse, por tanto, en el
único recuerdo que le quedará: la necesidad de seguir adelante y experimentar a
Kether.
Cuando se forma el templo, no sólo está
vacío, sino que parece desprovisto de sensaciones agradables. La puerta está
abierta y al cabo de un momento la cruzamos y subimos por el sendero que lleva
hasta Yesod. También este templo está vacío, y con la misma sensación fría, la
puerta está abierta, y preguntándonos lo que está sucediendo tomamos el camino
del arco iris. Pero sus colores son apagados y el sendero parece dar más
vueltas de las habituales. El arco de luz nos parece menos brillante que antes,
pero cuando llegamos al templo vemos allí reunidos a nuestros amigos. Los
arcángeles y órdenes angélicas que hemos aprendido a conocer y amar. Vamos
hacia ellos.
Vuelven hacia nosotros unos rostros
fríos, los Ashim se retiran al borde del templo, Sandalphon viene hacia
nosotros y nos quita de los hombros las ropas blancas que con tanto amor nos
había dado. Desnudos y sorprendidos, nos quedamos allí estremecidos. Haniel se
aleja de nosotros llorando, negándonos la vista de su belleza, Rafael cubre el
cáliz para que no lo veamos y dice que ya no merecemos mirarlo. Gabriel y
Miguel vienen armados con espadas, y con las puntas de éstas nos llevan hacia
la puerta en la que está la carta de la Sacerdotisa. Entramos dando tumbos
sobre la fría arena del desierto, y encima, un débil rayo de luna y una
estrella proporcionan la única luz.
Cuando cruzamos el desierto, vemos a
cada lado de nosotros las cartas del tarot por las que hemos pasado hasta el
momento. Nos detenemos junto a cada una de ellas y recordamos los senderos, y
la alegría con que regresábamos cada vez junto a Sandalphon.
Delante de nosotros, vemos la forma de
un camello que se mueve lentamente, en la vestimenta de su silla lleva la letra
gimel. Es lo único que podemos ver, y nos dirigimos hacia él cruzando
las dunas. De entre las sombras de una colina arenosa, viene hacia nosotros una
figura, es Perséfone, pasa junto a nosotros sin hacer ninguna señal y hemos de
retirar las manos que habíamos extendido hacia ella. Por el otro lado viene el
anciano de los ancianos. Pensamos que él nos recordará, pero también pasa de
largo. Aumenta la sensación de desolación y nos vamos acercando cada vez más
unos a otros mientras caminamos. Merlín y Pan, sentados bajo una hermosa
palmera, comparten una botella de vino, pero se apartan cuando les saludamos;
ni siquiera dejan de hablar entre ellos cuando tratamos de que lo hagan con
nosotros.
Empezamos a llorar, no entendemos lo que
hemos hecho para que suceda tal cosa, pero no tenemos otro lugar adonde ir,
sólo podemos seguir adelante. A través de la arena silenciosa viene la
procesión de los Sidhe, tan hermosos como siempre, con Aengus Og a la cabeza.
Cuando va a pasar nos apartamos de su camino, sin molestarnos siquiera en
esperar que vaya a hablarnos. Nos mira con frialdad y sigue cabalgando. Viene
hacia nosotros un grupo de gente, un joven caminante con un rey que lleva en su
mano un fénix de oro, con ellos va un hombre alto y barbudo al que vimos por
última vez en el sendero veintisiete. Se hacen a un lado cuando pasamos
nosotros, y bajamos la cabeza incapaces de mirarles.
Todos van y vienen, Esculapio, Maat, el
peregrino gris, Khamael y Tzadkiel, todos los que hemos conocido y amado se
alejan de nosotros sin excepción.
No sabemos qué sentido tiene este viaje
por el desierto, sin ningún sitio adonde ir o de donde regresar. Cruza el aire
el aullido de un animal, y ante nosotros aparece un chacal negro, de cuyo
cuello cuelga un amuleto de plata con la forma de la luna creciente.
Como el camello ha desaparecido, tenemos
que seguir a este nuevo guía, si así puede llamársele. Congelados por el frío,
con los pies doloridos por la arena, seguimos adelante dando tumbos. Pero ésta
desaparece abruptamente y ante nosotros vemos un abismo de terribles
proporciones. El chacal salta sobre él fácilmente y espera a que le sigamos.
Miramos hacia ambos lados buscando un modo de cruzarlo. Cerca hay una delgada
plancha de madera, apenas suficiente para soportar el peso de un hombre, pero
es todo lo que tenemos. Puesta sobre el vacío, aún parece más débil. Cuando
ponemos el pie en ella y se dobla, el abismo nos parece oscuro y profundo, pero
no tenemos más remedio que cruzar. Uno a uno, y despacio, cruzamos. En cada
momento estamos seguros de que va a romperse y de que uno de nosotros caerá a
la oscuridad. Pero aguanta.
Cuando el último de nosotros llega al
otro lado, cae al abismo y desaparece. Al volvernos, el chacal se ha convertido
en una alta figura masculina con una máscara de chacal. Nos indica por signos
que le sigamos de nuevo y obedecemos. En este lado del abismo ya no hay arena,
sino camino pavimentado que nos lleva a la cima de una colina. A mitad del
camino, el guía con cabeza de chacal cambia de forma y se convierte en un
águila que se lanza hacia el cielo, para saludar a la luz que hay más allá de
la colina.
Ascendemos agradecidos por la luz, y
quizás por el calor que nos traiga, y caminamos a un lugar de luz superior a
todo lo que habíamos visto. Es tan brillante que no podemos distinguir nada más
allá del calor y de la sensación de amor que irradia. Envueltos en esa
suavidad, descansamos y dejamos que nos broten las lágrimas. Recuperamos la
memoria y entendemos que hemos estado caminando por el desierto de la
desolación, y hemos cruzado el abismo de la separación de lo conocido y amado.
Aunque la luz nos impida ver, escuchamos
la voz de la Emperatriz y madre, diciéndonos que todo ha terminado en ese
sendero. Hemos ganado el derecho al camino a lo que es el padre y la madre de
toda la vida, con independencia de la forma que adopte. Luego escuchamos otra
voz, nunca la habíamos oído antes, y ahora no lo hacemos con los oídos físicos.
Es una voz masculina fuerte y autoritaria, pero llena de amor:
Aquellos
que siguen la estrella cuando no hay esperanza son los que pueden realizar el viaje
hasta mí. Soy el que soy, hombre y mujer, madre y padre, hermana y hermano. Soy
para vosotros lo que otros mucho más grandes son para mí. Como vosotros sois,
yo fui. Como soy yo, seréis. Aquellos que cruzan el abismo pueden ponerse
delante de mí y decir: «Yo soy.»
Estamos en un lugar de belleza sencilla,
con paredes y suelos blancos y con el techo de azul oscuro. Hay dos pilares de
luz que se alzan y cruzan el techo hasta llegar al vacío. Entre los pilares
vienen aquellos que amamos. Todos los que se habían apartado de nosotros vienen
ahora para abrazarnos y confirmarnos su amor. Sandalphon viene con nuestras
ropas intactas, y nos las pone. Llega Haniel con su rostro dulce, Miguel y
Gabriel, Rafael detrás de ellos, y todos nos rodean y animan. Los Ashim danzan
de alegría y la figura tranquila de Anubis lo observa todo.
Se adelanta Gabriel, áuricas extendidas
en toda su gloria sus alas, las cuales se curvan sobre nosotros para
mantenernos seguros. Nunca podremos olvidar su olor y su tacto. Cuando nos las quita,
estamos en el templo de Malkuth y solos. El templo se desvanece.
El penúltimo sendero del árbol conecta a
la madre sobrenatural con la corona del árbol, es el sendero de la comprensión
de la propia capacidad. Pero no olvide que no es una confirmación de que esas
capacidades estén bien formadas, es sólo el conocimiento de que están allí y
pueden perfeccionarse con disciplina y trabajo.
El texto dice que es «la inteligencia de
la transparencia, pues es esa especie de magnificencia llamada Chazchazit, el
lugar de la visión de los que son vistos en las apariciones». He incluido la
cita completa porque estas palabras son importantes. Indican el don de la
visión en su máximo grado. Ese don puede ser una espada de doble filo. Los
recién llegados suelen pensar que el don de la clarividencia significa que uno
puede ver, aparte de los fantasmas extraños, cosas hermosas, como hadas y
ángeles, cuyas formas no se asemejan en nada a las dadas en estos senderos. No
se dan cuenta de que en los niveles interiores se pueden ver otras cosas, las
cuales no son tan bellas ni encantadoras. Lo que puede verse en el aura de una
ciudad por la noche puede hacernos desear que se borre la clarividencia. Lo que
puede ver cuando mira al espejo del templo y contempla su propia aura puede ser
a veces sorprendente.
El tipo de entrenamiento necesario para
que este don sea útil y lo más preciso posible, exige nada menos que la
dedicación última, pues sin ella todo se reduce a una adivinación sencilla. La
visión de la que hablamos aquí, en su máximo nivel, es la de San Juan, y en el
nivel inferior es la de la sospecha intuitiva. Pero puede formar esa intuición
para convertirla en algo muy real. En un sentido este libro implica un cierto
tipo de visión, la capacidad de ver un mundo interior con suficiente formación
para captar lo esencial y llevarlo al nivel consciente. Pero sería una tontería
pensar que una lectura del libro o un viaje por los senderos le iban a
convertir en un adivino o un ocultista. Nadie se convierte en un cirujano
cerebral por haber leído el libro Doctor en casa. El tiempo y el
esfuerzo, la única moneda que vale en los niveles interiores, son elementos
necesarios para adquirir el derecho a invocar el sendero doce, y eso representa
una tarea difícil de dominar.
La letra hebrea es beth, la casa,
y hay una frase en la Biblia que dice «con la sabiduría se construye una casa,
y con la prudencia se afianza» (Proverbio, capítulo 24, versículo 3). Si
se toma el triángulo formado por este sendero, el once y el catorce, se ve el
tejado inclinado de una casa que pende por encima del resto del árbol. En los
tiempos antiguos, e incluso ahora en algunas zonas rurales, se realiza una
curiosa ceremonia cuando se pone el tejado en una casa. El sendero doce es como
poner un tejado sobre sus experiencias del árbol, colocando así una especie de
sello sobre lo que ha trabajado hasta ahora, lo cual no significa que ahora
tenga que hacer un esfuerzo menor.
El símbolo astrológico es el de
Mercurio/Hermes, heraldo y mensajero de los dioses. Esta figura se hace
equivaler a menudo con Gabriel, y ciertamente tienen mucho en común, pues ambos
se ocupan de traer las ideas, pensamientos nuevos y conocimiento, y en el caso
de Gabriel la noticia del inminente nacimiento de un salvador. Hablando en
términos herméticos, es el símbolo del mago por excelencia.
La carta del tarot es también el Mago, y
la «casa» de la letra beth se ve en el entramado de flores que se curva
encima. Su dominio del plano físico lo demuestran los instrumentos mágicos
extendidos sobre el altar. Pero él es bien consciente de que ese poder proviene
de los niveles superiores, y señala hacia esa fuente, al tiempo que con la otra
mano les ordena que se manifiesten en la tierra.
Binah
La idea de ser mago parece atractiva,
pero en realidad es una disciplina dura, a veces descorazonadora, que se
emprende para el resto de la vida. Olvide los grados a los que se refieren las
novelas ocultas, pues el único grado real es el de neófito. Cuando llega a la
parte superior de un nivel, comienza a andar en la inferior del siguiente. Como
el mago del sendero doce representa que ha trabajado el cuerpo y el espíritu
hasta llegar a la médula de lo psíquico, este sendero le indica que eso no es
posible, pero hay que pagar un precio. Lo más duro que tiene que aceptar un
aspirante a mago es el hecho de que el sendero del fuego del hogar es tan
importante como los estudios más atractivos. El aspecto terreno debe ser
estable y estar bien realizado para poder iniciar el recorrido por otros
senderos. Los mejores magos son los que den al fuego del hogar su justo valor.
Los Ashim danzan delante del altar en el
templo de Malkuth, y Sandalphon se alegra por los regalos que le dimos,
intentando reconocerlos mientras los sostiene en las manos. Cuando entramos, el
arcángel y los Ashim vienen hacia nosotros y rivalizan felizmente entre ellos
para darnos la bienvenida. Nos unimos a ellos en un momento en que comparten
pensamientos y sentimientos, y luego vamos hacia la puerta y esperamos a que
Sandalphon la abra. Pero él sonríe y hace un gesto negativo con la cabeza,
pidiéndonos que la abramos nosotros mismos. Esta es la señal de la aceptación
por el árbol de Assiah, el árbol de Malkuth. La próxima vez que tomemos los
senderos como una totalidad los recorremos en Yetsirah. Nos dirigimos hacia la
puerta y con algo de timidez trazamos el sello que hemos visto hacer a
Sandalphon tantas veces. Se abre en silencio y nos sentimos ya tan a gusto en
este plano que damos un grito de alegría. Nos despedimos del arcángel, que ríe
complacidamente.
La esfera de cristal nos sube hasta Hod,
entrando en el templo tras abrirlo. Miguel está sentando puliendo la espada y
admirando la artesanía de Hefasteo. La deja a un lado y nos da la bienvenida,
sacando un poco el vino de palma que probamos por última vez en el sendero
treinta y uno; ahora nos parece que de eso hace ya mucho tiempo. Recordamos
automáticamente la norma de la hospitalidad: que el compartir el alimento o el
vino es una forma de comunión, por muy humilde que sea. Refrescados vamos hacia
la puerta, pero nos volvemos para hacer en silencio una pregunta a Miguel. Este
asiente, sonriendo, y la abrimos con el sello. Los vientos descienden cantando,
para elevarnos hasta el salón columnado de Geburah, y tras él hasta Binan.
La puerta de Binah es una simple
estructura de madera cubierta por una cortina de piel de buey. La apartamos y
entramos en el pequeño templo. Tzaphkiel se adelanta, dándonos ahora una cálida
bienvenida, y sobre el altar hay brillantes óvalos y triángulos de luz carmesí.
Son los Aralim, la orden angélica de Binah. Hay otra puerta de madera en la
esquina con la letra beth tallada en el dintel, y Tzaphkiel nos dice que
invoquemos la carta y la atravesemos.
Se forma con claridad, allí está el
Mago, alto y confiado en sus ropajes, y avanzamos. Tenemos la sensación de
haber sido traspasados en mitad de la zancada, pero una parte de nosotros sigue
avanzando. Nos damos la vuelta y comprobamos que la cortina sigue allí, y
dentro de su marco los cuerpos astrales que habíamos estado utilizando,
inmovilizados en el acto de traspasar la carta. Miramos hacia abajo y no hay
nada, hemos descartado lo astral y sólo existimos en el estado mental. A
nuestro alrededor vemos formas poderosas para las que no tenemos palabras,
aunque sabemos que son los Aralim. Otras dos formas les acompañan, una mucho
más poderosa que ellos, es Tzaphkiel en una forma mucho más próxima a la suya,
aunque no es todavía la que en realidad tiene. La otra forma es el señor de
Mercurio, símbolo de este sendero, y tiene el aspecto de una cinta de Moebius.
Nos damos cuenta ahora de todo lo que
Sandalphon y sus hermanos han tenido que abandonar para hacer ante nosotros sin
provocarnos una tensión mental. Descender a esas formas debe ser muy duro para
ellos, y lo hacen por amor a aquellos de la humanidad que los buscan. Para
ellos, tomar la forma humana es cambiar un palacio por una humilde casa de
campo. Es como una joya enmarcada en polvo. El mismo simbolismo podría
aplicarse al Niño Jesús en el establo. Avanzamos impulsados sólo por el
pensamiento, y nuestro entorno, si es que podemos decirlo así, se compone de
planos de luz cambiante que toman momentáneamente una forma y después se
disuelven en algo más. La complicada forma geométrica que es Tzaphkiel nos
dice:
Aquí es
donde el pensamiento empieza a aceptar a la materia traída desde lo
inmanifestado a través de la puerta de Kether. Este es el principio de la
forma, aquí empiezan a encontrar su forma definitiva todas las cosas. Algunas
vienen directamente de la fuente de Kether, otras vienen de Kether a través de
Chocmah. Pero todas llegan aquí antes de alcanzar vuestro plano de existencia.
Algunas no llegan nunca allí y regresan al estado inmanifestado. Tenéis que
regresar ahora, no podéis quedaros aquí mucho tiempo, pues ello perturbaría
vuestra mente.
Regresamos hacia la cortina y nos
asentamos en las formas congeladas en la entrada. Hay un momento en que vemos
colores y formas cambiantes, y nos encontramos a nosotros mismos saliéndonos de
la imagen. Tzaphkiel sonríe ante nuestra desorientación. Luego nos lleva a
través de la cortina de piel de buey y somos recogidos por los vientos
cantores, y llevados en dirección descendente, desde Geburah hacia Hod y
colocados con seguridad fuera de la puerta abierta. Al entrar, encontramos a
Miguel esperándonos, y le contamos precipitadamente lo que hemos visto, pero
nos corta abruptamente al señalarnos la puerta que tenemos detrás; nosotros la
hemos abierto y nosotros tenemos que cerrarla. Corremos a obedecer. Con una
sonrisa, Miguel se sienta para oír nuestra historia, después nos lleva a la
esfera de cristal y nos despide cuando nos vamos a Malkuth.
El templo está vacío, y tendremos que
contarle nuestra historia a Sandalphon la próxima vez. El templo se desvanece
lentamente.
Hemos llegado al último de los senderos
reales, aunque todavía haremos algunos viajes hacia la experiencia de las
propias esferas. El sendero el Loco es de una absoluta simplicidad, y, por
tanto, incomprensible para el hombre moderno. Aquí ha de convertirse en un niño
pequeño antes de poder poner incluso un pie en el último sendero. En todos los
tiempos los locos han sido honrados y reverenciados, suyo es el don de la risa,
y la capacidad de reducir a los grandes hombres a su denominador común. El Loco
es un gran nivelador, en la misma medida que lo es la figura de la muerte en el
sendero veinticuatro, un sendero que va en la misma dirección que el once,
aunque en un nivel inferior.
La letra hebrea del sendero es aleph,
el buey, un animal lento, pero de gran fuerza y capacidad para reproducir a
los de su especie. En algunos aspectos, ambos atributos pertenecen al Loco. La
simplicidad puede ser una fuerza cuando todos los demás se esfuerzan para
extraer un sentido complicado de un problema simple, y cuando el Loco se halla
en compañía, poco después todos los demás ríen, y de ese modo se vuelven,
aunque sea por un breve tiempo, como él.
Otro símbolo es el aire, y muy a menudo
habremos oído que se describe a alguien considerado como un loco diciendo que
tiene «la cabeza llena de aire». Pero el aire es también vida y memoria, la
base del conocimiento, es una vaciedad que espera ser llenada. El loco es el
otro lado del mago y viceversa. El mago está loco si piensa que sus logros se
deben a su propio trabajo, y el loco es un mago que conjura la risa curativa en
las mentes fatigadas.
Refiriéndose al sendero once, el texto
dice que es «la inteligencia centelleante... una dignidad especial concedida a
quien puede estar delante del rostro de la causa de las causas». Aquí Kether es
considerado como la fuente de toda manifestación, la cual toma entonces gracias
a Binah y a la energía de Chocmah. Este es el sendero que tomó Enoch, el
profeta que caminó con Dios. Dice la tradición que el arcángel de Kether es ese
mismo profeta, llamado ahora Metatron, el ángel de la tolerancia.
Como la simplicidad es la nota clave de
este sendero, es mejor dejar que los que lo recorran encuentren el simbolismo
que les hable en el lenguaje apropiado. En este nivel del árbol uno mismo ha de
buscar por sí sólo los significados, pues cuando no es así no tiene ningún
sentido para él. Considerado en un sentido, este sendero le conduce al borde
del risco, en donde caerá desde el sendero once al doce, y así podrá tomar los
senderos del árbol hacia abajo, obteniendo una manifestación más profunda. Esto
es algo que hay que hacer, pues se debe recorrer el árbol en ambas direcciones.
Sólo entonces conocerá el pleno impacto de las lecciones que ofrece.
Entramos en el templo de Malkuth y
encontramos allí a Sandalphon y Gabriel, quienes nos dan la bienvenida
orgullosos de que hayamos llegado al último de los senderos. Nos acompañan
cuando entramos en la luz esmeralda que nos lleva hasta el templo de Netzach.
Se abren las puertas de cobre y Haniel y Miguel están allí, el último con su
armadura de oro, y su manto de color naranja. Sin prisas cruzamos la puerta y
comenzamos a escalar por las serpenteantes escaleras que llevan a Chesed.
Brillan delante las puertas de cristal del
siguiente templo, y los cuatro arcángeles se adelantan para abrírnoslas y
hacernos entrar en la luz azulada de Chesed. Tzaphkiel, Khamael y Rafael están
dispuestos a ir con nosotros y sus hermanos a las esferas de Chocmah. Nos
alegra que hayan decidido acompañarnos en este último sendero. Aunque sabemos
que no será la última vez que caminemos con ellos. Regresamos a las escaleras y
con siete compañeros subimos hasta el templo de Chocmah.
En la débil luz vemos delante de
nosotros una gran puerta de piedra parecida a los arcos de Stonehenge. De pie
en el centro está Ratziel, el arcángel del Chocmah. Es una figura fuerte y
autoritaria, severa y respetable. A su alrededor giran iridiscentes discos de
plata, los Auphanim de Chocmah. El nos conduce a través del suelo de granito
pulido hasta los grandes pilares de piedra que hay a los lados del altar
granítico. Encima de la piedra arde un simple fuego de leña, la llama del
primer altar.
El espacio que hay entre los pilares
comienza a brillar y se convierte en un pasadizo de luz pura. Sandalphon nos
dice que nos desvistamos, y que una vez desnudos nos adelantemos, y de la luz
viene el mismo ser que vimos cuando dimos la bendición a los Ashim. Es
Metatron, que viene para llevarnos a la luz. Avanzamos, y una y otra vez se
repite la misma acción, pero cada vez pasamos a otra dimensión. En cada uno
cambia nuestra sustancia, refinándose cuanto más nos acercamos a la luz. Todo
el tiempo somos conscientes de que Metatron va delante de nosotros y de que los
compañeros arcangélicos van detrás, pues también nos han acompañado. Caminamos
por las esferas de luz y nos quedamos suspendidos en el borde de la
manifestación. Alrededor sentimos el contacto de mentes amorosas que se unen
para evitar que los alrededores nos aniquilen. Empezamos a hacernos una ligera
idea de lo estúpidos que fuimos al pensar que habíamos terminado nuestro
trabajo. Sólo está empezando, y nosotros estamos empezando con él. Hay una
ruptura en la luz y nos encaminamos a ella como hacia el borde de un risco. Nos
detenemos y miramos hacia abajo, allí, la luz se convierte en añil y podemos
ver extendido ante nosotros todo nuestro sistema solar. Nuestros amados
compañeros se reúnen a nuestro alrededor, cada uno con un regalo, ropa, calzas
de colores, una túnica y una camisa blancas, un cinturón, un sombrero con una
pluma, una cadena con la letra aleth, zapatos, un bastón y una cartera
de cuero para colgar, y finalmente, Haniel nos trae una rosa. Después
retroceden.
Detrás de nosotros oímos el sonido de un
perro que ladra, es negro y lleva un collar de piedras lunares. Corre hacia
nosotros y nos agachamos para acariciarlo, pero salta, empujándonos sobre el
borde y haciéndonos caer al vacío. Giramos lentamente a través del éter, y
caemos muy abajo, en la manifestación a la que pertenecemos. Miramos hacia
arriba y vemos por encima el brillo de la luz, sabiendo que llevamos con
nosotros al mundo inferior una pequeña parte de ella. Sujetamos con fuerza la
cartera de cuero, pues guardamos en ella el recuerdo de todo lo que hemos
aprendido. No tenemos miedo, sólo una especie de anticipación y un deseo de
ponernos a realizar el trabajo que se nos ha asignado. Cerramos los ojos y nos
dejamos caer en nuestro propio mundo, con los recuerdos intactos.
Como las esferas o sephiroth del árbol
se consideran emanaciones de la divinidad, es razonable suponer que los efectos
del trabajo con ellas serán más fuertes que los de los caminos. Los estudiantes
que trabajan con un maestro personal, o dentro del curriculum de una escuela,
aprenden un método especial para utilizar las esferas ventajosamente y sin
efectos adversos. Ese método recibe el nombre de los «cuatro mundos del árbol»,
y es un medio de contactar con las esferas en una escala de potencia
ascendente. Con esta aproximación gradual puede reducirse el «shock» del
contacto mental con centros de poder tan cargados, con lo que la capacidad de
realizar contactos más poderosos puede construirse de modo gradual y seguro.
En un libro como éste, que puede ser
leído y utilizado por los recién llegados a la formación oculta, el análisis de
los cuatro mundos sería de poco valor en esta fase de su trabajo. Puesto que
suponemos que la mayoría de los lectores realizarán este trabajo por primera vez,
es mucho mejor ajustar el trabajo a la frecuencia inferior. Los que tengan un
mayor conocimiento serán más que capaces de adaptar los caminos y las esferas a
su capacidad individual.
Cuando se realiza un trabajo con caminos
hay una gran abundancia de mitos y símbolos que pueden usarse para subrayar sus
significados interiores; pero con las esferas hay que utilizar un enfoque
diferente. Un camino es una conexión entre dos terminales, mientras que una
esfera contiene en sí misma una emoción sutil experimentada en los niveles
inferiores personales como el equivalente psíquico de los cinco sentidos. Por
este efecto individualizado he dado el nombre de «experiencia» al trabajo con
las esferas, pues serán viajes muy personales. En la mayoría de los casos he tratado
de crear una esencia de cada esfera, en lugar de mantenerme en el campo de las ideas
tradicionales o incluso de la visión o experiencia proporcionados por el texto
y yetzirático. Están destinadas a abrir los niveles sutiles de la mente,
alimentándolos con un conocimiento y unas imágenes emotivas que se filtren en
fecha posterior en la conciencia plena.
El enfoque de cada trabajo se realiza
del modo usual, partiendo del templo de Malkuth y ascendiendo por el árbol.
Como los templos han sido descritos plenamente en la parte primera, en los
siguientes textos incluiremos sólo breves recordatorios. A riesgo de repetirme,
recomendaría al lector que no considere estos viajes de la mente como un juego
ni como una excusa para dar rienda suelta a la fantasía. Esto es todavía más
importante cuando el lector se enfrenta al campo de las esferas. Aparte de
otras cualidades, estas partes del árbol actúan en todos los niveles como
espejos del alma. La comprensión resultante de un trabajo puede iniciar en su
interior una reacción en cadena, que el efecto espejo remitirá entonces al
nivel de la personalidad. ¡Puede que no siempre le guste el reflejo o la
experiencia! Sin embargo, puede estar absolutamente seguro de una cosa: aprenderá
con ello, y al fin y al cabo esa es la razón por la que compró el libro. ¿No es
cierto?
El sentimiento en el templo es diferente
conforme se va formando a nuestro alrededor; es como si estuviéramos en la cima
de una alta montaña, en donde el aire es raro. En lugar de Sandalphon, ante el
altar hay una figura alta vestida de negro y amarillo. El rostro que vuelve
hacia nosotros es grave, casi apenado, y sus ojos nos mantienen quietos,
incapaces de movernos.
Es Uriel, el segundo de los arcángeles
asignados a Malkuth. Se dice que Uriel es el más alto de los ángeles, y que sus
ojos son tan penetrantes que puede ver a través de la eternidad. Está aquí para
enseñarnos la experiencia de la tierra tal como ésta se contiene dentro de los
cuatro elementos.
Esos ojos brillantes atraen nuestra
conciencia y parecemos caer en el espacio durante mucho tiempo antes de
detenernos repentinamente. Al abrir los ojos descubrimos que estamos en una
alta meseta, y que los vientos son tan fuertes que amenazan con arrojarnos al
valle inferior. Uriel está con nosotros, señala hacia la derecha y vemos por
allí aproximarse hacia nosotros una nube de criaturas etéreas y esbeltas, y en
medio de ellas, otra forma, más grande. Se amontonan a nuestro alrededor,
revoloteando en torno a Uriel como si su presencia fuera una alegría para
ellos. La figura más alta podría haber salido de un cuento de hadas, es
esbelta, de orejas y rostro puntiagudos como los de los elfos, y ojos plateados
e inclinados. Sus cabellos son largos y rubios, y va envuelto en un manto de
color blanco plateado. Se inclina ante Uriel y habla, pero no podemos
entenderle, porque sus palabras son como grandes vientos y como suaves brisas.
Uriel toca nuestra frente con su dedo y descubrimos que podemos entender lo que
Paralda, el rey del Aire elemental, nos está diciendo, y que también somos capaces de
hablarle. Extiende su manto sobre nosotros, y seguido de los silfos abandona la
meseta y se eleva en el aire. El repentino movimiento hacia el exterior es
terrible, pero pasa pronto y nos damos cuenta por su risa de que Paralda se ha
divertido bromeando con nosotros. Puede ser malévolo, como todas las criaturas
elementales, pero como el rey de su elemento está dotado de un alma inmortal
que le da la capacidad de amar y entender.
Somos transportados a las altas montañas
y descendemos a los valles profundos, recorremos los bosques cuyas ramas se
agitan como barcos en el mar. Más tranquilos ahora, vemos que nuestra forma
humana ha cambiado y tenemos la de los silfos. Sabemos que esto nos libera de
la necesidad del manto de Paralda, y seguimos a nuestros compañeros,
lanzándonos y sumergiéndonos como ellos. Por un momento, Paralda nos permite
esa libertad. Jugamos como si fuéramos niños, removiendo las ropas recién
lavadas que cuelgan de los tendederos, haciendo sonar las campanas pequeñas de
los campanarios de las iglesias. Deslizándonos por el suelo para elevar las
hojas que han caído, y lanzando al aire las bufandas, los paraguas y los
periódicos que llevan los hombres en sus manos. Paralda nos pide entonces que
nos unamos a él y descansamos sobre una nube tormentosa que se dirige hacia el
mar.
Paralda nos dice que su trabajo no
consiste sólo en jugar, y que una parte de su dominio es el clima. La base del
clima de la Tierra es el movimiento del aire, y los silfos trabajan
estrechamente con el elemento de agua para mantenerlo todo en movimiento. Nos
habla de los vientos que soplan de un modo preciso por alrededor de la Tierra,
y el modo en que el agua llena las nubes que se mueven por la Tierra para
llevar la lluvia. Aprendemos que está obligado, por el modo en que se inclina
la Tierra, a llevar más lluvia a unas partes que a otras. Nos cuenta Peralda
que algunas personas pueden influir en cierta medida en las pautas climáticas,
retrasando la lluvia o la tormenta o precipitando su producción. Aunque a veces
ello es inocuo, también puede causar estragos. El mismo puede estar influido
por esas personas, puesto que está subordinado al poder del hombre. Puede entender
que lo que se le pide está mal, pero no siempre puede desobedecer. Si la lluvia
se aparta de donde tenía que caer, caerá en alguna parte, quizás en un campo de
maíz que está madurando. El precio de un día soleado para su excursión puede
significar la ruina de un campesino.
Le preguntamos por algunas cosas, como
las tormentas y huracanes que pueden provocar daños y la muerte. Nos explica
que se halla atado por la ley natural de la causa y el efecto, así como por los
campos de fuerza que rodean la Tierra. Cuando se produce una combinación de
acontecimientos, no puede evitar los resultados. Cuando la Tierra se inclina
alejándose del Sol, su elemento debe cruzar áreas que vuelven frío el aire, y
no puede deshacer el invierno. Una mezcla de calor y frío significa niebla, y
eso es una ley natural. Aprendemos que los silfos existen dentro de nosotros,
que colaboran con nosotros en la vida. Sin ellos no podríamos respirar, hablar
o cantar. Y, sin embargo, apenas sí se lo agradecemos, y sólo cuando tomamos
una inspiración profunda de aire fresco nos sentirnos contentos y ellos saben
que somos conscientes de su elemento. La polución transforma a los silfos, y no
felizmente. Por medio de ella se alteran y convierten en otras formas de la
existencia, ni hermosas ni útiles, la cual va en contra de su modelo
primordial, degradándoles e incapacitándoles. Paralda se eleva y vuelve a
colocar su manto a nuestro alrededor, llevándonos de vuelta junto a Uriel para
que estemos dispuestos para la siguiente parte de nuestro viaje.
Tras vernos seguros, Paralda se despide,
se inclina ante Uriel y junto con sus seguidores vuelve a su trabajo.
Uriel nos pregunta si hemos aprendido
algo de nuestra conversación con Paralda, y debemos responder lo que sintamos.
Uriel nos lleva ahora desde la montaña hasta el océano, donde nos posamos sobre
la superficie, produciéndonos una sensación bastante semejante a la de ir en
una montaña rusa. El arcángel se inclina hacia abajo, toca el agua con su mano
y de las profundidades vemos que suben a la superficie las ondinas, y que con
ellas viene su rey, Nixsa. Su piel tiene un tono verdoso, el cabello y la barba
son del color del Kelp y lleva un manto de color verde oscuro bordeado de
espuma blanca.
Podemos entender su lenguaje del mismo
modo que antes, y luego somos conducidos a las profundidades por las ondinas
que, sin dejar de reír, están deseosas de mostrarnos su campo de juegos.
Cabalgamos en los lomos de peces, deslizándonos dentro y fuera de sus agallas.
Jugamos al escondite con un pulpo y encontramos en ese mundo criaturas
deliciosas. Exploramos cuevas que nunca han conocido la luz del día y otras que en otro tiempo
formaron parte de la tierra y tienen en sus paredes escenas pintadas de hombres
y animales. Encontramos ciudades enteras que alguna vez estuvieron por encima
de las olas y que ahora sueñan en las profundidades.
Nixsa se hace cargo de nosotros y nos
enseña el otro lado del elemento. Las latas metálicas de desperdicios que con
el tiempo van liberando su veneno al océano. Nos lleva más cerca de la tierra,
donde vemos y sentimos el influjo de la polución de las fábricas y
alcantarillas. Vemos que las ondinas se transforman en objetos cenagosos y que
se horrorizan cuando son tocadas por esa polución, que para ellas es
incomprensible, porque sólo conocen su modo de vida. No pueden negarse a
existir cerca de la costa, por lo que se hallan condenadas. Ascendemos por los
grandes ríos y vemos los peces muertos que flotan, asesinados por los ácidos y
los elementos químicos, sentimos su dolor cuando mueren, y la rabia y la
desesperanza de su alma general por tal desperdicio de la fuerza vital. Hemos
visto todo lo que hemos podido de una sola vez y pedimos a Nixsa que nos
devuelva junto a Uriel.
Nos elevamos lentamente a la superficie
y vemos que está esperándonos, comenzamos a entender por qué su rostro es tan
grave y sus maneras tan sombrías. Antes de despedirse, Nixsa nos recuerda que
el agua ocupa su lugar a nuestro cuerpo físico, que somos agua en nuestra mayor
parte y que sin la ayuda de su elemento no podríamos existir. El agua, lo mismo
que el aire, nos es esencial como forma de vida. Despidiéndose de Uriel, el rey
del mar se sumerge en él de nuevo y regresa a su propio mundo.
Nos lleva entonces Uriel al borde de un
volcán muy activo, y de todos los elementos éste es el que más miedo nos
provoca. Uriel llama a Djinn, el rey elemental del fuego, para que salga de sus
flamígeras profundidades. De la lava ardiente y blanca se eleva una
figura que podría haber salido directamente de las páginas de Las Mil y una
noches. Como un genio vestido de rojo y amarillo, y rodeado de pequeñas
criaturas flamígeras que cambian constantemente de forma, se eleva por encima
de nosotros. No parece sentir mucho amor por la humanidad, pero a petición de
Uriel acepta compartir su reino con nosotros, siempre que tengamos el valor
necesario, y esto último lo dice con cierta burla.
Como Paralda, pone su manto sobre
nosotros, y antes de que nos demos cuenta nos hundimos hacia el centro del
volcán. Necesitamos toda nuestra resolución para no acobardarnos al tocar la
lava fundida. Pero la sensación es como la de sumergirnos en un mar cálido, y
las salamandras se reúnen a nuestro alrededor tocándose, jugueteando y
cambiando continuamente de forma. No podemos entender de qué forma vemos y
oímos en este entorno, pero eso no tiene importancia.
Contemplamos la presión inmensa bajo la
que las rocas de la tierra se funden y licúan. Seguimos con ellas por las
pequeñas grietas de la montaña y sentimos cómo la dura piedra se agrieta bajo
esa fuerza. Viene Djinn para hacernos bajar más todavía, hasta la raíz del
volcán y hasta el núcleo fundido de la propia Tierra, el corazón del planeta.
Es el Tiphereth de la Tierra, en donde brilla un pequeño trozo del padre Sol,
calentándola desde el interior. Djinn nos dice que el hombre y la Tierra
comparten la necesidad de un núcleo central de calor como medio de existir en
el espacio. Nos pide que pensemos profundamente la frase de que hay un árbol en
todas las esferas. Hallándonos allí en el centro solar de Malkuth, podemos ver
la verdad.
Nos explica que nuestro centro solar es
el corazón, y que éste podría ser también considerado como el núcleo de calor
corporal que nos mantiene vivos. Ese es el trabajo de su elemento, y de la
salamandra, para mantener ese aspecto de nuestro ser físico en buen orden de
funcionamiento. Cuando se vuelve demasiado frío, el cuerpo muere. Nos dice
también que contactando con las salamandras interiores podemos aumentar o
disminuir el calor corporal, pero nos advierte que para hacerlo con seguridad
necesitamos una formación mucho más avanzada. También hay un diminuto sol en el
centro de cada charca, el cual puede utilizarse para aumentar su energía.
Le preguntamos si el hombre puede causar
al elemento fuego el mismo daño que causa a los otros. El Djinn responde que
sí, pero que de un modo distinto. La utilización de la energía atómica no les
daña, pues forma parte de su existencia, pero el poder de matar y herir les
convierte en cómplices. De esa manera, se corrompen inevitablemente, y forman
parte de los intentos malignos del hombre. Es como obligar a un niño inocente a
llevar una vida de prostitución.
Nos devuelve desde los polos interiores
de la tierra a la parte superior del volcán. Allí nos está esperando Uriel.
Djinn llama a sus salamandras y forman una gigantesca llama viva que se inclina
como saludo al guardián de la Tierra. Luego se van y nos quedamos
preguntándonos de qué modo podremos utilizar todo lo que hemos aprendido.
Uriel pregunta si estamos dispuesto,
parece satisfecho con el modo en que estamos aprendiendo e incluso sonríe
cuando nos coge de la mano preparándonos para el último encuentro. Es una vasta
área de devastación, que recuerda la superficie de la luna, llena de cicatrices
y agujeros. Se trata de una de las canteras más grandes del mundo, donde el
hombre labra la propia tierra para sacar las riquezas que ésta esconde en su
interior. Es la belleza destruida para ganar dinero.
De una caverna abierta por la dinamita
sale Ghob, el rey elemental de la tierra. Casi tan alto como un hombre, tiene
el aspecto tradicional de los gnomos del folklore, pero su rostro no es el
rostro feliz de los cuentos de hadas, sino sufriente, el rostro de alguien
llevado a la desesperación por acontecimientos que están fuera de su control.
Uriel le pide que nos enseñe su esfera, y por primera vez nos encontramos con
algo parecido al odio. Ghob quiere saber con qué derecho hemos llegado allí.
¿No hemos hecho ya suficiente? ¿Tenemos que ir allí a recrearnos con el dolor
de la madre tierra?
Al principio se niega a mirarnos, pero
después a la petición de Uriel comienza a parecerse a una orden, consiente en
llevarnos, pero con desgana. Le seguimos a la cueva de la que salió y
descubrimos que podemos traspasar con facilidad la roca sólida. Pasamos por
grandes cavernas en las que cabrían las mayores catedrales, y vemos las venas
brillantes que parecen de oro y plata. Durante todo el tiempo, Ghob murmura
para sí mismo, con algún estallido ocasional cuando nos quedamos rezagados.
Finalmente, tomamos un camino ascendente y aparecemos en un denso bosque de
hermosos árboles. Parece hallarse a mil millas de cualquier parte. Pero de
pronto oímos el sonido de una sierra y vemos los árboles cayendo al suelo uno
tras otro. Ghob coloca su mano sobre nuestra frente y en seguida nos volvemos
parte de las cosas crecientes que nos rodean. Sentimos el dolor y el terror de
las pequeñas criaturas atrapadas y mutiladas, y oímos el sonido que producen
los árboles al morir.
Nos hace una señal y volvemos a hundirnos
en la tierra, viajando por ella como si fuéramos succionados por un tubo. Esta
vez salimos en una llanura árida, con la tierra agotada por un laboreo
equivocado y por un exceso de animales alimentándose de una pequeña cantidad de
tierra. Desde allí vamos a muchas tierras y vemos el precio que paga ésta por
la codicia del hombre. Islas apartadas de los minerales que tienen debajo,
animales y plantas raros destruidos sin pensar en ellos, o por las
trivialidades del capricho humano. La sabana incendiada para convertirla en
campo que sólo dará uno o dos cultivos antes de convertirse en un desierto
inútil. Carreteras abiertas en un campo que nunca se recuperará, dejando
cicatrices como los latigazos en las espaldas de un esclavo. Aparece la imagen
de un planeta vaciado desde el interior, desprovisto y robado por una forma de
vida incapaz de controlar su deseo de aumentar su número, creando así la
necesidad de destruir las otras formas de vida que le sirven de apoyo.
Conmovidos y angustiados por todo lo que
hemos visto, guardamos silencio, y por primera vez Ghob nos mira como si fuera
posible, con grandes esfuerzos, tolerarnos. Se sienta y toma un puñado de
tierra, bajo su poder se divide en pequeñas filas de metales y sales minerales.
Eso, nos dice, es la contribución de la tierra a todo cuerpo humano. Los cuatro
elementos han trabajado con la humanidad como parte de su ser físico. Como
formamos parte de una totalidad, sentimos estrés y tensión en nuestra vida como
parte del conocimiento subconsciente de lo que le está sucediendo a la Tierra.
En la humanidad repercute toda explosión, todo bosque que arde, todo árbol y
animal que se pierde.
Ghob suspira y traza un sello en la
tierra, lo que nos devuelve rápidamente al centro de Malkuth. Uriel y los
cuatro reyes nos están esperando, con el deseo de que lo que hayamos visto y
experimentado se transforme en una comprensión nueva de las fuerzas ocultas de
la tierra.
Cada elemento viene ante nosotros para
despedirse, es el momento de decir lo que hay en su corazón, si desea hablar.
Hay veces que no existen palabras para expresar los sentimientos, pero el
corazón tiene su propio lenguaje. Los reyes se van por la puerta del centro y
nos quedamos frente a Uriel, quien toma del altar un «lamen» con la forma de
una cruz de brazos iguales. En ellos están grabados los nombres de los cuatro
reyes. Es su regalo, uno para cada uno de nosotros, una muestra de su deseo de
trabajar con nosotros, en nosotros y por nosotros. A cambio, sólo quieren
comprensión. Recordamos que se dice que Malkuth es la hija de Binah, la esfera
del Entendimiento. Seguimos pensando eso cuando el templo desaparece de nuestra
vista.
La transición al templo de Malkuth
resulta sencilla ahora. Nuestros pasos sólo producen un murmullo cuando
caminamos hacia el altar. Allí está Sandalphon, dándonos la espalda, mirando en
la profundidad azul del cristal que contiene la luz. También nosotros nos
quedamos de pie, contemplando un momento la llama, y luego el arcángel se da la
vuelta sonriendo y dispuesto a enviarnos a otro viaje por el espacio interior
del árbol.
Nos espera en la puerta del centro para
que nos unamos a él, y traza entonces la llave del sello que la abre. Nos toca
a cada uno de nosotros ligeramente cuando traspasamos la puerta y entramos en
el camino violeta y neblinoso que conduce al templo de la Luna. Caminamos con
confianza, pues ya hemos seguido muchas veces ese sendero, y vemos enseguida
las conocidas puertas de plata. Estas se abren al acercarnos y se cierran en
silencio a nuestras espaldas.
En el interior hay una sensación de
espera, y de las sombras surge un ser de los niveles angélicos. Tiene la forma
de un hombre joven, desnudo, con el cuerpo brillante, como si le hubieran
afeitado ligeramente. Nos recuerda a los coros griegos, los jóvenes atletas de
los Juegos Olímpicos. Es el cherubim, y de él emana una sensación de inmensa
fuerza; cuando se mueve hacia la luz podemos ver las alas cerradas que, si las
estirase, tocarían los dos lados del templo lunar.
De pie, junto a la laguna, vemos en su
profundidad un brillo plateado, un destello de luz perlada, mientras que unas
vagas formas se mueven bajo su superficie. El cherubim cruza el puente y se
detiene a nuestro lado, rodeándonos con su gran fuerza, la cual nos resulta
casi tangible. Con gran suavidad, el ser nos va elevando a cada uno de nosotros
poniéndonos sobre la superficie de la laguna. Nos quedamos flotando un momento,
mirando hacia las pequeñas estrellas de plata que están pintadas en la bóveda
del templo, y después nuestros cuerpos se asientan en el agua y empezamos a
hundirnos hacia las moradas profundidades. Antes de que el agua se cierre sobre
nosotros, lo último que vemos son las estrellas de plata y los ojos brillantes
del cherubim.
Nos hundimos durante un tiempo y luego
nos paramos, dándonos la impresión de que nos transporta una corriente. Podemos
respirar con facilidad y girar como deseemos, al igual que los buzos, porque el
elemento se nos ha vuelto tan natural como el aire. Al movernos, comprobamos
las capacidades que acabamos de descubrir, y de la oscuridad surgen formas y
figuras extrañas. Al principio no las reconocemos, pero después vemos
gradualmente que son personas a las que hemos conocido en el pasado, cuando
éramos jóvenes. Pasan a nuestro lado sonriendo, a veces saludándonos, pero sin
hacer ningún intento de detenerse o hablar. Aparecen más de épocas todavía
anteriores, hasta que vemos a aquellos que conocimos de recién nacidos. Los
juguetes y animales favoritos que significaron mucho para nosotros, todos ellos
forman parte de los sueños que constituyen los materiales de construcción de la
vida que llevamos ahora. Podemos ver a alguien que nos causará disgusto, o
incluso odio, y ahora es el momento de descubrir la causa de esa emoción, y
quizás de eliminarla.
El agua, las imágenes y nuestros cuerpos
parecen haber formado parte de una gran totalidad, una sustancia fluida que
invade nuestro pequeño universo. Los recuerdos se agitan en nuestra profundidad
interior, todas las ideas perdidas y semi olvidadas, las esperanzas y los
sueños, lo que nos hizo daño y las faltas o culpas incluso para nosotros mismos
que presentan ante nosotros con formas reconocibles. Estudiemos esos símbolos y
formas para ver si podemos aprender de ellos el conocimiento que aquí estamos
buscando.
Ahora, todo se vuelve más oscuro y
quedamos atrapados en una marea que nos arroja de un lado para otro. Vemos por
delante la abertura de un túnel y las aguas de la Luna nos llevan hacia la
oscuridad.
En el interior todo es calidez y
comunidad, no hay miedo, sólo vamos a la deriva en las profundidades de la
madre Mar. Durante muchísimo, un no-tiempo de eternidad, vamos a la deriva y
soñamos hasta que somos conscientes de que ya no estamos en un mar interior,
sino en un océano de estrellas. Millares y millares, muchas más de las que
podemos ver desde nuestro pequeño planeta. Navegamos entre ellas y a través de
ellas; algunas son viejas y casi novas, otras se están formando ahora. Vemos
nacer soles, y planetas que se forman de ellos, para luego envejecer y morir en
una explosión de fuego. Todas tienen un principio y un final, pero el final
sólo es la transformación de una forma a otra. La materia de los soles muertos
y sus planetas queda atrapada y es transmutada en nuevos soles. Nosotros
formamos parte de todo esto. Lo que forma el cuerpo de las estrellas, planetas
y sistemas solares más allá del nuestro tienen el mismo material y la misma
estructura que los cuerpos que utilizamos sobre la tierra. Hay un modelo
primordial, trazado por los señores de la Llama y la Forma, mucho antes de que
surja la necesidad de la forma. Contemplamos la maquinaria del universo que
sigue su ordenado curso de acción y nos maravillamos de su perfección. Es una
perfección de la que formamos parte. Las formas angélicas de Yesod reciben a
veces el nombre de los «constructores» y se ocupan de la concepción y
estructura de todo cuerpo, desde el sol hasta el tipo más pequeño de virus.
Todos los cuerpos tienen un modelo básico, un diminuto sistema solar con un
núcleo de energía pura como corazón y fuerza impulsora.
Sentimos un tirón de nuestro astral, y
no podemos ignorarlo. Observamos por primera vez un delgado cordón de plata que
sale del ombligo, un hilo de luz delgado, casi transparente, que pulsa con un
latido regular. Hemos nacido de nuevo de este océano madre cuya sangre es la
semilla estelar de la vida. El cordón se tensa y nos tira a través de la marea
astral hacia una brillante esfera de luz con un centro oscuro. Pero un momento
antes de abandonar el mar estelar cogemos un pequeño trozo de materia de las
estrellas y lo colocamos sobre nuestra frente, entre los ojos.
Caemos ahora con más rapidez hacia el
centro oscuro de la esfera inferior. La oscuridad nos traga rápidamente y nos
encontramos flotando en un líquido cálido a través del cual brilla una débil
luz. Nos movemos hacia ella y nuestras cabezas emergen de la laguna y
aparecemos en el templo de Yesod. El cherubim nos está esperando y nos va
sacando de uno en uno del agua, poniéndonos suavemente sobre nuestros pies.
Después toca la estrella de nuestra frente, que se hunde en la carne para
permanecer oculta, aunque a partir de ese momento estará en actividad en los
niveles inferiores.
Somos acompañados hasta las puertas del
templo, y allí en el suelo, antes de la entrada, cada uno tenemos unas
sandalias de plata. Son las sandalias de Yesod, que permiten a quien las lleva
caminar con seguridad por los dos mundos. Tenemos que ponérnoslas siempre que
entremos en las esferas astrales y en las que hay tras éstas. Nos las ponemos
con orgullo, pues nos hemos ganado el derecho a llevarlas. Damos las gracias al
cherubim, quien nos sonríe con gravedad esperando hasta que entramos en la
niebla que hay más allá de las puertas, para volver luego al lugar que tiene
designado. Caminamos descendiendo hacia Malkuth, sintiendo que vamos
recuperando nuestro peso conforme nos acercamos al nivel inferior. Las puertas
están bien abiertas, y los brazos extendidos de Sandalphon nos dan la
bienvenida y nos llevan al templo. La puerta se cierra, nos reunimos ante el
altar para pedir una bendición a los seres que nos sirven con tanto amor, y con
orgullo enseñamos nuestras sandalias al arcángel. Desaparece el templo, pero
los ojos risueños de Sandalphon permanecen con nosotros hasta el último
momento, mientras se forma a nuestro alrededor nuestro propio mundo.
Al irse formando a nuestro alrededor, el
templo se llena de luz y por un momento nos sentimos como niños en torno a un
árbol de Navidad. Todo el lugar se llena de luces destelleantes que cambian
continuamente de forma, color y posición, hasta que quedamos asombrados y sin
aliento del placer que nos produce. Sandalphon viene hacia nosotros, con las
manos extendidas, y su risa llena el templo de un sonido que parece tener en sí
mismo luz y color. Se nos dice que han danzado para nosotros los Ashim, las
almas del fuego. Conocedores de la cortesía que forma parte de los niveles
inferiores, le pedimos que les dé las gracias en nuestro nombre. Nos contesta
que podemos hacerlo por nosotros mismos, y con un gesto gracioso llama a los
danzarines angélicos para que se presenten ante nosotros.
Convergen hacia nosotros las luces
brillantes desde todas las esquinas. De este modo nos resulta fácil verlas,
pues su forma natural no tendría significado para nuestra mente humana. Las
luces forman una estrella de seis puntas que cuelga ante nosotros como un gran
diamante. Les damos las gracias por su danza, y por el amor que la inspiró, y a
su vez pedimos que la bendición de la esfera de Kather caiga sobre ellas.
El silencio desciende sobre el templo y
nos preguntamos por un momento si no nos habremos equivocado. Los Ashim se
reúnen delante del altar, con Sandalphon de pie ante ellos, y las luces se
estremecen de anticipación. Hay una presión a nuestro alrededor, el sonido de
un viento fuerte, la sensación de ser oprimidos por una fuerza increíble, e
instintivamente nos arrodillamos.
Empieza a brillar la puerta central del
muro del Este hasta que se convierte en un arco de luz blanca, y a través de
esa explosión de blancor viene un ser cuyo cuerpo parece compuesto totalmente
por partículas de luz. Para nosotros es excesivo y ocultamos los rostros,
incapaces de soportar el brillo de este Portador de la Luz. Los Ashim se
estremecen, los colores destellan a través del espectro con velocidad
increíble. Sólo Sandalphon permanece tranquilo un momento, y después se inclina
ligeramente ante el Ángel de la Tolerancia, pues Metatron, el arcángel de
Kether, lleva nuestra bendición a las almas del fuego. El amor ha entrado en el
templo, y no como lo conocemos en la tierra, sino como una emoción muchísimo
mayor que resulta terrible. Los pilares de fuego que ascienden desde el suelo
hasta la bóveda nos dejan sin aliento, como la primera vez que los vimos. El
altar, de hielo tallado, refleja los pilares de fuego en su profundidad, y el
crucero que sostiene la llama nos vuelve a recordar de qué modo funciona esta
sephira.
Los Ashim están dentro de la forma de la
luz, que desaparece tras la puerta llevándolos con ella.
Sandalphon espera a que nos hayamos
recuperado y nos indica la puerta izquierda. Cuando se abre, vemos la esfera de
cristal que nos espera, entramos, se cierra la puerta y somos conducidos
velozmente al Templo del Agua. Las puertas translúcidas están frías al tacto y
se abren silenciosamente.
Esta experiencia puede reservarnos
algunas sorpresas, puesto que Hod es la esfera de la transmutación:
Miguel nos espera vestido como un joven
guerrero griego; cuando entramos se quita el casco emplumado y lo deja a un
lado.
Miguel nos lleva hasta el pilar del agua
y nos dice que penetremos en él; así lo hacemos y nos encontramos en lo que nos
parece una niebla gris que se adhiere a nosotros. Nos damos cuenta de que nos
hallamos en los niveles astrales, tal como son entes de quedar impresos por los
pensamientos que los conforman. Nos hallamos aquí para aprender a imprimir
nuestra voluntad sobre esta material astral; esto requiere habilidad y
paciencia, cualidades necesarias para todo el que toma el camino de la magia superior.
Primero tenemos que encontrar un lugar
de trabajo; no tiene que ser nada elaborado, basta un espacio limpio con un
suelo firme. Utilice la mente para hacer retroceder la niebla gris y que se
revele bajo ella lo que usted considere conveniente. Haga ahora un banco de
trabajo, algo fuerte y resistente con abundante espacio. Ahora ha perdido el
suelo y el banco de trabajo se halla sólo en medio de la niebla
gris. No
resulta demasiado fácil tenerlo todo en la mente, pero no hay truco. Puede
hacerse una idea completa de lo que quiere con lentitud y cuidado, al principio
sólo en el interior de la mente, y después, cuando esté claro, empujarlo hacia
afuera, hacia la materia astral. Por tanto, piense en una habitación vacía con
un suelo de madera, y sobre ella, un banco de madera alargado. Retenga esa
escena como si se tratara de una fotografía. Traslade ahora la fotografía de su
mente a la niebla. Contemple que la habitación aparece ante usted y rápidamente
dé instrucciones a este lugar para que mantenga su forma hasta que usted la
deshaga. Ahora puede seguir adelante.
Trate ahora de hacer una hoja, pero no
con la imaginación creativa, tal como solía hacer, sino del modo que es
construida en la esfera de la forma. Piense en lo que es una hoja, y en lo que
hace, piense en ella como una fábrica que saca elementos nutritivos de la luz
del Sol, y combínela con los minerales tomados de la tierra. Recuerde el refrán
oculto que dice «así como es arriba, es abajo». He aquí una ocasión de
aplicarlo.
Quizás haya visto ya hojas de todas
formas y tamaños apareciendo sobre el banco, y desapareciendo con la misma
rapidez. Pruebe la misma técnica que utilizamos para hacer la habitación,
pensando primero en la mente la forma correcta, para imprimirla después
en la materia astral. Toda forma física se compone de átomos, por lo que debe
empezar por el principio. No puede esperar conseguirlo con la precisión y
sabiduría con que lo hizo el Creador Primigenio, pero debe hacerlo lo mejor que
pueda. Piense en una hoja compuesta por millones de átomos, todos los cuales se
mueven y se mantienen en su camino, como diminutos sistemas solares, y piense
en su capacidad de utilizar la luz del Sol. Ahora debe tejer esa forma móvil
con un velo de venas muy finas, es decir, como el esqueleto de una hoja que
haya encontrado durante el invierno.
Introduzca luz verde en esas venas y
observe cómo la hoja toma color. Si llegado a este punto ha perdido la forma,
vuelva atrás y comience de nuevo. Termine siempre lo que ha empezado antes de
hacer otra cosa. Recuerde que debe hacerla desde los elementos básicos hacia
arriba, y procure reunir siempre todo el conocimiento que pueda sobre la forma,
cual es su apariencia interior y exterior. De este modo recogerá una
información que podrá utilizar en todos los niveles. Quizás le hayan dicho que
sólo «Dios» puede crear cosas, y esto es cierto en tanto en cuanto usted puede
crear una hoja aquí en el nivel astral, pero no en el físico; en este último
sólo puede plantar un árbol y dejar que éste haga el trabajo. Pero debe
recordar también que el hombre y la mujer son los hijos de lo que llamamos
Dios, y que los hijos siguen los caminos de sus padres. La humanidad recibió la
capacidad divina de crear su propia especie. Nunca podremos crear la forma de
otros modelos de vida en el mundo real. Pero lo que aprendamos de nuestros
intentos nos ayudará a entender a la entidad que las creó y también a nosotros
mismos.
No se trata de mover una mano y murmurar
un conjuro; se necesita un conocimiento preciso de cómo funcionan las cosas y
cómo se mantienen unidas. Volviendo a nuestra hoja, constrúyala como antes,
coloque luego sobre las venas una cubierta más gruesa para que parezca
realmente una hoja. Saque ahora la imagen de la mente y póngala sobre la mesa.
Está allí, como si fuera de plástico, la forma es buena, pero carece de vida.
Podemos crear un hijo y darle vida desde nuestro interior, pero no podemos
crear desde el interior aquello que no es como nosotros en la forma. Podemos
hacer que parezca que vive, pero será sólo una ilusión, algo que aprendimos en
el camino veintiséis. Conseguir que viva en nuestro nivel físico está fuera de
nuestro alcance, pero lo que hemos aprendido no será de gran ayuda para
poderosos talismanes y, sobre todo, para construir en el alto ritual las formas
de los niveles interiores. Si se hacen en este nivel y se colocan donde son
necesarias, esas formas serán muy poderosas.
Contemplamos la hoja y nos preguntamos
cómo podríamos haber abordado algo como un árbol de madera roja, o un tigre, o
un camaleón con su capacidad para cambiar de color. Pero las formas de Hod
pueden ser también abstractas, como las ecuaciones que viven en las mentes de los
matemáticos, o las formas sonoras que los grandes compositores captan y
convierten en sinfonías. Este tipo de formas son sacadas de Binah a través de
Daath y de Chesed, en donde reciben una clara intención. Son enviadas a través
de Tiphereth y finalmente llegan a Hod. Si la forma es de las que necesitan
animarse con la fuerza vital, el camino seguirá el destello luminoso a través
de Netzach. De este modo, toda emanación de la fuente primordial está contenida
dentro de Malkuth; este es el camino de un alma que llega a la encarnación.
Es el momento de que regresemos al
templo de Hod, y que la hoja, la habitación y el banco se disuelvan en lo
astral. Estamos de nuevo en medio la niebla pegajosa, pero ahora sabemos lo que
es, algo que puede utilizarse en nuestro trabajo mágico. Lo que es realmente
importante y debemos recordar es que nunca debemos tratar de dar alma o
vida a una forma con nuestra propia fuerza vital. Esta regla debe ser
plenamente entendida y obedecida. Si lo hiciera, perdería algo muy precioso,
algo que nunca podría recuperar.
Aparece a nuestro lado una figura
luminosa, Miguel ha venido para guiarnos en nuestro regreso, sólo tenemos que
llamarle, o a una de las formas divinas mensajeras, para regresar adonde
tenemos que ir. Bastará incluso con una visualización del templo. La mano de
Miguel es cálida y fuerte sobre nuestro hombro, la niebla desaparece y nos
encontramos de pie bajo una suave lluvia, después, cuando caminamos hacia
adelante, salimos del pilar del agua y aparecemos en el templo. En el altar hay
un broche; una hoja tallada en jade verde. La hoja que hicimos y que Miguel ha
transmutado en joya; es un regalo para que llevemos cuando estemos en los
niveles inferiores.
Con el arcángel a nuestro lado,
caminamos hacia la puerta, que se abre mostrándonos la esfera de cristal. Damos
las gracias a Miguel por su ayuda y su regalo, y regresamos a Malkuth.
Descendemos suavemente hasta el templo inferior, conscientes de que Sandalphon
estará esperándonos; miramos hacia delante y encontramos su bienvenida como
cuando regresamos de todos los viajes. El amoroso cuidado que este ser proyecta
a nuestro alrededor se ha convertido en parte de nuestra vida, incluso fuera
del templo.
En el altar, el arcángel agradece el
regalo de la bendición que invocamos sobre su orden de ayudantes angélicos, y
explica que ése es el mayor don que podemos conceder a los seres del árbol. Esa
bendición es recibida con una alegría que no podemos ni imaginar, y nunca se
rechaza. Es el don supremo de un hombre a los órdenes angélicos. Hacemos para
nosotros mismos la promesa de que en las cuatro esquinas del año, especialmente
en la noche de Navidad y en la mañana de Pascua, vendremos aquí y pediremos una
invocación para todas las esferas y para todos los seres que trabajan dentro
del árbol.
Da la impresión de que Sandalphon
entiende lo que estamos pensando, pues su rostro se ilumina con una alegría
repentina, hay un flujo de amor y afinidad entre nosotros, que lo une todo en
un solo acorde de armonía y permanece con nosotros cuando desaparece el templo.
Todo está tranquilo en el templo de
Netzach; no está allí Sandalphon, sino uno de los Ashim. Ha tomado forma humana
y parece una joven cuyo cuerpo esté encendido desde el interior. Realiza una
ligera inclinación cuando pasamos entre los pilares y toma la puerta de la
derecha, que ya está abierta y esperándonos. Quedamos atrapados en seguida en
el haz de luz esmeralda que nos lleva siempre hacia Netzach. En esta ocasión,
el ascenso es lento y agradable, como subir a la superficie después de haber
buceado en aguas frías y limpias. Delante, las puertas de cobre se abren hacia
la esfera de la rosa y la lámpara.
La luz que se filtra a través de las
paredes verdes da al templo una tranquila cualidad de mar profundo. Los
ladrillos de jade y de cobre que hay bajo nuestros pies son fríos y suaves. Los
colores del arco iris se reflejan en las rosas de cristal que hay a cada lado y
parecen converger sobre el altar; bajo su influencia, se abre la concha,
revelando la rosa con la llama en su corazón de terciopelo. Haniel está entre
los pilares del fuego y el agua, el aire está cargado con el aroma de las
rosas, y en este lugar vibra la fuerza de la vida.
Delante del altar hay sillas: una para
cada uno de nosotros, y delante de cada silla, una pequeña mesa con un vaso
lleno de un líquido color ambarino. Haniel se coloca de pie detrás de nosotros
y nos pide que bebamos sin miedo. El líquido sabe a miel y a hierbas, y
combinado con el calor y el aroma nos hace sentirnos relajados y somnolientos.
En nuestra alma se filtra una sensación de profundidad.
La rosa del altar llama nuestra atención
conforme va creciendo hasta que parece llenar todo el templo, y luego se hace
más grande todavía, encerrándonos dentro de sus fragantes paredes. Existimos en
un mundo rojizo, suave y cálido, y el aroma es tan intenso que adopta una
cualidad diferente a todo lo que hemos conocido.
Nos damos cuenta de que nos encontramos
en una estructura parecida a una catedral dentro del corazón de la propia rosa.
Hay muchos corredores, cada uno de los cuales conduce a una experiencia
diferente, las cuales deberán ser probadas en siguientes viajes a este lugar.
Pero ahora estamos aquí para conocer los misterios de la Rosa y la Lámpara. La
Luz que nos rodea es cálida y suave y sentimos la majestad que la fuerza vital
pura emite, ésta capta el aliento y remueve el corazón.
De la niebla rosada surge ante nosotros
una lámpara sostenida por manos invisibles, la cual brilla con una luz blanca
que resulta difícil mirar durante mucho tiempo. Es la «Lámpara de la Vida», la
cual tiene muchas formas diferentes, y ésta es una de ellas. Es transportada de
un planeta a otro entre las estrellas por aquel que recibe el nombre del
Jardinero de Dios. En un tiempo, este ser fue venerado en la tierra de Egipto
y, en particular, en Alejandría. Esta lámpara está dentro de todos los hombres
y mujeres, y por ello se enciende en el corazón de las nuevas almas que llegan
a existir por el acto del amor, como acto tan sagrado como el ritual supremo de
cualquier fe. No debe considerarse pecaminoso o vergonzoso. Mediante el ritual
del amor, los hombres y mujeres se convierten en dioses, creando la vida y
pasándole esta lámpara. Incluso aunque no se engendre una vida nueva, la
Lámpara de la Vida se renueva en su interior cuando se aman. Dejamos pasar esa
lámpara.
Aparece otra, es la «Lámpara del
Sacrificio», y su color es el rojo oscuro. También adopta muchas formas y su
aparición puede traer lágrimas y penas, pues es la lámpara de la Gran Madre, y
la lección que nos enseña es la pena. Los sacrificios pueden ser grandes o
pequeños, y lo que para uno es devastador no es tan duro para otros, pero el
grado de dolor soportado es igual de profundo. No hay que pensar siempre en el
sacrificio en los términos del dolor físico y emocional. Los padres hacen
muchos sacrificios por sus hijos con amor y gran alegría. Lo que se aprenda de
esta lámpara dará color a toda nuestra vida. Una vida de celibato religioso
puede parecer egoísta a algunos, y ser considerada de escapar a la vida y a sus
tentaciones y penas. Pero para quien la elige es el sacrificio de la libertad
de elección. Quizás el sacrificio más duro de todos sea el de ceder en nuestra
propia opinión, a la que en ocasiones tendemos a considerar en exceso. Pero es
un sacrificio que pueda proporcionar una gran comprensión. Dejamos pasar esa
lámpara.
Viene ahora la «Lámpara del Poder», con
su luz de color rojo claro con un tono de azul. Es la lámpara de la que más se
suele abusar, y la que más se busca. Pone una pesada carga sobre aquellos que
la sostienen, y los que la alejan de sí mismos son a menudo los más adecuados
para llevarla. Su luz puede llegar a ser fría, una luz que quita y no da nada.
Puede ser el rojo purpúreo de la realeza, o el azul rojizo del comercio. Puede
ser el escarlata de la guerra y el derramamiento de sangre. Puede ser el rojo
claro de aquel que la transporta, porque ha sido elegido para servirla de este
modo, y al aceptar la carga la ha vinculado con la Lámpara del Sacrificio, convirtiendo
la voluntad suprema en la suya propia. El amor al poder vence a quienes lo
profesan, pero el poder autocontenido como canal para una autoridad superior
convierte a esa persona en una lanza de luz que puede vincularse con la lanza
de Longinus. Dejamos pasar esa lámpara.
La cuarta lámpara es la «Lámpara de la
Memoria», que brilla con una suave llama azulada. Se guarda aquí todo lo que es
bueno y malo en la vida de cada uno de nosotros. Esta lámpara ilumina nuestro
ser interior y nos permite ver en nuestra profundidad. Al final de cada día, un
iniciado debería buscar en su memoria con la luz de esta lámpara y decir: «¿He
hecho algo hoy de lo que pueda enorgullecerme, o de lo que me pueda
arrepentir?» Esta lámpara ilumina la llama del intelecto y proporciona la llave
del conocimiento. Con ella podemos obtener sabiduría y entendimiento, y estas
cualidades no son sinónimas. Todo el conocimiento del mundo no nos dará
sabiduría si no lo hemos comprendido primero plenamente. Esta lámpara se
relaciona con todas las demás, sostiene los recuerdos de la niñez cuando nos
volvemos adultos, y el rostro del ser amado cuando éste se ha ido. Nos consuela
cuando la carga parece excesiva, y nos da fuerza cuando el poder nos tienta.
Dejamos pasar la lámpara.
Vemos ahora la «Lámpara de la
Obediencia», de color morado oscuro. Obedecer no es deshonroso si la orden es
justa. La voluntariedad no produce en sí misma reconocimiento. En la obediencia
al ser interior puede encontrarse una nueva libertad, y un lugar en el esquema
de todas las cosas. Esa lámpara tiene su lugar en las cosas espirituales y
temporales, pero hay un momento en que hay que obedecer lo espiritual a costa
de lo temporal, entonces es cuando se encienden los fuegos del martirio y se
necesita la fuerza de la lámpara siguiente. Dejamos pasar la lámpara.
Aquí está la «Lámpara de la Verdad», que
arde ante nosotros con un color de oro, y con su luz podemos conocer los
corazones de los demás. Cuando estemos turbados podemos encender esta lámpara
en nuestro interior, pero debemos recordar que sólo hay que llamar a esta
lámpara en tiempos de necesidad. Si la causa es justa no seremos engañados,
pero, si hay falsedad o autoengaño, la luz será escasa y de poca utilidad; si
la falsedad está en los demás, esta lámpara la hará desaparecer. Las lámparas
de Netzach no pueden nunca extinguirse, aunque a veces puedan parecer oscuras y
lejanas; ello se debe a que nosotros mismos colocamos velos ante anuestros
ojos. Con esta lámpara todas las demás mejoran. Dejamos pasar la lámpara.
La última es la «Lámpara de la Belleza»,
con su llama de color esmeralda brillante, la belleza está en el interior,
aunque la envoltura exterior pueda parecer áspera y desagradable a la vista.
Con la luz de esta lámpara podemos ver la belleza que yace dormida, como si
estuviera oculta en el corazón de una rosa sin abrir. Colocada en nuestro
interior, esta luz brillará como un faro que guíe a los otros hacia ella, y
hacia nosotros. Lleva en sí misma a todas las demás lámparas, pues la Belleza
es Verdad, Poder, Memoria y Vida. En ella puede encontrarse Sacrificio y
Obediencia, ella puede hacer que la obra más oscura sea clara para la visión
interior. Es la lámpara del poeta, el pintor, el músico, el niño y el amante.
Es suprema porque hay belleza en todas las cosas, con ella ningún momento será
tan oscuro que no podamos existir dentro de su espacio; la belleza es la
victoria sobre la adversidad. Pone la lámpara ante nosotros.
Tras ella se forma una rosa que crece
envolviendo a la lámpara y a nosotros, y lleva con ella un silencio tan
profundo que sólo el oído interior puede concebirlo. Los hombres sabios dicen
que el hombre puede alcanzar siete niveles de silencio, el primero es la
tranquilidad y el último la muerte, pero entre ellos hay muchos otros por explotar.
Es posible que en este silencio nos llegue algún mensaje, y hemos de estar
preparados para recibirlo, descansando en esta paz.
Ahora, el templo de Netzach gira a
nuestro alrededor y nos damos cuenta de nuestra propia presencia en las sillas
que hay ante el altar. Nos levantamos y agradecemos lo que hemos recibido,
despidiéndonos luego de Haniel, y entramos en la luz verde que nos llevará de
nuevo a la puerta de Malkuth. Esta se abre, y la figura flamígera del
Ashim está allí de pie, dispuesta a poner el sello a nuestras espaldas.
Descansamos un momento dejando que todo se equilibre en nuestro interior.
Cuando estemos dispuestos, dejamos descender sobre nosotros nuestra forma, y el
templo desaparece ante nuestra vista.
Cuando se forma el templo, nos damos
cuenta en seguida de que será un trabajo importante, pues los reyes elementales
están esperando con Sandalphon y con las cruces de brazos iguales que nos
dieron dispuestas ya sobre el altar. Las tomamos y entonces los reyes nos
rodean. Paralda frente a Nixsa a la izquierda, Djinn a la derecha, y detrás
Ghob y Sandalphon. La puerta central está ya abierta y entramos por ella en
procesión dirigiéndonos hacia la niebla.
Mientras ascendemos por el sendero que
conduce al templo de Yesod, somos plenamente conscientes del aura de poder que
emana de los reyes, pero no nos resulta opresiva, más bien nos produce una
sensación de cercanía y armonía con estos guardianes de la tierra. Aparecen
delante las puertas plateadas de Yesod, las cuales se abren cuando nos
acercamos.
De pie sobre el puente está Gabriel,
flotando al viento sus ropajes de cambiantes colores. Las inmersas alas áuricas
de color violeta y plata están medio extendidas y tocan las paredes del templo
a ambos lados. Sandalphon se adelanta y los dos se saludan, la fuerza de su
unión mental silenciosa es como un rayo entre ellos. Nos dan las sandalias de
plata de la luna y nos las ponemos. Luego, cuando estamos listos, se abre la
puerta, y con Gabriel ahora delante de Paralda nos movemos en el mismo orden
que antes y cruzamos la puerta central.
Vemos algo que no podemos expresar con
palabras. De la puerta se extiende una zona de color añil oscuro que recorre
todos sus tonos hasta alcanzar un gris perlado, luego pasa por los colores del
amanecer, rosado, ámbar y amarillo, hasta producir una arcada de luz. Cruzando
ese sorprendente espacio, desde nuestros pies calzados de plata hasta el arco,
hay un puente de arco iris que presta su rara belleza al sendero desde la
medianoche hasta el amanecer.
En ángulo recto con el puente y
conectado con él hay otro sendero que desaparece por ambos lados en la
distancia. Donde se une al camino del arco iris vemos a Miguel y a Haniel que
nos están esperando. Manteniendo todavía el orden de la procesión, caminamos
sobre el puente y sentimos en seguida una fuerza que nos presiona, afectando al
centro del corazón. La sensación es de despliegue, como si en nuestro interior,
a gran profundidad, una flor viva se estuviera abriendo pétalo a pétalo.
Cuando llegamos junto a los arcángeles
que nos estaban esperando, vemos que tienen unos objetos que conocemos por
nuestras experiencias en sus esferas. Miguel tiene mantos de seda ambarina
atados con un broche de jade en forma de hoja, y Haniel tiene para cada uno de
nosotros una rosa de color rojo oscuro. Se unen a la procesión, Miguel
precediendo a Nixsa por un lado y Haniel por el otro delante de Djinn.
Recorremos así el puente de la promesa hacia el amanecer y Tiphereth.
Empezamos a sentir una especie de
barrera a nuestro avance invisible pero resistente, que sólo nos afecta a
nosotros, y tenemos que luchar para avanzar, como si lo hiciéramos contra un
fuerte viento. Durante un tiempo parece como si nos fuera a arrojar del puente.
Nuestros compañeros no parecen observar nuestra lucha y siguen avanzando hacia
el arco. Para que no nos dejen atrás tenemos que hacer algo. Tenemos que pedir ayuda,
pero el orgullo puede ser una barrera para el autoconocimiento; la idea de que
no puede depender siempre totalmente de sus propios recursos es una de las que
más difícil le resulta aceptar a la humanidad. Podemos contar con ayuda siempre
que la necesitemos, pero tendremos que pedirla antes de recibirla. La
libre voluntad que ha regalado el creador al hombre se mantendrá, aunque para
ello éste tenga que sufrir.
Silenciosamente, enviamos una petición
de ayuda, y la procesión, que ahora iba muy adelantada, se detiene. Ghob y
Sandalphon, que nos habían pasado, regresan y se colocan a nuestros costados,
sonrientes. La fuerza contraria se reduce en seguida y después desaparece
totalmente, por lo que podemos continuar, ya que hemos roto la barrera en más
de un sentido.
Llegamos finalmente a la arcada, y de la
niebla dorada que hay más allá viene Rafael. La última vez que le habíamos
visto parecía como un joven Apolo, pero ahora es el arcángel de Tiphereth. Su
piel reluce con un brillo dorado, su cabello es como una luz de sol de seda.
Una vestimenta de color rosa y ámbar cae en graciosos pliegues sobre su cuerpo
y hay en él un aroma a tomillo silvestre y miel de la montaña. Su misma
presencia es un bálsamo curativo para los nervios humanos agotados por la presión
de esos seres, sutiles armonías de significado se implantan en nuestro interior
para subir a la superficie de la mente física en una fecha posterior.
Se intercambian saludos entre los
grandes seres y los reyes, y somos conducidos al templo de Tiphereth. Los reyes
ocupan sus tronos de las esquinas, y los arcángeles forman un grupo ante el
altar, el cual está cubierto con flores. El cáliz brillan, casi transparente
por el poder que contiene, y nosotros nos quedamos allí maravillados y
esperando. Aunque no sea otra cosa, hemos aprendido a esperar lo inesperado en
relación con las esferas y no nos sentimos desanimados. Un cachorrito sale de
entre los pilares seguido por un niño de unos seis años. Con escaso respeto por
el alto estatus de los cuatro arcángeles, persigue al cachorrito por entre los
miembros del grupo y finalmente lo coge en sus brazos. Se vuelve hacia nosotros
con una amplia sonrisa y nos extiende una mano pequeña y bastante sucia. Nos
conduce por entre los pilares y nos encontramos en un robledal. El roble
central está cubierto de hojas y es muy antiguo. Hay un hombre joven junto al
tronco, hasta que nos acercamos lo suficiente no vemos la corta lanza que lo
mantiene unido al árbol, ni la sangre que gotea hasta el suelo. El niño se
vuelve hacia nosotros y nos dice: «Ese soy yo cuando soy el rey del roble.»
Nos conduce por entre los árboles y
llegamos a un campo de trigo maduro. En la mitad del trigal hay un hombre atado
con viñas y coronado con yedra, amapolas y espigas de trigo. Es joven, está en
la flor de la vida y mantiene la cabeza alta y orgullosa, sonriendo cuando los
hombres que le rodean cosechan el trigo con rápidos golpes de sus afiladas
hoces. Es inevitable que acaben cortándole y matándolo. «Me cortan todos los
años con el trigo», nos dice el niño sin sentir miedo.
Le seguimos por el sendero, pasamos
junto a una mujer que sostiene en sus brazos a un hermoso joven horadado con
una flecha casera que lleva algunas bayas de muérdago. «En otro tiempo mi
nombre era Baldur», nos dice nuestro pequeño guía sin el menor rastro de miedo
en su joven cara.
Entramos ahora en un denso bosque en
donde un fresno antiguo se encumbra hacia el cielo. En las ramas inferiores se
posan dos cuervos y una pareja de enormes lobos grises jadean abajo. Clavado en
el árbol del mundo hay un hombre de rostro gris, barbudo y de un solo ojo,
cuelga silenciosamente, con la boca jadeante de dolor, pero sin hacer ningún
intento de liberarse de la tortura. «Me colgaron nueve días y nueve noches en
Yggdrasil», dice el niño tranquilamente. «Pero allí he aprendido muchas cosas.»
Y exploramos así el mundo de Tiphereth,
mientras el niño nos enseña todas las formas que ha tenido desde que ha
empezado el mundo. Orfeo destrozado, el señor corneado, perseguido y
desgarrado. Prometeo encadenado tal como lo vimos. Miramos en el ataúd de
madera de Osiris y vemos morir a Mithra y Dionisos. Vemos a un loco bailando en
una alta colina llorando a Siddartha y a Tammuz. Finalmente llegamos a una
colina en la que se elevan tres cruces de madera, y de cada una de ellas cuelga
un hombre. El niño las mira con calma y señala a la figura del centro: «Piensan
que sigo siendo ése», dice. «Pero un día entenderán que yo nunca estuve muerto,
que siempre vuelvo.» Sonríe dulcemente.
«Regresad otra vez, os puedo enseñar
muchas cosas, pero no éstas», hace un gesto indicando las cruces, «cosas
agradables, y además conozco muchas historia y sé contarlas muy bien», tras lo
cual se echa a reír y se va.
Al darse la vuelta, la forma del niño
cambia y es un hombre adulto que nos mira hacia atrás con la misma sonrisa
encantadora mientras nos dice: «Venid, es el momento de regresar». Le seguimos
y nos encontramos dirigiéndonos al templo que hay entre los pilares. Los reyes
y los arcángeles están esperando y cuando él llega ante el altar le visten de
púrpura y le coronan de oro. Nosotros estamos de pie en silencio, incapaces de
comprender lo que está sucediendo.
En su majestad, se vuelve hacia
nosotros, los ojos y la sonrisa siguen siendo los de un niño, sólo el poder y
la gloria son distintos.
Siempre
estoy con vosotros, estoy en la capilla y en la gran catedral, estoy en los
bosques de Laminas y en Stonehenge durante el solsticio. Estoy en la misa
gnóstica y en los rituales de los magos. Soy el niño que vosotros sois ahora y
el rey que seréis. Llevo el «nemyss» y la corona, la cornamenta y la mitra. Soy
el señor de los bosques y el que danza en la colina, ahora soy parte de
vosotros, me manifiesto en vuestras mentes en ese encuentro. Os encargo que me
busquéis a mí y a los que son como yo, y que me conozcáis siempre, pues
soy conocido para el hombre, dentro del círculo, en la colina y en los bosques.
Buscadme en la iglesia del cristiano y en el templo de Shiva junto al fuego del
chamán y en el círculos de los sabios. Regocijaos cuando me cortan como el rey
del maíz, pues lo acepto voluntariamente, no lloréis por mí cuando me eleve en
el Árbol, pues regresaré.
Vuelve a cambiar y ahora es un joven
guerrero egipcio con armadura de oro que está de pie ante el altar, el cachorro
que hay a sus pies también cambia, creciendo y convirtiéndose en un joven de
falda trenzada azul y un pectoral de lapislázuli. Lleva en las manos la máscara
de un chacal y su sonrisa es muy semejante a la de su hermanastro. Cruza los
pilares con Horus y Anubis y lo perdemos de vista.
Miramos inquisitivamente a Rafael, y
nuestros pensamientos preguntan lo que no nos atrevemos a poner en palabras. El
arcángel nos responde:
¿Por qué os
sorprendéis?, como todos los salvadores sigue caminando sobre la tierra y siempre
lo hará. Pescadores y campesinos, recaudadores de impuestos y leprosos,
mendigos y prostitutas han caminado a su lado y han hablado con él, ¿pensáis
que sois menos que todos ellos?
En la quietud del templo nos esforzamos
por entender. Sandalphon nos toca suavemente y nos señala con un gesto el arco
que tenemos detrás. Nos despedimos de Rafael y los reyes, y luego, con el resto
de los arcángeles, regresamos por el puente del arco iris. Miguel y Haniel nos
dejan a mitad de camino para volver a sus lugares. Proseguimos con Gabriel y
Sandalphon hasta el templo de Yesod. Aquí espera uno de los Cherubim con copas
plateadas de agua fresca, y después, tras despedirnos de Gabriel, entramos en
el sendero neblinoso y descendemos hacia Malkuth.
El templo nos parece pequeño y tranquilo
tras la luminosidad y grandeza de Tiphereth, pero sabemos que este lugar es tan
sagrado como grande. Nos damos cuenta ahora de que en todas las partes del
árbol encontraremos la misma cualidad del amor, la misma esencia y el mismo sentimiento
de pertenencia. Sandalphon extiende suavemente su aura sobre nosotros, y con
este abrazo el templo desaparece lentamente de nuestra conciencia.
El templo de Malkuth está lleno de
energía cuando se forma a nuestro alrededor. Brilla de excitación, incluso la
llama del altar envía lenguas hacia el techo. Sandalphon sostiene un incensario
en donde arden unas hierbas, y con ello limpia el aura que nos rodea antes de
abrir la puerta de la izquierda. Entramos en la esfera de cristal que nos eleva
rápidamente hasta el templo acuático dé Hod. Desde allí pasamos al salón de la
justicia, llamado Geburah.
Las puertas de Hod se abren y pisamos el
suelo cubierto de símbolos. Miguel se da la vuelta desde el pilar del fuego,
donde estaba meditando, y nos volvemos a maravillar de que un ser al que se le
da el nombre de «guerrero de Dios» tenga un rostro tan suave y dulce.
Nos toma a todos de la mano,
saludándonos con una sonrisa, y nos conduce luego hacia la única puerta que hay
en la pared oriental, la abre con el poder de sello, y sin advertirnos quedamos
atrapados por los vientos cantores de Geburah. Girando, vamos en espiral hacia
arriba, y el sonido de la canción del viento es como una pena triunfante de
alabanza. Con la misma inmediatez con que fuimos atrapados, nos deja ante la
esfinge doble que guarda el camino al templo de Geburah. Esta gira sus cabezas
y nos contempla, pero, reconociendo que tenemos derecho de estar allí, nos
deja.
Se adelanta Khamael, con el rostro grave
y severo, nos pide que vayamos al altar utilizando su espada de fuego, y al
estar ante ella miramos profundamente su color brillante. No dice que los
señores de la justicia nos aguardan y que no debemos manifestar miedo, pues todo
lo que experimentemos en cualquiera de las esferas sólo nos será beneficioso, y
nunca nos pedirán que vayamos más allá de nuestras limitaciones.
Miramos profundamente la llama y ésta se
hace más grande, envolviéndonos dentro de su ígneo corazón. No hay ninguna
sensación de calor, sólo una agradable calidez que nos llena de energía. Cuando
la llama se extingue nos encontramos en un amplio y elevado templo egipcio.
Delante de nosotros, dispuestas en semicírculo, hay muchas figuras sentadas en
tronos tallados en arenisca roja. Todas van vestidas de modo semejante, con
faldas negras y amarillas de lino trenzado, llevan el tocado de «nemyss» con
los mismos colores. Unos son hombres y otras mujeres, otros tienen las cabezas
de pájaros o de animales. Todos llevan un ancho collar de oro que representa a
un halcón volando, y sostienen un látigo en la mano derecha. Los cuarenta y dos
asesores del alma se sientan en silencio y esperan.
Entre ellos y nosotros se sientan otras
dos figuras, mucho más grandes y con un porte majestuoso que nos indica que nos
hallamos en la presencia de los dioses.
A la izquierda, en un trono de ébano, se
sienta Anubis. Lleva una falda escarlata y dorada, sus manos reposan
tranquilamente en las rodillas. La otra figura es la de Horus, vestido con los
colores escarlata y blanco de un príncipe guerrero. Tiene una espada sobre las
rodillas y su trono es de marfil. Parecen muy distintos de la última vez que
los vimos, cuando sonríen, pues ahora nos resultan severos. Pero recordamos lo
que nos dijo Khamael y nos animamos.
Los hermanastros divinos, los hijos de
Osiris, están sentados esperándonos, y entre ellos hay dos básculas de oro. En
un lado hay una sola pluma, y el otro está vacío por el momento.
Nos ponemos ahora delante del primero de
los asesores, quien se inclina hacia adelante mirándonos a los ojos. Es como si
un haz de luz se hubiera dirigido sobre el centro del corazón. No hay ninguna
posibilidad de mentir, ningún lugar adonde ir, ninguna excusa para que podamos
alejar el juicio. La pregunta nos llega con una voz uniforme y tranquila, y
sentimos que la verdad surge de la profundidad de nuestro interior a pesar de
la aprensión que sentimos. Al cabo de un momento, el asesor señala con su látigo
a la figura siguiente y nosotros vamos hacia ella.
De este modo nos van preguntando todos,
con la excepción de la última figura, y nosotros damos nuestra contestación.
Sabemos que no podemos dar una respuesta favorable a todas las preguntas, pocos
hay que puedan hacerlo. Sólo nos cabe esperar el juicio. Y llegamos así a la
última figura, una mujer. Sus ojos muestran compasión, entendimiento y amor, su
voz es tranquila cuando nos hace la última pregunta.
«¿Hay alguna persona en la tierra que se
alegre de que hayáis nacido?» Es la pregunta más importante de todas, la que
tiene más valor. Pues si hemos dado alegría a una sola persona la balanza se
equilibrará.
La última asesora desciende de su trono,
y su belleza y majestad aumenta cuando camina y nos conduce a las balanzas.
Anubis y Horus se ponen de pie para saludar a su madre, la gran Isis. Por
turnos, ella se coloca su mano en el pecho de cada uno de los dioses y saca del
interior un corazón de cristal que entrega a Anubis. Este lo pone ahora en el
lado opuesto a la pluma y se equilibra la balanza. Horus toma el corazón, sopla
sobre él y el cristal brilla con la vida, lleno de la energía vital del joven
dios solar. Después, Isis coloca cada corazón dentro de nuestros pechos.
Horus levanta la espada y en su mano
ésta estalla en llamas que se van haciendo más grandes y nos tragan; los
corazones de cristal laten con la energía solar que hay en su interior. Cuando
se extinguen las llamas, estamos junto a los pilares del templo de Geburah.
Khamael, sonriente, pide ahora a los vientos cantores que nos lleven de regreso
a Hod. Lejos, les oímos venir hacia nosotros, el sonido aumenta y sentimos su
aliento en nuestro rostro cuando los vientos nos elevan y transportan de
regreso al templo acuático.
De pie en la puerta de Hod, encontramos
los ojos inquisitivos de Miguel que nos mira con alivio. La sonrisa de su
respuesta es lo más próximo a una sonrisa juvenil que puede conseguir un
arcángel. Sella la puerta interior y nos conduce por medio de la esfera de
cristal fuera de las puertas del templo. Antes de que entremos, saca de debajo
de su manto un puñado de nieve, cada uno de ellos diferente, todos perfectos.
Es un símbolo del poder transmutador de Hod, el elemento del agua alterado, el
cual mantiene, sin embargo, su forma original encerrada dentro de otro modelo.
Coloca un copo en cada uno de nuestros pechos y éste se hunde, siendo absorbido
por el corazón de cristal. Fuego y hielo juntos constituirán una energía muy
especial para nuestro trabajo oculto. Entramos en la burbuja de cristal y
descendemos al templo de Malkuth, pues la nueva fuente de energía que tenemos
en nuestro interior está empezando ya a trabajar.
Con un suave bote, la esfera aterriza y
la puerta del templo se abre dejando ver a Sandalphon. Es evidente, por su
recepción entusiasta, que ya sabe cómo nos hemos portado en el templo de
Geburah. Eso nos hace sentir que estos grandes seres se preocupan profundamente
por los que son confiados a su cuidado. Sabemos que en su auténtica forma y
esencia estas criaturas arcangélicas no pueden ser imaginadas o entendidas por
la mente humana, pero con el fin de ayudarnos, descienden voluntariamente todo
lo que pueden, tomando las formas elaboradas por el hombre desde los tiempos
más antiguos. Son éstas las formas con las que contactamos ahora, imbuidas por
nuestras ideas subconscientes de cómo deben ser. Pero también tenemos que
recordar que, para ser tal como los imaginamos, estos seres que miran cara a
cara a la fuente primordial han tenido que abandonar muchas cosas.
Unas formas destelleantes que aparecen
en el templo nos indican que los Ashim han venido para añadir su alegría a la
nuestra por haber regresado salvos de Geburah. Es una fase importante de
nuestro viaje por el árbol. Tendremos muchas cosas que pensar en los próximos
días acerca de las preguntas y respuestas que hemos dado en los salones de la
justicia. Cuando llegue el momento, deberemos estar dispuestos a enfrentarnos a
los asesores en realidad. El templo se desvanece mientras pensamos.
(Nota: Encontrará en el apéndice las
preguntas de los cuarenta y dos antecesores.)
Cuando se forma a nuestro alrededor, el
templo está lleno de fruta y trigo; olvidamos que alrededor del mundo la
cosecha se lleva a cabo en épocas diferentes. Todos los meses hay alguna época
de cosecha en algún lugar de la Tierra. Sandalphon nos entrega tortas planas de
trigo que había puesto sobre el altar. Su sabor, aunque nos resulta extraño, es
bueno. Probamos algunas de las frutas mientras el arcángel nos dice de dónde
procede y cómo se cultivaron. Nos resulta tan natural comer y gozar de los
alimentos en este nivel como en el nuestro. No debemos olvidar que cada nivel
tiene su realidad.
La puerta está abierta y es la hora de
irnos. Caminamos por entre la brillante luz esmeralda que nos llevará hacia
Netzach. En los niveles astrales nos sentimos ahora totalmente cómodos y nos
movemos por ellos con gran confianza. Cruzamos las grandes puertas de cobre;
Haniel no está allí, pero nos espera uno de los Elohim. Es un hombre joven,
esbelto y rubio, de alas blancas y curvas, y está al lado de la puerta para
llevarnos hasta Chesed. Hay varias flechas a sus pies, unas de oro, otras con
punta de plata; el arco lo lleva en el hombro. Eros nos espera para llevarnos a
la esfera cuya visión es la del amor.
Nos acompaña cuando empezamos a ascender
por las escalinatas en espiral que nos conducirán a la esfera de los maestros.
Las antorchas que hay en los muros son innecesarias, pues a través de pequeñas
aberturas practicadas en los muros entra la luz del día. Por esas ventanas
podemos ver extraños paisajes y seres de formas diferentes a todos los que
conocemos. Ascendemos por los escalones de piedra hasta que vemos delante las
puertas cristalinas de Chesed. Aquí Eros se despide, y al hacerlo nos mira
inquisitivamente, como si estuviera discutiendo consigo mismo si debe o no
gastar una de sus flechas en nosotros.
Cuando las tocamos, las puertas suenan
como un cristal golpeado con una uña. Allí nos aguarda Tzadkiel, con sus ropas
de color azul y amarillo claro moviéndose suavemente con una brisa que no
podemos sentir. A ambos lados, una brillante esfera de luz anuncia la presencia
de los Chasmalim, quienes se extienden hacia abajo y luego crecen en ondeantes
columnas de una luz intensa que nos hace daño mirarla. Una tranquila palabra de
Tzadkiel y se convierten en un blancor azulado y más suave que nos resulta más
cómodo.
Las losetas del suelo, de cristal azul y
blanco, reflejan la luz que entra por las vidrieras. Todo el templo se halla animado
por la luz, ésta está en el aire, sale de los muros, de los seres que nos
rodean, de todas partes. Aparecen más Chasmalim y forman un complejo símbolo
geométrico que permite entrar a otra parte de Chesed. Siguiendo las
instrucciones de Tzadkiel, penetramos en un vasto salón de cristal translúcido
y facetado.
No podemos ver dónde comienza o termina
ni cuál es su altura. Una suave luz azulada invade todo el lugar. En el centro
hay una mesa de mármol blanco con vetas azules. En la mesa hay piezas de extrañas
formas; nos damos cuenta de que están hechas con piedras preciosas y nos
indican que nos corresponde a cada uno una serie de esas piezas. ¿Con qué fin
estamos aquí?
Una voz pronuncia nuestro nombre y
miramos hacia arriba viendo a alguien de pie ante nosotros. Vestido con
simpleza con ropajes de color azul oscuro, tiene los cabellos y la barba
veteados de plata, sus ojos llaman nuestra atención, son más antiguos que el
tiempo y están llenos de una mezcla de orgullo, dolor, amor y desesperanza.
Tiene una voz de gran autoridad que nadie osaría desobedecer.
Coloca una serie de piezas delante de
cada uno de nosotros y nos pide que ordenemos el dibujo. Sin que nos lo digan,
entendemos que es el dibujo de nuestra vida individual, tal como debería ser,
como tenía que ser desde el momento del nacimiento, y no como la hemos cambiado
y reordenado.
Parecen sólo un revoltijo de formas,
pero lo mismo sucede con la vida cuando la miramos. Empezamos. Algunas de las
formas ajustan rápidamente, al menos al principio, pero otras que deberían
ajustar con ellas están rotas o astilladas. No es posible adecuarlas a los
demás. Si tenemos suerte, podemos conseguir que algunas de las primeras formas
ajusten por alrededor de las rotas, de forma que, aunque el dibujo no sea
perfecto, completo ni hermoso, al menos pueda verse.
Vemos de pronto que cada una de las
piedras tiene una parte de un símbolo, símbolo significativo para esta
encarnación. Ahora la tarea es doble, conseguir que las formas ajusten y lograr
que revelen el símbolo. Nos damos cuenta de que somos nosotros los que hemos
roto y distorsionado la forma de nuestra vida, y esa desesperanza que veíamos
en los ojos de los maestros llena ahora los nuestros. Comprendemos que no
podemos arreglar el diseño. Esa misma voz nos dice que hagamos lo que podamos,
y obedecemos.
Gradualmente conseguimos dar forma a una
parte del diseño, y se revela un poco del símbolo. Quizás cuando regresemos
aquí podamos intentarlo de nuevo, pues una vez entendido el símbolo podremos
comprender el dibujo que debe seguir nuestra vida. El maestro nos explica que
no es posible ahora cambiar lo que ya está distorsionado, pero que sí podemos
impedir que las formas futuras se vuelvan inútiles. Comprendemos que todo el
tiempo están apareciendo piezas nuevas, que el diseño continuará hasta que
seamos capaces de descubrir el símbolo y hayamos aprendido a trabajar con él.
Entonces se nos asignará otro símbolo y otro diseño.
Nos dicen que, si bien es verdad que lo
estamos haciendo bastante bien, podíamos hacerlo mejor, aunque eso ya lo
habíamos entendido nosotros. A petición del maestro, nos ponemos de pie ante
él, viendo que Tzadkiel está allí, y lleva con él una de las tortas de trigo
del templo de Malkuth, y el cáliz del altar de Tiphereth.
Melquisedec, príncipe de la paz, toma el
pan y lo bendice, lo divide luego en trozos pequeños, uno para cada uno, y con
su sabor nos llega el conocimiento de que no nos faltará nunca una guía
amorosa. Llena el cáliz de vino y lo bendice, y nos lo da a beber; al hacerlos
sabemos que seguimos una costumbre más antigua que la historia, reconocida y
utilizada en todas las fes como medio de comunicación con el origen. El pan y
el vino, el pan y la sal, la torta y la cerveza, las semillas de la granada, el
maná, la Ultima Cena. Todas estas cosas pasan por nuestra mente y encuentran
allí un lugar donde ajustar, como las piezas de piedra. En el amor no hay
divisiones de fe.
Los Chasmalim aparecen y forman el
diseño de la puerta, por ella entramos al templo de Chesed seguidos por el
arcángel. Nos sentimos castigados y al mismo tiempo elevados cuando nos
despedimos de esta esfera y su guardián y partimos a través de las puertas de
cristal hacia donde Eros nos aguarda. El viaje de regreso hasta Netzach lo hacemos
en silencio, pues tenemos muchas cosas en las que pensar. Haniel nos saluda y
coloca unas manos frescas en nuestra frente a modo de bendición. Nos recuerda
que la lámpara de la belleza brilla dentro de nosotros, lo mismo que el corazón
de cristal cuya energía es el fuego solar. Con ellos podremos comprobar las
formas del diseño cuando aparezcan en nuestra vida terrestre. Estimulados por
esto, nos despedimos de la esfera de Venus y entramos en la luz esmeralda que
nos lleva suavemente hasta Malkuth.
Sandalphon nos pregunta si nos gustaron
las tortas de trigo que crece con la riqueza de la sabiduría y el
entendimiento, pero que para hacerlo bien necesita calidez y amor. También
nosotros deberemos ser cosechados cuando llegue el momento, y lo dice riendo
con suavidad, pero dándonos a entender con su mirada que debemos pensar en
ello. Nos entrega una torta de miel y la cogemos y comemos, pero entonces el
templo desaparece de nuestra vista, quedándonos sólo el sabor dulce que nos
recuerda que estuvimos allí.
Nota: Daath no está allí. Los primeros textos
cabalísticos afirman que sólo hay diez sephiroth, pero, tal como expresé en
otro lugar, la tradición da paso finalmente a nuevas ideas y aplicaciones de
los modos tradicionales. Daath es un ejemplo de esto, puesto el pensamiento
moderno considera esta esfera como una sephira auténtica, aunque se halle en un
nivel distinto al del resto del árbol. Por tanto, Daath no está aquí ni allí,
está... en alguna parte, probablemente en una tangente de ambas. Eso la
convierte en una puerta de entrada a otras dimensiones, un lugar de encuentro,
un cruce de caminos, y en el trabajo oculto los cruces de caminos son lugares
muy volátiles. Si el árbol de la vida se doblara por Tiphereth, Daath se encontraría
con Yesod, por lo que se convertiría en una versión superior de la esfera
lunar. Aquí, la casa del tesoro de las imágenes y los sueños se convierten en
un espejo del logos solar.
***
Gran parte de las enseñanzas
concernientes a esa esfera se dan sólo a aquellos que se someten a un altísimo
nivel de entrenamiento oculto. Esto parece el familiar rechazo de esta
cuestiones, pero es cierto. No debe preocupar sólo al estudiante, sino a
aquellos que lo tocan en su vida. Daath es también otra versión de Tiphereth
por cuando que recibe senderos de la esfera que le rodea. La diferencia está en
que los senderos que van a Daath son los senderos ocultos del árbol. Los
caminantes entusiastas y carentes de entrenamiento pueden pensar que han
encontrado esos senderos y que han caminado por ellos. Recordemos lo que hemos
dicho sobre Daath como versión superior de Yesod, la esfera de la ilusión, y,
por tanto, cuanto más alta sea la esfera, mayor será la ilusión. Este trabajo
es el más ligero que puede hacerse en relación con Daath.
Cuando se forma el templo a nuestro
alrededor, los Ashim están presentes. La puerta está ya abierta y esperándonos.
Las chispas de fuego nos estimulan con suavidad a que crucemos la puerta y
entremos en el sendero neblinoso que lleva a Yesod. Comenzamos a ascender
mientras la niebla envuelve nuestros pies. Al llegar al templo de la luna vemos
que sólo está guardado por los Cherubim, quienes se hallan de pie a ambos lados
de la puerta que conduce a Tiphereth, y nos indican que la crucemos.
El puente del arco iris está vacío, y
sin la presencia consoladora de los arcángeles necesitamos todo nuestro valor
para avanzar, pero resulta más fácil cuando hemos dado ese primer paso. Lo
cruzamos sin dificultad y llegamos al arco de luz que nos conduce al templo de
Thiphereth.
Delante del altar hay varios sarcófagos
estrechos hechos de arenisca. Junto a ellos están los cuatro reyes elementales.
Nos dice que nos tumbemos en los sarcófagos y nos ayudan a subir a ellos.
Cuando nos hemos introducido, corren las pesadas tapas y nos quedamos esperando
en la oscuridad.
Es la misma sensación que ya sentimos en
Binah, la de esperar sin ser conscientes del tiempo. Por esta causa, pasa un
poco de tiempo antes de que nos demos cuenta de que no estamos ya dentro de los
sarcófagos, sino que flotamos en una oscuridad cálida. También viajamos, pero
no sabemos si hacia arriba o hacia abajo, adelante o atrás. Aparecen puntos de
luz y vemos ante nosotros una espiral de estrellas en movimiento que son
atraídas lentamente hacia el centro de la espiral; es el fenómeno que llamamos
agujero negro.
También nosotros somos atraídos hacia el
círculo y al poco tiempo somos succionados por las profundidades, o alturas, o
como quiera que pueda llamárseles. La velocidad aumenta hasta que nos da la
impresión de que nos deslizamos por un túnel de luz blanca. Sin ninguna
advertencia, nos encontramos en algo, en alguna parte, que está compuesto de
partículas de luz de todos los colores y tonos que conocemos y algunos que no
hemos visto antes, y que sólo unos pocos pueden oír y sentir. Unas líneas de
estas partículas luminosas, millones de ellas, cruzan las cambiantes capas de
color. Siempre que tocan otra línea se produce una vibración; en nuestro mundo
sería un sonido, pero aquí es algo diferente.
A veces, una perturbación corta las
líneas y el color, que entonces parecen rizarse sobre sí mismas, y por un
momento muestran la nada absoluta que hay más allá. Cuando sintonizamos con
este lugar empezamos a escuchar sonidos y captamos breves imágenes que se
producen donde las líneas se cruzan. Aguzamos el oído y escuchamos voces y
frases cortadas por la mitad, algunas nos parecen familiares, como pequeños
trozos de un antiguo noticiero. Las imágenes parecen ser trozos de la historia
de la Tierra, como si su pasado estuviera almacenado en una biblioteca.
Tratamos de captar algunas de las imágenes, pero éstas se nos escapan.
Da la impresión de que nos hallamos en
una especie de matriz en la que se almacena y transmite todo lo que se produce
dentro del universo. Tratamos de recordar algunos trozos de historia que
reconoceríamos, pero no podemos mantenerlo mucho tiempo. Para poder utilizar
esta puerta del tiempo necesitamos un control mucho mayor de la mente y del
entorno. La palabra «mente» hace sonar una campanilla en nuestro interior y
miramos hacia bajo, dándonos cuenta de que no tenemos cuerpo, de que somos
simplemente «mente».
Hemos pasado de lo físico a lo astral y
a la existencia puramente mental, quizás incluso hayamos llegado un poco más
lejos. Ahora podemos existir como una red mental tan vasta que ni siquiera
empezamos a imaginar su tamaño. Pero aquí el tamaño no tiene significado, pues
no hay nada que pueda servir de comparación.
Más allá de este entorno presente está
lo más cercano que veremos nunca del universo sin manifestar. Nosotros somos
precisamente este lado de la existencia. Aquí y ahora están todas las cosas que
han sido o serán en el futuro, cualquiera que sea el nivel de realidad en el
que se produzcan. Aquí está el conocimiento total del ser, la vida, la
creación. Estas palabras sirven de bastante poco, pero es lo único que tenemos.
Aquí no debemos tanto pensar como simplemente ser. Pero si en esta forma
presente somos simplemente pensamientos de una vasta matriz mental, entonces ¿de
quién es la mente en la que estamos?
Sentimos que nos dan un suave tirón, y
empezamos a movernos de nuevo, al principio con lentitud, pero luego con gran
rapidez. Volvemos a cruzar el túnel de luz, y al salir vemos la gran espiral
suspendida por encima de nosotros. Nos alejamos de ella hasta que su gran
extensión queda reducida a algo que podemos ver sin dificultad; tiene un
aspecto familiar, como si estuviera observándonos. El pensamiento se convierte
en realidad. El ojo de dios está suspendido en la ilimitada intemporalidad del
espacio, contemplando benignamente las notas de vida, y después se cierra como
si fuera a dormir, y nosotros volvemos a hallarnos en una cálida oscuridad,
pero no por mucho tiempo.
Apartan las tapas y salimos de los
sarcófagos parpadeando bajo la luz del templo. Nos ayudan a salir de los
ataúdes de piedra y Rafael viene con sus manos curativas para devolvernos la
fuerza que hemos utilizado y para tranquilizar nuestra mente. Su contacto es al
principio como de hielo, haciéndonos recuperar de pronto toda la conciencia, y
después resulta cálido, aliviando la tensión del cuerpo mental y astral. Sólo
cuando volvemos a encontrarnos bien, los reyes nos acompañan a través del arco
y por el puente que conduce de Qesheth a Yesod, acompañados de Rafael. Miguel y
Haniel esperan para unirse a nosotros, y Gabriel abre las puertas del templo,
en el que resuenan las trompetas. Por primera vez vemos toda la gloria de sus
alas cuando se elevan y extienden hacia fuera, cubriéndonos luego con un gesto
de protección y ayuda.
Entramos en el templo y nos detenemos un
momento recordando que Daath es un aspecto superior de este lugar pacífico. La
experiencia que hemos tenido con el gran ojo nos hace comprender que
Yesod está en línea directa con Kether, lo que nos trae a Gabriel como
mensajero de los contactos más estrechos con esa esfera de las esferas.
El camino a Malkuth está abierto y
hacemos el último viaje hacia abajo, hacia el silencio del templo de la tierra.
Todos nos reunimos en al altar, en el que han colocado manzanas rojas.
Sandalphon nos da una a cada uno y tentados mordemos la fruta madura. Al
hacerlo, nuestros pensamientos se vuelven más claros y tenemos un entendimiento
de un nivel muy superior al usual. Con todo el conocimiento del universo
creativo almacenado en Daath, y con las serpientes como su orden angélico,
quizá Daath sea la «manzana» del árbol de la vida. Mientras regresamos a
nuestro propio nivel y desaparece el templo, nos acompaña la risa de los
arcángeles.
Nota: Trabajar en las esferas sobrenaturales
del árbol producirá un impacto mucho mayor que el de los sephiroth inferiores.
Las fuerzas de Binah y Chocmah son tan intensas, incluso en su nivel de
eficacia inferior, que el estudiante puede esperar que provoquen una reacción
totalmente desproporcionada con la simplicidad del texto. Es mejor leerlo
varias veces para aprender a conocerlo en un nivel puramente intelectual antes
de iniciar el viaje real. También es mejor hacer el trabajo en el fin de
semana, con lo que tendrá un día adicional para enfrentarse a los efectos
posteriores inmediatos.
***
El templo está preparado y esperándonos,
y Sandalphon parece inusualmente grave cuando abre la puerta. Para nuestra
sorpresa, viene con nosotros entrando en la esfera de cristal, la cual parece
muy pequeña en su presencia. El ascenso es rápido y suave, y tardamos pocos
momentos en ver delante de nosotros las puertas del templo del agua. Al abrirse
vemos a Miguel, con el manto naranja echado hacia atrás poniendo al descubierto
la armadura de oro que brilla en las luces del templo. Nos saluda primero a
nosotros, y luego a Sandalphon, abriéndonos camino hasta la puerta siguiente.
Los vientos cantores que nos hacen ascender esta noche son menos intensos. Su
canción trata de silencios interiores y de la aceptación de la carga imposible.
Aparecen los pilares de Geburah, pero
los vientos no se detienen, simplemente reducen un poco la velocidad para
permitir que Khamael se una a nosotros antes de llevarnos hacia las alturas del
árbol.
Su canción se convierte en una apenada
vibración que al ser humano le resulta difícil de soportar. Sólo la presencia
de los tres arcángeles nos sirve de escudo frente al impacto que nos aguarda.
Esa es la razón de que nos hayan acompañado. Pero ni siquiera ellos pueden
permanecer inalterables en estos niveles, por lo que las formas que nosotros
conocíamos desde hacía tanto tiempo se transmutan. Se convierten primero en
pilares de llama, luego en esferas de luz vibrante de color violeta, naranja y
escarlata. Finalmente se convierten en algo que ya no puede ser contemplado y
que sólo es experimentado como una combinación de sonido y de contacto mental.
Es una única vibración del ser que contiene la esencia absoluta de la espera a
la que sirven, o al menos así creemos entenderlo. Sabemos, sin embargo, que
siguen con nosotros, como protección de nuestra humanidad frágil.
Los vientos han desaparecido, hay un
momento de miedo mientras experimentamos el profundo silencio, pero luego
notamos el contacto suave de la vibración de Miguel y nos relajamos. A nuestro
alrededor está el espacio, en todas las direcciones, si es que puede existir
tal cosa en este lugar. La negrura profunda nos presiona, aunque no podamos
sentirla, y percibimos una terrible frialdad, sólo el escudo angélico se halla
interpuesto entre nosotros y esta... nada. No parece que tengamos cuerpo, no
podemos sentirlo, no somos conscientes de él en modo alguno; existimos
simplemente como nuestra propia idea del ser.
Esperamos; da la impresión de que
podemos sentir el silencio, como si nos halláramos dentro de un útero tan vasto
que la eternidad podría perderse en su quietud e inmensidad.
Esperamos; ¿para qué? Crece la
impaciencia. ¿Por qué estamos aquí? ¿No tendríamos que aprender algo de esta
espera? Esto no nos había sucedido antes.
Esperamos; la cólera arde como un fuego
descontrolado. Esto es estúpido, no nos está enseñando nada, crece el
resentimiento alimentándose del silencio.
Esperamos; comienza el aburrimiento,
nada podemos hacer aquí, nada podemos ver, ni oír, ni sentir. Es excesivo para
la experiencia de Binah.
Esperamos; quizás deberíamos hacer algo
nosotros mismos, quizás ellos están esperando a que hagamos algo. ¿Acaso
la espera misma será la lección? Si es así, ¿por qué nos sentimos tan
encolerizados e impacientes? La respuesta, estimulada por el contacto mental de
los arcángeles, se filtra gradualmente en la mente, como el agua que cae en un
delgado chorro sobre un lecho seco de un río. Somos los esclavos del tiempo.
Aquí el tiempo todavía no ha empezado a existir, es nuestra sensación del
tiempo lo que nos hace sentir esa perturbación. Sin el tiempo, ni siquiera
entenderíamos el concepto de «espera». Tiempo, silencio, entendimiento y
aceptación: éstas son las lecciones y la experiencia de Binah.
Existimos. En el no-espacio intemporal
de Binah se nos permite simplemente ser. Todavía no hemos nacido, ni lo haremos
en millones de años. Hemos nacido y vivido a través de millones de vidas; las
dos afirmaciones son ciertas. Nos dejamos llevar a la deriva, abandonándonos al
ser, y a todas las cosas que nos unen a la existencia temporal. A través del
silencio y la oscuridad nos llega una débil brizna de calor, suavidad, alimento
y comodidad, y con ello también nos llega una fuerza. Es una fuerza que no
conoce barreras, que puede soportar el ver sufrir a los que ama, sin hacer un
solo movimiento para detener al sufrimiento, porque sabe que el dolor es
necesario. La sensación de estar apoyados en un vasto pecho material produce un
sentimiento de comodidad y seguridad, pero también está allí esa terrible
fuerza. Amor y dolor, consuelo y pena forman parte unos de otros. En la Tierra
podemos extirpar el sufrimiento de nuestra mente, dar la vuelta a la página,
mirar a otro lado, negarnos a reconocerlo, pero éste nos mantiene tan
estrechamente dentro de sí mismo que nunca se aparta. No importa lo terrible
que sea la visión, la profundidad del dolor, la duración del sufrimiento que
soporta, espera a que haya terminado la dura prueba, y luego vuelve a reunir en
sí mismo a quien ha sufrido. La Stabat Mater (la madre sobresaliente) espera.
Nos damos cuenta, aunque oscuramente, de
que hemos tocado un misterio tan vasto como lo inmanifestado, y más antiguo que
el tiempo. Pero ese contacto será una de las lecciones más importantes que
aprenderemos nunca. Por un momento nos liberamos del tiempo y el espacio:
flotamos ahora interminablemente, soñando y renovándonos en el útero de la gran
madre, creciendo como otra vez crecimos dentro de nuestra madre física, sólo
que ahora somos niños-estrellas.
Crece en la oscuridad un punto de luz,
con la ayuda de los tres seres que nos han acompañado en esta génesis del espíritu
se nos impulsa suavemente hacia esa abertura del útero de la manifestación. Por
un momento nos sentimos perturbados de dejar este lugar seguro y cómodo, hay
una sensación poco familiar de peso, y luego vamos hacia la luz. Ha
desaparecido el vínculo con Miguel, Gabriel y Sandalphon, pero sabemos que
podemos regresar a la raíz de nuestro ser cuando lo necesitemos. Comenzamos a
escuchar los sonidos, la sensación regresa a nuestro cuerpo, abrimos los ojos
físicos a nuestro propio mundo y por un instante lo vemos a través de ojos
sobrenaturales. Hemos regresado al nivel físico a través de las dimensiones
interiores, nos relajamos, gozando una vez más de los sentidos del cuerpo,
despertando lentamente a la realidad.
Nota: Es la penúltima esfera del árbol y su
virtud es la de la sabiduría. Pero sabiduría en este nivel es diferente que en
el nivel de Hod. Aquí, un paso antes de la sephira primordial del árbol, la
sabiduría significa profunda simplicidad. Es más potencial que real. Eso no significa
que tenga menos efecto, sino más, pues el hombre es ahora un ser muy complicado
y en esta escala la simplicidad puede derribarlo. Tome el trabajo como lo que
es, simple, sin ningún intento de verlo como un «gran asidero», y así producirá
el efecto de llevar a la mente a sus elementos básicos. Ya tendrá suficiente
trabajo para enfrentarse a esa escala básica.
***
Aparecen las luces del templo y vemos
que Sandalphon ya ha abierto la puerta de la derecha. Su rostro es un poco
solemne y nos pide que nos quitemos incluso las sandalias, pues adonde vamos
ahora tenemos que ir tal como llegamos al mundo, sin nada.
Llegamos a la luz verde, que nos eleva
suavemente a las esferas de Netzach, se abren lentamente las conocidas puertas
de bronce y Haniel está allí para saludarnos junto con dos de los Elohim.
Pasamos el altar de jade con su concha translúcida que retiene la luz eterna y
esperamos a que Haniel abra la puerta. Tendremos a los Elohim como escolta por
la escala en espiral que conduce a Chesed. Comenzamos a ascender y las dos
silenciosas figuras nos siguen.
Las puertas cristalinas de Chesed
reflejan las antorchas de las paredes, la luz las convierte en puertas de
llamas azuladas que danzan y brillan. Se abren al acercarnos y encontramos en
el umbral a Tzadkiel. Los Elohim se inclinan ante el arcángel y nos entregan a
su cuidado, regresando luego a Netzach, pero para nosotros y para Tzadkiel
continúan los escalones ascendentes.
Comenzamos a quedarnos sin aliento, pero
no por la ascensión, sino por el nivel del árbol en el que entramos. Pero
sabemos que estaremos a salvo y que nos hemos ganado el derecho a recorrer este
sendero. El camino se vuelve de pronto más oscuro, ya no hay antorchas, y sólo
una difusa luz que cae sobre nosotros desde algún lugar adelantado.
Tzadkiel había caminado delante de
nosotros, pero se detiene y se aparta. Vemos un antiguo arco de piedra similar
a los que hay en Stonehenge, en la Tierra. No podemos ver más allá y empezamos
a hacer preguntas al arcángel, quien pone sus dedos sobre nuestros labios y se
da la vuelta bajando por la escalera. Tenemos que seguir solos. Un paso
adelante nos hace llegar cruzando el arco a una llanura cubierta de hierba; el
aire es claro y frío, la atmósfera es silenciosa, como si el amanecer estuviera
cerca, aunque el cielo siga siendo negro. Circunda el norte una estrella polar
distinta, y las constelaciones estelares nos son desconocidas. Muchas estrellas
polares vinieron y se fueron antes de que existiera en la Tierra el tiempo que
conocemos. La hierba se extiende por todas partes, terminando en el mismo
espacio estelar, como si hubiera estado suspendida en el tiempo con ese mismo
propósito. Ante nosotros hay un círculo de enormes piedras toscamente cortadas,
doce en total, y en el centro una más alta que las demás. Se eleva como si
tratara de tocar la luz estelar que la recubre de plata. Frente a cada piedra
hay un ser en las sombras, con un manto y capucha de color gris, y junto a la
piedra central hay un ser de terrible majestad, casi tan alto como la piedra
misma. Alrededor de su cabeza hay movimiento, y al principio pensamos que son pájaros,
pero luego vemos que son discos de luz, del color de las palomas grises, aunque
con unos puntos brillantes que no existen en el plumaje de las aves de la
Tierra.
Caminamos hacia la piedra más cercana y
la figura permanece inmóvil. Tallado en la piedra está el dibujo de Aries.
Damos la vuelta lentamente, observando que cada signo está en su lugar y
deteniéndonos junto a nuestro propio signo unos momentos para comunicar con el
señor silencioso del signo. Si lo conocemos, nos podemos detener también junto
al signo de nuestro ascendente. Cuando volvamos otra vez y tengamos la
información correcta, podremos comunicar con aquellos signos de los señores
planetarios de nuestra carta astral. Eso nos dará muchas ideas nuevas sobre
nuestra carta astral. Obedeciendo una orden silenciosa, nos dirigimos al centro
del gran zodíaco.
Allí está Ratziel, sosteniendo un bastón
de poder que deslumhra por la luz; lo eleva y surge un rayo del cielo nocturno
que golpea el monolito, haciéndolo sonar como una campana. De las piedras que
nos rodean llega una vibración, como el sonido de una gran máquina encerrada en
las profundidades de la Tierra. Los señores del zodíaco dan una vibración de
respuesta una octava superior. Líneas de luz crecen desde las piedras
exteriores hacia la del centro, hasta que parecen una rueda gigante con ejes de
plata. Ratziel toma una inspiración profunda y produce la tercera octava,
provocando una nota final de la gran piedra. Esta empieza a brillar, la hierba
que hay a nuestros pies tiembla y se agita, y luego empieza a girar lentamente,
elevándose al hacerlo. Giramos majestuosamente como si fuéramos en una rueda de
plata situada en la negrura del espacio. Mazloth ocupa su lugar en la danza de
la creación.
Nuestra frágil humanidad no puede
permanecer mucho tiempo con este símbolo vivo, y es el momento de regresar.
Desde el lugar que ocupan alrededor de la cabeza de Ratziel, los Auphanim
vienen hacia nosotros, y vemos que estas hermosas ruedas angélicas son mucho
más grandes de lo que pensábamos. Eran suspendidos por encima del suelo y
escuchamos con el oído interior la silenciosa orden del arcángel. Obedientes,
cada uno avanzamos hacia una de las ruedas y éstas nos elevan alejándonos del
círculo giratorio y llevándonos a través de la oscuridad iluminada por las
estrellas hasta el arco de piedra de Chocmah. Tzadkiel nos espera, con las
manos dispuestas a ayudarnos a descender de las iridiscentes ruedas. Estas se
elevan, dan un salto a modo de saludo y regresan al lado de Ratziel. Ahora casi
hemos perdido de vista la rueda que finalmente se disuelve en la
inconmensurable distancia del espacio.
Con Tzadkiel, descendemos por la
escalera espiral recordando la experiencia que acabamos de sufrir. En la
entrada de Chesed el arcángel se despide de nosotros y nos pone en manos de los
Elohim, quienes nos estaban esperando. Descendemos y el camino nos parece
interminable, pero nuestros compañeros nos toman de la mano y su fuerza fluye
en nosotros como vino cálido en un día frío, y llegamos así al templo de
Netzach.
Haniel nos saluda entregándonos copas
del líquido ambarino que ya habíamos bebido aquí. Nos calma y refresca, y al
poco tiempo nos sentimos capaces de realizar el descenso final a Malkuth. Dando
las gracias a Haniel y los Elohim, entramos en el haz de luz que nos llevará a
salvo a nuestro destino, calmando la delicada luz verde nuestros ojos y nuestra
mente. Al llegar a Malkuth estamos plenamente recuperados y ansiosos de
compartir con Sandalphon todos los acontecimientos.
Los Ashim están en el templo, y como
chispas de fuego volantes se reúnen a nuestro alrededor haciéndonos saber que
también ellos están felices de que lleguemos ahora al último viaje del árbol.
Es el final de la primera vez, pues estos senderos son ahora nuestros para que
los recorramos siempre que tengamos necesidad o deseos de hacerlo. Hemos hecho
nuestro el árbol de la vida, ha echado raíces dentro de nosotros y crece
convirtiéndose en un ejemplar alto y fuerte.
Nos despedimos sabiendo que en Malkuth y
en todos los templos del árbol nos hemos ganado plenamente el derecho a ocupar
nuestro lugar. Damos las gracias a las vibraciones interiores, pues estamos
aprendiendo a comunicarnos al modo del árbol. Los Ashim se arremolinan
alrededor del arcángel y lo último que vemos es su rostro sereno coronado de
fuego.
Nota: A menudo encontramos sabiduría en las
frases hechas de nuestra lengua; con mucha frecuencia oímos la frase «he visto
la luz» o «se hizo la luz». Se utiliza para indicar que por fin se nos ha
vuelto claro algo que hasta el momento no habíamos entendido bien. Este es el
modo más sencillo de pensar en Kether en su nivel inferior, el único al que
podemos hacer frente. Todo lo que concierne a Kether es mejor tratarlo en forma
de contemplación, y no como un sentido activo. La meditación y la contemplación
son cosas muy diferentes, y la primera puede realizarse de diversos modos y
utilizando posturas diferentes. Puede ser activa, tal como se enseña en la
escuela S.O.L., o pasiva, tal como se enseña en muchas de las escuelas
orientales, aunque no en todas. La mejor descripción que he oído de la
contemplación pertenecía a Gareth Knight, quien dijo: «Mientras el mejor modo
de practicar la meditación es hacerlo en una habitación poco iluminada y que no
tenga ruidos ni interrupciones, la contemplación es mejor hacerla quizás
sentado con una botella de cerveza, y un cigarrillo en el patio trasero.» Esto
describe exactamente la sensación más relajada necesaria para la contemplación.
Hasta que mi padre tuvo que dejar de fumar por razones de salud, su mayor
placer en una tarde de verano era sentarse en su jardín a «fumar un cigarrillo
con Dios». Sacó un gran provecho de estas tranquilas conversaciones con el
todopoderoso, los dos se llevaban bien y muchos problemas espinosos quedaron
resueltos con ese último cigarrillo del día. Quizás fuera el pensamiento de
compartir un problema con su hacedor el que calmaba y aclaraba su mente. Es ese
sentimiento de compartir una existencia con Kether, o de formar parte de él, lo
que espero crear en las páginas siguientes.
***
El templo está lleno de flores, su aroma
y variedad es abrumador cuando se forman a nuestro alrededor. Con Sandalphon
están los cuatro reyes elementales y los Ashim. Los reyes nos visten con
ropajes blancos ceñidos con cordones de oro, cuelgan de nuestro cuello la cruz
de brazos iguales, y preparados de ese modo podemos iniciar el último de los
viajes. No lo hacemos por nosotros mismos, sino por todos los que todavía son
incapaces de recorrer estos senderos. Lo hacemos también por el reino animal,
el vegetal y el mineral, como embajadores e iniciadores de los hermanos más
jóvenes.
Sandalphon traza el sello y la puerta se
abre hacia un sendero boscoso, en donde nos espera un magnífico toro negro. Da
la vuelta y lanza un bufido cuando nos acercamos, y luego se echa hacia atrás
cuando pasamos junto a él. El río rápido impide nuestro camino, pero podemos
salvarlo por un puente de piedra. Gabriel y los Cherubim están en la orilla del
río, y el arcángel nos señala que avancemos; nos ven pasar por allí y
contemplamos en sus ojos un ligero orgullo producido por nuestro progreso.
El camino conduce a un terreno desigual.
Vemos a la izquierda una cadena montañosa que nos parece familiar. Aparecen dos
seres, uno de ellos es Miguel, con una gran sonrisa en el rostro, el otro es
alto y ancho, va desnudo y lleva barba, y una larga cicatriz recorre su
costado. En su brazo se posa un águila; Prometeo está libre y con la visión más
clara que hemos adquirido desde la última vez que le vimos le conocemos ahora
como uno de los grandes seres que recorrieron la Tierra antes del diluvio. Un
pequeño dragón juguetea a los pies de Miguel y éste se agacha para rascarle
tras su oreja escamosa; el águila extiende las alas para volar con nosotros en
nuestro viaje.
El sendero gira ahora hacia la derecha a
lo largo de un litoral bajo el cielo del amanecer, y esperando al lado del agua
está Haniel, quien tiene a su lado un león de melena dorada. Sale de las olas
Afrodita, emergiendo del mar como hicieron los antepasados de la humanidad.
Representa a los Elohim, que observaron al hombre en su infancia, así como
observaremos nosotros a los que vengan detrás. Detengámonos a pensar en esto.
Cuando llegamos al ser éramos sólo chispas de vida bastante semejantes a los
Ashim. Evolucionamos hasta formas físicas de belleza y gran poder mental, de
las que para nuestra vergüenza hemos abusado a menudo, como los ángeles caídos.
Sin embargo, fuimos nombrados como los
hijos y las hijas de Dios, Beni Elohim por propio derecho. Llegará un tiempo en
el que era nuestro deber guiar los destinos de una distinta oleada de vida, y
quizás seamos llamados Elohim y creados a nuestra propia imagen. Pero sabemos
que no somos más que eslabones de una cadena que evoluciona hacia arriba, hacia
la corona de la manifestación.
El león se aparta de Haniel y se une al
toro, que caminaba tras nosotros, y proseguimos el viaje con el águila volando
en perezosos círculos por encima de nosotros. Se eleva el sol y nos alejamos de
la orilla, ascendiendo por un sendero que lleva a una colina, y deteniéndonos
en un bosque en el que se oye cantar a los pájaros. Junto a un antiguo roble
está Rafael, y con él los reyes. Por primera vez éstos inclinan la cabeza en un
gesto de respeto, todavía no doblan la rodilla ante nosotros, pero quizás un
día el hombre pueda ganar su corona y sea el regente de los elementos.
El sendero que recorre el bosque es
fresco y agradable y se abre a un camino ancho y recto que tiene a ambos lados
campos y montañas. Un carro aguarda junto al camino, y Khamael está al lado de
los caballos, con el casco reluciente bajo la luz del sol. Nos da la impresión
de que está rodeado de llamas, pero cuando vemos con más claridad nos damos
cuenta de que por encima y por detrás de él hay formas de dragones, y
recordamos el cachorro de dragón que había a los pies de Miguel. Cuando han
crecido plenamente son los Seraphim, los que dan el valor, la fuerza y el
conocimiento; y, en cambio, nuestro folklore está lleno de historias que
alardean de que el hombre los ha matado...
Seguimos el viaje... Por encima de
nosotros, el águila se lanza hacia el sol, hasta que ya no podemos verla, y
luego regresa acompañada por puntos de intensa luz brillante que nos rodean. En
el camino, de pie ante nosotros, está Tzadkiel, y el color azul de sus ropajes
armoniza con el del cielo. Los Chasmalim se lanzan hacia delante, formándose
junto a él, cubriéndolo con un manto de luz que brilla y se disuelve, quedando
así el camino vacío.
Se pone el sol y viajamos bajo un
crepúsculo morado y un cielo estrellado. El león, el toro y el águila se
acercan a nosotros, pues estamos penetrando en sus dominios. Delante hay una
pequeña edificación abovedada hecha con piedra blanca, y el camino conduce
hacia la puerta. Al entrar la descubrimos vacía, pero llena, sin embargo, de
algo que no podemos definir. Las criaturas sagradas vienen a nuestro alrededor
y por primera vez el león y el toro adoptan su forma alada, ¿pero dónde está el
hombre? En el silencio que sucede aprendemos uno de los misterios de Daath. Nosotros
somos el elemento perdido. El león se convierte en una llama que penetra en
el centro de nuestro corazón, llenándolo de amor, el toro se funde con la
tierra y se eleva luego de debajo de nuestros pies para llenarnos con el don de
la paciencia y la firmeza. El águila desmenuza sus plumas que se convierten en
una suave lluvia, bautizándonos en un mundo de visión clara y de entendimiento.
La habitación vacía se disuelve.
Tzadkiel y Ratziel vienen por ambos lados. Estamos al borde del espacio, ante
nosotros gira una rueda de luz semejante a las imágenes de galaxias lejanas que
vemos en los libros. Gira lentamente, atrayéndonos hacia ella, volviéndonos una
misma cosa con todo el árbol. Unos brazos amorosos nos apoyan, la luz se
suaviza y nos baña, descansamos.
Se filtra en nuestro corazón y en
nuestra mente un conocimiento y una comprensión de una escala que
desconocíamos. No hay esfuerzo para entenderlo conscientemente, ha sido siempre
parte de nosotros, pero hasta ahora no lo sabíamos. Giramos suavemente,
sintiendo el contacto mental de todos los que hemos conocido en nuestros viajes
por los senderos y a través de las esferas. Ahora los percibimos y conocemos en
un nivel superior, en donde su presencia dentro de nosotros es un placer y un
dolor que no podemos ni necesitamos describir. Formamos parte unos de otros
para la eternidad. Sabemos que ellos no tendrán siempre las formas que les
hemos conocido, pero que les veremos en todas las tradiciones y creencias de la
humanidad. En los dioses del hindú, en los sueños del chamán, en el arte de los
sabios y en los kachinas de los hopi. En la misa y en el rito de la colina, en
la danza de los guerreros masai y en la profesión solemne de los druidas. Los
buscaremos y encontraremos en las fes antiguas y olvidadas, y en los nuevos
modos no comprobados del hombre moderno. Nos hundimos a más profundidad en la
espiral.
No hay división, dejamos escapar todo
pensamiento y sensación, y simplemente existimos flotando en un útero de luz,
unidos al ser por un cordón umbilical compuesto por nuestro derecho ancestral a
la forma terrena primordial de la que hemos emergido como hombre o como mujer.
Vinculados así con nuestro pasado, contemplamos el futuro mientras giramos en
nuestra propia galaxia, siempre en el punto del nacimiento, o de la muerte, con
un sentimiento de novedad que invade cada segundo de la existencia.
Soñamos y recordamos a Mazloth girando
en nuestro diseño natal, y la intemporalidad del espacio en donde aprendimos a
entender el no-tiempo. Recordamos la matriz y los dibujos de cristal que
tratamos de convertir en formas perfectas, fracasando. En la memoria
respondemos de nuevo a la cuestión que nos liberó en las balanzas, caminamos
con un niño pequeño y con un perro a través de un campo de trigo teñido de
sangre. Soñamos con la hoja hecha con el poder mental y con una lámpara que
nunca puede oscurecer, y vemos de nuevo los ojos de los Cherubim cuando salimos
de la reserva de los sueños. Estamos con los reyes en el espacio, mirando hacia
la joya verde azulada de la Tierra, un don que se nos ha dado para mantener,
utilizar, amar y llevar a su gloria plena.
Hay un encuentro eterno de paz profunda,
como si estuviéramos a punto de despertar de un sueño profundo en una mañana de
verano. No estamos ya dentro de la espiral, sino en el templo vacío de Malkuth.
Miramos a nuestro alrededor recordando la primera vez que lo vimos, éste es
nuestro sitio, nada puede tocar ni profanar el templo interior de la mente.
Aquí está nuestra fuerza para los años venideros, aquí nos manifestamos en
nuestra mente y corazón, es nuestra habitación vacía, pero que ya no estará así
cuando vayamos allí. Aquí se inicia el camino real a la corona de nuestra
humanidad.
En el altar hay un círculo de oro, que
no es una corona, pero sí su promesa. También hay una llave, la llave de las
puertas ocultas que aún no hemos descubierto. Todavía hay senderos que
recorrer. El viaje no ha terminado.
Hace ya muchos años que comencé a
recorrer el árbol de la vida, y desde entonces he seguido sus senderos
numerosas veces, he buscado los senderos ocultos, y tras mucho trabajo los he
encontrado y recorrido. Conozco la alegría que producen, y el dolor que pueden
causar cuando se recorren mal.
El modelo básico de los misterios
occidentales es el de la búsqueda, cuando se obedece una llamada y se avanza
por colinas y valles hasta encontrar el Grial del corazón. Pero la parte
más importante recibe en terminología oculta el nombre de «el retorno». Tras
haber tenido éxito en la búsqueda es necesario regresar y formar a otros para
que sigan ese camino. Es una necesidad para todo iniciado y se considera como
una promesa. Cuántas veces, al principio de mi formación, deseé alguna guía en
los senderos del árbol, y hasta que llevé a término, en cierta medida, mi
búsqueda, no comprendí que la tarea iba a ser mía. Espero haberla cumplido
adecuadamente.
Habrá observado que en los trabajos de
este libro he utilizado el pronombre «nosotros». Lo he hecho a propósito,
porque no quería que nadie sintiera que estaba recorriendo solo el sendero,
sino con algún amigo, un compañero que hiciera más ligero el camino. Los que
tengan conocimiento de lo oculto entenderán lo que he hecho y sus razones. Crea
lo que dije en la última frase, que, como en la canción de Bilbo, los viajes
nunca terminan: «El camino sigue y sigue.»
1. ¿Has pensado debidamente en el
cuerpo que habitas?
2. ¿Has vivido todo el tiempo que
se te había asignado?
3. ¿Has evitado la suciedad de
cuerpo y mente?
4. ¿Has amado con el cuerpo sólo
cuando lo hacía también el corazón?
5. ¿Has tenido conocimiento de
aquello que te estaba prohibido?
6. ¿Sólo te ha refrenado la espada
o el bastón?
7. ¿Has respetado los cuerpos de
los hermanos más jóvenes?
8. ¿Has robado?
9. ¿Has tomado alimentos y bebida
en exceso?
10. ¿Has matado?
11. ¿Has hablado injustamente
llevado por la cólera?
12. ¿Has pensado con envidia en los
bienes de otros?
13. ¿Has conocido los celos?
14. ¿Has hablado mal de algún hombre
o mujer a causa de la cólera?
15. ¿Has sido poco diligente en el
trabajo?
16. ¿Has profesado los misterios?
17. ¿Has conocido un falso orgullo
de ti mismo?
18. ¿Te has apartado del camino
asignado?
19. ¿Has ansiado metales preciosos?
20. ¿Has sido demasiado mundano?
21. ¿Has sido justo en los tratos
del mercado?
22. ¿Has pagado tus deudas con
prontitud?
23. ¿Has sido generoso con el
necesitado?
24. ¿Has mentido para obtener
ganancias de otros?
25. ¿Ha sido tu lengua viperina para
provocar risa en otros?
26. ¿Has sido un amigo?
27. ¿Has odiado con exclusión de
todo lo demás?
28. ¿Has prestado tu cuerpo a
alguien del otro lado?
29. ¿Has sido la alegría de tus
padres?
30. ¿Has honrado todas las fes que
proceden de la luz?
31. ¿Te has tomado el tiempo
necesario para estar en paz con los dioses?
32. ¿Te has apartado de la sabiduría
que proporciona el amor?
33. ¿Has escuchado lo que no era
para tus oídos?
34. ¿Has vivido en la Luz?
35. ¿Has sido una espada para el
débil?
36. ¿Has esclavizado alguna otra
forma de vida?
37. ¿Te has mirado en el espejo del
ser?
38. ¿Has tomado como propias las
palabras salidas de otra boca?
39. ¿Has sabido que todos los viajes
terminan para empezar?
40. ¿Has recordado a los hermanos de
la tierra y has sido compasivo con los más jóvenes que te han servido en el
campo y en el hogar?
41. ¿Te ha llevado la codicia a
obligar a un hombre o animal a trabajar más allá de sus fuerzas?
42. ¿Hay en la tierra alguien que se
alegre de que tú hayas vivido?
LOS
SEPHIROTH Versión Inglesa
LOS
SEPHIROT Traducción Inglesa